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14 noviembre, 2011

Cómo funcionan las ONG que les brindan asistencia.

Consultamos a dos organizaciones no gubernamentales, El Arranque y Manos Abiertas, para que nos cuenten de qué forma ayudan a estos chicos en situación de calle y cuáles son las actividades que realizan.

Por: Gimena Rubolino

 

De acuerdo con la Convención Internacional de los Derechos del Niño, todo niño tiene derecho a una familia, al descanso, a la salud, a la libertad de expresión, a una infancia feliz, a no trabajar, entre otros. Sin embargo, sólo en la Ciudad de Buenos Aires hay alrededor de 4 mil chicos en situación de calle —según datos del gobierno porteño—, y el 90 por ciento de ellos proviene del Conurbano bonaerense. En muchos casos, trabajan para ayudar a sus familias y son víctimas de violencia y maltrato.

Las organizaciones no gubernamentales El Arranque y Manos Abiertas decidieron no quedarse al margen de este problema y tomar medidas para ayudarlos.

Es importante aclarar que, si bien El Arranque no trabaja con niños en situación de extrema vulnerabilidad, sí lo hace con adolescentes en condiciones precarias respecto de sus necesidades básicas. La mayoría de ellos provienen de la Villa 31 y de zonas periféricas de la ciudad, y tienen entre 13 y 19 años.

Por su parte, Manos Abiertas asiste a niños de 2 a 12 años y cuenta con un hogar propio en el que muchos de ellos reciben alojamiento.

Según María Laura Casaldirectora del hogar de Manos Abiertas: «Las mayores carencias que presentan estos chicos son de orden afectivo. Por un lado, la falta de una familia que los contenga y, por el otro, la falta de límites puestos desde el cuidado responsable y desde el amor, ya que muchas veces se entiende por límites la agresión física, los golpes, los gritos e insultos, etcétera. También notamos que carecen de hábitos de higiene, de alimentación, de tener horarios establecidos para cada cosa».

No es casualidad que ambas organizaciones hayan nacido en el año 2001, en el contexto de la gran crisis económica, social y política que atravesó el país.

«En ese momento, nos dimos cuenta de que algo teníamos que hacer y no podíamos quedarnos al margen. Así fue como comenzamos a trabajar con actividades recreativas con un grupo de veinte personas—afirma Paula Iramain, coordinadora general de El Arranque—. Lo primero que hicimos fue irnos de campamento con un grupo de chicos. Obviamente, nos asesoramos sobre su cultura, su lenguaje y costumbres, porque queríamos tener llegada a ellos, y nuestra intención era inculcarles valores como el cooperativismo y la solidaridad».

La lucha por un futuro mejor

El Arranque cuenta con un taller de apoyo escolar que funciona todos los lunes y jueves de 18 a 21, en el que aproximadamente 60 adolescentes reciben ayuda para poder terminar el colegio. El acompañamiento es personalizado.

La institución tiene un área recreativa en la que siguen funcionando los campamentos y se organizan las salidas para que los chicos puedan entablar amistades y sociabilizar entre ellos.

Además, la ONG presenta un área de inserción y capacitación laboral, con el objetivo de brindarles a los jóvenes las herramientas para que puedan conseguir un trabajo real.

«Hace dos años venimos trabajando con un sector del Gobierno de la Ciudad, Reconstruyendo Lazos, que funciona como nexo entre las empresas y las instituciones para que los chicos consigan trabajo —explica Paula Iramain—. A un chiquito le conseguimos una pasantía porque quería ser chef. Comenzó en un restó como lavacopas; un día, faltó el ayudante de chef, inventó un plato y quedó trabajando ahí de forma permanente. Entonces, hay como pequeños sueños que de a poco los chicos pueden ir logrando».

En el caso de Manos Abiertas, los niños provienen todos del sistema judicial (centros zonales de protección de derechos) y en la institución, con un equipo de trabajo interdisciplinario, se trata de atender a sus necesidades de manera integral: salud, vestimenta, educación, atención psicológica, recreación, etcétera.

«También se realiza, en forma paralela, un abordaje con la familia de origen, si la situación lo permite y se la puede ubicar, para ver cuál es la motivación que originó la internación de los chicos», afirma María Laura Casal.

En el hogar, no se realizan talleres de capacitación, ya que, al funcionar como una casa, no es abierto a la comunidad. Pero sí se realizan talleres o actividades de capacitación puntuales para cuidadores, en algunas oportunidades.

«También, desde otros centros de la misma fundación Manos Abiertas, se participa en los talleres o las actividades formativas que dichos centros propician. Por ejemplo, en el Centro Educativo San Ignacio, se brindan talleres de oficios; en la casa de salud mental Casa de la Esperanza, se ofrecen talleres de murga, de telar, de manualidades, de suvenires, de juego, de circo, de música, de teatro y de rock, cada uno pensado para un público específico», explica Casal.

Con respecto a los objetivos por cumplir, ambas instituciones concuerdan en que se les hace muy difícil trabajar con las familias de estos chicos, y manifiestan que no hay organismos (correspondientes a la jurisdicción donde se encuentranlas familias) que ayuden a mejorar el vínculo de padres e hijos.

«Por otro lado, cuando la familia no puede revertir sus problemáticas, la posibilidad de adopción de los chicos se demora demasiado en los tiempos judiciales. Y las faltas de resoluciones apropiadas en tiempo y forma genera en ellos una sensación de inseguridad y abandono —explica Casal—, ya que todos manifiestan, sin lugar a dudas, querer tener una familia, muchas veces teniendo ellos también muy en claro que no desean revincularse con la familia de origen».

Aunque desde el Gobierno se llevan adelante acciones para mejorar la situación de los chicos, faltan recursos materiales y humanos.

«También faltan políticas sociales de prevención y promoción, lo cual evitaría muchas situaciones límite y muchas internaciones en hogares. La ley de Protección de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes es progresista, pero desgraciadamente todavía queda el desafío de armar estructuras para ponerla en práctica», explica Casal.

Por otro lado, como la mayoríade los niños provienen de familias inmigrantes (peruanas, bolivianas, paraguayas…), a la dificultad económica y social se le suman la fuerte discriminación y la descalificación que sufren los chicos oriundos de países limítrofes.

«Creo que con los adolescentes hay un estereotipo de pibe chorro que es una estigmatización bastante irracional de los chicos, no sé cuánto está haciendo el gobierno para arrancar esa mirada», explica la licenciada Iramain.

Este factor es parte de una problemática que afecta a toda la sociedad y, en mayor medida, a los chicos. De alguna forma, todas las personas que trabajan en estas instituciones se hacen responsables de los problemas de la sociedad y tratan de resolverlos. Aunque sigan existiendo niños que necesiten ayuda, si todos los ciudadanos tomamos conciencia de que podemos brindar ayuda, es posible pensar en que la sociedad salga adelante con mejores perspectivas para el futuro.

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«Hay mucho desconocimiento, en la sociedad, de los derechos de los chicos, y eso es algo a construir», concluye Casal.