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4 abril, 2012

ARTE

La muestra Palabras, imágenes y otros textos se presenta en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Reúne las obras de la colección Carlo Palli, junto con las obras de prestigiosos artistas argentinos e internacionales en reconocimiento a los 50 años del movimiento Fluxus.

 

 

¡No seáis uno ni múltiple, sed multiplicidades!

Gilles Deleuze-Felix Guattari

Cuando José Ortega y Gasset escribía: «delante de una sola persona podemos saber si es masa o no» porque, según el autor, masa es todo el que no se valora a sí mismo, sino que se siente «como todo el mundo» y a salvo sabiéndose idéntico a los demás, estaba comenzando el siglo XX. Probablemente frente a su nariz alérgica estarían comenzando a desfilar publicidades gráficas y radiales, y televisivas más tarde, que aseguran la satisfacción de la demanda de los productos de la cultura de masas. Estaría, también, imponiéndose el concepto «industria» delante del cine y del arte en general. Los principios de máxima productividad, línea de montaje y producción seriada saludaban desde las carrozas a aquellos que no pudieron más que intentar salvar y resguardar el aura de la obra de arte. «¡La rebelión de las masas!», gritó Ortega y Gasset, mientras que Adorno y Horkheimer dejaban por sentado que la violencia de la sociedad industrial obraba sobre los hombres de una vez y por todas. Incluso, para muchos de estos filósofos, en la reproducción mejor acabada faltaba algo: el aquí y el ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en el que se encontraba. El aquí y el ahora de la obra original constituía el concepto de su autenticidad, y vaya si este concepto era importante.

Es preciso impedir que se desestimen las consecuencias de esta era de reproductibilidad, de multiplicación y tecnología. Hallazgos como estos han trastocado en profundidad todas las economías del imaginario y, una vez desplazados los ordenamientos simbólicos, las propias de lo real en su totalidad. Es preciso afirmar el fin de la obra como singularidad, extrayendo y exigiendo que se extraigan todas las consecuencias. Tal como afirmó el teórico y crítico de la cultura José Luis Brea en La obra de arte y el fin de la era de lo singular: «No hay obra singular que pertenezca por derecho propio a este tiempo. O habita tiempo prestado, y habla entonces al oído de otras épocas, no le dice a la nuestra nada que esclarezca y saque a la luz la problematicidad de sus propias condiciones de representación, o se abandona al formidable vértigo de su existir incontenido». El existir particularizado e individualizado de las cosas y los objetos del mundo, en nuestro tiempo, es pura quimera. El momento en que las artes tenían por misión respaldar el imaginario de un mundo de los seres particulares, de esa minoría selecta que se exige más que los demás a la cual se refiere Ortega y Gasset, es el tiempo de un proyecto pasado, muerto.

Descendamos a terrenos más concretos. Allí donde la teoría y el pensamiento se vuelven práctica, el 29 de marzo en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, los Amigos del Museo, en colaboración con el Centro de Arte Contemporáneo Luigi Pecci y la Colección Carlos Palli, con el auspicio de la Embajadade Italia en Argentina y el Consulado General de Italia en Buenos Aires, y gracias a la generosidad de BNP Paribas y Ferrero Rocher, se inauguró la muestra Palabras, imágenes y otros textos, curada por Marco Bazzini, Laura Buccellato, Guadalupe Ramírez Oliberos y Massimo Scaringella. La muestra, que reúne las obras de la colección Palli exhibidas en el Centro Pecci en diálogo con obras de prestigiosos artistas argentinos e internacionales, contribuye al conocimiento de un movimiento que se desarrolló en forma simultánea en todo el mundo, poniendo de manifiesto la bella metamorfosis que el texto y la palabra adquieren cuando se transforman en concepto artístico.

Cada una de las obras expuestas, de las más variadas expresiones y soportes, que exponen el agotamiento de todos los vocabularios establecidos, de todos los lenguajes, de todos los estilos, huyendo de la restricción lingüística de los significantes literarios y llevando a la palabra al plano de la imagen, son un homenaje al movimiento Fluxus, surgido en los años 60 a partir de las teorizaciones del lituano George Maciunas, quien da vida a este movimiento artístico integral e interdisciplinario, en el que el arte no es la finalidad, sino un medio. Como él sentenció en su Manifiesto: «el arte-diversión debe ser simple, divertido, no pretencioso, preocupado por las insignificancias, que no requiera habilidades o ensayos interminables, que no tenga valor ni institucional ni como mercancía. El valor del arte-diversión debe reducirse haciéndolo ilimitado, producido en masa, obtenible por todos y eventualmente producido por todos».

