KARINA ACOSTA «La belleza del horror»
Por Maria Fernanda Noble
Néstor García Canclini nos dice que el arte ha entrado en un momento posautónomo, ya no se pone en escena la problemática de la transgresión de las prácticas del arte sino en el rango cambiante de lo corporal, lo electrónico y otros medios. En esta contemporaneidad, donde se están reconstruyendo valores, aparece la obra inquietante de Karina Acosta, una artista valiente que denuncia y que, además, propone interpelar el sistema de los medios de comunicación.
Hablemos de la serie Seis…
Tomé ese tema porque está muy ligado a un suceso que recuerdo de la infancia, yo nací en el 70, y en el 76 en el barrio donde vivía en el conurbano –tenía 6 años– se vivía con demasiado temor, pasaban cosas que estaban sucediendo con niñas que tenían más o menos mi edad, y la conversación preocupada de las madres me quedó muy registrada en la cabeza. Con el paso de los años, pude asociarlo con cuestiones que también sucedieron durante la época del Proceso.
Es un tema muy actual, todo el tiempo se repiten los abusos…
Sí el abuso se da desde tiempo inmemorables, lo que a mí me quedo muy grabado fueron las conversaciones de las madres, se discutía de quién era la responsabilidad. Hablo de que cualquier situación de abuso es condenable y es complicada, hablo de eso que se oculta con el paso de los años. Porque recuerdo que las conversaciones estaban muy asociadas a la culpabilidad de la niña y no del adulto. Siempre me acordé de eso y cuando empecé a trabajar la obra fotográfica anterior a Seis, hice una serie de fotos de los espacios de juego en los que crecí. Y con el tiempo, empecé la clínica con Gabriel Valansi y volví a esas fotos, y ahí empezó a aparecer esta situación de Seis. A partir de ahí empecé a trabajar con esa obra, los vestidos son lo más explicíto de la serie, y una de las preocupaciones era si lo explícito podía llegar a jugarle en contra a la obra; pero desde el 2010, que fue mostrada por primera vez, a cuando se mostró hace meses en Córdoba, lo explícito pasa inadvertido, la gente no ve la percha, no ve el consolador doble, no lo ve. He tenido un montón de preguntas con respecto fundamentalmente a los vestidos, que son las obras más explícitas de todas. Ahora, darse cuenta que la percha es la concentración del adulto en forma de representación del abuso, nadie ve eso, nadie lo ve porque nadie quiere verlo, y ahí es donde se centra el texto de obra, que tiene que ver con eso, con no ver lo evidente.
¿Cómo está compuesta la muestra?
La serie Seis son cuatro fotografías, dos objetos y un video, en donde voy de lo más explícito a lo menos explícito. Los vestidos, que son tres, se pueden leer desde dos puntos de vista. Uno, es temporal que representa vestidos de una época, y luego, está la representación de la clase social, cualquiera de esas dos miradas están permitidas. Esa obra además se complementa con otra foto que se llama «Carnaval», que son tres momias pomos, que eran un clásico en el carnaval de los 70 y están paradas sobre un fondo negro, los pies de las momias tienen un anillo de silicona que es un anillo vasodilatador, la función del anillo es tener el pene erecto más tiempo. En este punto, el público, si antes no veía la percha, es factible que tampoco vea el anillo. Después de eso, la serie se complementa con un objeto instalativo, que representa una reversión de la foto, porque es un vestido de bautismo, quise sacar la problemática del abuso de la edad entre los seis y ocho, lo amplié para incluir un bebe de un año o dos años. La diferencia en este objeto es que la percha está tapada por el vestido pero se ve porque está a trasluz. Esa obra objetual se complementa con una más chica, que se llama «Videophone», que es un juguete, lo intervengo con un portarretrato digital, en donde hay una captura de un video que está hecho desde la pregunta: «¿Qué pasaría si con el advenimiento de las nuevas tecnologías hubiera un pedófilo filmando algo para su uso?».
¿Cómo te llevás con el mercado del arte?
En el 2010 expuse la obra en lo que sería el antiguo espacio de La ira de Dios, ahí mostré uno de los vestidos, y el objeto. Me acuerdo que estaba en medio de una situación de salud muy compleja, cuando me llaman para decirme que la obra del objeto se había vendido a un coleccionista cordobés, parí la obra en un tiempo muy difícil para mi calidad de vida. Después, cerca de la inauguración en el Caraffa, Gustavo Vidal se llevó la serie completa de vestidos.
Tu obra es paradójica, vos misma lo dijiste «la belleza del horror», esa transformación es una de las funciones del arte…
Sí, incluso la primera versión del video, de «Playground», la que mostré en el museo, el video tenía una voz femenina de un relato de un cuento de Patricio Pron, el cuento se refiere a mundo sin que las personas lo afeen o arruinen. Una mujer cuenta que un hombre hace fotos de niños, y que después se masturba con esas fotos. Vuelve a ocurrir lo mismo que con las fotos del vestido, nadie cree que la voz que uno está escuchando es la de una mujer. Básicamente porque no pueden creer que un abuso lo haga una mujer, el abuso siempre es de un masculino desde el imaginario colectivo. Tuve que hacer un recorrido con coleccionistas, y cuando me tocó explicar el video, una de las señoras me dijo: «Ay, pero esa voz masculina». Por eso decidí reforzar esto, la necesidad de la negación que tienen las personas.
¿Proyectos?
Sí, se llama Delta o el sentido de la ubicuidad. Cuando uno indaga sobre los medios hoy es imposible no hablar de redes sociales. La obra fue cambiando bastante, se volvió una obra conceptual de algún modo. En el Caraffa fuimos con tres piezas, dos site specific y un video que fue proyectado al piso, porque queremos cambiar la pasividad en la forma de ver el video. Quisimos que la gente se desplace por la sala para encontrar tres obras conceptuales, una es un ploteado a la pared con una serie de hashtags que referencian al ocio y la ubicuidad, otra es una serie de hojas que la gente se puede llevar que son dos frases que fueron levantadas de esta tonelada de hashtags que nos la pasamos analizando. La obra está construida con una sucesión de imágenes extraídas de usuarios de redes sociales, Facebook, Instagram, Twitter, Google, con el sentido del ocio, el disfrute. La necesidad de hacer público cierto momento privado, esta necesidad o concepto de mímesis entre la imagen y lo que estoy viviendo, del aquí y el ahora, con esta rapidez de comunicación. Y por otro lado, es un deseo narcisista de hacerle saber al mundo lo que estoy disfrutando, que eso es algo en lo que hoy por hoy todos estamos cruzados, absolutamente todos.