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13 enero, 2014

Por Raquel Tesone

Fotografía: Mariano Barrientos

 

Desde el primer contacto telefónico, Pepe inspira familiaridad y afecto. Este fue el puntapié que incentivó que, en esta nueva experiencia, Pepe Cibrián sea nuestro segundo

 entrevistado. «Quiero a Pepe al desnudo» –le dije montada en la sensación de confianza que circulaba por las ondas telefónicas. Y Pepe me contestó muy seguro de sí mismo: «Ah bueno, mi amor, entonces te espero en mi casa». Llegamos a Pilar con Mariano Barrientos, el fotógrafo de El Gran Otro, y nos mirábamos fascinados, primero porque, para llegar a la casa de Pepe, hay que atravesar un maravilloso bosque con árboles y plantas exóticas, y segundo, porque la casa de Pepe es el éxtasis del arte: cuadros en todas las paredes y hasta en los techos, objetos artísticos de diferentes estilos y países, una mesa llena de gallos hechos con diversos materiales, objetos de iluminación como lámparas, faroles, candiles y también estaban sus amados perros, que nos acompañaron durante este encuentro y hasta posaron para las fotos.

La consigna de esta entrevista se resume en esta pregunta: ¿si tuvieras que consultar a un analista en este momento, cuál sería tu motivo de consulta? «Mmmm… dale nomás, empecemos. ¡Tengo cuarenta y ocho años de análisis!» – contestó Pepe con la inmediatez de los niños que se lanzan curiosos al juego. No es casual que este primer experimento de encuentro «psicológico» tenga como protagonista a Pepe, quien es experto en saber jugar en el espacio artístico que se abre entre la ficción y la realidad. Como símbolo de un proceso de trabajo que combina arte, psicoanálisis y cultura, nadie más representativo que Pepe para empezar con esta experiencia.

 

Me gustaría saber por qué me consultás.

Te consulto porque me encontré escribiendo mi última obra de teatro, Juana La Loca, comenzando por un monólogo, donde ella en círculo, en su prisión de Torrecillas, en la que estuvo por la traición de su padre y de su hijo, comienza con un latiguillo: «Se me pasa el tiempo, se me pasa el tiempo, se me pasa el tiempo». Es como una especie de borrachera esta sensación. Y esto no es casual como comienzo de mi texto porque es lo que me digo: se me pasa el tiempo, esa es mi borrachera. A Juana también se le pasa el tiempo, y toda la obra trata sobre los minutos antes de morirse, donde se le pasa toda su vida por la cabeza. A mí, este «se me pasa el tiempo» me sucede permanentemente, sobre todo porque veo el tiempo. ¿Y donde lo veo? Lo veo en mis plantas. Hace once años, cuando compré este terreno, no había nada, ni un árbol. Poco a poco, fui armando este bosque, y estoy rodeado de todo esto y como aislado del mundo. Y yo sigo plantando. Esa palmera tiene treinta y pico de metros, y tengo esas otras (me la señala), y ochenta más, y cuarenta y cinco recién plantadas. Yo quiero verlas altas, y me las imagino altas. Todo lo imaginé aun cuando estaba vacío. Yo sé en mi cabeza y de acuerdo a mi criterio cómo lo voy a llenar. Pero eso en el andar del tiempo, y en ese pasar el tiempo es donde me asusto un poco. Para ver esto que yo planté y que quiero que crezca, necesito tiempo, ya que esto no tiene un valor económico. La vida no lo tiene, el trayecto, la lucha es un precio, un costo… Yo no me voy de una casa, que es una casa inmensa, no me voy de una profesión, que es una profesión inmensa, cuando tendría deseos de achicar cosas. Ya ves mi casa, todo es tan barroco, tan lleno, tan lleno, tan lleno… Y sin embargo, está lleno de recuerdos, de cosas, que hace a lo vivo, porque lo demás no me importa nada. Me podría desprender de todo esto, me refiero a todo lo material, de todo absolutamente, pero de lo vivo, de mis plantas, de mis perros, no puedo. Conozco cada planta, cada una de las que hay, las recorro todos los días, las cuido y las podo yo mismo. Una vez vino un japonés, porque tengo muchas orquídeas, y vino con un señor, y el señor decía no podía ser que en seis años esto haya crecido así, y el japonés le dijo que, además de la tierra y de lo que haya traído para la fertilización, de todo lo que esto tiene, el sesenta por ciento es amor. Todo es el resultado de eso, lo cual no evita el paso del tiempo, lo cual no quiere decir que me asuste la vejez. Por ejemplo, yo no sé los años que tienen mis perros y no me quiero enterar. Ayer lo veía a Junior, que es mi compañero de vida, mi gran amigo, quien me acompaña a todos los ensayos de todas las obras, a todos lados, y anoche lo miraba y lo veo más grande; y pienso que él día que no esté… voy a sufrir casi igual que la pérdida de mis padres. Es así.. es como…

¿Como a un hijo?

