Inés Garland: “La escritura es mi forma de enfrentar los mandatos”
Por Verónica Glassmann
Es escritora, traductora y coordina talleres literarios. Publicó novelas y libros de cuentos para adultos, jóvenes y niños entre los que se encuentran Con la espada en mi boca (2019), Una vida más verdadera (2017), El jefe de la manada (2014). Con Piedra, papel o tijera (2009) Garland se convirtió en la primera autora latinoamericana en ganar el Premio Deutscher Jugendliteraturpreis. Sus libros fueron traducidos al alemán, francés, holandés e italiano. Es una de las más grandes traductoras argentinas contemporáneas, por sus manos pasaron textos de Lorrie Moore, Lydia Davis y Sharon Olds. Leerla es entrar en un mundo reflexivo e íntimo, de confesiones, búsquedas y amor. En cada uno de sus relatos es posible encontrar el valor de la duda y los destellos de lo auténtico.
¿Cuándo se inicia tu camino como escritora?
Decidí ser escritora a los once años, un verano en Mar del Plata en casa de mi abuela. Me desperté un día de semana en el cuarto que, los fines de semana, era de mis padres, no sé por qué me habían dejado dormir ahí. Era un cuarto muy blanco y el único de la casa así de luminoso. Me desperté pensando el principio de un cuento. Una princesa de papel se enamoraba de un soldado tijera y los padres, obviamente, no la dejaban y exilaban al soldado para que no le hiciera daño. No fui a la playa para quedarme escribiendo. Toda la mañana escribí e ilustré mi cuento que se desarrolló de la misma manera en que se desarrollan los cuentos que escribo hoy en día, sin planear de antemano mucho más que el primer par de oraciones.
Al escribir para niños y adultos, ¿sabés previamente a qué público va a ir dirigido?
Por ese motivo, el de la ausencia de un plan, nunca tengo la menor idea de si algo que empiezo a escribir va a ser un cuento, una novela, una cosita de nada que queda a medio camino; si va a ser para niños o para adultos. Piedra, papel o tijera iba a ser un cuento sobre dos chicas —una isleña y la otra de la ciudad con casa en la isla— que compartían la niñez y en la adolescencia se daban cuenta de las diferencias de posibilidades que su posición social les deparaba. A la tercera o cuarta página apareció Marito con el huevo en la mano y una información: iba a aprender a tocar la guitarra en Santiago del Estero a los doce años e iba a militar en los setenta. Supe entonces que sería una novela. La escribí para adultos. Fueron las editoras las que decidieron que sería para jóvenes. Me es más fácil darme cuenta de cuando es para niños, pero no pienso ni en géneros ni en edades cuando escribo. Yo escribo y trato de contar una historia lo mejor posible.
Algunos autores están más encasillados en sus públicos. Vos escribiste El jefe de la manada o Los ojos de la noche que son infantiles/ juveniles y también escribís libros para adultos. ¿Cómo es poder transitar esos distintos espacios?
No los planeo, aparecen, aparece el principio de una historia, una imagen que busca la voz que la narre, y yo me entrego, hasta tener alguna idea sobre de qué va la cosa. Y para entonces ya está yendo a niños o a adolescentes. Tengo muchas ideas y muchas cosas empezadas que no prosperan o tardan años en picar el anzuelo. Escribir se parece mucho a pescar. Yo estoy ahí con la caña y espero. Se me escapan o dejo ir muchos piques. Los que finalmente muerden el anzuelo hasta clavárselo son a veces cuentos, a veces novelas, a veces para niños, para jóvenes, para adultos. Es bastante así.
En una entrevista explicaste que “te narrás a vos misma todo el tiempo”. ¿En qué consiste ese proceso de escritura que parece aclarar y ayudarte a transitar tus emociones?
Creo que me narro todo el tiempo a mí misma como un efecto de una mente obsesiva e inquieta, es un modo de control, también; es la mente de mono de la que hablan los budistas. Me refería más bien a un bla bla que me cuenta a veces lo que estoy haciendo mientras lo hago: Ella mira su rosal. Un benteveo se acicala las plumas del otro lado de la ventana, cosas así. Pero cuando me siento a escribir aparecen cosas que yo no vi, aparece el otro lado de lo que creí, todo tipo de imágenes inesperadas, de metáforas que surgen de una profundidad que no podría bucear voluntariamente.
¿Cuáles son tus temas recurrentes y por qué?
