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6 octubre, 2011

Marita Verón, la «Emma» de Spilimbergo

 

ARTE

 

Por Marifé Marcó

 

A contrapelo de estos tiempos de vanas quimeras, en los que la gente cree sentirse protegida al abrazar las efímeras garantías que le proporcionan el poder y el dinero, encontramos la vida de un hombre idealista, austero, tenaz; un luchador que en un acto de fe pudo soportar la vida y supo apuntalar su trascendencia poniendo el acento en el rescate de valores que rigen el entramado social.

 

La creación artística de Spilimbergo relata y denuncia —entre otras temas— el aberrante tráfico de mujeres con fines de explotación sexual.

Hoy, igual que ayer pero de diferentes formas, aparecen gritos desesperados que piden justicia. En este caso se trata de una madre, Susana Trimarco, que tras la desaparición de su hija Marita Verón en 2002 no ha dado tregua a su búsqueda. Un profundo dolor la atraviesa y la moviliza para dejar al descubierto el feroz negocio de la trata de personas y la responsabilidad que recae sobre las instituciones.

La Emma de Spilimbergo no se diferencia mucho de «la breve historia de Marita Verón». Ambas parecen mirarse en la imagen de un espejo invertido. Las dos comparten relatos de crónica policial: no se sabe si Marita aún esta con vida; a través de los medios de su época se sabe que Emma Scarpini se suicidó.

Desde el psicoanálisis podemos barajar una hipótesis acerca de la muerte de Emma: el suicidio es un pasaje al acto, la caída del fantasma, en el cual el sujeto es tomado por un real y reducido a un objeto de desecho. El caso de Marita, en cambio, es pura pulsión de muerte, sadismo, sometimiento y perversión dibujados en los rostros de sus proxenetas, una vacilación de la ley del nombre del Padre en el tejido social.

El arte como denuncia

Para entender la producción de Spilimbergo se hace necesario ubicarlo en sus diferentes etapas y recorridos: en el campo artístico, en su formación, en el de las instituciones. En esta ocasión nos focalizaremos en el relato de Emma a través de una serie de grabados.

Existe un antecedente sobre el tema de la prostitución en Antonio Berni, con la figura de Ramona Montiel. La Emma de Spilimbergo cobra vida a partir de notas de laboratorio tomadas por el artista. Esta inquietud parece surgir a partir de la crónica diaria. Nos cuenta Diana Wechsler (curadora y Licenciada en Historia del Arte): «escribe en lápiz en una hoja de su cuaderno a mano alzada: “13 de agosto de 1936. Noticia de policía. Anoche la mujer Emma Scarpini, de 30 años de edad, autorizada a ejercer la prostitución, se suicidó arrojándose desde el noveno piso de un hotel. Era conocida bajo el nombre de ‘Lola’. El cadáver fue transportado a la morgue para una autopsia; aún nadie se ha presentado a reclamarlo. Se halló en su habitación una carta para sus padres que decía: ‘Siempre fui buena, no soy yo la culpable’”».

Spilimbergo imagina los modestos orígenes de la mujer en sus dibujos preparatorios y dedica la mayor parte de sus monocopias (Serie sórdida) a secuenciar la vida de Emma, sola o con sus compañeras, en una oscuridad extrema, hasta culminar en el dramático pasaje al acto que terminó con su vida. Lino emplea un tono naturalista para narrar y centra su producción en las preocupaciones sociales de aquel momento, para expresar de esta forma su compromiso político, implicancia que sostuvo a lo largo de toda su vida.

La estética política de la breve historia de Emma

La historia de Emma es narrada a través de la reconstrucción de su vida en una muestra que se expuso por primera vez en Tucumán en 1949 y sufrió la censura de la Iglesia. Representa una manera de interpelar a la sociedad que avala la naturalización y a las leyes que regulaban la prostitución en una época de la sociedad burguesa.

No hay certezas sobre la verdadera existencia de Emma, pero este hecho es la inspiración de Spilimbergo para abordar la marginalidad de una sociedad desde otro ángulo. Reconstruye la vida de Emma a través de treinta y cuatro monocopias de un realismo brutal, con interiores oscuros y dramáticos. Comienza el relato con los avatares de una niña en su hogar. A los quince años Emma trabaja en un taller de planchado, y a los diecisiete es invitada a subir a un auto cuyo destino será un prostíbulo de San Fernando.

La Emma de melena corta con moño y ojos grandes es un esquemático dibujo que se irá transformando, en el cual se puede apreciar angustia y resignación. La muerte reina, los espacios son oscuros, pequeños. Las habitaciones, compuestas por unos cuantos objetos como cama, palangana y jarra, dan cuenta de la esclavitud a la que son sometidas las mujeres. Muestra también a sus compañeras, tristes. En otra escena, Emma aparece junto a un hombre, luego otras secuencias la mostrarán con el rostro ajado o acurrucada, hasta llegar a la última monocopia. Allí aparecerá el rostro de una calavera que presagia su fin.

Tanto Emma como Marita Verón son símbolos de una época siniestra: Emma es un hito del arte nacional, mientras que Marita representa «las zonas liberadas» de una desgarradora y terrible historia. Es también, la pesadilla de una madre que no cesará de buscarla hasta llegar a la verdad y develarla.

Pinceladas de la vida paradigmática de un grande

Lino Enea Spilimbergo fue uno de los grandes artistas argentinos, sin embargo fue un personaje de bajo perfil. Quizás esto se relacione con sus orígenes, ya que nació en una familia de inmigrantes italianos en 1896 y llevó una infancia austera. No le interesaba el dinero, por eso adoptó la austeridad como un modo de ser a lo largo de toda su vida.