Es como mi hijo, mi hermano, mi amigo. Ya sabemos lo que es un perro para los que nos gustan los animales. Ese «se me pasa el tiempo» es por lo que yo vengo a la consulta, porque esta frase, «disfruta todo lo que tenés, mirá todo lo que tenés», es una frase muy bonita, pero se necesita tiempo.

Todo esto está hecho de tiempo… ¿Habría alguna relación entre el aislamiento que vivenciás en tu casa y el de Juana la Loca?

A ella la aíslan ¡a huevo!, y yo me aíslo aquí por elección. Me aísla, pero disfruto nuestra casa, es mía y de Santiago. También viajar, eso me hace vivir en un mundo mágico, y me gusta viajar muy bien; si no puedo, prefiero quedarme en casa. Disfruto ensayar, ahora que tengo que hacerlo para la función de Priscilla, porque lo del actor me encanta. No sé cómo es la permanencia, si me aburro un poco, acá no me puedo aburrir porque tengo contrato de seis meses, así que pienso que me voy a divertir mucho. En todo lo que voy a tener como protagonista, en algo que no es mío, pero que me pertenece por la lucha, por derecho propio. Es como un juego de chicos. ¡Qué divertido! Voy a jugar a esto en algo que no es mío.

Pero sí es tuyo el protagónico de Priscilla.

Sí, pero hoy, por ejemplo, en Facebook no figura bien mi protagonismo. Los productores son adorables y amorosos, les dije: «Miren, chicos, esto lo he hecho para divertirme, más que por lo económico, y mas allá del contrato, tengo que figurar en todo, porque le conviene a ustedes, cambien esto». No por divo, sino porque quiero jugar y desde muy chiquito elijo jugar como yo quiero. Jugaba a los faraones y elegía donde estaba yo, pero el resto aceptaba el rol. Uno puede querer ser algo, y puede ser que este lugar se acepte a través del autoritarismo, del poder, como los militares o el dictador; en mi caso, se acepta desde la autoridad. Yo sé que tengo autoridad, y esto es algo que los otros te ceden, sin obligación de hacerlo, sin imposición.

Parece que la cuestión que estas elaborando tiene que ver con el tiempo y con cómo vos te podés ir apropiando de ese tiempo. También cómo lo que vos amás se apropia de ese tiempo: tus plantas, tus perros, tus personajes… (suena el celular). La sesión es libre, es tu sesión, es tu tiempo, y la usas como quieras, podés hacer lo que desees, también atender tu teléfono (se niega a hacerlo). Me parece interesante tu pregunta sobre el tiempo, y se nota que no pasa por la vejez porque no se te siente viejo.

Sí, es verdad, mis miedos pasan más por el paso del tiempo y por la decadencia, eso lo viví con mis padres. Lo he visto con ellos y me generó una depresión de cuatro años muy fuerte de la cual me sacó un gran psiquiatra, Oscar Slipack, con el que decidimos, hace cuatro meses, que ya estaba bien de terapia, que ya soy un poquito terapeuta después de cuarenta y ocho años de análisis.

¡Le ganaste a Woody Allen!

(Risas). Además, sé que hay cosas que jamás voy a resolver, cuestiones que no se resuelven nunca, y tengo que convivir con ellas, sufrirlas, vivirlas, y eso hace a que mis personajes surjan, también mis angustias…

Y esa angustia y depresión por la muerte de tus seres queridos, se elabora con el arte. ¿A qué edad se murieron tus padres?

Fueron longevos. Mi padre murió a los ochenta y seis, y mi madre a los ochenta, porque fumó desde los nueve, y tenía un enfisema y se murió de eso, se ahogó porque no trajeron el oxígeno… nada. En mi familia se murieron todos de viejos, no de enfermedades, y eso que pasaron guerras, exilios, dolores, alegrías. Yo soy un hombre que me cuido mucho, no fumo, no bebo… ¡Ah sí! Solo una copa de champagne de noche que me encanta (risas), pero no me drogo. Vivo acá como en un monasterio, pero, por ejemplo, ahora yo edité dos novelas, una se llama Chat y la otra Se es hombre en la vida y no en la cama.

¡Qué buen título!

