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29 noviembre, 2012

Bordatón en Ruth Benzácar

Por : Guillermina Flores

Nos citamos a las seis de la tarde en la galería Ruth Benzácar, después del largo fin de semana que el 9 de julio nos había regalado. Antes de presentarnos, dimos unas vueltas por la muestra mientras ellos saludaban a una cantidad de amigos con la misma alegría con la que nos recibirían después a nosotros. ¿Qué decir de Leo Chiachio y Daniel Giannone? ¿Qué son dos pero son uno? ¿Qué no vimos arte parecido con anterioridad? ¿Que su ideología (o lo que pudimos capturar de ella en casi una hora intensa de charla) es tan atrayente como sus obras? Eso y más.

Leo (Buenos Aires, 1969) y Daniel (Córdoba, 1964) se conocieron en una fiesta que el artista Chino Soria dio en su casa hace unos diez años. Fue entonces cuando nació el amor y, como producto del amor, el arte. Si bien los dos tenían formación académica en pintura, ambos, aún sin conocerse, se dedicaban al bordado. Su primera obra en conjunto fue Hechizo, un colchón con sus propias figuras rodeadas de sapos y vaquitas de San Antonio de plástico, pensada para exponer en el Estudio Abierto de la tienda Harrods en 2003. En el amor al arte, se reconocieron indivisibles.
La propuesta de Bordatón, la muestra que se presentó en la galería durante el mes de julio, es seductora: Leo y Daniel llevan la técnica del bordado a contextos inimaginables. Las telas y los hilos de todo tipo de procedencia, texturas y colores se trabajan con un grado de horror vacui y preciosismo cautivante. Las piezas braman por su autonomía: no son producto de uno de los oficios más tradicionales de la historia, son verdaderas obras de arte.

¿Qué les proporciona el bordado, a diferencia de la pintura?

L: Nos permite trabajar sin pensar que el material se va a secar, por ejemplo. Y cierta parsimonia. Esa tranquilidad de bordar un poco y seguir otro día… La pintura tiene otro ritmo. Nosotros siempre decimos que pintamos con hilos, no somos sólo bordadores.

¿Cómo se presentan los errores en la técnica del bordado?
D: Podés corregir pero es más difícil que la pintura, porque la tela se rompe, se perfora con el mismo bordado. De todos modos, para nosotros no existe el error, trabajamos con el error.
L: No existe el error, entonces no es necesario modificar las cosas. La obra y el trabajo mismo te van llevando a un lugar. No sabes bien a dónde, porque si no tendríamos todo súper claro…
D: Lo tendríamos tercerizado (risas).
L: Nosotros lo que hacemos es trabajar como si fuese pintura, empezamos a bordar y no sabemos cuál es el siguiente color que vamos a poner. Vamos viendo: esta textura, este color… Vamos como pintando pero con los hilos, entonces es el mismo proceso mental de la pintura, pero el tiempo es otro.
D: Por eso el tema del acabado del bordado es distinto de lo que, por ejemplo, vos podrías encontrar en un bordador o bordadora que solamente trabaja con la técnica. Su único objetivo es hacer bien la técnica. Nosotros trabajamos el color, el volumen y demás como si fuese pintura. Para ver este trabajo como lo ves (señala las aves de la obra más grande de todas), se usaron diez tipos de naranjas distintos. Es como un trabajo en pintura.

¿Los hilos los compran en Argentina?

