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9 abril, 2012

Por Margarita Gómez Carrasco

 

¿Existe un sentimiento de plenitud más grande que el instante de la creación?, esa sensación fugaz en donde se reafirma la vida entrelazada con el amor. Así, como una chispa divina e inmortal que confirma el valor de la existencia, se devela la obra de Quinquela Martín.

 

Conviene remarcar que, si un hombre cualquiera se cree rey está loco, no lo está menos un rey que se cree rey.
J. Lacan, Acerca de la causalidad psíquica

 

Este artista supo plasmar y representar «la prepotencia del trabajo» —según Roberto Arlt— óleos plagados de estibadores en La Boca; el puerto tan prolífero como conflictivo, cuna del contrabando y concentración de riquezas, fuente de trabajo y morada de la gente humilde: los trabajadores. Pero eso no es todo, también inventó La Orden del Tornillo, que también puede ser leída como una creación artística que nos invita a repensar el arte articulado con la ética y la locura.

Para analizar esta invención, se puede trazar una coordenada: el contexto social y político en el cual es concebida dicha Orden. Aunque Quinquela nunca quiso unir el arte a la política, no podemos descontextualizarlo. Esta «logia», en la cual su artífice urde con ironía el urticante tema de la locura, premiaba a determinadas personas, científicos, artistas, investigadores, filósofos, vecinos notables, que se hubieran destacado por hacer bien a la sociedad. Quinquela consagraba a sus elegidos a continuar en la «lo-cura» mediante la celebración de un ritual.

Dice Shakespeare en Rey Lear: «Es desdicha de los tiempos, que los locos sirvan a los ciegos de lazarillos»; eran estos locos los elegidos, los que Quinquela condecoraba como una expresión de deseo, el de transformar los valores que sostienen el tejido social.

Al hablar de ética, hago hincapié en un producir guiado por el puro deseo. Quinquela, sin saberlo, «lo-cura» anudando simbólicamente, atornillando al nuevo miembro de la Orden. Esta lo-cura dista del síntoma de la real locura que es vivida como una otredad desoladora, huérfana del Otro social o familiar.

 

Locura y Psicoanálisis

Lacan sostiene que la libertad acompaña a la locura. En1946 la definirá como esencial al hombre, en el Seminario 2 se refiere a que también podemos ser esa cosa intermedia llamada loco. Años más tarde, en el extremo opuesto de su enseñanza, Lacan retoma la relación locura-normalidad a partir del uso de algunos elementos de la teoría de nudos. También nos hace ver que no existe psicoanálisis aplicado a la obra de arte, sino que el arte se caracteriza por una cierta forma de organización alrededor de un vacío, motivo por el cual trataré de articular una lectura sobre la creación artística de La Orden del Tornillo como una posibilidad de interrogarnos acerca de nuestra construcción histórica argentina. Cabe recordar que en 2009, la Dirección del Museo Quinquela Martín hizo entrega del Premio Tornillo S. XXI 2009 a Estela de Carlotto, Presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, por su destacada labor a favor de los Derechos Humanos.

Si de realidad social se trata, ¿por qué no empujar al sujeto del inconsciente, y retarlo a pensar en aras de comenzar la construcción de un nuevo orden social? Zizek, el filósofo esloveno, desarrolla su obra integrando el pensamiento de Lacan con el marxismo y ejemplifica la teoría con la cultura popular; también plantea la utopía como la construcción de un espacio u-tópico, un espacio social diferente de los parámetros existentes, e insiste en la dimensión estética de la resistencia. ¿Acaso no es precisamente en este punto donde se apoya La Orden del Tornillo como una intención de cambio y de protesta, que premia a aquellos locos que hacían marcas en el alma del entramado social? Hay otras formas de visualizar marcas, como el tatuaje o el piercing, pero son marcas que se pueden interpretar no solo como manifestación de intransigencia, sino como ausencia de marcas simbólicas en la constitución subjetiva.

En el afán de buscar más datos que confirmen mi tesis acerca de las intenciones de Quinquela en su creación del La Orden del Tornillo, entrevisté a Sabrina Díaz, encargada del archivo de investigación del Museo Quinquela Martín.

 

¿En que consistía La Orden del Tornillo?

