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6 marzo, 2013

Lincoln baja del monumento. Es el hombre político y el estadista afrontando todos los riesgos de su tiempo. Incluidas sus relaciones familiares y sus conflictos íntimos. En los últimos cuatro meses de su vida. Se trata de acabar con la Guerra Civil, que costó 600.000 bajas. Y de aprobar la Enmienda 13 que libere a los negros esclavos.

Por: Osvaldo Andreoli

Entretelones políticos

El argumento del film se basa en el libro de Doris Keams Goodwin Team of Rivals. El genio político de Abraham Lincoln. Es la pista para entender los tejes y manejes políticos por donde se cuelan las astucias de Lincoln que permiten abolir la esclavitud. Esto explica la profusión de palabras y diálogos que desnudan los entretelones políticos, en su intimidad de presiones e intereses.
El fresco sombrío del director Steven Spielberg y la mano del guionista Tony Kushner pintan la condición humana de una fauna parlamentaria. También permiten reconocer diputados como Thaddeus Stevens, decisivo en la aprobación de la Enmienda 13. Defendía las causas de las minorías de Estados Unidos, incluyendo a los indios, a los mormones, a los chinos, a los judíos y a las mujeres. Lincoln le advierte que no debe alegar por la igualdad a secas de blancos y negros, sino por la igualdad legal, para no espantar votos en una reñida elección. Después de todo, el radicalizado Stevens no podía mostrarse en público con su pareja afroamericana.
El film es un entramado de cabildeos, maniobras de la politiquería, corrupción y juego sucio, compra de votos, extorsión ejercida por encima de los principios, en nombre de las mejores causas. Recursos y medios non sanctus para incidir en diputados venales y ambiciosos, o en vacilantes y pusilánimes. Se los compra, o se les promete y convence, como hace Stevens. Prácticas inofensivas. El cartel que rezaba «Todo parecido con personajes actuales es mera coincidencia» brilla por su ausencia.

El sermón del monte

En la última secuencia del film, después del asesinato del presidente, se inserta su discurso anterior como un legado patriótico. Entre las (infaltables) banderas, anuncia que se acabó la riqueza sustentada por 250 años de esclavitud, y culmina abogando por una paz duradera, ejemplo para el mundo. El mensaje de Spielberg se cierra sobrio y mesurado, con la misma oscuridad con que comenzó; dando lugar a la reflexión, ya que sobrevendrían tiempos difíciles. (Cabe un posible registro irónico, ante el complejo militar-industrial de la potencia del siglo XXI, cuyo presupuesto supera el billón de dólares).
El film se abre destacando uno de los rasgos del líder: su capacidad de escucha, su hábito de consulta a la gente común. Dos soldados negros reclaman ante la cámara que, al ampliarse la imagen, muestra de espaldas al presidente. Como un ciudadano más.

El miedo a la libertad

El liderazgo innovador impulsa a los vacilantes. Como insinúa un diputado indeciso: ¿Qué ocurrirá mañana si se cambia el curso de los acontecimientos? ¿Después se les dará el voto a los negros? ¿A las mujeres? ¿Tendrán idoneidad para ser libres? Se manifiestan la incertidumbre y la angustia, el miedo a la libertad. La liberación tiene sentido para quien ya no soporta la humillación, como explica el ama de llaves de la señora Lincoln. Ella ha dado la vida de su hijo negro en la guerra de secesión.
«Mis películas se cuentan con mayor frecuencia a través de imágenes, no palabras. Pero en este caso las imágenes pasaron a un segundo plano ante las increíbles palabras de Abraham Lincoln y su presencia», explica el director.

La galera de Lincoln

Si bien las palabras tienen relieve, las situaciones tienen también una concreción dramática y estética eficaz.
En la oficina de telégrafos, el presidente observa ensimismado el fondo de su galera. De allí saca un papelito y procede a dictar un cable decisivo. Pide la opinión de los empleados, antes de modificar el cable, dejando la situación librada a sus próximas instrucciones. Eso le permitirá después un margen de maniobra ante los opositores.
En vísperas de la elección, manifiesta su autoridad, las palmas de sus manos se descargan sobre la mesa, corta las dudas de su gabinete. Exige conseguir los dos votos que faltan para la enmienda, cueste lo que cueste. Aprobada esta, corrige a un representante de los esclavistas que pronostica la bancarrota de la economía.
La copa de la galera se recorta sobre cuerpos masacrados cuando visita el campo de batalla, cabalgando. Es el trasfondo trágico con el que debe lidiar…
Su quijotesca figura se delinea en contraluz entre los ventanales de amplios cortinados, parecidos a los del palco del teatro donde será asesinado. (Un ícono aludido, porque esa escena no se ve en el film).
Sin efectismos ni estridencias, el relato cinematográfico enfoca los entretelones de los espacios interiores.
No falta la discusión con su esposa, el cachetazo al hijo mayor, la ternura con el menor: lo alza sobre sus hombros cuando se ha quedado dormido en el suelo, jugando en penumbras, y lo lleva hacia un ambiente iluminado.
La coherencia épica resuelve, sin convencionalismo, la narración del magnicidio. Es lo que sale de la galera de Spielberg y su guionista. Esa culminación que esperamos no es visualizada. Es anunciada en otro teatro, donde el hijo menor asiste a un espectáculo. Su llanto es un símbolo, el fin de una inocencia. El presidente muerto se muestra en segundo plano. Alejado. Y su presencia viva reaparece con la inserción del discurso de la última secuencia.
En un elenco notable, destacan Daniel Day-Lewis (Lincoln), Sally Field (Mary Todd Lincoln) y Tommy Lee Jones (Thaddeus Stevens). La sobria ambientación y la fotografía conjugan estilísticamente. Y el modelo de gala de la esposa del presidente realza el vestuario. Con música de John Williams, es la película con más candidaturas al Oscar, estrenada poco antes de los premios definitivos. Astuto márketing como parte de una política cultural signada por la industria del espectáculo y el entretenimiento.

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