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14 agosto, 2011

La actualidad de un tema que reaparece en los medios de forma espasmódica.

 

En su nuevo libro, Violencias de Estado, presentado recientemente en la Biblioteca Nacional, la politóloga Pilar Calveiro analiza las políticas represivas del mundo actual. La presencia del juez Eugenio Zaffaroni y del periodista Eduardo Jozami ayudan, con sus reflexiones, a volver a meditar sobre el fantasma de la «inseguridad».

Por Rodrigo Díaz Cassel

Alguna vez Michel Foucalt dijo: «Donde hay poder, hay resistencia». En efecto, si analizamos las pautas acerca del orden en fábricas, cárceles, escuelas e incluso neuropsiquiátricos, veremos que todo dispositivo disciplinario necesita fijar cuerpos en lugares establecidos: esta naturalización y fijación del espacio genera subjetividades particulares. En el nuevo libro de la politóloga argentina Pilar Calveiro, Violencias de Estado. La guerra antiterrorista y la guerra contra el crimen como medios de control global, se expone una mirada sobre la reconfiguración del poder global y la hegemonía que sigue teniendo Estados Unidos para poder aplicar políticas con fines represivos, amparadas siempre en nociones vagas que legitiman la crueldad y sobredimensionan la carga del control punitivo. La presentación del libro, en la sala Cortázar de la Biblioteca Nacional, contó además con las presencias de Eduardo Jozami y Eugenio Raúl Zaffaroni.

Hegemonía

¿Qué se entiende por hegemonía? En primer lugar, este concepto debe rastrearse desde sus raíces gramscianas. En un corte transversal, el libro recorre el fin de la estructura bipolar (caracterizada por la carrera armamentística de la guerra fría) y la disolución de los llamados «socialismos reales», con el tiro de gracia que significó primero la caída del Muro de Berlín y posteriormente la disolución de la Unión Soviética. La hegemonía, entonces, entendida como supremacía de las potencias centrales occidentales, debe entenderse en el caso norteamericano como trascendental incluso antes del colapso soviético.

Entonces, ¿cuál es la influencia del imperialismo en el continente? Será la extorsión para que se apliquen políticas represivas en el ámbito económico, político y también social. A través del orden económico neoliberal, aparece desdibujada la idea misma del Estado-nación, hasta liquidar todo vestigio de expansión con fines redistributivos. En este sentido, afirma Eduardo Jozami: «Se desarrollan redes privadas que amenazan el orden estatal. La figura del Estado como elemento unificador de la sociedad se vuelve absolutamente estéril».

Sin embargo, esta cuestión hegemónica que desarrollan los Estados Unidos puede imponerse pero no es del todo terminante. En los últimos años, en la fase actual del llamado «capitalismo tardío», Estados Unidos comparte la competencia económica con otras potencias centrales y con las potencias emergentes (China, India o Brasil). Su liderazgo, algo que también señala Calveiro, no es del todo efectivo, como lo fue luego de la Segunda Guerra Mundial, en la que logró incluso imponer en el mundo su «sueño americano».

Políticas represivas

Lo importante, pues, será ver cómo Estados Unidos exporta, al igual que sus modos de vida, sus modelos de violencia política. Para lograr que sus políticas represivas tengan efecto, debió, luego del atentado a las Torres Gemelas, inventar, en primer lugar, la lucha contra el «terrorismo», y en segundo lugar, «la lucha contra el crimen organizado».

En la actualidad, a través de la influencia norteamericana sobre el continente, asistimos a las denominadas «democracias formales», esto es, una elite política que se legitima con el fraude en las elecciones populares. En el caso reciente de México, por ejemplo, el viejo partido tradicionalista PRI retoma las riendas en una sociedad estratificada signada por el control represivo sobrela sociedad. El caso mexicano es extremo, por la «frontera caliente» y el libre acceso a la droga. Los partidos políticos más tradicionalistas se financian a través del narcotráfico. Lo único que realizan organismos internacionales como el GAFI o la OEA, en este caso, es servir a los intereses de las potencias centrales para regular el libre acceso, en vez de combatirlo.

Mundo paranoide

Los medios de comunicación adoptan el sistema dominante del miedo y la paranoia. Son responsables de la función que cumplen y de lo que muestran. Como bien afirma Jozami: «Actúan como jueces. Bajan un discurso desde Norteamérica que es el efectismo, la demagogia punitiva y la sobrepoblación carcelaria. Hay que pensar que en el mundo el 70 por ciento de los presos se encuentra sin condena. Con este modelo, sólo se observan más pobres presos». En base al modelo vigente, que intenta socavar las bases democráticas de todo orden de control, se produce una privatización del sistema carcelario, y los excluidos sólo son vistos como sospechosos.

Ese imaginario, desde luego, no es nuevo. Las opciones políticas para América latina, que venían de Estados Unidos, implicaban el fundamentalismo de mercado, el endeudamiento, la sujeción político-comercial a los organismos multilaterales de crédito. De esta manera, hay un detalle que señala muy bien Calveiro en Violencias de Estado, y es ella quien se encarga de decirlo: «A través de los dispositivos del poder en los cuerpos, hay una profunda participación de lo privado en el orden público. En ese discurso efectista, los medios de comunicación, en tanto corporaciones privadas, mantienen lazos particulares, estrictamente sectoriales».

