TELEVISIÓN
Por Eduardo Spínola
Mad Men es ya una serie de referencia, por su alta calidad artística y técnica, y por reflejar el claroscuro de los años 60 a partir de las relaciones que se tejen en una agencia de publicidad de Manhattan.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el mercado se consolidó como el eje central de la economía a nivel internacional. Los Estados Unidos, que se habían unido a los Aliados para vencer a la Alemania nazi, se constituían como uno de los centros neurálgicos del planeta. Sus ciudadanos comenzaron a disfrutar, a partir de 1945, de un estilo de vida basado en mayores posibilidades de consumo, gracias a la expansión de la economía de su país. La postal típica y tópica de los años 50 mostraba a una familia feliz, con un padre proveedor y una madre abnegada, dedicada a complacer a su esposo y atender a sus hijos. Si los americanos podían comprar más, era imperioso ofrecerles productos en los que gastar su dinero, para evitar así que esa felicidad menguara.
En esa década dorada, en Manhattan, se acuñó la frase Mad Men para hacer referencia a los publicistas de la Avenida Madison. Desde sus modernas oficinas creaban campañas para que la mujer de la casa se viera ideal en el momento de recibir a su marido y que este tuviera su espacio de placer, acompañado de una copa de brandy y fumando una determinada marca de cigarrillos.
Como parte del fenómeno cultural en el que se han convertido las series de televisión, con un mayor nivel artístico que buena parte de los filmes que se producen en Hollywood, en 2007 irrumpió en la pequeña pantalla Mad Men. Emitido en el canal AMC, el programa tiene como telón de fondo a la década del 60 desde sus inicios. Por sus actuaciones y la reconstrucción de época, se alzó con tres Globos de Oro y nada menos que nueve Emmys, entre ellos, el de mejor serie dramática.
La trama gira en torno a la agencia Sterling Cooper, y toma el nombre de aquella forma de referirse a quienes aprovechaban ese concepto que afirma que la publicidad no hace más que crear necesidades en los hombres y mujeres, sosteniendo de ese modo la gran maquinaria: el mercado.
El protagonista de la historia es Don Draper, un seductor publicista que cumple con ese modelo de hombre de familia. Está casado con una hermosa y sumisa ex modelo, Betty. Tiene dos hijos y posee una casa soñada, lejos de la ruidosa Manhattan. Pero, desde el inicio de la serie, el espectador sabe que Don no es quien dice ser, ni se comporta como el marido fiel que el American Way of Life marca.
Con un alto cargo ejecutivo en la agencia, Draper —un merecidamente elogiado trabajo del actor Jon Hamm— muestra una coraza de hombre duro y distante, para ocultar que su pasado le duele más de lo que él quisiera. Tampoco parece conformarle su estilo de vida presente, y se deja seducir por una amante bohemia o por ricas jóvenes que no tienen residencia fija.
La otra gran protagonista de Mad Men es, precisamente, la compañía: Sterling Cooper. En ese micromundo de estilo pop, suenan las máquinas de escribir en manos de secretarias impecables, se fuma a más no poder y se bebe alcohol, aunque sean las diez de la mañana. La serie refleja además cómo las relaciones personales que allí se tejen, están —y estuvieron— atravesadas por el machismo, el sexo y el poder, entre otras variables propias de una época bisagra en la historia americana del siglo XX.
El contexto social, político y económico se trasluce constantemente en este programa creado por Matthew Weiner, guionista de la quinta y sexta temporada de la aclamada The Sopranos. De esta manera, el espectador asiste al triunfo electoral de John Fitzgerald Kennedy, a pesar de que la agencia hiciera campaña para su oponente, Richard Nixon, o a la Crisis de los Misiles en plena Guerra Fría.
