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24 agosto, 2011

Entrevistamos al dramaturgo y periodista Mario Diament. (2º Parte)

Por Ludmila Barbero

“Solo el amor es capaz de infundirle razón a la existencia”

Mario habla acerca del lugar del teatro en la construcción de la memoria a nivel individual y colectivo, y sobre el enfoque a menudo transversal con el que encara ciertas problemáticas éticamente controvertidas.

En algunas de tus piezas, es posible percibir la recurrencia de ciertos interrogantes filosóficos e históricos. ¿De qué manera considerás que la creación artística permite profundizar estas indagaciones?

No lo sé… Son mis preocupaciones. El Holocausto y su significado son para mí una preocupación mayor. Es probablemente la que define mi vida.

Hay una línea dominante en la primera parte de mi teatro que tiene que ver con las máscaras, en el sentido del ser y el parecer. La noción de la mentira aparece muy clara en una obra como El invitado. Sin embargo, nunca es deliberado. A mí me interesa más contar una historia que explorar filosóficamente.

La pasión amorosa es algo que prima por lo menos en tres obras. Estaba discutiendo hace un par de días ese tema con Alejandra Darín. Yo creo que esa exploración arranca con Cita a ciegas y continúa en Un informe sobre la banalidad del amor y en Por amor a Lou. Ella dice que también estaba presente enEsquirlas. Pero no pienso que esté allí de la misma manera.

Me gustaría saber qué lugar ocupa, desde tu perspectiva, el teatro en la construcción de la memoria a nivel subjetivo y, por otra parte, en el plano colectivo.

Yo creo que ocupa el lugar que espero que ocupe el teatro en otras áreas: provocar la reflexión. Por lo pronto, me permite abordar un tema que me preocupa. Luego me interesa tratar de que tenga lugar una reflexión más profunda en la gente, y que, en consecuencia, pueda actuar en base a esa comprensión.

A un nivel más personal, escribir Esquirlas, por ejemplo, ¿te permitió reelaborar, de alguna manera, tu propia memoria histórica de los hechos ocurridos en la última dictadura militar argentina?

No sé si reelaborarla. Pero se trató de volcar esa memoria en sus elementos conscientes e inconscientes.Esquirlas es la relación de tres amigos que se reencuentran veinte años después del «Proceso». Allí, había evidentemente una memoria consciente de mi paso por la dictadura militar. Sin embargo, muchas cosas que aparecieron en la obra provenían del inconsciente: historias que me contaron, imágenes que yo pude haber acopiado y que no necesariamente estaban presentes en mi vida cotidiana. Cuando empezás a trabajar, estos dos mundos se comunican.

Me gustó mucho, en Un informe sobre la banalidad del amor, el dispositivo elegido. Recordemos que en la pieza se presentan cinco encuentros entre Hanna Arendt y Martín Heidegger, que son intercalados con una serie de testimonios de académicos.

Es un recurso tan antiguo como el teatro griego: es un coro.

 

Claro, pero resulta muy innovadora la forma en la que lo incorporás, a partir de lo audiovisual.

Sí. En algunas versiones lo hicieron diferente.

Las opiniones de cada académico no forman parte de un pensamiento coherente. Yo las elaboré basándome en testimonios de diferentes personas. Lo imaginaba de la siguiente manera: va un periodista, los entrevista y después hace una edición. Entonces las pequeñas intervenciones de cada académico quedan totalmente fuera de contexto. No forman parte de un pensamiento general desarrollado. Quería que hubiera una voz exterior que fuese acompañando esta historia para que los personajes no se definieran exclusivamente por la pasión, sino que tuvieran además un contexto histórico.

Mi primera intención era que fueran solamente voces en la oscuridad. Después pensé que hubiera sido un plomo que la gente estuviera en la oscuridad y escuchase voces. Algún director lo hizo así. En Chile trajeron académicos reales. Sin embargo, ellos decían estos textos, no expresaban su propio punto de vista. En algún momento, pensé en tenerlos en vivo. Pero no está estructurado como una conversación. Entonces hubiera sido una reunión de locos.

