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26 noviembre, 2012

 

Alfredo Prior en la galería Vasari.

 

Por: Lucía Gervan

 

Hasta el 9 de noviembre se pudo visitar en la galería Vasari la nueva exposición de Alfredo Prior 77 días en la casa flotante. Con obras de gran formato, Prior nos invita a reflexionar una vez más acerca del color y el pensamiento.

«La pintura es pensamiento, y es lo que yo trato de señalar». Por esta ferviente creencia, Prior vuelve a poner el acento en lo pictórico y hacer decididamente una muestra de pintura. Sabemos que es el gran artista que un día llego a pensar que lo representaba más la palabra «color» que su propio nombre. Audaz y provocador, Prior alimenta su obra de clásicos de la pintura, la literatura, la filosofía y la música, procesándolos con la iconografía popular y condimentando con humor ácido, sarcasmo o un absurdo concentrado (sin olvidar una pizca de tragedia).

Prior comenzó a transitar por diferentes disciplinas, entre ellas la performance y la música, considerándolas diferentes maneras de pintar. Pintor por excelencia, sostiene que de la pintura deviene todo lo demás y que es su centro, ya que tiene materialidad absoluta y sensualidad, características que, según él, lo hacen sentir como un «animalito». La presencia de osos, elefantes, liebres y otros animales de fábula es considerada uno de los elementos más persistentes en la obra de Prior.

En 1971 expuso por primera vez en la galería Lirolay, haciendo su debut con su serie de osos. Estos 28 retratos hechos con témpera y cera provocaron grandes tensiones en el colectivo imaginario, ya que mixturizaba caras de niños con caras de osos. Esto lo llevó a trabajar en nuevas series abstractas, exponiendo diferentes geometrías realizadas con esmalte sintético sobre una base de papel arrugado; así, estos chicos se transformaban en cubos, hexágonos, pirámides u otras formas.

Después de los años 70, Prior reapareció con una retrospectiva antológica inundada de un simbolismo abstracto elaborado con japonismo, para magnetizar todo tipo de asociaciones literarias. Toda su obra está cruzada por referencias y conocimientos de las culturas orientales, buscando así equilibrar y complementar el Occidente con el Oriente a nivel estético. De ésta época data su muestra Cuentos chinos, exhibida en el CAYC en 1988. La muestra aludía al tema oriental de las obras y a la acepción popular del término, que significa mentira o disparate, creando así un doble sentido con una visión falsa de China, donde todos los lugares comunes, según el conocimiento oriental, convergen. Para lograr esto, mezcló motivos iconográficos chinos pero también japoneses, hindúes, coreanos, entre otros.

Otra gran muestra, en 1988, fue Sinfonía napoleónica, en la cual rescata la pintura histórica. Prior toma el nombre de la novela Napoleon Symphony, de Anthony Burges (1974), en que el escritor describe al personaje como un déspota demente. Con esto, Prior busca reformular la pintura histórica, eligiendo un arquetipo que representara la locura, como lo hacía Napoleón. Teje, como un romántico, la red Napoleón = locura = artista, apelando a los recuerdos a la hora de pintar, como si fuera un niño pequeño que copia. Realiza fondos alusivos a Turner, Ingres, en discos con versiones de Heroica, grandes telas e incluso imágenes veladas de cartografía europea, creando así una historia extraoficial minada por el sueño y el recuerdo.

Durante la misma época, Prior también colaboró con otros artistas: Armando Rearte, Rafael Bueno, Guillermo Kuitca y Osvaldo Monzó son algunos de ellos. En 1982, todos participan en una experiencia curatorial llamada La Avanguardia, llevada a cabo por Charlie Espartaco. En 1983, participa de la muestra La consagración de la primavera, curada por Laura Buccelato y Charlie Espartaco; y, en 1985, participa en la Bienal de San Pablo. Su instalación con Kuitca, ese mismo año, en la Fundación San Telmo, marca el fin de su colaboración espontánea con otros artistas.

En la década del 90, Prior comienza a indagar en la historia, la religión y los mitos. Yo, Jonás, en las entrañas del Leviatán, La tentación de san Antonio, El rapto de Europa o El nacimiento de Venus son algunas de las obras que podemos mencionar. También, en 1993, lleva a cabo una exposición titulada R. Esta consistía de una muestra con ocho autores imaginarios, que presentó en el catálogo como Los sobrinos del Capitán Nemo. Tambien se llevó a cabo, en 1998, la retrospectiva Prior, en el Museo Nacional de Bellas Artes.

En 2003, expone en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires una instalación titulada A la manera de Aru Dutt. Estaba hecha de rectángulos de esmalte sintético sobre papel manteca con vidrio esmerilado. Estas formas geométricas, con diferentes gamas de colores que se movían sutilmente, buscaban aludir al puntillismo y al movimiento. Años más tarde, va a publicar una compilación de relatos que había escrito desde 1972, titulada Cómo resucitar a una liebre muerta, vinculada con la historia del arte y su obra.

Sus obras pertenecen a colecciones públicas y privadas, entre ellas: el Malba, el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro y la Art Gallery de Western Australia.

Autodefinido como neomanierista (para zafar de la cuestión del posmodernismo de los 80), Prior busca correr el discurso hacia un lado. Durante varios años, especialmente cuando se declaró «la muerte del arte», Prior se dedicó a estudiar y a exacerbar los materiales pictóricos de sus trabajos, buscando esparcir lo que los modernistas trataban de erradicar: la fábula o cuento. Por esto, también adscribe a un arte informal. Considera que el estilo todavía no se inventó y, a menudo, sostiene que el único tema en su trabajo es la pintura en sí misma. Busca humorizar, de alguna manera, la idea de vanguardia, ya que, como el comentó alguna vez, «siempre existe mucha ambigüedad. Podés ver un oso pero casi es abstracto, puede quedar hasta un trabajo conceptual. ¿Por qué? Hay cosas personales como la muerte de la pintura, concepto meramente periodístico…».

En esta exposición, se pudieron identificar muchas de las cualidades mencionadas. Prior se dedica a trabajar principalmente su mayor obsesión: el color. Lo investiga constantemente, jugando tanto con los colores fríos como con los cálidos. Son obras de gran formato, netamente abstractas, realizadas con cartón corrugado, lo cual demuestra una vuelta al trabajo con papel, como en su temprana época. Aparecen algunos ositos por ahí, fieles compañeros de Prior, que buscan romper con la línea abstracta. Sin embargo, todo parece resolverse en una especie de objetivo final: hacer prevalecer lo cromático por sobre la forma. Y lo bien que lo hace, ya que logra hacer que la figura pase desaparecida. Las pinceladas son anchas, enérgicas, cortas en algunos casos, pero fuertes. Trabaja los colores de una forma sumamente elegante, como solo Prior puede hacer.

A ninguna de sus obras le pone título, no busca remitir ni aludir a nada, solo que nos concentremos en la obra y en su color. Es aquí donde Prior encuentra su ley y su razón, en el color, en el pensamiento con el cual define a la pintura, desde el momento en que se concibe hasta el momento en que el espectador la contempla, incluyendo los diferentes procesos de elaboración. Es a lo que apunta y con lo que todavía lucha, siendo sus obras, sus imágenes, piezas de un rompecabezas enorme que se encuentra en constante progreso.

Se podría decir que esta amplia y lúdica concepción del hecho artístico le ha permitido a Alfredo Prior estar presente en la escena artística desde hace varios años y ser hoy en día un referente y una de las figuras más consolidadas del arte argentino.

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