Sí, es la frase que me dijo mi padre cuando le dije de mis conflictos con mi homosexualidad, y me dijo: «Estás equivocado, se es hombre en la vida, no en la cama, Pepe». Y cuando me pidieron hacer mi autobiografía, me pareció muy pretencioso por cierto, y acepté ya que en base a esa frase hablo de ellos, básicamente, y a través de ellos, de mí.

¿No te habrá movilizado mucho hacer esta autobiografía? Ya que sos muy joven para armar memoria, cuando se tiene tanto más por vivir…

¡Ojalá sea así!

Más viniendo de familia longeva. También el hecho de terminar tu análisis.

Este libro se hizo hace unos cuatro años y lo editaron en la época de la ley del matrimonio igualitario. Y ahora van editar mi tercer novela, la misma editorial que editó El príncipe heredero, la novela de mi amigo Ezequiel Achilli, ya que cuando estuve en la presentación del libro interpretando el papel del loco Schreber. Los de Letra Viva mostraron mucho interés en mi novela. Están muy entusiasmados y yo también. La novela se llama Allí donde quedan las hojas; y es una obra bellísima, de una gran poesía, es muy atrapante y es un gran poema. Es una de las obras más bellas que hice. Y te puedo asegurar que si yo pudiese vivir de la literatura, desde un lugar del teatro, me retiraría, desde cierto lugar… Me dedicaría a tener un grupo de experimentación, me daría igual, pero eso también se modifica… Como todo está en una vorágine de cambio permanente, ¿verdad? Cuando San Martín se casó con Merceditas, en aquel momento él tenía cuarenta y uno, y ella tenía catorce, hoy a esto se le llamaría estupro. Sabemos también que la tecnología modifica, el Iphone, la computadora, todo está muy cambiante y creo que se ha hecho como una tinellización de la cultura que llega a los jóvenes. Hay un total desconocimiento por cierta gente del teatro, de sus raíces; no saben de donde vienen, ni siquiera saben a donde van, me aburro, no me ilusiona. Siento que se cansan, no conmigo…. Y yo ya he disciplinado a muchas personas.

Se cansan. En cambio, a vos parece que te sobran energías, que nunca te cansas…

Sí, se cansan…, y yo con sesenta y cinco años. Mirame cómo estoy con los tacones puestos desde que estoy construyendo el personaje hace cuatro meses, y hace cuatro meses que todos los días tomo clases con mi profesor de canto, y no me canso…

¿Será que tu energía es como la de tus plantas, la de tus perros… o que ellos te la renuevan? Volvamos a tu temor a la decadencia, ¿tendrá que ver con el temor a que tu energía se extinga?, ¿será eso la vejez?

No lo sé… Tengo muchos miedos que no son míos, veo a Hilda Bernard con noventa y cuatro años… a China Zorrilla. A muchos que siguen y siguen hasta morirse en las tablas. Por ahí tiene que ver con el miedo a la guerra, a la pobreza, que son de mi madre y de mi padre. Tomo esto que vos decís…, sí, que yo soy como mis plantas, y mis plantas necesitan ser cuidadas y yo también necesito ser cuidado. El país donde vivo me cuida mucho, a través del reconocimiento, de homenajes, de afecto. Me conmueve ver a la gente llorar como loca al ver mis obras…

Esto es lo que vos generás…

Sí, lo sé y no es que me sorprenda. Yo soñé con ser protagonista, pero este tipo de protagonismo es tan conmovedor, tanto más importante que salir en una tapa. Eso es lo que más la vida me ha regalado. Un día una señora se acercó y me dijo: «Usted me salvó la vida, porque gracias a sus obras, me curé un cáncer».

Esto es más que lo soñado porque es más que tener protagonismo. Porque parece que vos también cuidas mucho de los otros y de tu entorno, como si eso te viene de vuelta.

Sí, mucho, muchísimo. Yo creo absolutamente en que la vida te devuelve. Soy una buena persona, soy muy generosa, no me importa nada de lo material, me hago cargo profundamente de las personas que quiero y hasta de la que no quiero, soy muy oreja. Escucho a la gente que quiero, me interesa saber qué le pasa, cómo llega a esa situación, cómo ayudarla… Y la gente no se preocupa, en general, porque vivimos en un mundo de una gran vorágine, y hay momentos que digo me voy, me quiero ir… Pero no puedo dejar lo que tengo, no quiero dejar lo que tengo… mis afectos y un lugar que ocupo que me ha costado muchísimo. No es que tengo una fortuna, a mí me daría igual, y a Santiago no le importaría, pero sé que enseguida algo haría, pero sé que este es mi lugar. Por eso sufro a mi país.

