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24 mayo, 2013

Por Santiago García

 

Cuando murió Leonardo Favio, lo primero que vino a mi mente fue: «Todos queríamos a Leonardo Favio. Y Favio nos quería a todos. Al menos eso nos hacía sentir». Quien escribe estas palabras podría ser calificado sin problemas como un «gorila». No me ofende, porque el origen de esa denominación surgió de la película Mogambo, de John Ford. Pero no lo digo más que para explicar el peronismo de un artista irrepetible: Leonardo Favio.

Leonardo Favio pertenece, como actor, a la Generación del 60, pero sus comienzos actorales son en realidad con su mentor y padrino, Leopoldo Torre Nilsson, el primer autor independiente, estilo europeo, de nuestro cine. Sin embargo, como director, no sería correcto ubicarlo entre los directores de aquella generación mencionada. Leonardo Favio es una isla. Una isla que pudo crecer en un contexto adecuado, pero que estaba destinada a una forma muy distinta de grandeza. La Generación del 60 ha sido olvidada; Leonardo Favio es uno de los directores más valorados de la historia del cine nacional, probablemente el más valorado de todos.

Favio es una rareza, porque filmaba en una época donde los mejores cineastas hacían un cine intelectual que el público no consumía y, sin embargo, Favio —cuyo cine, aun siendo visceral, también era intelectual— provenía y entendía a ese pueblo que los cineastas de aquellos años no tenían en cuenta. Favio habló siempre de él mismo, en cada una de sus películas. Todos sus personajes eran él, y todos sus personajes eran sublimes y miserables a la vez. Amaba a sus criaturas, era piadoso, no los dejaba morir en cámara y, si lo hacía, los revivía al final una vez más. Y Favio era peronista, un peronista dentro de una época en que los cineastas no lo eran.

Sus primeros tres films no fueron populares, pero sus personajes sí pertenecían al pueblo. Porque para Favio el pueblo no era una teoría, no era una variable; por eso sus películas son auténticas, trascendentes, van más allá de cualquier coyuntura o época. Favio hablaba de él mismo, y eso se notaba. Pero también se dedicó a hablar del peronismo en dos de sus films. Uno fue Gatica el Mono (1993) y el otro fue Perón: sinfonía de un sentimiento (1999). En Gatica, Favio encontró la metáfora perfecta sobre el pueblo argentino y el peronismo. El film narra el ascenso y la caída de un personaje bien al estilo Favio, pero por extensión también cuenta la historia del pueblo argentino antes, durante y después de Perón y Evita. El Mono toca el cielo con sus manos, pero la muerte de Evita es la señal del fin de un sueño y luego sobreviene la debacle. Otra metáfora muy inspirada es la de Gatica, herido de muerte, arrastrándose por la calle hasta llegar al cordón de la vereda, apoyando allí la cabeza como si fuera una almohada. No hay film más político que Gatica en aquellos años de nuestro cine. Pero también refleja a la perfección cuál es el lugar que ocupa el peronismo en el imaginario y la vida de Favio.

Perón: sinfonía de un sentimiento llega más lejos. Este ambicioso documental de seis horas (nunca estrenado comercialmente en cine) es otra rareza. A pesar de ser un documental, la alteración de imágenes es notoria, las metáforas poéticas dominan gran parte del relato, y el nivel de manipulación de la historia es notable. Favio hizo un documental pero, sobre todas las cosas, hizo un film personal, la mirada más sincera y apasionada que se haya hecho del peronismo en el cine. Recuerdo una vez un cumpleaños donde la mayoría de los invitados eran historiadores no peronistas (bah, gorilas). Con un colega, les ofrecimos ver la parte del documental dedicada a la muerte de Eva Perón. Se negaban. Pero al verla todos se emocionaron profundamente. Esa es la magia de Favio. No nos olvidemos que empezamos mencionando a John Ford; podríamos volver a él citando una de las frases más famosas de su cine. El Perón de Favio es, claramente, un «impriman la leyenda» bien fordiano. Volviendo al gorilismo, yo he dicho, porque así lo creo, que solo soy peronista mientras miro una película de Favio. No es poco decir, y deja bien en claro el nivel de convicción que sus films tienen y la autenticidad que respiran.

Dejo algo para el final, mi película favorita del director: Soñar, soñar. ¿Qué otro director podría hacer una película inspirada en La strada de Fellini y protagonizada por el cantante Gian Franco Pagliaro y el campeón mundial de boxeo Carlos Monzón? Favio vio en Monzón a uno de sus personajes; lo fue incluso en la vida real, final trágico incluido. Monzón hizo varias películas pero solo Leonardo Favio le permitió usar su verdadera voz sin doblarlo. Soñar, soñar no fue acompañada ni por la crítica ni por el público. Pero con los años se fue haciendo evidente su descomunal originalidad. Película sobre la amistad entre hombres, entre el chanta y el inocente. La más pura y arriesgada de las películas de Favio, un relato hecho con el corazón en la mano, con algunos de los más insólitos, graciosos y a la vez emocionantes diálogos que se hayan escrito jamás. Película maldita, película olvidada, película imposible de no amar cuando uno la descubre. La esencia misma de Leonardo Favio y el secreto de su cine.