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29 mayo, 2012

ARTE

Por Barbara Roesler

La polémica revista de Antonio Zamora inspiró una muestra que intenta reflejar la cosmovisión del grupo Boedo, impulsor en el siglo pasado de la idea de la «revolución a través del arte».

El error del arte y de los artistas es creer

que el arte sólo tiene que ver con el arte.

Elías Castelnuovo

Corrían los convulsionados años 20. Ya desde principios de siglo, las ideas políticas que proponían la ruptura con los modelos hasta entonces en boga se habían expandido por el mundo. Con la llegada de la nueva década, no solo se observaba la materialización de algunas de estas premisas sino algo que, en otros tiempos, hubiese sido una quimera: el arte había recogido el guante y se había vuelto político. Surgieron así las vanguardias estéticas, que tanto en la literatura como en la pintura pusieron énfasis en la idea revolucionaria en todas sus aristas.

Como no podía ser de otra manera, en esta parte del globo la intelectualidad también se vio influenciada por el acontecer mundial. Escritores, pintores, dibujantes y artistas en general hicieron suyo el concepto de que era necesario romper con los modelos modernista y romántico que habían llegado, casi sin discusión, del siglo anterior. En Buenos Aires, este movimiento se concentró en dos grupos, que se reunían en torno a dos puntos neurálgicos de la ciudad: los arrabaleros de Boedo, abocados al arte «social y revolucionario», y los refinados de la calle Florida, que buscaban el cambio pero solo a nivel estético. Cada uno contaba con sus publicaciones de divulgación de las últimas tendencias, las revistas Claridad y Martín Fierro, respectivamente, eran sus bastiones.

El Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), de la mano del curador Sergio Baur, decidió que toda esta «movida estética» no podía quedar en el olvido, por lo que desde hace dos años intenta rescatar lo mejor de cada una para el visitante del museo. Así como en 2010 realizó una muestra en honor al grupo Florida y su emblemática Martín Fierro, en 2012 presentó Claridad, la vanguardia en lucha, una exposición en la que no faltaron primeras ediciones de libros emblemáticos, ilustraciones, ejemplares de esta revista ni de otras editadas por los mismos autores y que también forman parte de este corpus tan especial como polémico. La intención es mostrar al público el accionar de este grupo en el período comprendido entre 1920 y 1940, tomando como punto de partida la revista Claridad. Revista de arte, crítica y letras, de Antonio Zamora. Así, Baur concluye su programa expositivo sobre la modernización artística de la Argentina, iniciado con la muestra El periódico Martín Fierro en las artes y en las letras (1924-1927) en 2010.

La vida de Claridad, en seis pasos

La exposición se encuentra dividida en seis bloques temáticos, que recorren el devenir de los intelectuales que, agrupados bajo el halo editorial de Zamora, intentaron cambiar la sociedad y acercar las expresiones estéticas a quien, para ellos, debía ser su verdadera destinataria: la clase trabajadora. Inicia con Los charcos rojos, título de una novela del escritor Bernardo González Arrillo, de 1927. Este sector testimonia las tensiones generadas por la modernidad que dieron paso al surgimiento de las escuelas de vanguardia, primero en Europa y luego en América Latina. El descontento social, la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa encuentran sus correlatos en las obras que sellan el inicio del recorrido, y en las que se observa cómo el choque con lo que sucedía en el país y en el mundo fomentó la idea del arte como un modo de expresión de lo que sucedía.

Sigue Las puertas de Babel, tal y como Héctor P. Blomberg nombró uno de sus libros en 1920. Este núcleo está dedicado a las transformaciones sociales de esos años, con especial hincapié en lo que acontecía en las fábricas y el campo. Es importante recordar que, en enero de 1919, se produjeron en Buenos Aires los incidentes en los Talleres Vasena, reclamos salariales y laborales que quedaron inmortalizados en la historia argentina como la Semana Trágica.