Y por eso has contribuido mucho no solo de forma individual, ya que también cuidas a tu país. Tu obra Marica fue importantísima para que salga la ley del matrimonio igualitario.

Lo sé, es un privilegio de la vida, nunca lo hubiese pensado, que las circunstancias se fueran hilvanando con entrevistas y con los medios…

Marica la habías escrito mucho antes del debate de la ley.

Sí, muchísimo antes. Recuerdo en un almuerzo con Mirtha Legrand que tengo una frase que le dije a una diputada, «Calle o Pepe», sobre la discusión con los chicos de la calle. Entonces, dije, muy bien, ¿qué es preferible? ¿Que sigan en la calle o que los críe Pepe? Y escuché que en alguna manifestación la gente decía: «Calle o Pepe».

¿Y será que este tema de adopción de un hijo tiene un encadenamiento con la muerte de tus padres ya que marca un hito en un ser humano tanto una como la otra?

Estuve doce años con ese tema. A mí me hubiera encantado ser padre y cuando me casé con Ana María Cores, lo primero que le dije es: «Tengamos un hijo», y ella no quería. Luego a los cincuenta con Santiago hicimos todos los trámites legales, porque por izquierda no quería hacerlo, ya que es muy peligroso, incluso te pueden extorsionar. Y era que no, que no, que no, y cuando surgió la ley, hace dos años, sí surgió la posibilidad, pero le dije a Santiago que yo ya no me sentía capaz. Porque estoy grande y el problema no es que yo me muera, sino que se muera él, porque yo le llevo muchos años a Santiago. Si él muere, tengo que hacerme cargo del chico, y dentro de diez o quince años, no tendría capacidad, no tengo padres, ni familia que se haga cargo. Mi hermano tiene su vida, no le puedo pedir que se haga cargo de dos o tres niños como yo quería, ni de uno siquiera. Y sentí que a esta altura, hacerme cargo de toda una educación, me iba a privar de viajar, de hacer muchas cosas que tengo ganas de hacer. Hace años que todo eso no me hubiera importado, pero ahora sí.

Y esta renuncia después de tanta espera, es algo fuerte…

Indudablemente, lo ha sido.

Entonces, los hijos son las plantas y los perros…

Si, los perros, las plantas… han sido también mis discípulos, los actores que formo…

¿Y tus sobrinas?

Las formó la vida, más mi madre que yo. Candela trabajó conmigo, Magalí no, con mi hermano tengo un vínculo fantástico, pero algo distante. Él tiene once años menos que yo. Somos muy distintos. Las hijas salieron artistas porque él hubiese querido serlo, pero, por ese entorno familiar de exitosos, él sintió que no hubiera podido ocupar un espacio ahí. Eligió otro espacio, le fue muy bien en la vida, hizo un portal que se llama El Sitio, fue un éxito.

La paternidad la puse con los jóvenes, y me pasa que cada día veo que se cansan, que se están achicando las posibilidades y veo que estos chicos no sé que van a hacer el día de mañana. Hay muchas escuelas, y hay un grupo que no se cansa, pero no puedo ayudar a todos porque los elencos que antes podían ser de cuarenta, ahora tienen que ser de diez, lo que me limita a poder darle esos treinta espacios a jóvenes. Enseño, doy clases, voy poco ya, porque no puedo estar explicando quién es Discépolo. No puedo estar en eso, deberían tener ellos esa inquietud, y son como… se los digo a ellos, son como primates. Y esto de la formación lo hice durante muchos años…

Y el tema de la literatura es lo que más te está llamando…

Sí, sería feliz, pero sé que no podría vivir de eso. En Estados Unidos, los escritores pueden vivir de eso, pero acá ningún escritor puede sobrevivir. Y yo vivo de una manera que necesito un capital, porque esto es un monstruo, un elefante, más como me gusta vivir. Entonces, no puedo, es más, tuve dos experiencias con dos editoriales y fue horrible. Por eso pensé, esta novela la voy a editar yo solo, y la voy a regalar a la gente para que me lean. Hasta que surgió esto de Letra Viva, que se volvieron locos, y me pareció muy bien que me editen. Me parece muy buena gente.

¿De qué trata tu novela?