La Orden del Tornillo es un premio que crea Quinquela para homenajear a esos artistas que se destacaban: escritores, personajes o personalidades muy importantes de la Boca, de la Argentina y también del exterior. Él decía que esa gente, tan especial, tan creativa, que hacía bien a la humanidad, estaba un poco loca, que les faltaba un tornillo. Entonces decide fundar esta orden en la cual él les entregaba un tornillo, el tornillo que les faltaba. Para esa ocasión organizaba encuentros en su casa, se hacia toda una celebración, comían fideos de colores, él se ponía un traje de almirante y mediante una ceremonia hacía girar al homenajeado, lo hacía dar unas vueltas, con un bastón lo golpeaba en el hombro y le decía: «bueno, ya estas atornillado, ¡¡pero no te lo ajusté mucho porque eso no es bueno!! y les sugería que lo mantuviesen siempre un poco flojo para conservar esa locura luminosa que tenían. Añadía además que era justamente esa locura lo que los hacía especiales.

 

¿Quién fue el primer atornillado y quiénes lo siguieron?

Luis César Amadori, uno de los cineastas clásicos argentinos. En el año 1966 le entrega la orden del tornillo a Charles Chaplin; la recibe Geraldine, su hija, porque Chaplin estaba muy viejo, su hija estaba de visita en la Argentina y él decide enviárselo con ella. Hay una carta que después le escribe Geraldine desde Londres, en la que le agradece a Quinquela por el premio a su padre y le dice: «la velada fue muy divertida y ya le di a mi padre el tornillo que le falta».

Después también atornilla a Mariano Mores, Tita Merello, Lola Membrives, Luis Sandrini y Alberto Ginastera, entre otros grandes. La idea de la Orden del Tornillo se relaciona con la identidad nacional también. No es al azar la elección de toda esta gente, no solo se destacaban porque eran buenos, sino que cada uno de los elegidos se articula con lo que representa el personaje enla sociedad. También hay pintores como Gramajo Gutiérrez o músicos como Carlos Guastavino, artistas quizás más conectados con lo folklórico, con lo popular, no con lo porteño. Quinquela trata de armar un mapa de identidad nacional, no eran solo artistas de  La Boca. Distinguió a Lacámera, a Soldi, al papá de Pettinato (que era el director de la penitenciaria modelo que se encontraba en la actual plaza Las Heras); a otros personajes que tenían lazos políticos, o personajes como Vito Dumas, el navegante solitario.

 

¿Cuál fue el aporte de Quinquela al barrio de la Boca?

Creó todo el complejo: museo, lactario, centro odontológico, jardín de infantes, escuela de artes gráficas, teatro de la Ribera. Fue creándolo con el dinero que iba ganando con la venta de sus obras.

 

¿Actualmente cómo se mantiene este complejo?

Es del Estado, porque él compró los terrenos y los donó al Estado con la condición de que construyeran.

 

¿Cómo nació la Orden del Tornillo?

La creó luego de que se terminara la peña del Tortoni. Quinquela fue uno de los creadores de la peña que se hacia en el sótano del Tortoni. En 1926, luego de muchos años, ya se había empezado a disolver la peña y Quinquela decidió venir acá a La Boca y crear la Orden del Tornillo.  Quinquela, antes de 1918 o 1920, hizo un recorrido: ya desde entonces se respiraba un ambiente muy bohemio en La Boca, él lo trasladaba a la peña del Tortoni, luego, cuando la peña cerró, volvió a La Boca.

Fidel Santamaria es el pintor que retrató a Quinquela con el traje que usaba para la ceremonia de la Orden del Tornillo. Este retrato se encuentra en el tercer piso del museo, allí también se puede ver el traje de almirante, al cual le hizo coser los tornillos como si fueran botones pequeños.

 

¿Cómo era la ceremonia?

La ceremonia era como un rito: el atornillado tenía que dar unas vueltas, lo hacía girar, luego le pegaba con el bastón (obviamente despacio) y ahí le decía: «ya estas atornillado, pero no te lo ajustes mucho porque no es bueno, siempre es mejor tenerlo un poco flojo para poder crear». Después seguía la comida con los famosos tallarines de colores, en mesas largas donde se juntaba a muchos invitados del homenajeado. A veces eran dos el mismo día; hay muchos documentos sobre eso, hay muchas fotografías. Eran muy divertidas, se nota en las caras que las reuniones eran muy distendidas, no eran formales, la mesa estaba cubierta con papeles, los vasos eran de plástico.

