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14 enero, 2013

Luciano Lutereau es psicoanalista, filósofo y uno de los actores de la nueva literatura argentina. Codirige la editorial independiente Pánico el Pánico, trabaja en la editorial filosófica y psicoanalítica Letra Viva y, con apenas 32 años, ya ha publicado novelas y ensayos propios. En Marcadores nuevos, indaga acerca de otra forma de escritura.

 

Por: Sabrina Haimovich

 

¿De dónde surge la escritura poética? ¿Quién habla cuando se escribe un libro o se compone una canción? ¿Cuál es la grieta por donde emerge la voz del mundo y se hace escuchar? Estas preguntas son el eje central de Marcadores nuevos (Letra Viva, 2012), la nouvelle del psicoanalista, filósofo, escritor y editor Luciano Lutereau, autor también de las novelas Los santos varones (2010), Perezosa y tonta (2011) y Escribir en Canadá. Una biografía de Guadalupe Muro (2012); y de los ensayos Lacan y el barroco. Hacia una estética de la mirada (2009), La caricia perdida. Cinco meditaciones sobre la experiencia sensible (2011) y La forma especular. Fundamentos fenomenológicos de lo imaginario en Lacan (2012).

 

El libro narra la historia de una banda de rock de chicas, que crecieron juntas intercambiando libros y en un momento descubrieron «la voz» y comenzaron a escribir canciones. Entre la inocencia de la infancia y el despertar de la adolescencia, Lutereau encuentra una tonalidad que le permite vincular la escritura con lo genuino y con las preguntas acerca del encanto del mundo. Se trata de una ficción literaria escrita a modo de memorias de una de las chicas. Con un matiz femenino y por momentos nostálgico, el autor entrecruza los argumentos filosóficos, psicoanalíticos y artísticos adquiridos a lo largo de su trayectoria, en una apuesta por abrir interrogantes acerca de la escritura.

 

Encontrar la voz

¿Quién escribe una canción? ¿Quién habla en una obra literaria? ¿Quién reflexiona acerca del misterio del mundo en una charla entre amigas? En Marcadores nuevos, Lutereau plantea, a través de la narradora protagonista, que escribir no es sentarse frente a una PC y expresar lo que uno piensa. Nada más alejado que esa postura romántica de un autor individual que escribe desde su primera persona del singular con su saber, su estilo y su conciencia.

 

«Escribir es escuchar la voz», dice la narradora en sus reflexiones acerca de la escritura, como cuando Morelli expresa los fundamentos literarios en la Rayuela de Cortázar. Se escribe con las manos en el aire, dejando hablar a las voces que están en el mundo para mostrar lo que existe y lo que hay.

 

Las referencias se desatan en este libro, y no hay nada de malo en ello. Joyce, Beckett, Hegel, los Beatles, Platón, san Agustín, Joy Division, Kant, Faulkner, Shakespeare, Morrissey, Proust, Horacio Quiroga, Alfonsina Storni, Leopoldo Marechal, Freud, Lacan, Luca Prodan, Oscar Masotta, Daniel Link, entre otros. La proliferación de citas funciona a modo de inspiración. La cita es una versión, dicen autor y narradora confundidos en una misma máscara; un cover que hace propio lo ajeno y le suma «la voz» que hace referencia al ser, la potencia y el enigma del mundo. A partir de la palabra del otro, devela una verdad que permanecía oculta. Se habla con las palabras del otro, se podría postular siguiendo este razonamiento, pero la escritura poética es mostrar la verdad que subyace en ellas provocando una apertura. En esto, confluyen literatura y psicoanálisis.

 

La musicalidad de la escritura

La musicalidad es uno de los aspectos de la voz, y en Marcadores nuevos Luciano Lutereau trabaja intensamente con él. Desde la trama de la historia que refiere a una banda de rock de chicas, incluyendo las disquisiciones sobre el ser de la música expresadas por parte de las protagonistas, hasta el estilo del libro marcado por el ritmo y la cadencia con que fluye la escritura.

 

Escribir es para este autor —que de chico quiso ser músico y componía canciones— una forma de hacer música porque en esta tarea también busca tonos, formas. «El mundo es estrictamente musical», dice la narradora, y «escribir es tomar una estructura danzante y dejar que las voces hablen encima». Encontrar una tonalidad existente y dejarla fluir a través de la escritura es hacer aparecer una variación de lo que hay en el mundo.

 

Lutereau, en Marcadores nuevos, deja hablar las voces de una tradición específica que lo marcó. Pero también juega con el lenguaje, rompe con la univocidad del signo y subvierte las ataduras conceptuales de las palabras, convirtiendo su narrativa en una burla y un chiste. Del juego con la sensorialidad de las palabras, surge la escritura poética. Allí donde se entretejen el goce y el erotismo de la lengua, se encuentra la potencialidad creadora.

 

¿Y cuál es el corazón de una canción?, se pregunta la narradora. En uno de los pasajes del libro, se plantea que es una verdad, una forma original, una Gestalt. El gesto artístico consistiría, entonces, en develar la estructura del mundo y mostrar ese todo que es más que la suma de las partes. Tal vez, otra coincidencia entre arte y psicoanálisis.

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