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26 junio, 2012

 

LITERATURA

 

Crímenes imperceptibles fue elegida por el Wall Street Journal como una de las cinco mejores novelas policiales del siglo. Su autor, Guillermo Martínez, nos cuenta cómo logra el ilusionismo de esos universos entre la lógica y la tragedia.

 

Por Marisa Vidal Varela

 

 

Guillermo Martínez escribió su primer libro a los 14 años.  Aun así, su vida gravita desde entonces entre la literatura y las ciencias exactas; en 1985 se doctoró en Ciencias Matemáticas y su primera novela, Acerca de Roderer, se publicó justo antes de su viaje a Oxford, donde cursó mediante una beca del Conicet. Sin problemas de continuidad, inmerso en el universo académico de las ciencias duras, comenzó a gestar la novela que recibió el Premio Planeta y llegó a la pantalla grande dirigida por Álex de la Iglesia, Crímenes Imperceptibles. Este libro, que lo consolidó en el mundo de la literatura, parece ser el punto de inflexión en su vida: para alegría de sus lectores, la narrativa desplazó a las matemáticas a un segundo plano. Desde entonces no ha dejado de publicar novelas, cuentos y ensayos. Su narrativa no tiene fisuras y desafía con su búsqueda permanente sin repetirse, sin fórmulas. Es un escritor que trasciende y perdura, que se instaló dentro de lo mejor de la nueva literatura argentina. En esta entrevista nos habla de sus herencias literarias, de sus obsesiones y de su último libro.

 

 

En uno de tus ensayos, La fórmula de la inmortalidad, decís que la obra de un escritor suele corresponderse más con obsesiones íntimas, con búsquedas anacrónicas, que con los signos de su tiempo. ¿Cuáles son las búsquedas que disparan tus historias?

Es la parte más misteriosa del proceso creativo. Uno se va armando la figura de los libros propios. Tengo muchas ideas en lista de espera, pero no todas empujan de la misma manera. Pienso que debe ser igual que con las mujeres de las que uno se enamora, suelen ser la misma clase de persona, pero una prevalece. Con las historias, si bien todas me parecen posibles, hay algunas que me atraen más. Lo que me interesa es que haya cierta encarnación de ideas, de algún modo esa vinculación entre un mundo intelectual y una situación trágica o a punto de convertirse en trágica. Me gusta que en mis novelas haya personajes intelectuales dentro de una búsqueda del conocimiento. Acerca de Roderer tiene algo de eso, en La mujer del maestro hay un escritor que está escribiendo su última novela y a la vez se está acercando a la muerte, en La muerte lenta de Luciana B. de nuevo hay una tensión entre dos estéticas y a la vez una situación desgarradora en la vida de uno de los personajes.

 

 

¿Cómo es la lucha entre el afán del escritor por la novedad y ese libro insaciable que trata de proyectarse?

Sí, algo así. Cada libro es una aproximación a una figura que el mismo autor no conoce, porque trata de hacer cosas diferentes cada vez. En mis libros, para un lector atento, hay algunos vasos comunicantes, hay algunas pequeñas recurrencias, por ejemplo la omisión del nombre del narrador pero del que se saben algunos detalles en cada libro, como algunas señas de identidad. Salvo Crímenes…, todas mis novelas fueron inicialmente cuentos. Ahora estoy terminando de escribir un libro de cuentos que se llama Los reinos de la posición horizontal. Noté que todas las historias de este libro eran de amor o de muerte, entonces elegí ese título como marco. El último relato se fue expandiendo y se convirtió en mi última novela: Yo también tuve una novia bisexual. Eso también me pasó con La muerte lenta de Luciana B. y con La mujer del Maestro. Hay un modo de escribir, inicialmente algo más breve y con lo que no estoy tan comprometido en cuanto a lo ideológico, de pronto adquiere otra dimensión. Hay una parte del asunto que el escritor no maneja, que tiene que ver con la potencialidad del texto y de lo que uno no se entera hasta que lo empieza a escribir.

 

 

En Crímenes imperceptibles parece que dentro de la novela hay al menos tres cuentos que funcionan solos y a la vez avanzan en el relato. 

Sí, hay tres cuentos: el de los siete pisos, el crimen perfecto y el cuento del telépata. Alberto Manguel me dijo que a él lo que más le gustaba de la novela eran los cuentos. Curiosamente, en los inicios yo estaba en contra de las novelas que hilvanan piezas, porque prefiero la estructura del cuento; pero ahí naturalmente aparecieron historias que funcionaban, que permitían decir de manera metafórica varias cosas, no en una forma tan árida como es el discurso de un matemático. A mí me interesaba el atractivo estético de las teorías, entonces ¿cómo contar eso?