L: Son una mezcla de países y de tiempo. De tiempo y geografías. Por ejemplo, los ekekos —las piezas de porcelana— tienen unos tejidos de una crochetina de 1920 que compramos una vez en San Telmo.
D: ¡Hace un montón de tiempo!
L: Hace un montón de tiempo. Como ocho años. Un amigo también nos regaló una caja de hilos de 1900, de la mercería de su abuelo, una de las primeras de Buenos Aires.
D: Estaban hasta como decolorados…
L: Es más, nos pasa que a veces bordamos con hilos que se rompen porque son muy viejos. También tenemos hilos de Brasil, Estados Unidos, Guatemala…
D: … Francia, Colombia. El tema es la industria de algodón acá. Antes, cuando éramos chicos, se fabricaban hilos, ahora no se fabrican tanto…
L: La calidad cambió.
D: Entonces, cuando viajamos, aprovechamos y traemos, porque de verdad acá no hay variedad…
L: Con las telas pasa lo mismo. El año pasado, viajamos a Estados Unidos a hacer una muestra en el San José de California. Estábamos a una hora de San Francisco. En Castro, el barrio gay por excelencia, encontramos todas esas telas y empezamos con esta serie de bordados, hace un año y medio.
(Leo se refiere a Caza Mayor, una obra de 2,30 x 1,38 cm, hecha sobre gabardina y tela, un díptico que los muestra a ellos tres junto a un grupo de figuras masculinas, todas con el torso desnudo.)
L: Queríamos hacer como un cuarto, separar eso de la muestra, de la sala grande, y hacer un cuartito de un niño, por eso el color celeste. La idea era hacer como un cuarto de un niño gay, porque no se les dice a los niños que son gays. El cuarto del niño gay que éramos nosotros y lo que nos hubiera gustado ver.
D: Si vos ves la tela de lejos, parecen figuritas casi como de Billiken o de niño, a nosotros nos recordó a eso, pero los ves de cerca y son chonguitos… Es un poco este juego del estereotipo de chico, de joven, de efebo gay.
L: En la pintura hay una distancia: se puede ver de lejos, ver de cerca. Con los bordados sucede lo mismo… Te dan ganas de zambullirte.
L: Además de tener toda esa procedencia, también nos pasan cosas maravillosas, por ejemplo por Facebook. Una señora de Mar del Plata, una chica de cincuenta años, nos escribe y nos dice: «Por medio de un amigo de un amigo de un amigo, les voy a mandar una bolsa…». No nos conoce. No la conocemos. Nos mandó una bolsa con hilos de una tía y de la madre. Y fue un placer porque encontramos unos hilos que son una especie de algodón, tejido, chatito como si fuese… Miren, no sé cómo decirlo (lo acompañamos hasta la obra). Esto verde de acá. Bueno, esto se hizo en el 50 y no se produjo más.
D: Nos gustó tanto como quedó que fuimos con el pedacito ese por todas «las señoras de Once». Nos dijeron que sí, que lo conocían, pero que no se producía más. Acá (en referencia a la obra) hay un montón de hilos. Nuevos, viejos, efecto joya. Este es un hilo efecto joya, esto acá no existe.

Claro. Las obras son únicas incluso desde sus materiales.

D: Así como estamos hablando de los hilos, los soportes en los que trabajamos también tienen una historia. Porque, por ejemplo, en un momento nosotros trabajábamos con telas lisas, y creábamos los fondos, los estampados. Te estoy hablando de hace diez años, ¿no? Después, empezamos a recortar otros estampados, los cosíamos y reinventábamos; después empezamos a trabajar directamente sobre estampados, y ahora trabajamos como rehaciéndolos, las vamos modificando. En cuanto al origen, muchas son compradas nuevas y muchas son de amigos que nos van regalando. En este momento no hay una de estas telas antiguas, pero nos pasó que una amiga nos regaló una sábana que había sido de su abuela, que esta le regaló a su madre, y que adaptó como cortina, y que a su vez su madre le regaló a ella. Terminó siendo un trapo para tabla de planchar, entonces nos la cedió. A veces nos llama la atención. La gente no sabe qué hacer con eso. Nosotros pensamos que es para que no termine siendo un trapo. Le damos sentido y la ponemos en otro nivel, lo elevamos a la categoría de arte. Le damos otro feliz destino. También es mucha responsabilidad. Uno a veces dice: «Bueno, ¿qué hago con esto?» Nos pasó con una tela que era muy antigua, estaba muy ajada. La queríamos bordar, ¡para qué se nos ocurrió! La agarrábamos y se desarmaba, se abría, estaba como quemada por el sol. Era como cortar una hoja de cebolla. La pieza quedó divina.
L: Eso del preciosismo nos encanta en el trabajo. Siempre estamos investigando, leyendo, buscando material, buscando nuevos puntos. Eso nadie te lo da, porque no hay academias, no hay nada que te enseñe.

 

¿Pensaron en enseñar?

D: A veces hemos fantaseado con hacerlo, pero no tenemos el tiempo.
L: Si diéramos un taller, no sería de bordado, sería de arte. Porque a nosotros, más allá del bordado, más allá de la técnica, nos importa el arte. Dónde estamos parados conceptualmente, por qué elegimos el bordado, cómo transformamos el lenguaje pictórico: vamos de la materia humeda a la materia seca, qué es lo que representamos…

¿Cuánto tiempo promedio les llevan las obras?

L: Nosotros hicimos la primera muestra en Ruth Benzácar en marzo de 2009, y esta ahora, junio de 2012. En ese tiempo hicimos esta obra.
D: El más grande (una obra de 3 metros por 5) nos llevó alrededor de dos años y medio. Tampoco es que trabajamos con una única pieza, sino con varias a la vez. Porque te aburrís, porque tenes ganas de bordar otra cosa, porque te quedaste sin hilo…
L: Si pensás, no es tanto. Tenemos como una manía, propia de la contemporaneidad, por lo rápido, de que hay que hacer todo ahora, ya. Cuando me pongo a pensar si estos dos años y medio fueron o no mucho tiempo, me parece que están bien. Es como el tiempo razonable para hacer esta obra.

