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25 agosto, 2015

Nada nuevo bajo el sol: Violencia, tecnología y otros inevitables

Nada nuevo bajo el sol: Violencia, tecnología y otros inevitables

Paula Parabúe

Sobrevivir es un emprendimiento más inteligente si contempla la participación de otros: no podré correr lo suficiente para cansar a mi presa, no si somos sólo ella y yo. No podré, solo, cultivar lo necesario y aún tener tiempo para cazar mi carne. Y sí, el onanismo tiene un encanto cierto, podemos convenir que es uno igualmente limitado. Entra allí la necesariedad de la compañía humana: el otro, que jamás será mi igual porque comete el desatino fundamental de no ser yo.

Supongamos que decido no vivir solo, entonces, sino con otros que mejoren mis posibilidades, ¿cómo soportar su cercanía? Supongamos, finalmente, que genero una estructura que me permite controlar lo que es violento en mí, domesticarlo como quien logra que un tigre arañe los bordes del sillón en el living: funcional, si no exactamente lógico o satisfactorio para ninguno de los involucrados.

Esa es la neurosis, según Freud plantea en El Malestar en la cultura: el hábito necesario de un animal eternamente desarraigado.

Más de 100 años después de que El Malestar en la Cultura viera la luz, ese otro sigue siendo necesario, incluso cuando el abanico de nuestras «necesidades» se ha diversificado hasta incluir un televisor LED de 40 pulgadas o un celular que pueda articular una voz humana para informarme sobre el lugar más cercano donde comprar comida. Y si creemos los slogans de nuestros tiempos, gracias a la tecnología hoy no sólo «estamos conectados»[1] sino que tenemos «el poder de ser la mejor versión de nosotros mismos»[2]. Sonamos afortunados… ¿o no?

Internet – quizás la encarnación más obvia de la tecnología actualmente – me conecta en tanto me expone a cotidianeidades ajenas, pero a menudo el resultado no es la comunión que las publicidades anuncian, sino la exacerbación de las emociones y del decir, y la impunidad para exteriorizarlo.

Las interacciones virtuales se amparan en la ausencia del cuerpo físico para limar los bordes siempre filosos de la responsabilidad, convirtiendo «no blood no faul», en la nueva regla. Esta frase, utilizada en el deporte callejero, la tortura y en casos de negligencia médica es traducible como «sin sangre no hay falta» y significa que mientras la violencia no deje marca comprobable no es castigable. No por nada, y en el polo opuesto, la expresión «poner el cuerpo» se utiliza para denotar el hallarse realmente implicado en una situación.

El cuerpo es preso de necesidades concretas, de hábitos miserables, de pequeñeces sujetas al tiempo y al lenguaje. Mi cuerpo me reclama, me ancla, me angustia, mi cuerpo es vehículo y una de mis marcas esenciales incluso si puedo modificarlo parcialmente. Incluso si como sujeto lo transciendo. Porque el sujeto no es sólo su cuerpo, pero no por ello es menos relevante cuestionar qué estamos haciendo del cuerpo y su materialidad hoy: pretender que es menos relevante al momento de interactuar. Entonces, no podrá decirse que la tecnología hace aparecer el monstruo en mí, pero sí que me sirvo de ella, por ejemplo para liberarme de ciertas condiciones que me impone tal materialidad.

Lo que es eficaz para la determinación de la conducta no es la materialidad del cuerpo sino la representación que nos formamos de él, es cierto. Nuestro cuerpo es un cuerpo deseante, transformado de puro organismo a tal  gracias a un Otro. No he nacido con un cuerpo, sino que me he apropiado de él: lo he construido. Y la ventaja de “tener” un cuerpo, en lugar de “ser” ese cuerpo es que puedo disponer de él, incluso para convencerme de que no lo estoy poniendo en juego y que por ello, todo es menos real. Es el registro imaginario del cuerpo el que me permite, en la interacción virtual, hacer de cuenta que el otro no está allí realmente, y que por tanto el límite que el otro me presenta no es el mismo.