 

 

La tarea del escritor siempre requiere de cierto grado de abstracción. Como en las matemáticas, quien escribe se sumerge en un universo paralelo por tiempos prolongados.

Eso es una de las dificultades más grandes, vivir unas horas en otro mundo con sus leyes, sus balances, sus hilos delicados; hay una inmersión en el escribir que se parece mucho más a la vigilia que a esos arrebatos que vemos en las películas, donde todo sale de pronto. Creo que tiene más que ver con escuchar cómo se pueden hilvanar cosas que están a veces muy lejos entre sí, o que tienen afinidades ocultas, y sobre todo no escribir de más, no subrayar. También hay una estética en eso; una parte de los escritores argentinos se complace en machacar en una especie de estilo en el que dicen una frese y la vuelven del derecho, del revés. A mí me gusta que sea sutil, que el lector atento vaya armando todo.

 

 

No subestimar al lector.

Exactamente, que tenga su parte.

¿Cómo se sale y se entra en esos universos sin alienarse?

Yo tuve que dejar la matemática, porque después del éxito que tuvo Crímenes imperceptibles —que además coincidió con el nacimiento de mi hija—, cada vez representaba mayor compromiso escribir. Fue una decisión difícil, me ayudó mucho mi mujer. Tu verdadera vida pasa a ser escribir. Ahora me funciona un poco lo que decía Hemingway: él escribía un poco a la mañana, porque después de cierta cantidad de tiempo solamente se le ocurrían lugares comunes y esa era la señal de que tenía que dejar y que el resto del día era justamente un estado de vigilia, de suspensión, hasta que podía volver a escribir esa media página al día siguiente.

 

 

¿Qué se siente al ver que tus personajes saltan del papel a la pantalla o a un escenario, como en la película de Álex de la Iglesia, Crímenes de Oxford (basada en tu libro Crímenes Imperceptibles) o la próxima película basada en tu libro La muerte lenta de Luciana B.?

La physique du rol tiene algo que ver con lo que uno imaginaba. Cuando me hablaron de John Hurt, me parecía que era un poco mayor, pero después, la composición que hizo del personaje fue genial. También me gustaron Elijah Wood y Leonor Watling. Creo que a la película le faltó la parte psicológica y filosófica. Por otro lado, ya nos aprobaron el guión para La muerte lenta de Luciana B. que estaba escribiendo con mi mujer, Marisol Alonso. Estamos pendientes de si se concreta finalmente la película.

 

 

¿Qué significa para vos Un mito familiar?

Una gran alegría, mi idea era hacer un libro con lo mejor que había escrito mi papá, creo que fue un gran escritor. Lo ofrecí a mis editores e hicieron una edición muy buena. Mi padre tenía varios registros de tipo familiar entre el humor negro, la ciencia ficción y algo cercano a lo fantástico. Podrías decir, al leer algunas cosas, esto es Lebrero antes de Lebrero, esto es Aira antes de Aira, esto es Lamborghini antes de Lamborghini. Evidentemente había una sensibilidad de época. Ves la vida del escritor en distintos temas muy diversos.

 

 

¿Qué pensás que hubiera dicho de Crímenes Imperceptibles, libro que le dedicaste pero que no llegó a leer?

Él era muy crítico, muy riguroso, pero le hubiera gustado. Le gustaba y lo sorprendía que yo me hubiera abierto paso con la literatura, porque él consideraba que era algo personal, algo de la vida privada, supongo que tenía miedo de que me tirara a una pileta sin agua. Yo mismo no le aconsejaría a un joven que largara todo para dedicarse a la literatura. Después, ¿de qué va a escribir? Uno tiene que llevar el ojo del escritor a la vida, después te recluís mientras seguís viviendo.

 

 

¿Siempre tenés claro desde el inicio cómo es esa curva de tus personajes, desde dónde parten y hacia dónde van, como te pasó en La mujer del Maestro?

No, tampoco me planteo un axioma de obra de teatro, en el que todos tienen que torcerse para algún lado. Para mí lo fundamental es percibir, y esto es de cuentista, creo. Un elemento de torsión, que tiene que ver con el ilusionismo también, como algo que en principio parece del orden de lo cotidiano, una situación inicial más o menos reconocible, de pronto se convierte en algo que ya no es previsible dentro del orden de lo lógico, algo que tiene que ver puramente con lo ficcional. Después los personajes se acomodan a esa idea y orbitan en torno a ese quiebre.