 

Bordar: un verbo en desuso que comienza a cobrar vida.

Leo nos cuenta que la idea de la muestra era ser casi tautológicos con el bordado. Hablar del bordado y del bordar mismo. Percibe el surgimiento de nuevos bordadores —o una participación más activa— dentro del medio artístico.

L: A partir de nosotros, se vio mas gente bordando…
D: … Como que algunos se animaron.
L: Algunos se animaron, y empezamos a ver más artistas, no solamente acá sino también afuera.
No sé si será porque nosotros estamos más atentos o porque verdaderamente pasa que hay muchos más artistas jóvenes bordando…

Alicia y la Asociación

Cuando empezaron a bordar, Daniel y Leo, gracias a una de las herramientas sociales más típicas de esa misma contemporaneidad de la que hablaban antes, se pusieron en contacto con la Asociación de Bordadoras Argentinas (ABA) y con su recientemente fallecida expresidenta, Alicia Casenave.

«Alicia no podía dormir —dicen—. Cuando nosotros le contamos por teléfono lo que hacíamos, no podía imaginarse. Le dijimos que estábamos bordando pañuelos, porque era lo que estábamos haciendo en esa época; entonces se imaginaba que bordábamos iniciales… (risas). Fue muy gracioso».


Daniel explica que Alicia no podía entender para qué se querían reunir con ella. Era tal su curiosidad que, cuando hablaron, ella les propuso verse en la Asociación ese mismo día por la tarde.

¿Trabajan a pedido?

L: Hicimos solo un pedido. Era para una señora que había adoptado unos niños, y ellos estaban enamorados de Piolín. Entonces dijimos: «Vamos a ser algo». Ella nos dio una tela antigua. Bueno, también para unos amigos franceses que adoptaron un vientre en Rusia y querían un retrato nuestro con sus hijos. Fue por una cuestión afectiva. Les dimos una sorpresa: no estábamos solo nosotros retratados con sus hijos, sino ellos también. Y estaban súper emocionados. Estaban hechos como libélulas… Nosotros abajo. Nos salían peluches de la boca que formaban una guirnalda.

Leo y Daniel responden de manera musical, uno completa la frase del otro. Más tarde, la charla se hará tan fluida que terminaremos hablando de David Leavitt y la cena que hicieron en su honor la última vez que estuvo en Argentina; de la santa peruana —no reconocida por la Iglesia católica— que lleva Leo colgada del cuello, Sarita Colonia, protectora de los desposeídos, y de la que casualmente se conserva una frazada de flores de la que cada fiel toma un pequeño pedacito; de la adoración de Daniel por Baricco, de Baudelaire y la crítica literaria, y otras tantas cosas que brotan de manera espontánea cuando uno conversa con gente por demás interesante.

«Para nosotros el arte es la vida. No es el arte algo intelectual, alejado de nosotros. No. Es lo que somos. Y si conoces nuestra casa te vas a dar cuenta de que es muy cercano a esto, a estos trabajos… La vida es un poco así, nuestros amigos, los vínculos que tenemos», dice Leo cuando preguntamos si hay intenciones profundas de generar una vuelta de conciencia en el espectador o sostener un discurso a favor de la libre elección de la identidad sexual.

D: Lo que nosotros sabemos es que hay muchas capas de lectura en nuestra obra. Lo más fácil es ir a la técnica. Trabajamos con el aro, ponemos el aro acá por ejemplo (señala una obra) y, cuando ponemos el aro ahí, solo existe ese espacio que vemos. Eso (lo de la identidad sexual) es una consecuencia. Creo que justamente se da por esa energía positiva que empleamos al crear las piezas. Esa intención de hacerlas más bellas. Pensamos horas en cómo embellecer esto. Nos enganchamos con esa idea… Medio utópico, ¿no? Cómo hacer más bello el mundo…

No, no son una pareja de soñadores más. Chiachio y Giannone realmente vuelven más estético nuestro mundo. Sus obras, todas con un fuerte componente narcisista, cuelgan exuberantes, liberando esa vitalidad de la que hablan. Sí, se autorretratan en todas las obras porque entienden el arte como algo ligado a la praxis vital. Las curvas y las contracurvas de hilos brillantes forman parte de un todo que nos resulta ajeno (son ellos y Piolín, su hijo, perro salchicha, una familia) pero, aun así, ¡qué ganas de tener un recorte de esa existencia!