El amor, el desamor, la decepción, la pérdida de la inocencia, el lado oscuro y el luminoso de las relaciones, el daño que nos hacemos los unos a los otros cuando nos desconectamos del amor y lo traicionamos. La imposibilidad de hacer las cosas bien. El deseo de hacerlas bien. El deseo de ser mejores. La naturaleza, siempre. El cuerpo, la sexualidad. ¿Por qué? Porque mi mirada estuvo siempre enfocada en esos temas, desde muy chica. Un libro es una mirada, la mirada del que lo escribió y mi mirada, por algún motivo, siempre estuvo obsesionada con esos temas, tanto, que es una manera de leer y traducir lo que para otros puede ser de otra manera.
Una vida más verdadera es una novela breve pero absolutamente conmovedora que nos cuenta la relación de una pareja de amantes donde el único plan es “los viernes son nuestros”. Él está casado y no piensa hacer nada al respecto y ella empieza a plantearse qué es la felicidad real y cuánto tiene que ver con la posesión. ¿Cómo fue para vos el proceso de escritura de este libro?
Una vida más verdadera fue un libro extraño y doloroso. Creo que está lleno de preguntas, de preguntas muy profundas que me hago con respecto a las relaciones de pareja, a los matrimonios, a las categorías que les damos a las relaciones: esposa, esposo, amante. La familia y “la otra”. Preguntas sobre la soledad, sobre la intolerancia y sobre el misterio enorme del amor.
Con la espada en mi boca son cuentos individuales pero están relacionados, ¿cómo pensaste estas historias para que se encuentren en el libro?
Fui escribiendo los cuentos sueltos en un espacio de tiempo en el que, sin darme cuenta, tenía temas y preguntas recurrentes, cosas que me preocupaban de una manera específica en ese período aunque fueran las preguntas de siempre. Un día me di cuenta de que tenía un libro de cuentos. Me di cuenta de que podía hacer que los personajes de unos cuentos se relacionaran con los personajes de otros, que algunos podían ser hasta de una misma familia en distintas épocas. Después fue cuestión de cambiarles los nombres para que eso pudiera inferirse. Y escribí algunos más que iban apareciendo y los relacioné.
Piedra, papel o tijera recibió el Deutscher Jugendliteraturpreis, uno de los premios más prestigiosos de Europa. La novela cuenta la historia de tres amigos, sus travesuras, el amor y la búsqueda de identidad pero también está atravesado por su contexto social ya que la novela transcurre durante la última dictadura militar. ¿Qué fue lo que te motivó a escribir sobre cuestiones relacionadas con la última dictadura militar argentina?
Como Alma, la protagonista de la novela, tenía dieciséis años durante la dictadura, fui a un colegio de monjas y tenía una familia donde no se hablaba de lo que estaba pasando. A los veintiún años hice un largo viaje de mochilera, y, en Suiza, un amigo brasilero me recomendó que viera “Missing”, de Costa Gavras. Salí de ese cine llorando con la desesperación de cuando mirás de frente algo que en algún lugar sabías que estaba pasando pero no pudiste ni entender ni verbalizar y nadie lo hizo por vos en tu entorno. Cuando profundicé, recordé como en mi entorno le decían “las locas de Plaza de Mayo” a las madres. Me sentí terriblemente culpable. Pero ni así planeé escribir sobre la dictadura. Fue mi inconsciente, una vez más, el que lo decidió. Tal como te conté, mi plan era escribir un cuento, ni siquiera pensaba ambientarlo en esos años, pero apareció Marito y todo cambió. Esa historia me estaba esperando en el tiempo.
¿Cuánto de autorreferencial hay en tus libros?
Lo más autorreferencial de mis libros es la mirada, las emociones, la geografía. Por ejemplo: fui toda mi vida a una isla en el Delta, iba con mis hermanas y mis primos. No había vecinos isleños de nuestra edad, no había ninguna casa con paredes de libros, ni una húngara ni un Tordo. Algunos cuentos parten de una experiencia autobiográfica y después toman vuelo. La penitencia es sobre una niñera sádica, el personaje está basado en la niñera de nuestra infancia que era profundamente sádica. Estuvo cinco años en casa, de mis cinco a mis nueve. Una vez nos dejaron, a mí y a mis dos hermanas, en el campo con ella. Hasta ahí lo autobiográfico. A los dieciséis años me la encontré en un colectivo y me tuve que bajar de puro terror. Supongo que el cuento es una manera de exorcizarla. Estuve cinco meses para lograr ese final. No creo que la haya podido exorcizar, pero sí le puse palabras e imágenes a mi terror. La imagen de la transpiración que baja por el escote fue un invento de la escritura. Mi hermana un día me dijo que era la descripción más perfecta de lo que significaba ver la ira de Ramona montándose antes de castigarnos. Ramona era toba. Con los años entendí que nosotras representábamos algo atávico para ella, su ira no era ni siquiera con nosotras específicamente. Entendí su violencia y entendí una herencia que hubiera preferido no cargar.