[showtime]

Fluxus. Fluir, dejar correr. Rescatar el aspecto efluente de unas obras que nacen y mueren prácticamente en el mismo lugar y momento en que se crean, aunando todas las expresiones, desde la música a las artes plásticas, hibridando lo culto y lo popular, disolviendo el arte en lo cotidiano y lo cotidiano en el arte. Nunca como en los tiempos actuales el mundo se había visto atravesado por tantos flujos, en todas direcciones y velocidades, y de todas las cualidades, personas, mercancías, valor, información, conocimiento, emotividad, datos. Las nuevas formas de utopización se vuelven realizables, entonces, en la ubicuidad desterritorializada del no lugar, del territorio fugado, deslocalizado, en el no espacio del tránsito. Romper con el habitáculo, salir a la calle y ganar sus rincones, desembarazándonos del concepto de «contemplación» para pasar al de «acción» y, de esta forma, asimilar todo aquello que nos circunda a través del arte, aquellos objetos que sostienen nuestro andar, poder vivenciarlos interiormente.

El destinatario natural de la cultura deja ya, de una vez por todas, de ser el sujeto-individuo, ese sujeto ilustrado que resultaría del proceso de la bildung, el autocultivo, la maduración personal y cultural. La cultura deja de operar como dispositivo formativo del individuo concebido, precisamente en esa adquisición cultural que define su competencia singularísima, como singularidad competencial, como «persona». Al mismo tiempo, también desaparece la singularidad que se encuentra del otro lado, del lado del artista, como hombre también singularísimo y diferencial que viene, precisamente en su ejemplaridad distante del común, a exacerbar ese carácter discreto y singular, alejado de la tribu y la especie, del ser sujeto-individuo, en cuanto inscrito en el espacio de lo cultural como argumento de diferenciación o distinción.

La desterritorialización, el no lugar como lugar privilegiado, aquello que no tiene ni principio ni final que se explica en un instante y muere en un instante, no se encuentra solo en las obras, sino en la organización de la muestra en general, a partir de la apertura de una fibrilación rizomal en todas las direcciones, de manera ajerarquizada y excéntrica, donde no hay una sola y única forma de leer la muestra, donde se relegan cualesquiera atribuciones fijas, estables y donde cada una de las obras establece el estatus no profesional del artista en la sociedad, demuestra la dispensabilidad e inclusividad del artista, demuestra la autosuficiencia del público-participante, y expone que todo puede ser arte y que cualquiera puede hacerlo.

ARTE

La muestra Palabras, imágenes y otros textos se presenta en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Reúne las obras de la colección Carlo Palli, junto con las obras de prestigiosos artistas argentinos e internacionales en reconocimiento a los 50 años del movimiento Fluxus.

Por: Alejandra Nazarena Santoro

¡No seáis uno ni múltiple, sed multiplicidades!

Gilles Deleuze-Felix Guattari

Cuando José Ortega y Gasset escribía: «delante de una sola persona podemos saber si es masa o no» porque, según el autor, masa es todo el que no se valora a sí mismo, sino que se siente «como todo el mundo» y a salvo sabiéndose idéntico a los demás, estaba comenzando el siglo XX. Probablemente frente a su nariz alérgica estarían comenzando a desfilar publicidades gráficas y radiales, y televisivas más tarde, que aseguran la satisfacción de la demanda de los productos de la cultura de masas. Estaría, también, imponiéndose el concepto «industria» delante del cine y del arte en general. Los principios de máxima productividad, línea de montaje y producción seriada saludaban desde las carrozas a aquellos que no pudieron más que intentar salvar y resguardar el aura de la obra de arte. «¡La rebelión de las masas!», gritó Ortega y Gasset, mientras que Adorno y Horkheimer dejaban por sentado que la violencia de la sociedad industrial obraba sobre los hombres de una vez y por todas. Incluso, para muchos de estos filósofos, en la reproducción mejor acabada faltaba algo: el aquí y el ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en el que se encontraba. El aquí y el ahora de la obra original constituía el concepto de su autenticidad, y vaya si este concepto era importante.