Los destinos humildes, el siguiente bloque temático, toma su denominación de un libro de poemas de Leónidas Barletta de 1938. Allí se puede ver a los protagonistas de toda la obra estética del grupo Boedo: el mendigo, el vagabundo, los pescadores, los «viejos desesperados», la «madre del pueblo» y el humilde, entre otros. Inmortalizados en el arte social de los Artistas del Pueblo, que ilustraron tapas de libros y revistas; en los grabados y pinturas de célebres como Xul Solar, Emilio Petorutti, Adolfo Bellocq, Norah Borges y Pablo Picasso y en la prosa de Elías Castelnuovo, Roberto Mariani, Álvaro Yunque y César Tiempo, el obrero en su vida cotidiana, las protestas sociales y el devenir de los sin techo encontraron su lugar en el arte. «Como nosotros procedíamos de las clases humildes, no empezamos a escribir para los ricos, no luchábamos por crear una nueva literatura, sino una nueva sociedad […] Sosteníamos dos cuestiones fundamentales: que el arte tenía una función social, y que si el arte no se ocupaba del pueblo, el pueblo no tenía por qué ocuparse del arte», escribió Leónidas Barletta en 1939, aclarando cualquier duda que cupiese sobre la intención claramente arraigada a las masas de este grupo.

El cuarto sector fue llamado El arte y las masas, en honor a la obra de Elías Castelnuovo de 1935. Su intención es reflejar, mediante escritos y grabados, cómo los intelectuales del arrabal hicieron suya la idea de «arte heroico», de una labor que va más allá de los sentimentalismos literarios para dar cuenta de una realidad escueta y dolorosa, que sólo puede ser comprendida, amada y dignificada. En ese sentido, la editorial Claridad —proyecto que sostuvo la revista y otras publicaciones del grupo Boedo— se destacó por ser una empresa cultural con clara raigambre social que buscaba la integración.

Retomando el título de una obra que Raúl González Tuñón escribió en 1936, La Rosa Blindada introduce al visitante en los años trágicos del ascenso de los totalitarismos en el mundo, desde la Guerra Civil española hasta el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial. A través de la mirada de artistas y escritores, se sienta una clara y férrea posición en contra de las dictaduras. Ejemplo de ello es la mención de la novela de Elías Castelnuovo Resurrección: Impresiones de una conciencia libre sobre la epopeya heroica del pueblo español, publicada en 1938, que se constituyó como la primera editada en América sobre la contienda ibérica.

El recorrido finaliza con el sector denominado Versos de la calle, el primer libro de Álvaro Yunque que llegó a las librerías, que data de 1924. Allí pueden apreciarse ediciones originales de la generación literaria de Boedo, con títulos como El gato escaldado o La musa de la mala pata, de Nicolás Olivari, El amor agresivo, de Roberto Mariani, y 300 millones o El juguete rabioso de Roberto Arlt; ejemplares de las revistas La Campana de Palo y Leoplán; películas hollywoodenses de la época; ilustraciones de artistas como Pablo Picasso, Adolfo Bellocq y Abraham Regino Vigo, entre otros; y hasta la reproducción de un manuscrito original, acompañado por ilustraciones del propio autor, de Federico García Lorca.

Para el pueblo lo que es del pueblo

La década del 20, a nivel intelectual, se caracterizó en Buenos Aires por la discusión teórica entre dos grupos, en principio antagónicos: el de Boedo y el de Florida. No se trató solo de dos puntos de la cartografía urbana porteña, sino que constituyeron enclaves culturales con rasgos bien distintos y definidos. Mientras que Florida, la calle céntrica y elegante, respondía al ideario de la clase media porteña, cosmopolita, modernizadora y ávida de las novedades europeas, las del «verdadero arte», los arrabaleros de Boedo reivindicaban a los sectores más populares con viejos contenidos criollos —como la cultura payadoresca, el circo de la segunda parte y el tango— mezclados con elementos traídos por los inmigrantes que hablaban de anarquismo y socialismo. Así, de manera esquemática, puede hablarse de una polarización cultural Boedo-Florida, cada una con sus publicaciones características. En ese sentido, Claridad y Martín Fierro respectivamente marcaron no una época y fueron hitos de dos posturas tan antagónicas como innovadoras.

