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28 noviembre, 2012

 

Tras el estreno de su última obra, Buena Gente, el director y dramaturgo celebra los diez años de su espacio Timbre 4 con la reposición de sus obras más celebradas.

Por: María Pilar González

Allá por 1998, un joven actor decidió arriesgar sus primeros pasos como director de teatro en un caserón de Boedo. Pasillo largo, departamento al fondo, Timbre 4 se convirtió en la usina creadora de Claudio Tolcachir (Buenos Aires, 1975), que de la mano de colegas y amigos comenzó a construir un universo basado en el absurdo y el grotesco, casi como una continuidad de los sainetes criollos de principios del siglo XX. El humor es también parte fundante de su obra, que atraviesa diversas generaciones, con giros inteligentes y a la vez trágicos, como puede verse en La omisión de la familia Coleman, pieza que trata sobre una curiosa familia disfuncional y refleja la decadencia de la clase media argentina.

De esta manera, a través de personajes que “hacen mal las cosas” –como él mismo los define– el autor dio forma a un personal estilo de dirigir, que le permitió “pegar el salto” en 2009 con la dirección de Agosto, obra interpretada, entre otros, por Norma Aleandro. Al año siguiente vendría el segundo éxito en calle Corrientes con Todos eran mis hijos, que consolidó –de la mano de Lito Cruz, Ana María Picchio y Federico D’Elía– a Tolcachir dentro de la nueva generación de directores argentinos.

Siempre surge la pregunta de cómo, dónde y cuándo nace el germen de esa idea que se transformará luego en una obra. ¿Qué camino sigue en tu caso?

Con el tema de las ideas, a la hora de escribir, siempre fue distinto, porque tengo mucha más experiencia como director, como actor y como docente. Como autor, cada obra que hice –La omisión de la familia Coleman, Tercer cuerpo y El viento en un violín– fue una aventura muy diferente, pero con un punto en común: siempre hay una historia que me conmueve, que me dan ganas de contar y que se me instala en el imaginario durante mucho tiempo, me emociona, me atrapa y empieza a ramificarse. Así empiezan a ganar espesor la identidad y las biografías de los personajes. Uno empieza a divertirse con las situaciones que puede crear con ellos. Me la paso anotando y éste es un trabajo que lleva meses antes de escribir. Voy juntando información, poniendo en duda algunas cosas,  abriendo puertas para que se puedan plegar las historias hacia distintos lados, hasta que surge una idea que no te abandona, que convive y se enriquece adentro tuyo.

¿Cómo se construye el clima de trabajo durante los ensayos?

Por un lado me pasa que yo no dirijo si no me gusta la obra y el elenco, pero no por una cuestión de dogma, sino porque no me surge, no lo puedo hacer, no me divierte. Me gusta pensar en los actores antes de la obra, saber con quiénes voy a trabajar forma parte de la inspiración. Siempre dejo muy claro de entrada cómo se trabaja, que ensayamos mucho, que trabajamos con buen clima y a partir de que los actores tienen confianza en mí yo puedo encarar relajado el trabajo.

¿Qué análisis podés hacer del teatro comercial y del under en la actualidad? Lo que tiene de bueno nuestro estado teatral hoy en día es que está en movimiento, que no está anquilosado y dividido entre la gente que va al teatro oficial y el resto. Por supuesto que hay un tipo de público para cada tipo de teatro, pero mucha gente por ahí conoce un director, un autor o un actor en el teatro comercial. Creo que el teatro oficial es el que tiene un estado más preocupante, porque no te podría decir en qué está. Me parece que atravesamos un momento de cierta incertidumbre, que tiene que ver con una falta de apuesta cultural, y eso es lo más preocupante, no hay personalidad. El teatro comercial tiene producciones muy caras, por eso necesita que vaya mucha gente, y éste es un año difícil, de transición. Por otro lado, creo que en los últimos tiempos se sumaron autores, directores y actores que hacen un teatro comercial bien amplio. Desde la revista, pasando por La cabra, hasta Buena gente, una obra súper profunda y tierna, sin ser una comedia convencional. Y en paralelo siempre está el teatro independiente, que es lo más divertido, porque ahí se toman más riesgos, se conocen actores y directores. Por ahí uno se puede equivocar de elección, pero me parece bueno que haya tanta oferta, y yo voy siempre con mucha expectativa a ver todas las obras, porque me acerco con ánimo de descubrir.

¿Qué tipo de espectador tenés en la cabeza a la hora de escribir?

Cuando escribo y cuando dirijo tengo un espectador promedio ideal: mis hermanos. Y en el caso de que no estén ocupados, mis amigos. Pero en general tomo a mis hermanos como referencia porque es con quienes comparto códigos de comunicación y de humor de manera más profunda. Son mi promedio de espectador porque son gente que no es de teatro, pero son sensibles e inteligentes, y ese es el espectador que me gusta. Son un público no entregado, un público que si se aburre en el teatro la pasa mal, o sea que hay que conquistarlo, pero al mismo tiempo disfrutar de un trabajo inteligente, de un buen guiño, de algo que no sean recursos obvios o baratos que se le ofrecen para entrar en la obra.

Alguna vez te vi cruzar los dedos en el estreno de la obra de un amigo. ¿Cuáles son tus cábalas?

(Sonríe) Cruzar los dedos y las piernas. Cuando vas a ver una obra de un amigo no podés hacer nada, solo tratar de mandar buena energía y uno hace esa tontería. El teatro tiene esa cosa de que en un momento se tiene que conectar el actor con el otro actor, el público, que no suceda nada externo como que se corte la luz, y como es muy mágico, hay algo de mística en eso. Una de mis cábalas, que hago con mis elencos de teatro independiente o con mis alumnos es comer ravioles el día del estreno, ravioles con salsa. Siempre funciona. Eso es garantía de que todo va a salir más o menos similar a lo que queríamos.

¿Cuál dirías que es el aspecto más conmovedor de tu vocación?

Nuestro trabajo es un oficio, y todos llegamos a él por vocación. Y a mí por suerte todavía no se me murió, ni mucho menos, la felicidad que me da el teatro, la curiosidad que hace que me vuelva loco en cada descubrimiento, como si fuera la primera vez. La verdad es que yo peleo porque esto no se muera, porque sería muy triste que fuera solo un oficio que solo consistiera en escribir una obra, y estrenarla, y hacer otra, y que ya no te ponga nervioso, que no te angustie, que no te emocione. Me pasa que tengo muchos miedos, que no sé si va a salir, que no sé qué decirle a los actores, y necesito trabajar para quemar ese miedo. Para mí es algo bueno que todavía me movilice, que tenga cábalas, que me pasen cosas. Este es un trabajo que tiene que tener alma.

¿Cuáles son tus próximos proyectos?

Lo que más tengo ganas ahora es de respirar Timbre, que es mi casa. Hay algo de casa todavía sin aprovechar, y quiero volver a las clases con los alumnos y el equipo de trabajo, que es un placer muy grande. Por ahora estoy bastante tranquilo y tratando de escribir una nueva obra.

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