Mad Men también aborda el cambio del lugar de la mujer en la sociedad. Esto se expresa, por ejemplo, en la posibilidad de uno de los personajes, Peggy, de ascender en la empresa y ponerse a la altura de los demás redactores, aunque eso le haya costado dejar a un hijo no deseado al cuidado de su hermana o resignar la oportunidad de tener una vida sentimental, o al menos social. En el lado opuesto se ubica Joan, jefa de las secretarias, que solo desea hallar «un buen partido» con el que casarse y sumarse al universo de apariencias que encarna, entre muchos otros, su amante Roger Sterling, máximo accionista de la firma. Los guionistas tampoco dejan de lado otros temas tabú en esa década añorada, como las drogas, la homosexualidad reprimida o el alcoholismo.
Con un uso preciso y efectivo de recursos artísticos y técnicos, Mad Men ha logrado volverse un éxito internacional. La fórmula de este suceso podría resumirse como el arte de ir al nervio de temáticas profundas con una sucesión de escenas en las que pareciera no ocurrir nada.
Esta serie nos lleva a un tiempo en que aún no se había perdido la inocencia formal en los anuncios, aunque detrás de una pieza publicitaria hubiera hombres y mujeres cargando con mentiras, ambiciones, deseos, miedos y frustraciones, un mundo en el que, como muestra la presentación de Mad Men, quien no encaja con el perfil adecuado puede caer desde lo más alto de un lujoso edificio de Manhattan.
[showtime]
TELEVISIÓN
Por Eduardo Spínola
Mad Men es ya una serie de referencia, por su alta calidad artística y técnica, y por reflejar el claroscuro de los años 60 a partir de las relaciones que se tejen en una agencia de publicidad de Manhattan.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el mercado se consolidó como el eje central de la economía a nivel internacional. Los Estados Unidos, que se habían unido a los Aliados para vencer a la Alemania nazi, se constituían como uno de los centros neurálgicos del planeta. Sus ciudadanos comenzaron a disfrutar, a partir de 1945, de un estilo de vida basado en mayores posibilidades de consumo, gracias a la expansión de la economía de su país. La postal típica y tópica de los años 50 mostraba a una familia feliz, con un padre proveedor y una madre abnegada, dedicada a complacer a su esposo y atender a sus hijos. Si los americanos podían comprar más, era imperioso ofrecerles productos en los que gastar su dinero, para evitar así que esa felicidad menguara.
En esa década dorada, en Manhattan, se acuñó la frase Mad Men para hacer referencia a los publicistas de la Avenida Madison. Desde sus modernas oficinas creaban campañas para que la mujer de la casa se viera ideal en el momento de recibir a su marido y que este tuviera su espacio de placer, acompañado de una copa de brandy y fumando una determinada marca de cigarrillos.
Como parte del fenómeno cultural en el que se han convertido las series de televisión, con un mayor nivel artístico que buena parte de los filmes que se producen en Hollywood, en 2007 irrumpió en la pequeña pantalla Mad Men. Emitido en el canal AMC, el programa tiene como telón de fondo a la década del 60 desde sus inicios. Por sus actuaciones y la reconstrucción de época, se alzó con tres Globos de Oro y nada menos que nueve Emmys, entre ellos, el de mejor serie dramática.
La trama gira en torno a la agencia Sterling Cooper, y toma el nombre de aquella forma de referirse a quienes aprovechaban ese concepto que afirma que la publicidad no hace más que crear necesidades en los hombres y mujeres, sosteniendo de ese modo la gran maquinaria: el mercado.
El protagonista de la historia es Don Draper, un seductor publicista que cumple con ese modelo de hombre de familia. Está casado con una hermosa y sumisa ex modelo, Betty. Tiene dos hijos y posee una casa soñada, lejos de la ruidosa Manhattan. Pero, desde el inicio de la serie, el espectador sabe que Don no es quien dice ser, ni se comporta como el marido fiel que el American Way of Life marca.
