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4 marzo, 2013

 

Entrevista a Silvia Plager, autora de Boleros que matan, una nueva novela policial en el panorama editorial, que lleva a preguntarnos el porqué de la fascinación argentina con este género. «Creo que todos somos un poco voyeur», asegura la escritora. 

 

Por: Barbara Roesler

 

Tomar la decisión de leer un libro no es para todo el mundo tarea fácil. Un libro te absorbe, te hace perder el sentido del tiempo y el espacio. Es un estar acá y estar allí, un pasar horas como segundos y un sufrir a la par de un otro de papel. Las historias atrapan, sobre todo aquellas en las que el suspenso y la intriga obligan a pasar las páginas sí o sí. Por eso gustan tanto las novelas policiales, un género que nunca pasa de moda.
Silvia Plager es uan reconocida y versátil escritora. Su último libro, Boleros que matan, mezcla crímenes, sexo, drogas y romance. El cóctel ideal para un verano caluroso atado al ventilador.

 

¿De qué se trata Boleros que matan?

Es una novela polifónica, donde hay muchas voces pero el tema central es el periodismo, y es el amor, y también es la relación extraña que se presenta entre una novata traductora que se mete en un medio virginal a hacer periodismo y un experiodista estrella de páginas amarillas que fue importante un par de décadas atrás. De esa relación nace un romance que pasa a ser secundario dentro de la trama, en la que también surgen personajes nefastos: uno de ellos es un dealer, otro un violador que tiene un peso específico dentro de un mundo periodístico muy chico… La chica vive en Miami con su familia, personas que se fueron del país con la crisis del 2001, pero decide volver a la Argentina. Se aloja en la casa de una amiga en zona norte porque no tiene dónde estar y se ve metida en un embrollo, como les pasa a los novatos; un embrollo de delitos y de pasiones para el que ella no está preparada, con varias personas en situaciones de riesgo, con algunas muertes y con una intriga muy fuerte: busca la relación con ese experiodista estrella porque ella quiere averiguar algo que le sucedió hace 17 años a quien sería su abuelo, un joyero que fue asesinado en Tucumán y nunca se supo bien qué pasó. Es una novela que, si bien tiene una trama como cualquier thriller, también tiene mucha movilidad porque transcurre en distintos lugares, y hay muchos personajes que tienen una trama en sí misma, que podrían conformar un libro aparte. A ellos los trabajé desde el punto de vista sociológico o psicológico; es decir, detallé el nivel de habla de cada uno, cómo se presentan a través de sus acciones, etcétera. Una de las cosas que hasta ahora destacaron en el periodismo, en gente que lo leyó, en el «boca a boca», es que es una novela que atrapa, que es lo que yo quise. Uno quiere saber lo que va a pasar.

 

¿Es la primera vez que escribe una novela policial?

Yo tengo 18 libros publicados. Nunca me encierro en una temática, necesito siempre salir del encuadre. Escribí novelas como La rabina o Mujeres pudorosas; tengo un libro de ensayos, Nosotras y la edad; uno de humor, Al mal sexo, buena cara, que estuvo mucho tiempo agotado; otro varias veces reeditado, Como papas para varenikes, que es una parodia, una novela de humor con recetas… Pero nunca había escrito un thriller. Mi novela anterior, El cuarto violeta, tiene mucha intriga, tiene algunos ramalazos del thriller porque en el final se comprenden muchas cosas que aparecen como sugeridas. Y me gustó. Yo creo que el thriller, ahora que está tan de moda la novela negra, tiene algo que a mí me gusta mucho: puede ahondar en el comportamiento sociológico de los personajes, lo que en un punto remite a lo que sucede en la sociedad. Porque creo que una novela policial describe la sociedad de su época. Para mí la «novelita» negra solamente es una aproximación a hacer girar las páginas para ver quién mató a quién, y la gente no se pone a pensar en qué pasa por la cabeza de los personajes, porque en realidad no interesa. Yo igual agradezco hasta la médula esos libros y no hago distinciones entre las altas cumbres de la literatura y el resto de los escritos, como se hace hoy en día. Para mí es importantísimo que la gente lea. Entonces, como no soy peyorativa, considero que el tipo de novela que podríamos calificar de pasatista también ayuda a que el lector se entrene en algo que muchas veces no se anima a captar, que es el disfrute de la lectura. Igualmente, yo escribo lo que a mí me gusta.