Tus personajes están signados por mandatos, ¿creés que la escritura puede ser un modo de revelarte a eso?
Decididamente. Pero, sobre todo, es una manera de mirarlos de frente, de ponerles palabras, de reconocer los efectos que tienen los mandatos en mi vida y en la vida de las personas. Porque yo sé que si yo miro, ayudo a mirar y que lo que me pasó a mí o les pasa a mis personajes funciona solo si va más allá de mí y conmueve a otros.
Sos precursora de talleres literarios, empezaste a hacerlos hace más de veinte años. ¿Qué creés que aportan y cómo es tu trabajo en ellos?
Los talleres literarios juntan personas que aman los libros. Como dijo una alumna hace poco, en esta pandemia: el mundo se derrumba y nosotros nos acabamos de pasar media hora pensando si la manera correcta de describir la actitud corporal de un personaje apático que se sintió motivado a participar era “incorporarse” o “enderezarse” o “ erguirse” o “echarse hacia adelante en la silla” . También se pueden enseñar técnicas, pero sobre todo se practica. Para cualquier cosa hay que tener horas de vuelo. Para decir algo o para que algo pueda decirse hay que tener ciertas prácticas, la entrega, las herramientas. Lo que dan los talleres es la noción de que la escritura se trabaja, se corrige, se reflexiona. En los talleres se comparte una pasión.
Sos una de las más grandes traductoras argentinas contemporáneas. Por tus manos pasaron libros de Lorrie Moore, Lydia Davis y Sharon Olds, entre otros grandes autores. ¿Qué te aporta el trabajo de traducción?
¡Qué halago! El trabajo de traducción profundiza el trabajo con el lenguaje. Tiene la ventaja de que fue otro el que se asomó al abismo de la incertidumbre que trae no saber hacia dónde va un texto, y a mí como traductora me toca traer su trabajo a mi lengua, pero no tomar las decisiones de la trama ni pasar por los días difíciles en los que la escritura se traba por la confusión o la angustia que inevitablemente acompañan el acto creativo. Puedo traducir en cualquier momento, aunque hay días difíciles también, no necesito las condiciones que necesito para escribir. Puedo traducir con música, por ejemplo, y no puedo escribir con música. Es un trabajo que requiere también una gran entrega, pero es muy distinto. Le doy la bienvenida a mi lengua a algo que fue escrito en otra lengua y eso me obliga a vigilar muchas cuestiones. Las palabras en inglés que mejor conozco son las más peligrosas, porque hacen aparecer la primera palabra, a veces la más usada, el lugar común. Uso mucho el diccionario, busco que se arme en castellano la misma temperatura, la misma textura, la misma resonancia. Eso me da un conocimiento cada vez más profundo de lo que Berger llama “la confabulación de las palabras”. Uno escribe una palabra en una oración y todas las demás se confabulan para aceptarla o para rechazarla, tanto en la oración como en el párrafo como en el texto general. Me gusta pensarlas zumbando y diciéndose cosas al oído para ver si aceptan o no a la recién llegada. Cuando busco en el diccionario palabras de las que conozco perfectamente el significado, encuentro tantas que tenía olvidadas y son tan hermosas. Voy y vengo de la lengua extranjera a la propia y elijo con una obsesión feliz la manera de decir que considero la mejor anfitriona para esa visitante que es la otra lengua, para ese huésped que es el otro escritor con su mundo interno y su mirada.
¿Cuáles son tus libros y autores preferidos?
Esta lista es injusta. Voy a olvidarme de libros y autores que en su momento me dieron todo lo que necesitaba. Tengo mala memoria y leo desordenadamente. A ver: Salinger, Jack London, Isaac Babel, Flannery O’Connor, John Cheever, Virginia Woolf, Katherine Mansfield, DH Lawrence, Rulfo,Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Sara Gallardo, Antonio Di Benedetto, Felisberto Hernández, Marosa Di Giorgio, Anne Sexton, Kavafis, Sharon Olds, Puig, Carver, Vivian Gornick, Stanley Kunitz, Diana Goetsch, Stephen Dunn, Shirley Hazzard, Camus, Annie Ernaux y tantos, tantos más.
Publicaste por primera vez cerca de tus cuarenta años, ¿qué consejos les darías a los que aún no se animaron?
Que sigan escribiendo si su pasión es escribir. Si por sobre escribir, lo que quieren es publicar, que hagan otra cosa. Si por sobre escribir creen que publicar te hace famoso o que la fama es deseable, que hagan otra cosa. Que practiquen, que tengan horas de vuelo, que lean mucho, que se entreguen. Igual están fritos porque ¿a quién se le ocurrió que pasarse la vida escribiendo es maravilloso?
Fotografía de Portada: Hartwig Klappert