 

 

¿Cuál es de todos tus personajes, hasta ahora, el que te resulta más entrañable?

Bueno… entrañable, quizás, por todas las cosas buenas que me ha dado, Roderer. Sin embargo, como personaje, a mí me resulta más interesante Kloster —La muerte lenta de Luciana B.— o el mismo Jordán —La mujer del maestro—; me gustó mucho en cada caso poder escribir esos dos personajes que se parecen en algún punto. También Seldom —Crímenes imperceptibles— que teme razonar sobre las cosas de la vida, porque acierta, pero de una manera extraña con consecuencias nefastas. Es un personaje interesante para proseguir en algún otro momento.

 

 

¿Volverá Seldom?

Puede ser, habría que resucitarlo, pero eso para un escritor no es un problema. Sí, creo que va a volver, es una línea muy interesante el género policial, a pesar de que no estaba dentro de mi proyecto literario. Es casi un accidente en mi línea; de algún modo se me identificó con el género policial. Demasiada luz sobre eso impide ver otras cosas que yo he hecho que, para mí, son más importantes. Crímenes… fue una novela que escribí con mucha alegría, y me gustaría retomar esa alegría; en otros trabajos he llegado a quedarme enredado hasta seis meses.

 

 

¿Qué hacés cuando te quedás atascado?

Escribo hasta cierto punto en el que la escritura comienza a deteriorarse. En el afán de avanzar voy dejando cosas marcadas que después retomo y hago una especie de revisión para volver a encariñarme con el texto. Hay una música en los textos, uno puede llegar a perder algo de esa música. Es muy importante el tema de los enlaces, la manera en que se conectan los temas, hay una serie de naturalidades que hay que buscar.

 

 

Que no sean atajos…

Que no sean parches del oficio. Esa es una frase que una vez le escuché a Jorge Amado; decía que a cierta altura un escritor, cuando está detenido frente al problema, sabe cuál es la manera de salir, encuentra la solución de oficio, pero esa solución no es la verdadera solución, uno tiene que tener la paciencia de esperar a que aparezca la solución intrínseca a ese problema.

 

 

¿Volvés a leer alguna vez lo que ya publicaste?

Sí, fue muy curioso, volví a leer Infierno Grande diez años después para una reedición en la que hice varias correcciones de falta de madurez. Volví a leer Acerca de Roderer y me di cuenta de que hubiera expandido más algunas situaciones. Hace poco releí La muerte lenta de Luciana B. Lo empecé a leer y me pasó algo que yo describo dentro del libro: hay pasajes enteros que uno ya no recuerda haber escrito y se sorprende. Cuando uno está escribiendo, lo hace en estado microscópico, y lo hace con atención a una multitud de detalles que tienen que ir cerrando, una cantidad de información que tiene doble propósito, un propósito narrativo y un propósito de sutura. Esa es la manera que tiene el escritor de asegurarse de no haber cometido errores.

 

 

¿Qué escritor argentino contemporáneo te emociona?

Esa pregunta es difícil. A mí me gusta mucho la clase de imaginación que tiene Pablo De Santis, en Los Anticuarios  incluso me emocionó mucho lo hondo que llegó en lo dramático con su personaje. Hay algo trágico y muy personal que me conmovió profundamente.

Después me gusta Pedro Mairal, que tiene algo muy honesto, veo siempre un ojo de escritor atento y que no está formateado por alguna teoría, es muy personal. Piglia y Abelardo Castillo son escritores que sigo, y me gustó mucho un libro de Ana María Shua —Que tengas una vida interesante— que es una antología de sus mejores cuentos, un recorrido de distintas etapas de su narrativa.

 

 

¿Disfrutás ser jurado?

Me gusta mucho, me encanta ver los textos de los demás, siento que rápidamente veo por dónde van las cosas. Hay textos que se suicidan a sí mismos, en los que se ven las dificultades de escribir, de sostener una historia, un lenguaje o la creatividad. Yo miro la originalidad, algo en la voz, en el lenguaje, en la historia, un ángulo nuevo. Después, si el lenguaje y su modo tienen cierta gracia, observo las cosas gruesas del oficio.

 

 

Para terminar, entonces, ¿no es el escritor más que la serie de sus libros?

Sí, de algún modo, como resumen de una vida, podría decir que sí.

 

 

 

Fotos: Alejandra López

@MaroVV

http://guillermomartinezweb.blogspot.com.ar/

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