Es preciso impedir que se desestimen las consecuencias de esta era de reproductibilidad, de multiplicación y tecnología. Hallazgos como estos han trastocado en profundidad todas las economías del imaginario y, una vez desplazados los ordenamientos simbólicos, las propias de lo real en su totalidad. Es preciso afirmar el fin de la obra como singularidad, extrayendo y exigiendo que se extraigan todas las consecuencias. Tal como afirmó el teórico y crítico de la cultura José Luis Brea en La obra de arte y el fin de la era de lo singular: «No hay obra singular que pertenezca por derecho propio a este tiempo. O habita tiempo prestado, y habla entonces al oído de otras épocas, no le dice a la nuestra nada que esclarezca y saque a la luz la problematicidad de sus propias condiciones de representación, o se abandona al formidable vértigo de su existir incontenido». El existir particularizado e individualizado de las cosas y los objetos del mundo, en nuestro tiempo, es pura quimera. El momento en que las artes tenían por misión respaldar el imaginario de un mundo de los seres particulares, de esa minoría selecta que se exige más que los demás a la cual se refiere Ortega y Gasset, es el tiempo de un proyecto pasado, muerto.

Descendamos a terrenos más concretos. Allí donde la teoría y el pensamiento se vuelven práctica, el 29 de marzo en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, los Amigos del Museo, en colaboración con el Centro de Arte Contemporáneo Luigi Pecci y la Colección Carlos Palli, con el auspicio de la Embajadade Italia en Argentina y el Consulado General de Italia en Buenos Aires, y gracias a la generosidad de BNP Paribas y Ferrero Rocher, se inauguró la muestra Palabras, imágenes y otros textos, curada por Marco Bazzini, Laura Buccellato, Guadalupe Ramírez Oliberos y Massimo Scaringella. La muestra, que reúne las obras de la colección Palli exhibidas en el Centro Pecci en diálogo con obras de prestigiosos artistas argentinos e internacionales, contribuye al conocimiento de un movimiento que se desarrolló en forma simultánea en todo el mundo, poniendo de manifiesto la bella metamorfosis que el texto y la palabra adquieren cuando se transforman en concepto artístico.

Cada una de las obras expuestas, de las más variadas expresiones y soportes, que exponen el agotamiento de todos los vocabularios establecidos, de todos los lenguajes, de todos los estilos, huyendo de la restricción lingüística de los significantes literarios y llevando a la palabra al plano de la imagen, son un homenaje al movimiento Fluxus, surgido en los años 60 a partir de las teorizaciones del lituano George Maciunas, quien da vida a este movimiento artístico integral e interdisciplinario, en el que el arte no es la finalidad, sino un medio. Como él sentenció en su Manifiesto: «el arte-diversión debe ser simple, divertido, no pretencioso, preocupado por las insignificancias, que no requiera habilidades o ensayos interminables, que no tenga valor ni institucional ni como mercancía. El valor del arte-diversión debe reducirse haciéndolo ilimitado, producido en masa, obtenible por todos y eventualmente producido por todos».

[showtime]

Fluxus. Fluir, dejar correr. Rescatar el aspecto efluente de unas obras que nacen y mueren prácticamente en el mismo lugar y momento en que se crean, aunando todas las expresiones, desde la música a las artes plásticas, hibridando lo culto y lo popular, disolviendo el arte en lo cotidiano y lo cotidiano en el arte. Nunca como en los tiempos actuales el mundo se había visto atravesado por tantos flujos, en todas direcciones y velocidades, y de todas las cualidades, personas, mercancías, valor, información, conocimiento, emotividad, datos. Las nuevas formas de utopización se vuelven realizables, entonces, en la ubicuidad desterritorializada del no lugar, del territorio fugado, deslocalizado, en el no espacio del tránsito. Romper con el habitáculo, salir a la calle y ganar sus rincones, desembarazándonos del concepto de «contemplación» para pasar al de «acción» y, de esta forma, asimilar todo aquello que nos circunda a través del arte, aquellos objetos que sostienen nuestro andar, poder vivenciarlos interiormente.

