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19 febrero, 2013

A lo largo de los siglos, innumerables han sido las obras de arte destruidas o que desaparecieron para siempre. Incendios, guerras o expolios se alzan como los principales artífices. Repasaremos algunas de las más destacadas pérdidas del mundo del arte.

Por: Alejandro Barba Ramos

Cuando uno camina por las salas de cualquier museo del mundo, las obras conducen al visitante, como si de una cinta transportadora de aeropuerto se tratase, a lo largo de la historia del ser humano y su inquietud innata de expresar —de una u otra forma— sus inquietudes, sentimientos, anhelos, deseos o temores, y su búsqueda incansable de la belleza a través de la creación. Cual silenciosos espejos del tiempo, las obras colgadas a lo largo y ancho de las miles de salas, en museos de todo el mundo, son fiel reflejo, cada una de ellas, de la sociedad, la cultura y el momento en que fueron creadas. Fragmentos, fotogramas de tiempos pretéritos que han llegado hasta nuestros días en las mejores condiciones, permitiéndonos con ello entender mejor al ser humano y su evolución, su pensamiento y su sentimiento.

Sin embargo, y ya adentrándonos plenamente en el tema que fundamenta la presente nota, son muchísimas, innumerables, las obras de grandes genios y maestros que, por acción de la diosa fortuna o por causas más tangibles, fueron borradas para siempre de las páginas de los libros de historia del arte. Notables obras que la acción del hombre, la naturaleza o simplemente el azar destruyeron o hicieron desaparecer, privándonos así del deleite y la fascinación que supondrían hoy día el poder contemplarlas. Y, por supuesto, también arrebatándos la posibilidad de conocer, a través de sus escenas, personajes y símbolos, algunos aspectos destacados de la historia, la cultura y el pensamiento de cada época. Comencemos, pues, aquí el viaje por este fascinante y misterioso «museo»: el museo de las obras perdidas. Cerremos los ojos y abramos la mente para contemplar las obras colgadas en sus paredes, las esculturas en sus pedestales. Recorramos una tras otra las salas que nunca serán.

El fuego, los innumerables conflictos bélicos, los desastres naturales, los accidentes aéreos y marítimos, o la propia excentricidad humana. Muchas han sido, a lo largo de la historia, las causas que han provocado, para desazón de admiradores y amantes del arte, la desaparición de numerosísimas obras de arte, pinturas en la mayoría de casos. Y, en la mayoría de casos, el fuego ha sido el funesto protagonista. Incendios fortuitos o provocados por bombardeos o ataques. También, por supuesto, los robos o expolios han causado la pérdida de numerosas obras. Queda, eso sí, la duda sobre muchos de esos robos. Al no recuperarse muchas de esas obras robadas, no se puede afirmar que hayan sido destruidas.

Desde el sobresaliente escultor Fidias, del que perdimos su Athenea Parthenos, de 12 metros de altura realizada en oro y marfil, que presidia el «sancta santórum» del Partenón, o la figura de Zeus Olímpico (destruída por el emperador Teodosio en el 393, tras prohibir los cultos paganos), pasando por los grandes de la escultura griega clásica (Policleto, Lisipo o Praxíteles), de quienes nos llegaron, en la mayoría de casos, copias romanas de sus obras, hasta el también griego Apeles, cuyos frescos, realizados para decorar las nobles villas de la ciudad romana de Pompeya, desaparecieron en su totalidad tras la devastadora erupción del volcán Vesubio, en el año 79 d. C., no pocos han sido los artistas que, a lo largo de la historia, han visto cómo algunas de sus obras se fueron sumando, por uno u otro motivo, a tan luctuosa lista. Con el paso de los siglos, la irán engrosando los más ilustres nombres de la historia del arte: El Bosco, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rafael, El Greco, Tintoretto, Tiziano, Van Dyck, Brueghel, Rubens, Rembrandt, Caravaggio, Velázquez, Ribera, Goya, Turner, Delacroix, Cezanne, Van Gogh, Monet, Matisse, Picasso…