¿Qué función pensás que le corresponde al arte en el tratamiento de los hechos relativos a la Segunda Guerra Mundial?

Pienso que el arte es incapaz de reflejar la dimensión de la tragedia del Holocausto, aun en películas comoLa lista de Schindler. El mundo de un campo de concentración es inaprehensible por el arte. Considero que hay aproximaciones a circunstancias que no son el núcleo de lo que aquello significó. Arthur Miller tiene una pieza que escribió para televisión y transcurre dentro de un campo de concentración. Es magnífica, pero no la creo. Siempre falta algo. Por esta razón yo recurrí, en El libro de Ruth, a la escena de «el hombre que come todo», que es como un injerto dentro del estilo de la pieza. Es una escena un tanto expresionista.

Lo que creo esencialmente con respecto a este tema es que es incomprensible. Es la perversidad de la eliminación planeada, calculada y ejecutada como una operación industrial. La muerte industrializada. Por eso tal vez me concierne tanto. No solo porque parte de mi familia pereció en el Holocausto, sino porque uno trata, a lo largo de su vida, de comprender la conducta humana y explicarse ciertas cosas. Y siempre hay un punto en el que no termino de entender.

Es muy interesante la perspectiva que adoptás en muchas de tus obras, porque tocás temas éticamente controvertidos desde un ángulo cotidiano. Por ejemplo, en Cita a ciegas nadie imagina que el personaje se va a convertir en un asesino

Bueno, fijate que lo interesante es que no es deliberado. Yo no supe que él iba a ser un asesino hasta el final. No sabía qué iba a hacer con él. Él se fue construyendo. Y esto no es una fantasía acerca de que los personajes toman su propia vida. De hecho, toman su propia vida. Recuerdo que un día estábamos caminando con mi mujer y le digo: «Él la tiene que matar. No hay otra alternativa». Eso fue cuando ya buena parte de la obra estaba escrita. No tuve el propósito de retratar a un asesino. Lo estaba retratando sin saberlo. En el momento en que se convierte en homicida, cuando no hay vuelta atrás, uno ve que los elementos estaban allí. El personaje había sido llevado a un punto en que no había otra salida: era eso o el suicidio.

Hay dos frases en Un informe que me interpelan y sobre las que me gustaría conocer tu opinión. La primera, «Solo el amor es capaz de infundirle razón a la existencia», y la segunda, «El amor es amoral».

Opino eso exactamente. Creo positivamente, como ese personaje, que la vida en sí misma carece de finalidad y que el amor es el que le da un propósito. El amor entendido de muchas maneras. A veces es el amor a lo que hacés. En otros casos es el amor a Dios. Seguramente la noción de Dios no existiría si no fuera resultado de la necesidad de darle una finalidad a la existencia. En cuanto a «el amor es amoral», yo creo que es así. Para mí, es la explicación de la pasión que uno puede sentir por alguien que no es afín a sus valores. No es siquiera algo físico. Lo único que puede explicar el amor de Hanna Arendt por Martín Heidegger es la amoralidad del amor.

En muchas de sus obras, entre ellas Un informe sobre la banalidad del amor Cita a ciegas, Diament explora un proceso a partir del cual sus personajes devienen ajenos a sí mismos. En la entrevista, nos cuenta cómo transita ese errar (en el doble sentido de deambular y equivocarse) junto a sus criaturas. Lo imaginamos frente a la hoja en blanco. El artista demiurgo ha sido desbancado por un ciego, pero se trata de un ciego cuyos sueños y fantasías amenazan constantemente con atenuar la oscuridad. Los personajes son sus lazarillos. Lo llevan a andar por senderos sin nombre. Tal vez, sospechamos, aquel pseudo-Borges de la historia que nos mencionaba sea él en relación con el proceso de escritura. Y en esta ceguera clarividente del escritor aquellos dos «mundos» de los que habla Mario se unen, como los senderos de infinitas bifurcaciones convergen en el patio de los laberintos.

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