El destinatario natural de la cultura deja ya, de una vez por todas, de ser el sujeto-individuo, ese sujeto ilustrado que resultaría del proceso de la bildung, el autocultivo, la maduración personal y cultural. La cultura deja de operar como dispositivo formativo del individuo concebido, precisamente en esa adquisición cultural que define su competencia singularísima, como singularidad competencial, como «persona». Al mismo tiempo, también desaparece la singularidad que se encuentra del otro lado, del lado del artista, como hombre también singularísimo y diferencial que viene, precisamente en su ejemplaridad distante del común, a exacerbar ese carácter discreto y singular, alejado de la tribu y la especie, del ser sujeto-individuo, en cuanto inscrito en el espacio de lo cultural como argumento de diferenciación o distinción.

La desterritorialización, el no lugar como lugar privilegiado, aquello que no tiene ni principio ni final que se explica en un instante y muere en un instante, no se encuentra solo en las obras, sino en la organización de la muestra en general, a partir de la apertura de una fibrilación rizomal en todas las direcciones, de manera ajerarquizada y excéntrica, donde no hay una sola y única forma de leer la muestra, donde se relegan cualesquiera atribuciones fijas, estables y donde cada una de las obras establece el estatus no profesional del artista en la sociedad, demuestra la dispensabilidad e inclusividad del artista, demuestra la autosuficiencia del público-participante, y expone que todo puede ser arte y que cualquiera puede hacerlo.

ARTE

La muestra Palabras, imágenes y otros textos se presenta en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Reúne las obras de la colección Carlo Palli, junto con las obras de prestigiosos artistas argentinos e internacionales en reconocimiento a los 50 años del movimiento Fluxus.

Por: Alejandra Nazarena Santoro

¡No seáis uno ni múltiple, sed multiplicidades!

Gilles Deleuze-Felix Guattari

Cuando José Ortega y Gasset escribía: «delante de una sola persona podemos saber si es masa o no» porque, según el autor, masa es todo el que no se valora a sí mismo, sino que se siente «como todo el mundo» y a salvo sabiéndose idéntico a los demás, estaba comenzando el siglo XX. Probablemente frente a su nariz alérgica estarían comenzando a desfilar publicidades gráficas y radiales, y televisivas más tarde, que aseguran la satisfacción de la demanda de los productos de la cultura de masas. Estaría, también, imponiéndose el concepto «industria» delante del cine y del arte en general. Los principios de máxima productividad, línea de montaje y producción seriada saludaban desde las carrozas a aquellos que no pudieron más que intentar salvar y resguardar el aura de la obra de arte. «¡La rebelión de las masas!», gritó Ortega y Gasset, mientras que Adorno y Horkheimer dejaban por sentado que la violencia de la sociedad industrial obraba sobre los hombres de una vez y por todas. Incluso, para muchos de estos filósofos, en la reproducción mejor acabada faltaba algo: el aquí y el ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en el que se encontraba. El aquí y el ahora de la obra original constituía el concepto de su autenticidad, y vaya si este concepto era importante.

Es preciso impedir que se desestimen las consecuencias de esta era de reproductibilidad, de multiplicación y tecnología. Hallazgos como estos han trastocado en profundidad todas las economías del imaginario y, una vez desplazados los ordenamientos simbólicos, las propias de lo real en su totalidad. Es preciso afirmar el fin de la obra como singularidad, extrayendo y exigiendo que se extraigan todas las consecuencias. Tal como afirmó el teórico y crítico de la cultura José Luis Brea en La obra de arte y el fin de la era de lo singular: «No hay obra singular que pertenezca por derecho propio a este tiempo. O habita tiempo prestado, y habla entonces al oído de otras épocas, no le dice a la nuestra nada que esclarezca y saque a la luz la problematicidad de sus propias condiciones de representación, o se abandona al formidable vértigo de su existir incontenido». El existir particularizado e individualizado de las cosas y los objetos del mundo, en nuestro tiempo, es pura quimera. El momento en que las artes tenían por misión respaldar el imaginario de un mundo de los seres particulares, de esa minoría selecta que se exige más que los demás a la cual se refiere Ortega y Gasset, es el tiempo de un proyecto pasado, muerto.