Cuenta su nieto, Leonardo Spilimbergo: «Mi padre lo recordaba como un hombre de carácter fuerte, muy recto y muy solidario», características a las que también hará referencia uno de sus discípulos, el artista Albino Fernández: «Su presencia imponía respeto; era muy serio, sin embargo, muy amable con sus alumnos, nunca ofendió a ninguno».

Spilimbergo comenzó su formación en 1913 como alumno de Dibujo de la Escuela Industrial. Luego egresó de la Academia Nacional de Bellas Artes en 1917 como pintor y muralista, con acentuada orientación hacia el grabado y la litografía.

Se puede decir que Spilimbergo planeó su inmortalidad. Diana Wechsler  revela: «Cuando abrí el baúl que guardaban los objetos de Spilimbergo descubrí, entre sus cosas, una libreta personal. Allí encontré una sutil advertencia escrita por este sorprendente artista: “guardaré todos mis documentos por si alguna persona, algún día, se interesa por conocer mi verdadera vida”».

Según Wechsler: «Spilimbergo termina de estudiar en el 18 y comienza una actividad muy febril y rigurosa; para poder mantenerse trabaja como empleado de correos, pero lo consideraba esclavizante. Sabe que para ser artista tiene que realizar una serie de pasos, trabaja de 12 a 6 de la tarde, entonces tiene la necesidad de organizarse obsesivamente para poder sostener su carrera, motivo que lo lleva a escribir en una libretita su método de vida. Spilimbergo anotaba todo lo que iba pensando, lo que iba haciendo, lo que comia y aunque puede parecernos gracioso, esto nos habla de alguien que tiene un firme propósito de avanzar hacia una meta, entre las que se encuentra viajar a Europa».

En 1925 obtuvo el premio Nacional al Mejor Conjunto, por un conjunto de obras con carácter nativista que en ese momento era valorado como Arte Nacional. Luego puso rumbo a Europa para estudiar en París, sin beca, en un «viaje de perfeccionamiento» como paso obligado para la formación de los artistas argentinos conocidos como «los muchachos de París». En Europa tomó contacto con otras estéticas, aunque siempre se manejaría en el terreno de la figuración y en la lucha por la modernidad. La emergencia del arte moderno y el replanteo de la figuración eran el centro del debate.

Spilimbergo está considerado uno de esos artistas batalladores que se fueron a Europa, aprendieron, redigirieron y aprovecharon ese aprendizaje para reinsertarlo en su medio, planteado desde las preocupaciones de su entorno.

Lectura de la particular estética de Spilimbergo

La particularidad de la obra de Spilimbergo es su recorrido en el campo artístico. Si nos remitimos al autoretrato de 1924, encontramos un trazo impregnado por el naturalismo, comparado con el autoretrato de 1928, donde se advierte la evolución de una pincelada abierta y del paso a geometrizar la figura. Trabajó diferentes temas: por un lado, la figura humana, y por otro, el paisaje. Luego trabaja la figura humana en torno al paisaje. Si observamos la obra Seres humildes nos preguntamos: ¿de qué se trata, del paisaje o de la figura?, porque pone el paisaje de tal forma, que éste cobra mucha importancia.

Arte y compromiso social

Lino Spilimbergo fue un artista comprometido con la sociedad. Era un militante de izquierda; en colaboración con Antonio Sibellino y Luis Falcini fundaron el Sindicato de Artistas Plásticos en 1933.

Spilimbergo trabajó en series que narraban la sociedad, como Interlunio, inspirada en el libro de Oliverio Girondo y compuesta por once aguafuertes, o El Compadrito y la Cortesana, y otras obras vinculadas a la caducidad del cuerpo, la infidelidad, el orgullo.

Por aquella época, sus personajes eran los habitantes que vivían en los márgenes de la ciudad, sobre el arroyo Maldonado. También estuvo en Bolivia, preocupado por la situación de los aborígenes, e insistió en mejorar su situación de vida. Entre 1934 y 1935 trabajó en red con otros artistas en el movimiento internacional antifascista. También participó en el Congreso Mundial de la Paz, a través del envío de un aguafuerte a Diego Rivera en la década del 40 y del envío de monocopias en las cuales planteaba el tema del dolor de la guerra y los conflictos entre muerte y vida que el mundo vivía en esa época.

En Nueva York, en 1937, decoró el pabellón de la Argentina con una serie de murales efímeros sobre las industrias artesanales, en los que lo regional se muestra claramente.

En 1944, junto a Castagnino, Berni, Urruchúa y Colmeiro fundó el Taller del Arte Mural, que se encargó de decorar la cúpula de las Galerías Pacifico.

«Pintar es un tremendo compromiso»

La obra de Spilimbergo se puede analizar desde diferentes puntos de vista. Su creación estética captura un momento relevante de la plástica argentina: una pintura sólida, consecuente con un ideal político en defensa de los derechos humanos.

Meditar sobre la obra atemporal de Spilimbergo quizás nos ayude a construir valores a partir de su legado: «pintar es un tremendo compromiso». Sus obras promueven un sentido ético, porque Spilimbergo coloca imágenes en una sociedad, se compromete, presenta una estética política y da una opinión que dista mucho de ser neutral.

Quiero finalizar este artículo con las palabras de otro artista, Albino Fernandez, discípulo y amigo: «Spilimbergo no era un genio vanidoso, era un ejemplo de ser humano, excepcional, humilde, sensible a los acontecimientos que lo rodeaban. Con muchos Spilimbergos, quizás no habría guerra en el mundo».

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