En esa verdad salpicada de objetividad que intentan dar los comunicadores, reverberan el miedo y los sentimientos más peligrosos asociados al terror. Con la utilización del miedo, Estados Unidos, junto con otras potencias centrales, pudieron invadir Irak y Afganistán, aludiendo a armas de destrucción masiva que nunca se encontraron. Por otro lado, en esa lucha antiterrorista como gran fenómeno fantasmal, el propio Osama Bin Laden, líder de la organización terrorista Al Qaeda, aparece como una figurita mediática travestida por las grandes cadenas de noticias, como es el caso de la CNN.

En este punto, a partir de la justificación del «enemigo externo», se crean, en términos de Calveiro, los centros internacionales de detención, se bajan las garantías procesales, florece la tortura dentro y fuera de la criminología: la cárcel de Guantánamo, en Cuba, es un ejemplo de esos grandes centros de detención que hoy podemos denominar «cárcel depósito», donde desaparecen las garantías y cualquier vestigio mínimo de derecho habitacional. Y luego también las cárceles de máxima seguridad donde, a través de otros procedimientos, se termina por aislar al prisionero.

Lo que emerge es la construcción permanente de escenarios bélicos, una funcionalidad del poder puesta al servicio de corporaciones. Con ese aumento masivo de criminalidad en el frente externo, también se pone énfasis en el combate a la sombra del delito callejero. De esta manera, en la región, al igual que en nuestro país, se estigmatizan los también nombrados «terroristas urbanos»; en ese gran cóctel, entran desde prostitutas hasta «trapitos».

El Estado-nación como ejecutor de masacres

Una de las grandes peculiaridades que señala el juez de la Corte Suprema Eugenio Raúl Zaffaroni es la similitud entre los Estados de corte fascista o nazista históricos y las políticas represivas adoptadas por los países actuales: «Este tipo de prácticas no es ninguna novedad. Si uno se pone a ver en un corte transversal responsables directo de masacres a gran escala, se puede llevar una sorpresa. Los Estados son ejecutores directos de masacres: la KGB, la Gestapo, en resumen fuerzas armadas que actúan en función policial. Un aparato paralelo que criminaliza y designa puede cometer los peores delitos».

A lo largo de la historia, la criminología académica pasó por un reduccionismo biológico (racista, spenceriano) hasta llegar a un interaccionismo fenomenológico de marco marxista y abolicionista. En el escenario actual, siguiendo ese tipo de características, asistimos a una lógica binaria de amigo-enemigo, como bien ejemplifica Zaffaroni: «Hay una represión global generalizada. La Inquisición, por ejemplo, se encargó de fabricar su propio enemigo. En esta suerte de seguridad internacional, se modela la Ciudad de Dios de san Agustín, donde se fabrican enormes campos de concentración».

Pero hay que insistir, sin embargo, en que este tipo de masacres en el escenario de la reconfiguración global se repiten por su sesgo de dominación y neocolonialismo enmascarado. Pareciera que no se puede dar el derecho a los carenciados; en todo caso, lo único que se sucede desde antaño son las matanzas producidas en la periferia, por parte de los imperialistas: el exterminio durante décadas de Francia sobre gran parte de África, el paso arrasador de Gran Bretaña son sólo algunos ejemplos de similitud con el poder que ejerce Estados Unidos en la actualidad para con sus dominados.

La hiperrealidad del hecho delictivo

En esta noción de «hiperrealidad», en términos del intelectual Jean Baudrillard, los medios de comunicación bajan su discurso de manera vertical. En la escala de homicidios encabezada por países como Guatemala o San Salvador, producto de la instalación del miedo, la ciudad de Buenos Aires tiene prácticamente el mismo temor de sufrir un hecho delictivo. Con la triplicación del sistema penal por parte de Estados Unidos, se pretende que para los otros países, a través de una injerencia comunicativa espasmódica, se produzca la creación del adversario: en el caso de Argentina, serían los adolescentes de barrios precarios.

Con la manipulación progresiva del miedo, hay tres escalas posibles del sistema penal según Zaffaroni: «Se encuentran en la creación del enemigo tres posibilidades diferentes del sistema judicial: en primer lugar el sistema penal formal, el sistema penal paralelo con el símbolo de Guantánamo, y el sistema penal subterráneo que sigue en la actualidad con vigencia, donde de manera directa desaparecen grandes cantidades de personas».

Perspectivas y nuevos horizontes

Es imperioso pensar, pues, el tema de la criminalidad desde una óptica distinta del modelo vigente reflejado por los medios de comunicación. Una iniciativa novedosa es reconstruir los vínculos de la seguridad democrática con la sociedad civil. Pero, a través del discurso audiovisual, ¿es realmente posible?

La reconciliación del discurso académico con la mayoría de las mayorías populares puede ayudar a echar luz sobre un tema tocado desde la órbita del espectáculo. Lo importante es, como decía Socrátes, «es echar luz a la ignorancia».

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