Una nueva revisión de la historia técnica y sensible del cine
Por Patricia Rizzo
El realizador argentino de cine y video, Andrés Denegri (Buenos Aires, 1975), reconocido en nuestro medio como artista visual y curador, ha desarrollado la mayor parte de su producción artística en el área de video y cine experimental monocanal, y se ha especializado en instalaciones fílmicas en las que elabora entrecruzamientos de sistemas audiovisuales.
En sus instalaciones más recientes ha trabajado en dos líneas paralelas: en una de ellas, de corte autobiográfico, ha utilizado documentación sobre distintos aspectos de su niñez ‒cuadernos de la escuela primaria, imágenes de y con sus padres‒, coloridos autorretratos que toma de su archivo personal en una elaboración que se aleja de lo narrativo y pone el foco en una auto-mirada distanciada y neutral, como quien estudia un cúmulo de pruebas e indicios que cobran importancia no como remembranza, sino como estudio, en tanto esa auto-observación la utiliza como concepto de las obras. La segunda línea ‒la reconocida serie Éramos esperados iniciada en 2012‒ toma múltiples imágenes de archivo de la historia nacional y contempla versiones realizadas en formatos fílmicos Super-8, 16mm y 35mm. Los ejes de estas han sido el primer corto local, La bandera argentina, una filmación de nuestra insignia flameante en la Plaza de Mayo en 1897 –sólo a dos años de distancia de la presentación de las primeras filmaciones de los hermanos Lumière 1‒, con Eugenio Py2 como autor del documento; y Salida de la fábrica, precisamente de los citados hermanos. Una de estas obras, la pieza que le da el nombre a la serie, fue Premio Itaú un año después, en 2013.
Esas dos filmaciones emblemáticas, nuestra bandera cruzada con la salida de los obreros de sus puestos fabriles, fueron producidas casi en simultáneo. En la instalación, las imágenes se suceden a un tiempo y de modo parpadeante, una instancia que Denegri vincula con la idea trunca del proyecto de industrialización de la Argentina. Estas realizaciones, que apelan a la memoria colectiva y encuentran frecuentemente empatía ya que se perciben conocidas y cercanas, no impactan de forma efectista. Fueron elaboradas, como la mayoría de sus producciones, desde una perspectiva distanciada, como quien ordena prolijas piezas de laboratorio; no obstante, los conjuntos visuales terminan siendo impactantes y certeros, lo que últimamente ha sido un resultado frecuente de sus trabajos. Otra obra de la serie Éramos esperados fue realizada a partir del requerimiento de Liliana Piñeiro –reconocida curadora y gestora cultural que actualmente lleva la Dirección de la Casa Nacional del Bicentenario‒, quien le solicitó una progresión de ese trabajo en los mismos lineamientos. Esa obra3 fue la que posteriormente recibió el 2do Premio del Salón Nacional. Visiones de hierro y tierra; a un lado, imágenes del Grito de Alcorta4, y al otro, documentación de la llamada Semana Trágica5. Nuevamente, en el centro de la obra, nuestra insignia flameante entre fuertes imágenes históricas que se van disparando aceleradas. Las secuencias de rostros de trabajadores del ámbito rural y de la urbe se intercalan vertiginosamente para producir un paisaje social obrero de las primeras décadas del siglo XX en nuestro país.
Bony Áyax es el título de la obra con la que Denegri ganó este año el Gran Premio del Salón Nacional de Artes Visuales. Se trata de un retrato, en forma de instalación, del artista homónimo. Dos proyectores de Super-8, que se encuentran alineados paralelamente sobre una mesa, disparan sus imágenes contra una pared cercana. Las imágenes surgen del registro fílmico del momento en que el artista se encontraba en su taller trabajando en la serie El triunfo de la muerte, en la que una serie de autorretratos fotográficos son baleados con una pistola 9mm. La imagen de cada proyector es similar: Bony, encuadrado de perfil y en plano medio, apunta y dispara. La película que sale de cada proyector es recibida por un soporte que la dirige nuevamente hacia la entrada del proyector para conformar un bucle (loop). En la proyección de la derecha el hombre dispara hacia la izquierda, en la proyección de la izquierda el hombre dispara hacia la derecha. De esta manera, Bony se apunta y se dispara a sí mismo una y otra vez. Esta obra cierra la serie Instante Bony, iniciada por Denegri en el año 2000 con un video breve en el que dilata el contundente y exiguo momento del disparo.
Naturalmente, estas elaboraciones le han valido su justa devolución. Ha recibido sucesivas premiaciones: el Golden Impakt Award, el Premio Juan Downey, y el gran Premio MAMbA-Fundación Telefónica 2009/2010 a las Artes y Nuevas Tecnologías, entre muchos otros, habiendo ya obtenido los mayores premios de nuestro Salón Nacional. También ha alcanzado un reconocimiento que se ha generalizado, tanto por su producción personal, como por su vinculación con proyectos curatoriales en los que explora su conocimiento sobre los conceptos trabajados por sus pares. Por varias cuestiones, puede decirse sin margen de error que ha llegado a ser un referente a una edad en la que algunos todavía recorren caminos iniciáticos.
Actualmente se encuentra trabajando en una nueva serie, Estrategias del olvido, que deviene de Éramos esperados. Tiene que ver también con la historia argentina, y nuevamente trabaja tomando material de archivo fílmico. El eje de la serie es un antiguo proyector de cine de 16mm intervenido por el artista. Su mecánica fue alterada para que luego de proyectar a velocidad normal 24 fotogramas –un segundo de imagen en movimiento‒ se detenga en el fotograma número 25 dejándolo pausado el tiempo suficiente como para que el calor de la lámpara del proyector llegue a derretir lentamente la imagen, deformarla, e incluso, en algunos casos, destruirla al quemarla por completo. Luego de los segundos necesarios para que esto suceda, el proyector vuelve a reproducir otro segundo de imagen en movimiento para detenerse nuevamente y derretir el siguiente fotograma número 25. El cine, la máquina del recuerdo, del documento, se transforma así en un instrumento para su negación, un sistema de borrado del pasado, un mecanismo alegórico de los procesos del olvido. Cuando la película vuelve a proyectarse, del proceso de quemado sólo se percibe un flash, el pulso blanco del fotograma quemado. Progresivamente, con cada paso de la película cada uno de ellos estará en ese lugar, todo se irá quemando, borrando la filmación y, metafóricamente, nuestra historia, dejando en su lugar la proyección de un parpadeo de manchas. El proyector modificado va tirando la película por detrás, armando una pila de película quemada todo el tiempo, en una poética muestra de la degradación del celuloide, y en una nueva revisión de la historia técnica y sensible del cine.