 

 

 «Los hombres no valen por lo que tienen, ni si quiera por lo que son, valen por lo que dan»

Quinquela trabajó en un proyecto social. El ámbito cultural de La Boca se vio favorecido por su actitud filantrópica. Incansablemente supo tejer la solidaridad social con los trabajadores e inmigrantes en un espacio caracterizado por la actividad portuaria, donde pululaba la pobreza, los conventillos y la agitación política.

Dice Víctor Fernandez, director dela Escuela Municipal de Artes Visuales de Lomas de Zamora: «Cuando Quinquela dice: «La Boca es un invento mío» proyecta la comunidad de un barrio hacia el país y el mundo. La figura de Quinquela sintetiza el universo simbólico de su entorno, de allí van surgiendo los símbolos y tradiciones que ya formaban parte de lo más profundo de la memoria colectiva del barrio. Esta construcción identitaria abordó distintos aspectos de la sociedad boquense que fueron reinterpretados e institucionalizados por Quinquela, tales como la tradición solidaria, la relación con el trabajo y la reivindicaciones sociales, y el profundo apego a la vida bohemia».

 

Un poco de historia

Para pincelar el paisaje político que atravesó la figura de Quinquela me referiré al contexto de la «década infame». Esta denominación se debió las acciones oscuras y misteriosas de gobierno en el cual Quinquela desarrolló su arte. Quien apuntaló la carrera del artista fue el entonces presidente Marcelo T. de Alvear, líder de la fación antipersonalista de la UCR, cuyo gobierno quedó enmarcado en uno de los períodos políticos más felices de la historia nacional. Democracia consolidada, reivindicaciones sociales y prosperidad económica fueron las características de la gestión de un hombre que hizo de la legalidad y la ética política un estilo de vida. Pero esta prosperidad tuvo su contracara, según Víctor Fernández: «las dificultades de un barrio proletario que sufría las consecuencias de un orden social injusto fueron testimoniadas por Quinquela en el óleo Incendio en la Boca, por ejemplo».

Hace tiempo, en una entrevista, el critico de arte Rafael Squirru dijo: «Quinquela pintaba para la platea y también para la popular». En ese preciso instante me di cuenta de que Quinquela «no se la creía», que más allá de haberse convertido en un indiscutible artista, pudo preservarse de la locura que envolvía a las personas que se convertían en autómatas, como resultado del consumismo y la industrialización. Según sus propias palabras: «la gente es esclava de las preocupaciones e intereses materiales, esos son los hombres que viven en el estado de locura. Los artistas que hemos aceptado con buen humor la calificación de locos […] caímos en la cuenta que también podíamos burlarnos de la vanidad en boga entre los cuerdos». Dice Víctor Fernandez en su texto que la cofradía distinguía a las personas dotadas de un grado de locura, «recibían como distinción un tornillo, símbolo del faltante en sus cabezas de «locos luminosos»». Aquella comunidad solidaria y bohemia conocía también los sinsabores de pesados trabajos, generalmente pagados con penurias económicas.

La Orden del Tornillo ahora está más vigente que nunca, para dar una vuelta de tuerca en este momento difícil de la humanidad, donde Quinquela, Zizek y Lacan nos tiran el guante y nos desafían a repensar el legado de sus obras.

Me alejo del museo con la sensación de que el invento de Quinquela no está agotado y de que su paradigmática vida se encuentra entrelazada a su obra como un arte popular, un arte que invita a diversas lecturas. En este momento difícil de la historia, cuando el sistema económico internacional parece derrumbarse, tal vez sería una utopia servir de lazarillos en un país de ciegos, o quizás sería una provocación incursionar en la «lo-cura» para encontrar un camino donde podamos imaginarnos un destino distinto, donde no borremos al otro y donde el materialismo sea un medio y no un fin.

 

Referencias: Víctor Fernández, La Boca según Quinquela, Buenos Aires, Museo de Bellas Artes deLa Boca Benito Quinquela Martín-Fundación OSDE, 2011; archivo personal de Quinquela Martín, Museo de Bellas Artes deLa Boca Benito Quinquela Martín.

 

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