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12 julio, 2012

 

TEATRO

 

La dramaturga María Emilia Franchignoni unió las dos versiones de Freshwater, de Virginia Woolf, para montar por primera vez la obra en español.

 

Por Ariana Pérez Artaso

 

Tras estudiar detenidamente la vida y trayectoria de Virginia Woolf, Franchignoni descubrió que su única pieza teatral fue considerada durante mucho tiempo por la crítica como una obra menor, un divertimento demasiado autorreferencial. Para homenajear a la escritora y hacer justicia, la joven directora señala hoy con pasión las complejas operaciones presentes en Freshwater y destaca su relevancia histórica como precedente del teatro del absurdo.

 

 

Contanos un poco sobre la historia de la obra.

Virginia Woolf se negó a publicar Freshwater, por lo que se mantuvo oculta durante muchos años. El texto de 1923 estaba destinado a una de las veladas teatrales del grupo de Bloomsbury —círculo de intelectuales británicos al que pertenecía Virginia—, donde se hacían lecturas y representaciones. La razón por la que retomó el texto en 1935 fue el deseo de representar la obra para festejar el cumpleaños de su sobrina. Esto se hizo en el estudio de Vanessa Bell (hermana de Virginia) con un público de ochenta amigos.
Tras la muerte de Woolf, todo su material quedó a cargo de Leonard (su marido), quien respetó la decisión de mantener guardada la pieza. Recién en los años 60, después de la muerte de él, Freshwater se hizo pública. Dos décadas más tarde, Ionesco la estrenó profesionalmente en París.

 

 

¿Por qué el texto fue tan poco trabajado, a diferencia de otras creaciones de Woolf?

Freshwater siempre estuvo marginada por los críticos porque su autora era conocida como una novelista y ensayista trágica, no se la consideraba una dramaturga. Además, hay algo de la obra que se interpone con cierta idea establecida sobre el consumo cultural: es puro entretenimiento y diversión que, por momentos, pierde su sentido aparente. El problema es que no se suele asociar el entretenimiento a la crítica social o a la reflexión sobre las conductas humanas, sino que se lo piensa como medio para pasar un buen rato acríticamente. Si no se va más allá de ese nivel superficial de entendimiento, es imposible ver las complejas y sutiles operaciones que trabajan sobre la obra.

 

 

¿Qué es lo que Woolf critica en esos niveles sutiles?

Vale aclarar que todos los personajes de la obra son pesos pesados de la historia cultural inglesa —menos Craig, que es ficticio— a los que Virginia destroza, los vuelve casi maquetas y les hace decir cosas desopilantes. Así logra que la obra se vaya ridiculizando a sí misma desde estos personajes y se ponga en marcha un procedimiento complejo que habla metadiscursivamente de la lógica del arte: el texto se desanda una y otra vez, destruyendo lo que instala. Esa es una manera muy lúcida de hacer una afirmación ideológica. A través de estos mecanismos, la obra critica muchísimas cosas como, por ejemplo, ciertas lógicas del orden patriarcal: los varones de la obra giran todo el tiempo sobre sí mismos, mientras las mujeres llevan adelante la acción. Por otro lado, Freshwater cuestiona las conductas de los artistas y la solemnidad que se construye alrededor del discurso del arte. También discute con las concepciones victorianas acerca de la familia, el amor, el matrimonio y la muerte.

 

 

Con respecto a la muerte, ¿por qué el Sr. y la Sra. Cameron quieren viajar con sus ataúdes?

Esto tiene una explicación escénica, argumental y biográfica: no pueden viajar a la India sin ellos porque allí no hay ataúdes, y es el lugar en donde van a morir, así que se los llevan consigo. Al mismo tiempo, los cofres están presentes como elemento absurdo: en la lista de viaje de Julia Cameron figuran pantalones, bombachas, vestidos y ataúdes.

 

 

Parece que los personajes no le temen a su propia muerte, sino que se ocupan de ella.