Claridad. Revista de arte, crítica y letras fue una creación de Antonio Zamora, que se publicó entre 1926 y 1941 y que continuó a otras de la misma corriente intelectual como Los Pensadores, La Campana de Palo, Dínamo, Extrema Izquierda, Revista del Pueblo y una originaria Claridad de 1919, dirigida por José P. Barreiro. Zamora «no es el primero que se hace cargo de la causa popular, ya sea desde la denuncia o desde la cuestión más pedagógica», explica a El Gran Otro Gabriela García Cedro, profesora de la materia Problemas de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires y autora del libro Boedo y Florida: una antología crítica. En ese sentido, la especialista destacó también como antecedente a la revista francesa Clarté, de Henri Barbusse y Romain Rolland, que tuvo repercusión «en toda América Latina» por aquellos años.

En las páginas de Claridad, autores como Elías Castelnuovo, Lorenzo Stanchina, Leónidas Barletta, Roberto Mariani, Gustavo Riccio, Álvaro Yunque, Juan Pedro Calou y César Tiempo, entre otros, desplegaron toda su pluma para difundir una literatura que se acercaba a los lectores proletarios con eximia calidad. Retomaron a Ibsen, Gorki, Tolstoi, Hamsun, France, Zola, Lenin, Marx, Kropotkin y Bakunin, y los mezclaron con autores argentinos positivistas y liberales del siglo XIX como Echeverría, Sarmiento, Alberdi, Ingenieros y tantos otros, en un collage muy usual para los escritores de la izquierda argentina de la época.

Desde Boedo al 800, este proyecto ideológico —conformado, principalmente, por la revista y la editorial del mismo nombre— a través de los años fue volcándose a lo estrictamente político, con foco central en la cultura del obrero rioplatense y latinoamericano, pero sin olvidar su lucha contra los totalitarismos reinantes en el mundo.

La polémica Boedo-Florida, hoy

«La famosa, a esta altura, polémica entre ambos grupos —en un punto— continúa vigente hasta hoy. Fundamentalmente, porque no se resolvió. La descalificación existió, desde ya. La polémica también, pese a que algunas veces se quiera desdeñar este asunto. Pero es importante señalar también los puntos de contacto entre ambos grupos», opina García Cedro, al tiempo que añade: «Me parece que lo que perdura es una versión cristalizada de la crítica especializada que asume a Florida como los “ganadores” y a Boedo como aquellos que, preocupados por cuestiones sociales, hacían “mala literatura”. Y los binarismos nos gustan tanto, que solemos intentar etiquetar la producción posterior con estos rótulos, por economía, sin tomar en cuenta las particularidades». Esto significa que, por un lado, al analizar la producción estética de las décadas del 20 y el 30 del siglo pasado es ineludible marcar las diferencias de estos dos grupos artísticos hegemónicos, tendencia que arrastra al estudioso a pasar por alto, aunque evidentes, ciertos rasgos en común, materializados, por ejemplos, en autores que escribieron para las publicaciones de ambas corrientes. Por otro lado, también, este binomio tan arraigado simplificó las investigaciones de los fenómenos artísticos que le siguieron. Tal es la fuerza de Boedo y Florida.

«En los 60 hubo una relectura de esa polémica por parte de varios integrantes de Florida y de Boedo —explica García Cedro—. Quienes se encargan de defender la posición de Boedo desde sus itinerarios posteriores son Castelnuovo y Barletta. En la “versión distinta” que propone Barletta, traza un itinerario que va de los 20 a los 60 en el que incluye como continuadores de Boedo a escritores como Beatriz Guido o David Viñas. Igual, creo que eso tiene que ver con estrategias de legitimación posteriores».

«En las páginas de Claridad se agruparon los vanguardistas convencidos de que el arte no debía ser ajeno a las necesidades del pueblo, que la literatura y las artes plásticas poseían la capacidad de hacer consciente la realidad y, también, de mejorarla», opina Guillermo Alonso, director del Museo Nacional de Bellas Artes. Por ello, no sin razón, se la recuerda como la «tribuna del pensamiento de la izquierda de la vanguardia argentina».

@BarbyRoesler

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