Son cuatro hermanas que viven en un pueblo fantástico, no sabemos bien dónde queda. Me lo imagino en el año 1800, más en Europa que en América. Este pueblo tiene a estas hermanas que son solteras y huérfanas, y son las personas más ricas de este pueblo. Tienen una mansión en el medio del pueblo, nadie sabe nada, ni de qué viven, ni de dónde proviene su fortuna. Hay una estación de tren y cada tanto pasa un tren. Y cada vez que pasa uno, todos van con la banda, engalanados, para festejar que no paró. Ellas tienen una unión, un pacto hecho de sangre, de hermandad, y un día, sí para el tren. Y baja un hombre, Narciso, y es un hombre mágico y ellas, las cuatro, se enamoran de Narciso. Pero Narciso se enamora de las cuatro también. Entonces, como ellas viven juntas en ese caserón inmenso, no es ilógico que él quiera casarse con una. Ellas aceptan esto con la condición de que si una de ellas se muere, tiene que casarse con la que le sigue, y así sigue la historia. Van muriendo, y la que escribe la historia es la más joven. La escribe ya de grande, cuando muere Narciso, y explica que no sabe escribir y que no espera que lo lea nadie, y ni sabe si le importa que alguien lo lea. Es una historia tan bella, cuenta sobre sus padres, unos personajes bellos.

¿Qué te inspiró esta novela?

Mamá me contó una vez que tenía una mucama que tenía una hermana en España y que se había casado, y cuando se murió, el marido se casó con la hermana. Era una simple anécdota que me llevó a pensar todo lo demás. Ahora estoy escribiendo otra novela que se llama La prueba de Julia. Es una obra de teatro que trata de una mujer que hace gimnasia todos los días, mucho sol, tiene mucha plata, muy mona, muy todo. Pero tiene una vida de mierda. Se casó con un marido hacía muchos años, con el que se acostó por primera vez en su vida y se quedó embarazada. Perdió al hijo, pero él es muy católico, por lo que no puede divorciarse. Entonces, conviven, no se hablan, y él lo poco que le dice son cosas horrorosas. Él llega, ve un poco de televisión, se va a su oficina y se va a ver a su amante. Ella vive en un quartier y en el ascensor se encuentra con una vecina con mil paquetes y le pide que la ayude. Julia la acompaña arriba, a su departamento. Esta mujer es un delirio total, tiene cuarenta y ocho amantes, y empieza a divertirse mucho con esta vecina. Sube y baja, se ven, se hacen amigas, y la vecina le dice que tenga amantes y ella no quiere aceptar nada de esto. Julia llega a su departamento, la amiga en bolas, y detrás ve a unos chongos divinos y se cagan de risa, se divierten, hasta que la amiga le dice que vayan a una prueba para un musical. Y Julia le dice: «Pero yo no bailo, no canto, no hago nada», pero al final fue para divertirse. Hay algo de mí, soy yo pero no soy yo… Ella hace las pruebas, con todas las mallas, divina, todo Dolce Gabana, todo lo mejor, y en esa prueba, la amiga no queda, pero Julia sí. La disyuntiva ahí es qué hago. Se sintió por primera vez respetada en toda su vida. Se lo explica al marido, quien le dice que está en pedo, y ella sigue pasando las pruebas. De niña tuvo una infancia y unos padres terribles, su hermano, a los catorce años, se fue, porque era gay y el padre lo agredía. Le daba golpes y demás, y por eso no lo había vuelto a ver. De pronto, ella en una de esas pruebas, se pone a hablar con alguien, y era su hermano uno de los participantes que va quedando. Y ella sigue quedando, y cada vez menos gente del grupo. Un chico de veinte años, veintidós, la seduce y tiene por primera vez en su vida un orgasmo. Conoce el sexo, el amor, la pasión, su amiga feliz, y veremos cómo lo voy a terminar. Tiene un monólogo con ese marido, cuando le dice que se va, pero antes de irse le deja una entrada para que la vaya a ver esa noche.

El tiempo parece que se va con tantas ideas que tiene ese escritor que hay en vos y que pugnan por salir.

Mirá que no soy un hombre muy ordenado, ni de esos escritores que escriben muchas horas diarias. No, lo de Julia está por la mitad y hace meses que no la toco, pero la pienso, y la pienso. La voy gestando como un gran embarazo. Marica la escribí en dos días.

¡¿En dos días?!

Sí, y Juana en tres o cuatro días. Yo no tengo idea de lo que voy a escribir en mis obras, no hago ninguna sinopsis ni análisis, no, nada, solo necesito saber cómo empieza y cómo termina. Cuando escribo musicales, no sé, mientras lo hago si llegarán a cambiarse a tiempo, pero no sé cómo siempre llegan a tiempo. Pero no digo ese cambio lo podrán hacer ni hago cálculos. Cómo lo sé, no lo sé…, porque soy inteligente. Por eso yo me creo genial, hay gente que te dice que eso lo digan los demás, y yo digo, no, no, no, ¿por qué no? Y lo digo yo, y además que me lo digan los otros. Porque ser genial y decirlo no es un acto de no humildad. Creo que ser humilde es aquel que sabe escuchar opiniones y, en función de eso, puede modificar acciones o decisiones.