Obviando el largo período que abarcó la Edad Media, en el que el arte quedó casi exclusivamente reducido al ámbito de la Iglesia (aunque también se perdió abundante obra), comenzaremos nuestro viaje a partir del pre-Renacimiento y el Renacimiento, épocas en que ya el arte adquirió consideración propia, dejando de ser un oficio artesanal, los artistas ya eran reconocidos como tales, y no como artesanos, y la producción artística y su demanda aumentaron notoriamente, gracias fundamentalmente al papel de los mecenas. Masaccio, Boticcelli, Donatello, Filippo Lippi y las tres grandes figuras por excelencia, Leonardo, Miguel Ángel y Rafael, ocupan las primeras salas de nuestra visita. Donatello realizó una estatua de Josué, en terracota, que serviría como pieza decorativa de una de las tribunas del Duomo de Florencia. La pieza se perdió para siempre en el siglo XVIII; de Masaccio se destruyó en 1600 el fresco que realizó para el claustro de una iglesia florentina; frescos de Filippo Lippi se quemaron en un incendio en 1771; y de Boticcelli se quemaron varias obras con temas paganos. 

Leonardo da Vinci, figura insigne de la historia del arte, posee una producción artística relativamente corta, pues —como es sabido— centró también su genio en la investigación y el estudio. Este punto, sin embargo, no es óbice para que de esa producción desaparecieran para siempre algunas obras irrepetibles. Una de las más nombradas es la de un supuesto escudo en el que Leonardo pintó la cabeza de Medusa. De la pieza se hizo eco el artista y escritor italiano Giorgio Vasari (siglo XVI) en su libro Vida de los mejores arquitectos, pintores y escultores italianos, fuente imprescindible para conocer la historia del arte y la biografía de los artistas italianos de la época. Vasari escribe que, siendo niño, Leonardo pintó sobre el escudo de madera una aterradora imagen de Medusa rodeada de dragones. Nos queda también la posible versión que años más tarde realizara Caravaggio y que puede darnos una idea aproximada. Otra pieza perdida de Leonardo es Leda y el cisne, escena mitológica que podemos conocer en cierta medida gracias a un dibujo que realizó Rafael Sanzio y que se encuentra en la Royal Collection. También del mismo artista se perdió la que iba a ser una escultura en bronce gigantesca: el Caballo Sforza. Tras 13 años trabajando en el boceto, en 1493 arqueros franceses usaron la pieza de barro como diana, destruyéndola en pedazos. Nunca se supo adónde fueron a parar todas esas piezas. También el mural que representaba la batalla de Anghiari, realizado en el Palazzo Vecchio, desapareció tras una reforma realizada por Vasari. Se especula, incluso se han hecho estudios, que tras el muro levantado por Vasari sigue estando la obra. De momento, una copia realizada por Rubens es el único elemento real del que disponemos para poder conocer algo la obra. En el incendio del Alcázar de Madrid, también se perdió alguna obra suya.

Miguel Ángel Buonarroti también trabajó para el Palazzo Vecchio. Se le encargó que realizara un mural sobre la batalla de Cascina. Aunque nunca llegó a pintarlo, sí trabajó sobre el boceto. El cartón lamentablemente fue destruido por Bandinelli, artista enemistado con Miguel Ángel. Podemos conocer cómo pudo ser la obra por una copia de la parte central de la escena, realizada por Sangallo. También de Buonarroti desaparecieron una pintura de la Crucifixión realizada para Vittoria Colonna y numerosas esculturas; una copia en bronce de menor tamaño del David (que fue confiscada durante un asalto en la Revolución Francesa), un Cupido durmiente (destruido en un incendio en el palacio Whitehall en 1698, al igual que el busto de Carlos I realizado por Bernini), otra figura de Cupido en pie (la última noticia que se tiene de esta obra es de 1572, cuando pasa a manos de la familia Medici), una Cabeza de Fauno, un Hércules (desaparecido desde 1713) y un San Juan Niño.

De Rafael, podemos destacar, entre sus obras perdidas, el fresco El Juicio de París del que únicamente nos queda constancia gracias a un grabado del artista Marcantonio Raimondi. De los 10 cartones preparatorios para la serie de tapices encargados por el papa León X para decorar la Capilla Sixtina, que tratan la vida de san Pedro y san Pablo, desaparecieron 3: La lapidación de san Esteban, La conversión de san Pablo y San Pablo en prisión. El Retablo Baronci, del que se conservan algunas piezas en el Louvre, se perdió tras un terremoto en el siglo XVIII. En la II Guerra Mundial, Retrato de hombre joven fue robado por los alemanes en Cracovia, y actualmente nada se sabe respecto de la obra. La obra Santa Catalina de Alejandría es una pieza que también continúa perdida al día de hoy.

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