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30 junio, 2016

Decir que el arte es político es como

decir que el hombre es humano.
Augusto Boal

Por: Fernando Farina

«Algunos hablan de arte político como categoría del arte. No lo entiendo. Hay arte comprometido con el tiempo que le toca vivir a uno, o no», advierte Graciela Sacco, quien desarrolla su producción atenta a los contextos y las problemáticas sociales. En una continuidad con planteos comprometidos como el de la vanguardia rosarina de los 60, que ella investigó, su trabajo se perfila claramente en los 90, en lo que se podría inscribir en una acción contestataria al neoliberalismo y su correlato a nivel local, el menemismo. Previamente, Sacco había iniciado una investigación sobre nuevas técnicas que le permitieran profundizar en la búsqueda de un lenguaje artístico personal. En 1992, a partir de sus estudios sobre la heliografía, logró imprimir imágenes sobre las superficies más variadas. El uso de pinturas especiales fotosensibles es la posibilidad de alterar objetos de por sí significativos, de manera de abrir nuevos significados. Sin embargo, lejos de quedarse atada a esta manera singular de hacer obra, nunca se conformó, y siguió buscando nuevas formas, la mayor parte de las veces entre la gráfica y el uso de la luz, pero sin límites, procurando responder con acciones poéticas a las situaciones conflictivas que la motivaban. Una gran empalizada realizada con maderas encontradas en la calle, donde imprimió la foto periodística de una manifestación del Mayo Francés, fue una de las obras significativas y de quiebre, inicialmente presentada en la Bienal de San Pablo en el 96. Estos palos impresos fueron motivados por un comentario de Einstein, a quien, cuando le preguntaron con qué se iba a pelear en la tercera guerra mundial, contestó: «No sé en la tercera. Sí sé en la cuarta: con piedras y palos».

Interferencias 

Para Sacco, todo espacio es una posibilidad de discurso, de acción. Ella puede exponer en una galería o hacer su obra en la calle. Todo es un desafío, y las imágenes son tomadas de lo que la circunda, muchas veces de diarios viejos, como sabiendo que no hay lugar en el mundo que se mantenga ajeno a su interrogante. Pero no se trata de una violación al espacio, de una imposición; por eso, cuando habla de sus obras de la calle, prefiere decir que hace interferencias urbanas, ya que trabaja de acuerdo con los códigos propios del lugar, incluso dialogando con la publicidad. Propone en general perturbaciones, elementos discordantes, contradictorios con la continuidad esperable y tranquilizadora de las imágenes que abarrotan las carteleras. Ya sean los ojos en las paredes durante la Bienal de Venecia, las alas a los lados de las puertas de las escuelas para señalar las instituciones en riesgo o las bocas entre las propagandas políticas, sus imágenes son elegidas con el tono desafiante de motivar una pregunta.

Dejar ver 

A la hora de elegir sobre qué trabajar, Graciela Sacco apunta a mostrar aquellas situaciones sociales irresueltas en un mundo que le está dando letra permanentemente. Denuncias acerca del hambre a través de Bocanada, o de los peligros y las amenazas en Esperando a los bárbaros (donde los ojos aparecen entre maderas), o el registro de gente esperando o en tránsito, así como los migrantes y los que quedan afuera son temas recurrentes, al igual que los límites, las fronteras. La frontera es el litigio; determina cuál es el lugar propio y cuál es el lugar del otro. Desde ese lugar, lanza preguntas como cuánto es el espacio mínimo que un hombre necesita para vivir, que dio nacimiento a M2. Ese cuestionamiento se multiplica a través de indagaciones que tienen como punto de partida aquella unidad de medida, incluyendo un abanico que va desde la necesidad al poder. M2 se continúa en Tensión admisible, una denominación que toma de la ingeniería y que alude a la resistencia de los materiales. Se trata de una continuidad, donde se vuelven a poner en juego los límites. Acaso una obra baste para comprender este tipo de acciones: Sacco presenta el registro de la sombra de gente «que pasa». Una imagen tomada en aeropuertos, lugares en tránsito, sitios llenos de despedidas, de urgencias, de posibilidades; donde cargar una maleta permite imaginar que se arrastra una casa. Ella está debajo y observa, captura sombras, rastros, pensamientos; todo va, todo vuelve. Todo ocurre encima de ella, en los transparentes. Y piensa: «Una salida puede ser un encierro».

 El otro lado 

Aunque muchas de sus series tienen muchos años, se reconocen presentes. Esa es la ubicación más singular de la artista. Señala y habla  sobre cosas que atraviesan los tiempos y que nosotros reconocemos como propias, como actuales, sin dar respuesta ni hacer proclamas sino reiterando interrogantes, poniendo en tensión. He pensado algunas de sus obras desde la intemperie, esa sensación de angustia provocada cuando se está fuera de la casa, pero que también nos acompaña donde estemos, incluso en los lugares que creemos más seguros, y no nos da tregua. El mundo aparece en ocasiones salvaje, violento, inesperado, peligroso. Pero mucho peor es cuando el afuera se mete dentro, cuando ya no se trata del riesgo de vivir sin la protección de un techo, sino con la incertidumbre de cada día, a veces aceptando todo o sin siquiera poder ser conscientes de lo que pasa. Y ella es implacable: avisa sobre la «imposibilidad de pensar el adentro sin el afuera, la imposibilidad de pensar lo cotidiano sin el otro lado del borde».