Tu genialidad parece estar sustentada en saber alimentarte de todo lo que necesitás para gestar tus obras, y esto incluye a los otros también. No es como se piensa de manera prejuiciosa que un genio está colgado de la palmera.

Sí, exacto, alimentarte de todo. Y después, yo creo que el genio es como el cuento oriental. Es el que sabe salir de la lámpara y crear magia. Ese es el genio, el que logra magia, y que se modifiquen cosas.

Sos un mago.

Y sabemos que para el teatro hay que ser un poco mago, los grandes magos son los que sacan el conejo y no sabes de donde lo sacaron. Los malos magos son los que se ve de donde sale el conejo. Conmigo no se ve de donde saco el conejo (risas). Cuando le llevé el Drácula a Tito Lectoure, no sé qué hice. ¡Ni yo lo sé! (risas).

Le llevaste tu Drácula y confió en eso que era tu creación.

Esto fue hace muchos años, él era un hombre muy delirado, yo nunca volví al Luna Park hasta que fui a ver a Sarah Brightman. Dije voy, cortemos esta suerte de dependencia psicológica por la muerte de Tito. Fui y no me emocionó porque está cambiado, está feo, está distinto. No era mi Luna Park. Me sentí como si estuviera en el Gran Rex. No me importó nada y mira que viví como diez años de sueños, de delirios, y las fantasías más grandes que te puedas imaginar. Desde Drácula, El jorobado, Las mil y una noches, las veintiocho temporadas de cada uno. Muchos años trabajando casi permanentemente. Lo viví con mucha alegría. Yo nunca pensé que iba a llenar un estadio. Mi sueño era llenar un teatro pero cuando él me dijo esto, y me pregunté cuántos caben y contestó: «Cinco mil», le contesté: «Bueno, me da igual».

Quizás el tiempo no alcanza para realizar tantos sueños…

Sin embargo, sé que no voy a realizar todos y te aseguro que disfruto mucho más esto de estar en mi casa jugando a Age of empires, viendo series, porque no veo televisión hace como diez años y no conozco a nadie del medio, más que a Tinelli, que sé que es un monstruo y que es el responsable de la desculturización total. Porque podes no verlo, pues, ¡¡¡pero lo ves en todas partes!!! En el diario, en Internet, y lo ponés y está, lo ves aunque no quieras.

Estoy en eso, y de golpe escribo. Yo todo lo que he querido hacer en mi vida, lo he podido hacer.

Pero parece que tenés muchas más cosas por hacer.

Pero se ve que no las he querido hacer.

Esa puede ser una manera de estirar el tiempo, y entonces, el tiempo se va.

Puede ser… Justamente, parece que así lo voy alargando, pensando que soy inmortal… Pero ¿quién no lo piensa?, si no tenemos conciencia permanente. Sí, soy un hipocondríaco…, pero, en general, no hay conciencia de la finitud. Nos lo planteamos existencialmente, yo me lo planteo todas las noches al apagar la luz de la lámpara. Me digo, ¡joder, otra noche de nuevo! Y no digo cuando me levanto, ¡joder otro día de sol!

Dijiste ¡joder!, igual que tu madre.

Es por el personaje de Priscilla, yo siento que soy igual que mi madre cuando lo hago. En esta, digo, esta es mi madre. En Marica, sentí que era mi padre en todo.

En Marica encarnaste a tu padre y a muchos personajes más. Marica es una clase magistral de actuación, ya que compones muchos personajes, y en todos cambiás los tonos de voz, los gestos, tu expresión corporal. Y ahora en Priscilla decís que recordás mucho a tu madre. Y esta, ¿no sería una manera de inmortalizar a tu mamá y a tu papá?

Sí, es un homenaje. Yo me ofrecí para hacerla. Vi Priscilla en Londres y en Nueva York, y me había enloquecido. Pensaba que esto no se haría nunca acá. La obra en sí es una tontería, lo que rescato es que es un alegato contra la discriminación. En sí, la historia no es grande, la dirección sí. La versión inglesa era muy interesante. En fin, creo que le estoy dando un delirio mucho mayor al personaje. Es una especie de Sunset Boulevard con una mezcla de bipolar. Es un personaje muy bello, de una ternura tremenda, y no paro de agregarle cosas. Por momentos habla francés, italiano, porque es como una diva de otra época. Es muy gracioso. Salgo con zorros, con un vestuario espectacular, va a ser muy cansador, tengo doce cambios de ropa, ocho de pelucas y de zapatos, tengo dos vestuaristas nada más que para mí.

