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Mark Stafford El sujeto y su techne

A pesar del surgimiento del psicoanálisis como una consecuencia de la invención de una techne  (la técnica de Anna O. de «barrer la chimenea»), la cuestión de la tecnología parece, en mi visión, haber ocupado solamente un lugar marginal en la apertura del campo psicoanalítico.
El uso, por parte de Freud, de la expresión «dios protésico» en El malestar en la cultura y el reconocimiento de que las distensiones y la protección que brinda la teconología no han sido capaces de mejorar el Unbehagen [malestar] en la Kultur [civilización] en sí misma solo han sido tomados como tema de importancia para la clínica recientemente.
El psicoanálisis, sin embargo, no ha estado solo en su relativa indiferencia ante el efecto sobre el sujeto del notable aumento en el rol de una multiplicidad de tecnologías. La herencia dual de la filosofía occidental del idealismo platónico y el cogito cartesiano (como personificación del surgimiento de la ciencia moderna) dejaron la cuestión de la tecnología en los márgenes, al menos, hasta el ensayo de Heidegger La pregunta por la técnica, un texto cuya pertinencia ha crecido considerablemente desde su primera publicación en
1954. Hace relativamente poco dos trabajos, uno filosófico y otro psicoanalítico, se han redirigido a esta problemática omisión. La obra de Jean-Pierre Lebrun Un monde sans limite (1997) trata de la importancia para la clínica analítica de enfrentar el asunto de la filiación a la luz de los avances tecno-científicos. La pregunta central de Lebrun es cómo la mutación del rol de la ciencia, desde una forma de conocimiento hacia una función social que sustituye la declinación del patriarcado, afecta la función paternal.

 

Como subraya Lebrun, la mutación de este rol de la ciencia es en gran medida una consecuencia del modo en que la economía liberal de mercado continuamente ofrece a sus integrantes productos tecnológicos que se atribuyen la personificación del conocimiento de la ciencia y entregan ese conocimiento en el nivel de un producto de consumo. Lebrun, que aportó un texto importante al coloquio de 1997, Being Human: The Technological Extensions
of the Body, convocado por Après-Coup Psychoanalytical Association de Nueva York, efectivamente abrió un nuevo campo de investigación psicoanalítica, aunque otros analistas, notablemente Serge Lecleire, quien junto a Paola Mieli inició el proyecto Being Human, había demostrado gran interés en establecer una investigación permanente sobre los efectos de la tecnología.
El estudio en tres tomos de Bernard Stiegler Technics and Time (1991-1999) vuelve sobre el silencio de la filosofía en cuanto a la relación de la techne con el ser. El trabajo de Stiegler, ampliamente basado en las investigaciones antropológicas de Leroi-Graham sobre la hominización, es un punto de referencia importante para la investigación psicoanalítica en cuanto a los efectos de las tecnologías modernas. Siguiendo el pensamiento de Heidegger, Stiegler detalla cómo la tecnología moderna corre el velo en la aparición del sujeto humano de la techne.

La manera en que nuestra relación con la techne se oscurece es precisamente, según Stiegler, lo que nos hace vulnerables a las construcciones ideológicas que reclaman la importancia del rol de la tecnología y la necesidad del sujeto de someterse a las demandas sociales producidas por las tecnologías —industriales, médicas y mediáticas (para nombrar solo algunas)— que nos rodean.
Lebrun enfatiza, con razón, que como las tecnologías de la reproducción y de la extensión de la vida han sido incorporadas al discurso médico, son las que más abiertamente apoyan la mutación del rol de la ciencia en un avatar del «nombre del padre». Sin embargo, las nuevas patologías de la vida cotidiana —la adicción a los videojuegos, el evitar el habla a través del uso de mensajes de texto, la distribución de imágenes pornográficas— también revelan que las tecnologías ópticas son igualmente dominantes en su rol como garantizadores
del lazo social.
Una tecnología óptica de particular importancia, aunque todavía no juega ningún papel en los medios contemporáneos, es la resonancia magnética, que ahora se usa ampliamente en las evaluaciones neurológicas. En gran parte basada en esta tecnología, ha aparecido en los Estados Unidos desde los años setenta una nueva versión de la ciencia, llamada «neurociencia». Lo más notable de esta «ciencia» es que sus ambiciones revelan que intenta traspasar los límites de la ciencia moderna, específicamente la ciencia moderna tal como
la define Lacan, siguiendo a Koyré, como la emergencia de la matematización de Galileo del movimiento de los planetas.
La relación de la ciencia moderna con lo matemático era estructural, mientras que la resonancia magnética, a pesar del uso de modelos estadísticos en ciertos experimentos, elimina la necesidad de una formulación matemática de los datos producidos por un experimento. La «evidencia» producida por la resonancia magnética de que «la experiencia de excitación del sujeto ocurre en el hipocampo» es «transparente» y aparentemente no requiere ninguna mediación simbólica o consideración dialéctica. La actividad sináptica se equipara la propia subjetividad, una «subjetividad» que también es «objetiva».

Con el uso de la resonancia magnética para establecer la neurociencia como «la ciencia de lo humano» hemos llegado a un momento en el que lo «protésico» se ha convertido en un «dios». El sujeto es simplemente una extensión de su invención tecnológica. En este punto, debemos agregar, junto con Lebrun y Stiegler, que si bien la tecnología contemporánea corre un velo al ser humano como siempre dependiente de su propia techne, también
ha sido capaz, frente a la muerte de Dios, de establecer una nueva forma de religión, la religión de lo tecnológico.