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5 agosto, 2013

El conventillo de la Paloma

Al diván con el teatro

Dra. Raquel Tesone

Hoy en el diván, el grupo de El conventillo de la Paloma, de Alberto Vacarezza, según la mano de Santiago Doria

En el Conventillo el eje principal de la trama es Paloma, una mujer «sujetada al deseo de ser buena» que escapa de un hombre que la maltrata. Así, en busca de una vida mejor, se aloja en el conventillo, donde provoca un revuelo entre los habitantes de la casa. Por un lado, están los hombres, que le «arrastran el ala» a la Paloma, y por el otro, las mujeres, que se ponen celosas porque creen que sus maridos dejaron de desearlas, precisamente, por «culpa» de la recién llegada. El conflicto lo destraba otro hombre, Villa Crespo, quien, defendiendo a Paloma de la denigración masculina, hace justicia con las mujeres en un intento de redimir al género masculino. La cuestión del machismo, característicamente argentino, tiene en esta obra un tratamiento interesante, así como también el despliegue de las problemáticas que se generan en todo grupo humano.

El autor de este sainete, Alberto Vacarezza, caracteriza con cada uno de los personajes, como el tano, el turco y el gallego, a aquellos inmigrantes del siglo pasado que conformaron y representan nuestra argentinidad actual. Completan este grupo personajes emblemáticos de la porteñidad, como el compadrito y los malevos (con su particular léxico lunfardo).

Desde la entrada a la sala María Guerrero del teatro Cervantes hasta el momento en que se levanta el telón, donde ya observamos sobre el escenario a los actores inmóviles entre la bruma, asistimos a una obra de arte con todos sus ínfimos detalles. Como si fuera una pintura, la puesta en escena tiene un concepto estético profundo y maravilloso. La escenografía giratoria es un elemento fundamental para proponer los cambios de un cuadro a otro. En tanto, el vestuario, la musicalización y la iluminación conforman los elementos necesarios para dar un acabado sostén a la magnífica interpretación de los actores.

La obra es como una pintura impresionista, en que cada actor imprime a su personaje, con sus movimientos, los colores propios de la paleta de un eximio pintor. Al mismo tiempo que se puede ver, también se puede escuchar esta pieza como una sinfonía. Es Santiago Doria, director y compositor de esta peculiar orquesta afinada y armoniosa, quien guía e inventa los acordes precisos para otorgar el ritmo exacto en todo momento. Logra el ritmo justo para dirigir y explotar al máximo la extraordinaria calidad de los actores. Todos se lucen, desde los roles protagónicos a los secundarios, todos componen maravillosamente la entramada madeja de la historia en cada escena.

El lugar donde se ubica Doria resulta interesante para los analistas que trabajamos con grupos, ya que es un posicionamiento que especifica nuestra labor. Nuestro rol involucra diversas funciones: coordinación, observación e interpretación de la figurabilidad del grupo, en que interviene el ver, es decir, la visualización y la escucha de la escena que arma cada grupo. Solo así podemos develar los roles que actúan sus miembros de forma inconsciente, ya que, en una psicoterapia grupal, no existe un guion, sino la libre asociación de los integrantes del grupo. Para la construcción de la subjetividad, el analista tendrá que capturar, a la manera que hace Doria con los actores, la singularidad de los distintos participantes. Desde ese lugar de implicación, se podrá facilitar la apropiación de la historia personal y, de esa forma, gestar el intercambio con otros desde un lenguaje propio.

En el Conventillo, «los veintiocho actores juegan cada escena con la misma entrega que los técnicos», nos cuenta Doria, lo que conforma un verdadero equipo. Este juego se hace posible porque cada actor pinta su personaje con la pincelada que Doria le imprime a este cuadro criollo. Es por eso que, en el final, entre risas, aplausos y lágrimas de alegría, la gran fiesta del conventillo se transforma en el festejo de todos, ¡incluso los espectadores que participamos de este conventillo tan nuestro!


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