Descendamos a terrenos más concretos. Allí donde la teoría y el pensamiento se vuelven práctica, el 29 de marzo en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, los Amigos del Museo, en colaboración con el Centro de Arte Contemporáneo Luigi Pecci y la Colección Carlos Palli, con el auspicio de la Embajadade Italia en Argentina y el Consulado General de Italia en Buenos Aires, y gracias a la generosidad de BNP Paribas y Ferrero Rocher, se inauguró la muestra Palabras, imágenes y otros textos, curada por Marco Bazzini, Laura Buccellato, Guadalupe Ramírez Oliberos y Massimo Scaringella. La muestra, que reúne las obras de la colección Palli exhibidas en el Centro Pecci en diálogo con obras de prestigiosos artistas argentinos e internacionales, contribuye al conocimiento de un movimiento que se desarrolló en forma simultánea en todo el mundo, poniendo de manifiesto la bella metamorfosis que el texto y la palabra adquieren cuando se transforman en concepto artístico.

Cada una de las obras expuestas, de las más variadas expresiones y soportes, que exponen el agotamiento de todos los vocabularios establecidos, de todos los lenguajes, de todos los estilos, huyendo de la restricción lingüística de los significantes literarios y llevando a la palabra al plano de la imagen, son un homenaje al movimiento Fluxus, surgido en los años 60 a partir de las teorizaciones del lituano George Maciunas, quien da vida a este movimiento artístico integral e interdisciplinario, en el que el arte no es la finalidad, sino un medio. Como él sentenció en su Manifiesto: «el arte-diversión debe ser simple, divertido, no pretencioso, preocupado por las insignificancias, que no requiera habilidades o ensayos interminables, que no tenga valor ni institucional ni como mercancía. El valor del arte-diversión debe reducirse haciéndolo ilimitado, producido en masa, obtenible por todos y eventualmente producido por todos».

[showtime]

Fluxus. Fluir, dejar correr. Rescatar el aspecto efluente de unas obras que nacen y mueren prácticamente en el mismo lugar y momento en que se crean, aunando todas las expresiones, desde la música a las artes plásticas, hibridando lo culto y lo popular, disolviendo el arte en lo cotidiano y lo cotidiano en el arte. Nunca como en los tiempos actuales el mundo se había visto atravesado por tantos flujos, en todas direcciones y velocidades, y de todas las cualidades, personas, mercancías, valor, información, conocimiento, emotividad, datos. Las nuevas formas de utopización se vuelven realizables, entonces, en la ubicuidad desterritorializada del no lugar, del territorio fugado, deslocalizado, en el no espacio del tránsito. Romper con el habitáculo, salir a la calle y ganar sus rincones, desembarazándonos del concepto de «contemplación» para pasar al de «acción» y, de esta forma, asimilar todo aquello que nos circunda a través del arte, aquellos objetos que sostienen nuestro andar, poder vivenciarlos interiormente.

El destinatario natural de la cultura deja ya, de una vez por todas, de ser el sujeto-individuo, ese sujeto ilustrado que resultaría del proceso de la bildung, el autocultivo, la maduración personal y cultural. La cultura deja de operar como dispositivo formativo del individuo concebido, precisamente en esa adquisición cultural que define su competencia singularísima, como singularidad competencial, como «persona». Al mismo tiempo, también desaparece la singularidad que se encuentra del otro lado, del lado del artista, como hombre también singularísimo y diferencial que viene, precisamente en su ejemplaridad distante del común, a exacerbar ese carácter discreto y singular, alejado de la tribu y la especie, del ser sujeto-individuo, en cuanto inscrito en el espacio de lo cultural como argumento de diferenciación o distinción.

La desterritorialización, el no lugar como lugar privilegiado, aquello que no tiene ni principio ni final que se explica en un instante y muere en un instante, no se encuentra solo en las obras, sino en la organización de la muestra en general, a partir de la apertura de una fibrilación rizomal en todas las direcciones, de manera ajerarquizada y excéntrica, donde no hay una sola y única forma de leer la muestra, donde se relegan cualesquiera atribuciones fijas, estables y donde cada una de las obras establece el estatus no profesional del artista en la sociedad, demuestra la dispensabilidad e inclusividad del artista, demuestra la autosuficiencia del público-participante, y expone que todo puede ser arte y que cualquiera puede hacerlo.