Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Menu +

Arriba

Top

19 abril, 2013

 

A 100 años del ready-made

 

Por: Melisa Schmitz

 

«En 1913, tuve la feliz idea de atar una rueda de bicicleta a un taburete de cocina y verla rodar… En Nueva York, en 1915, compré en una ferretería una pala para la nieve en la que escribí “in advanced of the broken arm” (en previsión de un brazo partido). Fue alrededor de esa fecha cuando pensé en el término ready-made para designar esta forma de manifestación. Un punto que quiero señalar particularmente es que la selección de estos ready-made nunca estuvo dictada por un deleite estético, sino que se basó en una reacción de indiferencia visual combinada con una ausencia total del buen o mal gusto…, en resumen de una anestesia total».
Marcel Duchamp

El arte objetual ha sido sin duda una de las manifestaciones artísticas más importantes del siglo pasado. Pero, si nos situamos en el arte contemporáneo, ¿Qué ocurre con los objetos en el siglo XXI? ¿Aún mantienen el encantamiento de los ready-mades?
Antes de entrar de lleno en el tema, me interesaría que nos situáramos en la Francia de 1913. Por aquellos tiempos, ese país estaba atravesando una crisis económica debida a la primera guerra mundial, faltaban aún veinticuatro años para que la televisión irrumpiera en la vida de los franceses, Ígor Stravinski estrenaba en el Théâtre des Champs Elysées de París su Consagración de la Primavera, y la disciplina artística que estaba en boga era la pintura de caballete. Artistas como Pablo Picasso, Georges Braque y Juan Gris estaban transformando el arte con sus nuevas perspectivas. Es en este contexto en el que el artista francés Marcel Duchamp realiza su serie de ready-mades.

Estos eran objetos cotidianos colocados de manera tal que perdieran toda su utilidad y sentido práctico, despertando una reflexión conceptual. Piezas como Rueda de bicicleta (1913), que consistía en una rueda de bicicleta montada sobre un banco de madera, o El escurridor de botellas (1914), puesto de forma tal que quedara negada su funcionalidad, o la famosa Fuente (1917), un mingitorio al que reorientó a una posición de 90 grados, son algunos ejemplos.
Estos ready-mades eran desconcertantes para la sociedad de ese momento. ¿Quién iba a imaginar en la década del 10 una obra de arte hecha con objetos cotidianos? ¿Cómo iban a ser expuestos objetos que no guardaban ninguna relación, no solo con los objetos ensamblados, sino tampoco con el contexto artístico en donde se exponían? Al tomar un objeto común y corriente, y colocarlo en un entorno artístico, Duchamp pretendía enunciar un cuestionamiento al arte tradicional y sus políticas; lo que buscaba era salir del arte. Sus producciones no apuntaban al goce estético ni intentaban responder a un canon artístico determinado; su objetivo se encontraba muy alejado de inaugurar el arte objetual.

A pesar de sus intenciones, los antecedentes que dejaron sus ready-mades fueron fundamentales para muchos artistas que, a lo largo del siglo XX y hasta la actualidad, producirían sus obras con un fin artístico.
Es el caso, por ejemplo, del artista estadounidense de la década del 50 Robert Rauschenberg. Las piezas de este artista estaban constituidas por objetos que él mismo recolectaba de las calles de Manhattan. Así fue como surgieron sus combine-paintings, las cuales articulaban pintura gestual expresiva con todo tipo de desechos urbanos. De esta manera, Rauschenberg intentaba reflejar la sociedad consumista de su momento.
Un ejemplo de estas combine-paintings es la obra Monograma (1955 -1959), en donde Rauschenberg une una cabra angora embalsamada y un neumático usado, sobre una base rectangular. La cabra se encuentra encastrada dentro del neumático, y a su vez, ambos objetos están fijados sobre dicha plataforma horizontal, la cual está cubierta por fragmentos de tela, revistas, fotografías y maderas, y cuya paleta cromática se aproxima a los colores neutros. Monograma es impactante desde varios aspectos; su gran dimensión (122 x 183 x 183 cm) es uno es uno de ellos, pero quizás el más estremecedor es el siguiente: si el espectador se sitúa de frente a estos objetos, es inevitable el encuentro con la mirada del animal, que parecería mostrarnos la decadencia moral de la sociedad e invitarnos a una reflexión.
Ahora bien, ¿qué ocurre en la actualidad? Si recorremos las grandes galerías, fundaciones y museos, encontramos obras que nos presentan un gran avance tecnológico ligado con un aspecto social.

Tomemos el caso de Octópodos sisíficos (2010), de la artista argentina Mariela Yeregui, especializada en la producción de obras con medios electrónicos. Cuando entramos en la sala de exposición, encontramos seis pequeños robots de acrílico transparente, los que se trasladan toscamente por ahí mediante dos ruedas de cuatro pies. Cuando empezamos a caminar entre ellos, notamos que llevan pequeñas pantallas de LCD que reproducen videos en color; al profundizar la mirada, nos damos cuenta de que son grabaciones del interior del cuerpo humano. Mientras estos robots se trasladan, nosotros también nos trasladamos lentamente, acompañando su andar tranquilo y cansino.
Si hacemos un análisis topológico de la obra de Yeregui, es decir, de la relación entre el espacio interior y exterior, encontramos que este último está dado por el objeto-robot que se desplaza lentamente por la sala, y el espacio interior tiene que ver con los órganos del robot, que a la vez es nuestro propio interior; es decir, ver estos órganos en movimiento provoca que hagamos una introspección de nuestro cuerpo. Esta analogía nos hace reflexionar acerca del papel que tiene la tecnología, la cual forma parte de nuestra vida de un modo casi orgánico.

En una conferencia brindada en el Centro Multimedia del CENART en México, Yeregui habla de construcciones de objetos-sujetos y de cómo estos viven en sociedad, haciendo una analogía con nuestra propia comunidad (mayo, 2011).
En conclusión, el objeto históricamente estuvo ligado al concepto. En el caso del ready-made, el objeto y el concepto tienen una relación simple y directa; en la década del 50, esta relación se complejiza a partir de un conjunto de objetos que proponen una lectura social; en cambio, al situarnos en el arte objetual contemporáneo, este análisis es aun más profundo, ya que encontramos diversidad en la utilización de los objetos, los cuales tienen una carga funcional y simbólica individual, y al cruzarse hacen al concepto de la obra, que frecuentemente involucra la participación de la tecnología como elemento fundamental.

Desde un banco de madera con una rueda de bicicleta a robots que se desplazan electrónicamente, pasaron más que cien años.
Si tenemos en cuenta que el arte objetual se construye de objetos y conceptos, de simbologías y analogías, podemos suponer que su encanto y su misterio nos siguen atrapando, tanto en los ready-mades de Duchamp como en las combine-paintings con sus discursos reflexivos de Rauschenberg, y como en los Octópodos de Yeregui, donde podemos ver, entre acrílicos y pantallas, pequeños seres enternecedores.

 [showtime]