Sí, con esa forma de pensar la muerte jugamos al final de la obra, cuando les ofrecemos a los espectadores sacarse una foto de la buena suerte dentro del ataúd. Me resulta muy rico poder tratar ciertos temas de una manera diferente a la habitual. La muerte suele ser un tema tabú, por lo que está bueno darle otro significado. Freshwater hace este tipo de operación todo el tiempo de una manera irreverente y liviana.

 

 

En la obra se ironiza sobre algunos aspectos de la vida de la tía de Woolf, la fotógrafa Julia Cameron. ¿Por qué creés que esta mujer la atraía tanto?

Por varias razones. En primer lugar, Virginia siempre estuvo preocupada por el lugar de la mujer dentro del arte y buscaba constantemente referentes que fueran más allá del patriarcado. Julia Margaret Cameron fue para ella una figura en la que pudo empezar a construir un linaje femenino de artistas, al que le fue sumando otros parientes excéntricos de la rama materna, que se mantenían fuera del protocolo victoriano por sus conductas marginales o extravagantes. A su vez, Julia participaba en tertulias con intelectuales y artistas de su época, lo cual le resultaba muy interesante a Virginia. En cierto punto, esto fue lo que reprodujo años después con el grupo de Bloomsbury.

 

 

¿El que no conoce el contexto en el que fue escrita, corre el peligro de quedarse un poco afuera de la historia?

Entiendo que la obra presenta la dificultad de haber sido escrita como un divertimento doméstico. Por eso, en la traducción y el trabajo dramatúrgico de mi versión, me ocupé de adaptar y cambiar los chistes internos para que fuera asequible a un público más amplio que no tuviera que conocer necesariamente el contexto en el que fue escrita. Intenté hacer que las cuestiones autorreferenciales se resolvieran dentro de la lógica del desarrollo del conflicto y quedaran como datos menores. Era necesario que el chiste pudiera pasar también por otro lado.

 

 

¿Qué significa la presencia de la reina Victoria?

La obra va construyendo falsos finales, cosa que desespera a los personajes. No aguantan más, quieren huir de la escena y terminar la obra, pero siempre hay algo que los interrumpe. Tiene que pasar algo que le ponga término a esta locura y, como es una farsa victoriana, aparece la reina Victoria, que condecora a los que quedaron en el escenario y finaliza la obra. Es un homenaje al deus ex machina del teatro griego que tanto amaba Virginia.

 

 

¿Hasta dónde te animaste a intervenir el texto?

Fui un poco inconsciente al principio, pero muy sensible con el texto: me metí en él de una manera muy femenina, escuchándolo escena por escena. El primer proceso en el que cambié algunas cosas fue la traducción: hay operaciones del lenguaje imposibles de transportar por completo de un idioma al otro. La obra originalmente tiene muchos chistes basados en la materialidad del sonido que no se podían traducir al español, por lo que tuve que encontrar la manera de modificarlos para que funcionaran. Además, trabajé sobre ciertos guiños internos que iban a resultar insostenibles para gran parte dela audiencia. Luego apliqué acotaciones escénicas que para mí le dieron apertura y nuevas posibilidades de comprensión a la obra; pero el nivel más grosero de intervención se dio cuando agregué partes del texto del 23 al del 35. Este último es muy hermético y absurdo, por lo que introduje elementos de la versión del 23 para lograr un tipo de recorrido más clásico.

 

 

¿Por qué elegiste armar un equipo de trabajo solo de mujeres?

La literatura era un campo de difícil acceso parala mujer. Así y todo, Virginia buscaba permanentemente la forma de romper con la escritura patriarcal y desarrollar una voz que tuviera que ver con la intervención femenina en el campo artístico. Claramente, muchas cosas han pasado desde Virginia Woolf hasta nosotros, pero me interesaba formar un equipo de mujeres para seguir aquella búsqueda y entender cómo nos podíamos relacionar e intervenir como mujeres dentro del arte. Fue como seguir en parte la consigna de Woolf un siglo después.

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