Le estás dando tu toque de humor particular y tu charme, con mucha improvisación de tu parte. ¿Esa era tu madre?

Sí, ella improvisaba mucho mucho, a partir de lo que tenía que ver con el personaje. Este es un personaje delirado, y eso a la directora le gusta mucho, la divierte. No cambié la obra, no, el texto es el mismo, con agregados. ¡Y soy tan exagerado! En Madrid, me compré dos bolsas así de grandes llenas de maquillaje Mac. Cuando lo vio la maquilladora me dijo, ¡pero eso es para ocho elencos! (risas).

¿Vos llevás tu maquillaje?

Yo me maquillo, yo solo. No me gusta que me maquillen. Cuando hago Marica, no utilizo maquillaje, pero sí si hago de mujer, los Borgia o algo de eso, ahí me divierte mucho hacerlo. Y yo aprendí mucho de maquillaje viendo a mi madre. Mi madre se maquillaba muy bien.

Tenés muy internalizada a tu madre. Y cuánto la haces crecer con tu actuación, como todo lo que hacés crecer a tu alrededor. Esta es tu forma de inmortalizar a tus padres, pero también de inmortalizarte por todo lo que vas a dejar en este mundo, como actor, como director, como escritor. Tal vez, el tiempo tenga que ver con eso… ¿Cómo se puede manejar el tiempo cuando hay tanta creatividad?

Se puede. Yo me tomo mucho tiempo para todo, se puede. Hace seis días que no salgo de casa, para mí el mayor placer es quedarme en casa. Me siento acá o camino por el parque, vienen algunos amigos a cenar, a veces, soy de recibir desde ese lugar porque me encanta, aunque no somos muy sociables, ni de salir, ni de hacer fiestas, ni nada. O ir a alguno de los restaurantes que me gusta mucho.

Y el tema del tiempo, además, ¿estará en relación a la locura de Juana la Loca?

No lo sé, mi amor… El tema de la locura me ha apasionado siempre muchísimo, pensá en Calígula, en su locura. Yo nunca he tomado drogas porque si las hubiera tomado, hubiera sido el drogadicto más grande del mundo.

No la necesitás. ¡Ya estás drogado!

(Risas). Por lo que escucho, si hubiese tomado cocaína, ya estaría trepándome por las paredes. Te cuento que un día cuando escribí la primera novela, Chat, como nunca escribí una novela, hablé con un escritor para que me dé clases. Me dijo: «Yo te ayudo». Entonces, en la primera reunión, le conté la historia, me hizo preparar un capítulo, y cuando se lo leí, me dijo: «Sos el Henri Miller argentino». Estaba fascinado y me pidió que lo lea de nuevo. Entonces, me dijo: «¿Querés coca?». Yo le dije: «No, no gracias», pensé Coca-cola, y siguió leyendo y de pronto veo que saca algo y supe que era, y ya mi corazón me temblaba porque yo nunca había visto la cocaína. Por eso me pregunto si quería coca, y yo no gracias, acabo de tomar; pero no era Coca-Cola (risas). Y cuando vi que ese gran escritor se estaba dando un pase interesante… (risas), pensé todo esto. Él la llevó para que la editara Planeta y después vino todo el lío económico. Después, surgió otra editorial que quería sacar literatura, no se portaron bien, me fue muy mal.

¿Cuál es el tema de Chat? ¿Algo que ver con que a Santiago lo conociste por chat?

Esto fue mucho antes. Cuando empezó el chateo, había portales gays y, en ese momento, me divertía mucho, ahora, no sé cómo es porque, desde que conocí a Santiago, nunca más chatee. Pero en ese momento quería conocer a alguien, pero no para coger.

No, claro, se nota, si no, no hubieran durado quince años.

(Risas). No, pero lo aclaro porque cuando vos chateás, te preguntan desde cuánto mide tu pija, así que imaginate que los gays no son muy románticos (risas). Pero un día estaba chateando, y pensé esto es virtual y me dije que pasa si yo entro como mujer. Y entré, empecé una charla erótica con un hombre y después no seguí la charla porque iba a querer encontrarme. Ahí pensé qué interesante como tema de una novela. La historia es de un homosexual, pasa en 1984. Ahora todo se ha modificado, antes tener una computadora era un lujo; entonces, chateaba en su oficina. Él era gerente de eventos y muy mariquita, con una madre que era tercera bailarina de revista, monstruosa. Llevaba una vida muy sórdida, y con esa madre con la cual está muy apegado. Hay otro chico joven de veintiocho años, con un padre milico, vive en su mundo, con un cuarto lleno de computadoras, guapísimo y nunca tiene relaciones sexuales con nadie y con las mujeres las tiene por Internet.