Con un alto cargo ejecutivo en la agencia, Draper —un merecidamente elogiado trabajo del actor Jon Hamm— muestra una coraza de hombre duro y distante, para ocultar que su pasado le duele más de lo que él quisiera. Tampoco parece conformarle su estilo de vida presente, y se deja seducir por una amante bohemia o por ricas jóvenes que no tienen residencia fija.
La otra gran protagonista de Mad Men es, precisamente, la compañía: Sterling Cooper. En ese micromundo de estilo pop, suenan las máquinas de escribir en manos de secretarias impecables, se fuma a más no poder y se bebe alcohol, aunque sean las diez de la mañana. La serie refleja además cómo las relaciones personales que allí se tejen, están —y estuvieron— atravesadas por el machismo, el sexo y el poder, entre otras variables propias de una época bisagra en la historia americana del siglo XX.
El contexto social, político y económico se trasluce constantemente en este programa creado por Matthew Weiner, guionista de la quinta y sexta temporada de la aclamada The Sopranos. De esta manera, el espectador asiste al triunfo electoral de John Fitzgerald Kennedy, a pesar de que la agencia hiciera campaña para su oponente, Richard Nixon, o a la Crisis de los Misiles en plena Guerra Fría.
Mad Men también aborda el cambio del lugar de la mujer en la sociedad. Esto se expresa, por ejemplo, en la posibilidad de uno de los personajes, Peggy, de ascender en la empresa y ponerse a la altura de los demás redactores, aunque eso le haya costado dejar a un hijo no deseado al cuidado de su hermana o resignar la oportunidad de tener una vida sentimental, o al menos social. En el lado opuesto se ubica Joan, jefa de las secretarias, que solo desea hallar «un buen partido» con el que casarse y sumarse al universo de apariencias que encarna, entre muchos otros, su amante Roger Sterling, máximo accionista de la firma. Los guionistas tampoco dejan de lado otros temas tabú en esa década añorada, como las drogas, la homosexualidad reprimida o el alcoholismo.
Con un uso preciso y efectivo de recursos artísticos y técnicos, Mad Men ha logrado volverse un éxito internacional. La fórmula de este suceso podría resumirse como el arte de ir al nervio de temáticas profundas con una sucesión de escenas en las que pareciera no ocurrir nada.
Esta serie nos lleva a un tiempo en que aún no se había perdido la inocencia formal en los anuncios, aunque detrás de una pieza publicitaria hubiera hombres y mujeres cargando con mentiras, ambiciones, deseos, miedos y frustraciones, un mundo en el que, como muestra la presentación de Mad Men, quien no encaja con el perfil adecuado puede caer desde lo más alto de un lujoso edificio de Manhattan.
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Por Eduardo Spínola
Mad Men es ya una serie de referencia, por su alta calidad artística y técnica, y por reflejar el claroscuro de los años 60 a partir de las relaciones que se tejen en una agencia de publicidad de Manhattan.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el mercado se consolidó como el eje central de la economía a nivel internacional. Los Estados Unidos, que se habían unido a los Aliados para vencer a la Alemania nazi, se constituían como uno de los centros neurálgicos del planeta. Sus ciudadanos comenzaron a disfrutar, a partir de 1945, de un estilo de vida basado en mayores posibilidades de consumo, gracias a la expansión de la economía de su país. La postal típica y tópica de los años 50 mostraba a una familia feliz, con un padre proveedor y una madre abnegada, dedicada a complacer a su esposo y atender a sus hijos. Si los americanos podían comprar más, era imperioso ofrecerles productos en los que gastar su dinero, para evitar así que esa felicidad menguara.
En esa década dorada, en Manhattan, se acuñó la frase Mad Men para hacer referencia a los publicistas de la Avenida Madison. Desde sus modernas oficinas creaban campañas para que la mujer de la casa se viera ideal en el momento de recibir a su marido y que este tuviera su espacio de placer, acompañado de una copa de brandy y fumando una determinada marca de cigarrillos.