Sin sangre no hay falta, sin cuerpo no hay sangre… y así, gracias a la relación mutuamente condicionante entre tecnología y cultura habitamos un escenario generoso para deshacer lo que millones de años de evolución – o más precisamente represión – intentaron construir.

Pero lo que hablamos aquí no es un fenómeno sorpresivo, algo que podamos mirar con pesadumbre, moviendo la cabeza en negación como diciendo “¿Cómo hemos llegado a esto?”

En el año 1957 Isaac Asimov publica El sol desnudo, una novela de ciencia ficción en la que la acción transcurre en un planeta líder en tecnología cuya población es 1/10 humana y 9/10 robots-sirvientes, donde los hijos son concebidos y criados en instalaciones llamadas “granjas”, donde los matrimonios son asignados por el estado y el contacto físico es considerado obsceno. Más aún: la sola presencia de dos cuerpos en la misma habitación es excepcional y de una intimidad indeseada.

Bienvenido a Solaria. Le rogamos no comparta el mismo aire que nosotros porque podría ocasionarnos un ataque de pánico. Y una cosa más, no se preocupe por la desnudez de un cuerpo femenino, si la encontrara: ver no es visualizar.

(…) Aquí no se trata de ver —dijo ella, ruborizándose ligeramente y bajando la vista—. Espero que no me creerá usted capaz de hacer una cosa así…, como salir del secador si alguien me estuviera viendo realmente. Usted me estaba sólo visualizando.

— Pero, ¿acaso no es lo mismo?—inquirió Baley, asombrado.

— ¡En absoluto! Ahora, por ejemplo, me está visualizando; no puede tocarme, ni olerme, ni nada parecido. En cambio, si me estuviese viendo, podría hacerlo. En este momento, yo estoy a trescientos kilómetros de distancia por lo menos. ¿Cómo puede ser eso la misma cosa, dígame?

Baley iba encontrando todo aquello interesante.

—Pero yo la estoy viendo con mis propios ojos.

—No, usted no me ve. Usted ve mi imagen; me visualiza.

— ¿Y hay mucha diferencia entre una cosa y otra?

—Una diferencia muy grande.

—Comprendo.

¿Comprende usted? En Solaria los matrimonios, amistades y encuentros sociales se desarrollan mediante visualizaciones, un hibrido de holograma y telecomunicación. Se trata de una sociedad donde la tecnología y un inmenso desarrollo económico llevaron no al equilibrio, sino al aislamiento físico como mandato social. Cuando el nivel económico comenzó a verse reflejado en la distancia que uno podría caminar dentro de una propiedad sin encontrarse a un vecino se sembró la justificación para el no encuentro. O quizás antes. Quizás el cuerpo era un real demasiado terrible como para conservarlo en la ecuación, y supieron encontrar una buena excusa.

Esta historia fue publicada hace 58 años, pero aún entonces Asimov podía vislumbrar como el progreso tecnológico podía conducir ¿reconducir? al aislamiento manteniendo a la vez  una parodia de la comunicación, como también el hecho de que toda la evolución y las ventajas que la mente humana es capaz de producir viviendo en sociedad no bastan para erradicar una agresividad que encuentra forma de resurgir. Porque en Solaria, un mundo donde los robots funcionan según leyes cuidadosamente diseñadas que les impiden dañar a sus amos, donde el contacto humano ha sido socialmente repudiado, y donde dos seres humanos no encuentran razones válidas o placenteras para coincidir en una habitación; en ese mundo también existe el asesinato.

En un arrebato criollo podrá decirse: hecha la ley, hecha la trampa.

 

 

Bibliografía:

Asimov, Isaac: “El sol desnudo” (1957).

Freud, Sigmund: “El malestar en la cultura” (1930).

Lacan,J.: «El estadío del espejo como formador de la función del yo (je) tal y como se nos revela en la experiencia psicoanalítica.» (1949).

[1] Nokia, “connecting people”

 

[2] Apple, “The power to be your best”)