Sos un adelantado porque esto del sexo virtual es ahora algo común.

Si, es cierto… (risas). Al final, se encuentran los personajes. La jefa de él, de Relaciones Públicas, se llama Mónica. Él saco fotos para el evento de la empresa, entonces, todo lo que le cuenta es a través de la vida de Mónica. El otro empieza a enamorarse de Mónica y le pide una foto, y le pasa la foto de Mónica, y el otro le pasa la suya. La relación sigue hasta que un día deciden encontrarse. Este llega horas antes, y el otro entra y no se presenta, va a ver cómo es y se va. El chico este era un psicótico, le dice cómo no apareciste, y bla bla bla, y este chico viene a Buenos Aires, está en un bar de mierda y ve pasar a Mónica. Hasta que descubre quién no es Mónica. Es una historia fuerte, muy fuerte.

Es para llevarlo al teatro, y es muy visionario, contiene teatralidad. Y sirve para hablar de la relación con otro que solo existe virtualmente, y del cual se da un enamoramiento de eso que para ellos existe.

Sí, es un tema muy interesante, sí, de eso que se enamoran porque inclusive no se sabe si el otro es hombre o mujer, si es un niño o un tipo de noventa. Y la gente se cree eso… (silencio).

Bueno, te di algún tiempo, ¿no?

Sí, justo una sesión. (Miramos la hora y eran las cinco, y habíamos comenzado a las cuatro).

(Risas). Sí, una sesión exacta de una hora.

Del otro lado del diván

 

Pepe es un artista con un manejo extraordinario de la seducción. Provoca un inmenso placer el poder escucharlo, ya que se formula preguntas y no siempre va en la busca de respuestas, puede sostenerlas y sabe abordarla sin cerrarlas. Por el contrario, a medida que su discurso transcurre, Pepe se va abriendo a nuevos interrogantes y permite al otro seguirlo en su línea de pensamiento. En ese sentido, es el elixir de cualquier psicólogo.

La cuestión del tiempo es la problemática recorrida a lo largo de toda la entrevista. Pensamos juntos algunas hipótesis posibles. La marca del tiempo de todo lo que ama y crece (plantas, perros) y de todo lo que Pepe hace crecer con su amor. El amor que lo hace crecer también a él y los cuidados que él reconoce que necesita para seguir creciendo, y para continuar nutriendo su vida.

El duelo de sus padres y su elaboración, lo que implica la toma de conciencia de la in-corpo-ración de todo lo mejor que le dieron sus padres para reencarnarlos a través de su arte.

La renuncia a tener hijos es, además, otro tema que lo confronta con el tiempo.

La escritura donde se movilizan sus fantasmas y los personajes internos que lo habitan es otro tiempo. Son otros embarazos y otros posibles hijos; por eso, solicitan de la intervención del otro y del apuntalamiento social. El tiempo que se pasa porque en la borrachera del delirio y de la locura artística de Pepe el tiempo se escurre, se alarga y se ajusta a un tiempo interno.

El tiempo de la creatividad que requiere hasta del ocio para renovarse, este es un tiempo que está fuera del tiempo cronológico. En ese fuera del tiempo, Pepe puede fantasear con otro espacio, el espacio del escritor, o del que puede cambiar todo y vivir en otro lugar, porque todo ese lleno está dentro de él y se lo lleva con él. Y él sabe que con todo eso puede reinventarse a sí mismo.

Siguiendo todas estas hipótesis que fuimos desplegando, la clave de la cuestión del tiempo se puede encontrar, sobre todo, en el final de esta entrevista, cuando Pepe da por terminada la sesión. Lo que sucede es que con un analizante como Pepe, que se analiza solo, que posee un pensamiento que hace historia, e inventa otras, mientras aparecen otras nuevas ideas, es que el tiempo se me pasa, como a Juana la Loca o como a Pepe estando consigo mismo. Deduzco que lo que Pepe no puede resolver es de aquello de lo que está hecho y, por lo tanto, es su esencia: su atemporalidad.

Pepe es atemporal como los mitos y como lo Inconsciente. ¿De ahí sus éxitos que no saben del tiempo y que lo hacen inmortal?

Por todo esto y pese a que habitualmente es el analista que da por terminada la sesión, en este caso, con Pepe, no pude hacerlo. ¡Es que el tiempo se me pasó! Y ahora que estoy transcribiendo la entrevista, vuelvo a sentir que el tiempo se me pasa, el tiempo se me pasa, el tiempo se me pasa….