Como parte del fenómeno cultural en el que se han convertido las series de televisión, con un mayor nivel artístico que buena parte de los filmes que se producen en Hollywood, en 2007 irrumpió en la pequeña pantalla Mad Men. Emitido en el canal AMC, el programa tiene como telón de fondo a la década del 60 desde sus inicios. Por sus actuaciones y la reconstrucción de época, se alzó con tres Globos de Oro y nada menos que nueve Emmys, entre ellos, el de mejor serie dramática.
La trama gira en torno a la agencia Sterling Cooper, y toma el nombre de aquella forma de referirse a quienes aprovechaban ese concepto que afirma que la publicidad no hace más que crear necesidades en los hombres y mujeres, sosteniendo de ese modo la gran maquinaria: el mercado.
El protagonista de la historia es Don Draper, un seductor publicista que cumple con ese modelo de hombre de familia. Está casado con una hermosa y sumisa ex modelo, Betty. Tiene dos hijos y posee una casa soñada, lejos de la ruidosa Manhattan. Pero, desde el inicio de la serie, el espectador sabe que Don no es quien dice ser, ni se comporta como el marido fiel que el American Way of Life marca.
Con un alto cargo ejecutivo en la agencia, Draper —un merecidamente elogiado trabajo del actor Jon Hamm— muestra una coraza de hombre duro y distante, para ocultar que su pasado le duele más de lo que él quisiera. Tampoco parece conformarle su estilo de vida presente, y se deja seducir por una amante bohemia o por ricas jóvenes que no tienen residencia fija.
La otra gran protagonista de Mad Men es, precisamente, la compañía: Sterling Cooper. En ese micromundo de estilo pop, suenan las máquinas de escribir en manos de secretarias impecables, se fuma a más no poder y se bebe alcohol, aunque sean las diez de la mañana. La serie refleja además cómo las relaciones personales que allí se tejen, están —y estuvieron— atravesadas por el machismo, el sexo y el poder, entre otras variables propias de una época bisagra en la historia americana del siglo XX.
El contexto social, político y económico se trasluce constantemente en este programa creado por Matthew Weiner, guionista de la quinta y sexta temporada de la aclamada The Sopranos. De esta manera, el espectador asiste al triunfo electoral de John Fitzgerald Kennedy, a pesar de que la agencia hiciera campaña para su oponente, Richard Nixon, o a la Crisis de los Misiles en plena Guerra Fría.
Mad Men también aborda el cambio del lugar de la mujer en la sociedad. Esto se expresa, por ejemplo, en la posibilidad de uno de los personajes, Peggy, de ascender en la empresa y ponerse a la altura de los demás redactores, aunque eso le haya costado dejar a un hijo no deseado al cuidado de su hermana o resignar la oportunidad de tener una vida sentimental, o al menos social. En el lado opuesto se ubica Joan, jefa de las secretarias, que solo desea hallar «un buen partido» con el que casarse y sumarse al universo de apariencias que encarna, entre muchos otros, su amante Roger Sterling, máximo accionista de la firma. Los guionistas tampoco dejan de lado otros temas tabú en esa década añorada, como las drogas, la homosexualidad reprimida o el alcoholismo.
Con un uso preciso y efectivo de recursos artísticos y técnicos, Mad Men ha logrado volverse un éxito internacional. La fórmula de este suceso podría resumirse como el arte de ir al nervio de temáticas profundas con una sucesión de escenas en las que pareciera no ocurrir nada.
Esta serie nos lleva a un tiempo en que aún no se había perdido la inocencia formal en los anuncios, aunque detrás de una pieza publicitaria hubiera hombres y mujeres cargando con mentiras, ambiciones, deseos, miedos y frustraciones, un mundo en el que, como muestra la presentación de Mad Men, quien no encaja con el perfil adecuado puede caer desde lo más alto de un lujoso edificio de Manhattan.
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