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20 diciembre, 2012

Danza y geometría sagrada en la India.

En la India, la idea de que todo lo creado se origina a partir de una misma estructura tiene fundamentos religiosos. Como su arte es religión, en la danza el bailarín evoca aquel andamiaje de proporciones, convirtiéndose en canal, especie de médium de lo divino, siendo él mismo sujeto creador y objeto creado.

Por Natalia Bonaventura

Narran los Puranas, antiguos libros de sabiduría hindú, que el divino señor Narayana, protector del universo, se hallaba en el cielo reposando sobre la serpiente cósmica Adisesha, símbolo de la inteligencia universal. Entonces se presentó ante ellos Shiva, el dios de la liberación, en su forma de Nataraja —el bailarín cósmico—, quien comenzó a ejecutar una danza divina en la que el Universo entero se ve manifestado, en sus fuerzas de creación, preservación y destrucción. Bailaba sobre el cuerpo de un demonio, símbolo de la ignorancia, la cual debemos trascender para liberarnos de la ilusión que significa la existencia en la materia.

Narayana se sumió en la contemplación de aquella danza sagrada. Tan absorto se hallaba en los movimientos enérgicos de Shiva, que en cierto momento él mismo comenzó a vibrar sintonizado con aquel ritmo.

Se dice que esta sutil vibración hizo que el cuerpo de Narayana —que es más sutil que lo sutil— comenzara a tornarse cada vez más pesado, tanto como el Universo mismo. A su servidora serpiente le resultaba casi imposible soportar carga semejante.

Cuando finalizó la danza, el señor Narayana volvió a tornarse sutil y liviano.

El animal preguntó a su señor cuál había sido la causa de ese misterioso cambio de estado en su ser. Narayana le respondió: «Fue por la gracia del señor Shiva. Su danza transmitió su poder y majestad hacia mi propio ser, simbolizando que Dios es base y sostén inmutable de todos los seres».

La danza cósmica de Shiva Nataraja conforma el estilo Bharata Natyam, una de las ocho danzas clásicas de la India, que data del siglo XIV d. C. Nacida en el estado de Tamil Nadu, allí se alza el Templo de Chidambaran, en el cual podemos contemplar, talladas en piedra, las ciento ocho karanas, que simbolizan el repertorio de posturas sagradas, para su interpretación en un compendio llamado Natya Shastra.

Estas danzas, en sus orígenes, fueron bailadas en los templos, como ofrenda hacia los dioses. Sus intérpretes, llamadas devadassis, eran mujeres consagradas para ese fin, siervas de Dios.

La totalidad de las posturas se inscriben dentro de un círculo desde cuyo centro se trazan triángulos hacia arriba, representando la energía masculina de Shiva, y hacia abajo, como la energía femenina, llamada Shakti.

El juego dialéctico de sus cualidades opuestas y complementarias se funde e integra, dando nacimiento a todo cuanto se manifiesta en la materia: Lasya y Tándava (como el Yin y el Yang para la cultura china).

Los movimientos del artista se articulan de modo tal que van construyendo la estructura de un yantra en el espacio. El efecto dinámico que va produciendo en su contemplación depende de cada una de las relaciones formales en particular.

Los yantras son diagramas simbólicos que activan energías sutiles, ejerciendo un estímulo a nivel cuántico mediante la representación de formas que guardan relaciones armónicas entre sí.

En Occidente, los griegos conocían esta sagrada proporción como el número phi, que construye un pentágono base de la espiral áurea, presente en el movimiento tanto de las galaxias como del ADN, en el crecimiento de una flor y en el árbol todo. Réplica microcósmica del macrocosmos. Base geométrica de todo lo creado en el Universo.

Así, la composición visual de esta danza es pura alquimia, y se fundamenta el efecto vibracional que atrapa al público desde un magnetismo por las formas sagradas, que de alguna manera registra propias de su conformación humana.

El bailarín sumergido en esa geometría, fundiéndose, es y se transforma en yantra creador; las vibraciones generadas por los movimientos, el ritmo y los sonidos desmaterializan al ejecutante, que expande e irradia esa energía hacia el cosmos y hacia la audiencia misma.

Así la cadencia del ritmo traza con lápiz virtual movimientos áureos, animando el cuerpo del intérprete.

Se dibuja la fórmula de todo lo que es, de lo que somos.

Junto con el aroma del incienso, penetramos en un espacio de meditación colectiva donde todos los sentidos son estimulados.

En un mundo actual, donde son moneda corriente lo mediático, la fama descartable y los realities, parece anacrónico pasear por las calles de Chennai y escuchar desde las casas la intensa disciplina aplicada a los niños desde temprana edad, para lograr aquella perfección geométrica y sutileza conectada siempre al sentido religioso.

En la India, danzar es meditar en movimiento. Exige armonía, equilibrio y concentración.

Todo es vibración. Y cada pensamiento, palabra, gesto y acción generan un patrón geométrico vibratorio que atrae lo similar.

La Creación misma es una danza eterna. Y, danzando, nos alineamos con ella.

El simbolismo de Shiva Nataraja es religión, arte y ciencia fusionados en uno.

Su danza es la danza de las estrellas, los planetas, los satélites, las galaxias, los agujeros negros y, a la vez, la de un grano arena.

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