 

¿Es diferente escribir un policial que una novela de cualquier otro género?

Sí, y te voy a decir por qué: porque el policial es como un mecanismo de relojería. Vos no podés dar ningún dato que después no cierre. No puede haber ningún acontecimiento ni un objeto puesto al azar. Si es algún objeto con peso específico, ese objeto tiene que tener algo, tiene que hacer algo. Te pongo un ejemplo: en Boleros…, aparece un gato muerto en el bar en el que están la protagonista y su amiga, que es veterinaria. La veterinaria cree que lo mató una vecina. Después en la novela no se habla más del gato, pero al final yo tenía que resolver este tema, aunque se tratase de una cosa mínima como un gato que aparece muerto; tenía que explicar el porqué. Acá se ve cómo un detalle menor tiene que cerrar. Vos tenés que cerrar todos los cabos. El final puede quedar abierto en una resolución afectiva, pero no puede quedar abierto en cuanto a saber qué pasó en una trama. Lo que siempre hay que cuidar es que todo lo que se escriba tenga que ver con la trama, que sea una necesidad.

 

¿Por qué cree que la novela policial es un género que no pasa de moda?

Yo creo que esto sucede porque siempre la gente quiere resolver algo. En realidad, todos hemos sido víctimas de algún delito o tenemos algún «muerto en el placar», como se dice vulgarmente; de hecho, así empieza la novela. Por ejemplo, en la novela gótica siempre aparecen una loca encerrada en el ala de un castillo o una mujer a la que mantienen oculta con la intención de quitarle su patrimonio. Se trata de misterios para atrapar al eventual lector, que desde siempre siente pasión por desentrañar enigmas. Las adivinanzas de los chicos, el «Veo, veo, ¿qué ves?» son también casos testigo: uno quiere saber qué está viendo el otro. Y los juegos de policía y ladrón, de detectives, se dan cotidianamente… Hay mucha pasión por investigar, porque creo que todos los seres humanos somos un poco voyeur. Siempre estamos un poco espiando la vida del otro. Uno piensa que esto solamente lo hace la vecina chusma, esa señora viejita que está parada mirando por la ventana, espiando qué hace la mujer que vive enfrente…; pero, en realidad, es una actitud que está en todo ser humano. Y hay mucho de eso en la novela policial: vos creas la trama, el texto, como un narrador deficiente que no sabe lo que va a suceder; adelantás, mostrás una idea.  Entonces el lector se siente también un poco el detective, un poco el policía, un poco aquel voyeur. Yo creo que en toda buena novela uno quiere vivir la vida de los personajes.

 

Hoy está muy de moda que periodistas que se dedican a la crónica policial, con el tiempo, se lancen a escribir novelas policiales. ¿Qué piensa del cronista devenido en novelista?

Si el periodista es bueno, va a ser un excelente escritor, y si el escritor es bueno, va a ser un buen periodista. Creo que está bien, porque lo importante es la calidad. Yo, por ejemplo, he escrito una novela histórica en coautoría con Elsa Vidal, que es Malvinas, la ilusión y la pérdida. Hubo mucha investigación, investigué diez años. Pero hay profesores de Historia que se han puesto a escribir novelas históricas que fueron espantosas. Sabían de historia, pero no sabían escribir. La novela tiene que ver con el lenguaje, y si alguien no domina bien el lenguaje, el perfil de los personajes, es muy difícil que logre material de calidad. Algunos buenos periodistas-escritores son Jorge Asís o Roberto Arlt. A mí lo que me interesa es que la gente lea, que no se pierda el hábito de la lectura, ya sea a través de libro digital o de papel. Y hoy en día es muy difícil que alguien se ponga a leer una novela. Aun los que quieren ser escritores tienen muy poca paciencia para libros como La guerra y la paz o Madame Bovary, obras con muchas descripciones. Ahora la vida es otra, la descripción va unida a la acción para que no decaiga. Sin embargo, yo creo que en las minucias está la gracia.

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