¿Tienen algún lugar soñado en donde les gustaría que su obra permaneciera?
L: Nos encantaría que tengan obra el Pompidou, el MOMA.
D: Pero también soñamos con poder hacer determinadas muestras. No necesariamente pensamos en el tema económico, sino en hacer simplemente la muestra. Nos gustaría la Maison Rouge, en París. Hacer una exhibición ahí o intervenir las vidrieras Galliano.
L: Nos gustaría trabajar con él. Decirle: «John, queremos hacer algo, ¿tenes ganas?». Y, si vamos más delirantes, aunque es imposible, me gustaría trabajar con Sonia Delaunay (diseñadora francesa, esposa del artista Robert Delaunay).

 

¿Y en Argentina?

L: En Argentina, en Córdoba. Hay un lugar que nos encanta y estamos pensando hacer algo. Es el Palacio Ferreyra, el Museo de Bellas Artes, un palacete increíble. Conocemos al director, y en un momento hablamos de hacer algo.
D: Yo soy cordobés. Nos gustaría trabajar con la colección del museo, ya lo hemos hecho en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de Salta. Esas son las cosas que nos enamoran, nos enganchan. Obra especifica.
D: Cuando fuimos a trabajar con artesanos, una de las cosas que hicimos fue trabajar con tejedores de un pueblito que se llama San Jacinto, del departamento de la costa de Colombia, cerca de Cartagena. Esas cosas son las que nos entusiasman. Ir a meternos ahí, con la comunidad, vivir con la gente, producir con la gente, aprender de ellos. Después, nosotros tomamos algo de ellos y lo trasformamos.

¿Por qué motivos viajaron a visitar esas comunidades? (Leo y Daniel estuvieron en Guatemala en 2009, y en Colombia a principios del año pasado).

D: Se trataba del Salón Nacional de Artistas. Era un proyecto llamado Arte y artesanía, separados al nacer. Éramos siete más o menos. Nos mandaron a trabajar con los tejedores de hamacas, que eran parecidas a las hamacas paraguayas que conocemos pero mucho más elaboradas. Trabajamos con la idea de rescatar los diseños que ellos tejían, que por un tema de la moda quedaron en desuso. Ese tipo de cosas. Hicimos trabajos con comunidades de aborígenes. Guatemala tiene una gran tradición textil. ¡Nos tocó trabajar con una comunidad de aborígenes gay, que no podíamos creer que existieran!
L: Porque el tema fue así. Había un presupuesto determinado. El Centro Cultural de España quería invitar a un fotógrafo conceptual guatemalteco. Nosotros dijimos que no nos interesaba, medio así de divas: «No queremos». Pero sabíamos por qué. El material que había en Guatemala era mucho más interesante. Queríamos invitar a tejedoras y bordadores que estuvieran ahí, en la calle, antes que invitar a un artista que ni siquiera vive en Guatemala, que no tiene la menor idea… De repente descubren que en Santiago de Tenochtitlán había un grupo de aborígenes gay que bordaban con piedras, diez, once…, poquitos. Eran todos chiquitos, había dos travestis… Yo pensaba «¡No puede ser!». Nuestra propuesta era bordar un personaje rubio, uno morocho y un perro salchicha. Las comunidades que más acceso a internet tenían nos googlearon, vieron nuestras caras y bordaron. Pero estos no tenían nada… Ni computadora. Era todo tradición oral. Fueron lo mejor de la muestra.

D: Por un lado, estaba la técnica. Estábamos fascinados con la técnica que tenían ellos. Pero otra cosa que nos interesaba era cómo ellos se posicionaban frente al bordado. Qué pensaban cuando estaban haciéndolo. Nos costaba mucho hacerles entender que lo que queríamos era poner eso que estaban haciendo en una galería. No entendían el espacio, ellos solo conocen lo que hacen, y el destino, a lo sumo, es una feria o un mercado. Les costaba alejarse del concepto utilitario. Es interesante ese diálogo. «¿Para qué va a servir?», te preguntaban. «Va a servir para embellecer al mundo», les decíamos.

Prejuicios: el eterno virus social.
L: En Guatemala bordan todos los hombres. Las mujeres comercializan. Las mujeres lo venden en la calle. Allá que un hombre borde es lo más natural. Y en Colombia las mujeres tejen y los hombres hilan.
D: Los hombres están sentados en los bares. Las mujeres tienen el telar de pie, tenés que pegarle, ¡no sabés la fuerza que hay que hacer! ¡Y ellas hacían ese trabajo! A la vez atienden la casa, salen a venderlo. El hombre, sentado, viéndola trabajar.

[showtime]

¿Tienen algún familiar que haya bordado en su familia?

L: No, no… Mi vieja tejía a dos agujas pero nada más.
D: Mi mamá me bordaba las cosas del colegio, los nombres en el guardapolvo del jardín de infantes, una servilletita…, pero nunca la vi. Dicen que sabía y que bordaba las sábanas…, pero yo jamás la vi.
¡Además ni me la imagino! (risas).