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19 marzo, 2012

 

POLÍTICA

 

¿Es Vladimir Putin, recientemente elegido como presidente de Rusia, un dictador moderno, un pragmático oportunista o alguien que supo leer como nadie la historia política rusa y sus necesidades de un poder fuertemente centralista que la lleve por el camino del éxito en estos tiempos de crisis? 

 

Por: Maximiliano López

 

 

Vladimir Putin obtuvo el 64% de los votos en las últimas elecciones presidenciales rusas. Con un margen de diferencia notorio frente al pelotón de candidatos opositores, logró acceder por tercera vez a la presidencia de su país en doce años, luego de los últimos cuatro, en los cuales ha gobernado Dimitri Medvedev, y él se ha desempeñado como primer ministro. De esta manera, el modelo económico, político y social que comenzó a implementarse en el año 2000, el cual ha logrado revitalizar y ordenar al Estado y a la sociedad rusa, se prolonga por seis años luego de una reforma en torno a la duración del mandato. Sin embargo, más allá del consenso, el esquema de poder es puesto en duda por una porción minoritaria de la clase media urbana que ha experimentado durante la última década una importante movilidad social ascendente. Denuncian un giro hacia el autoritarismo por parte del gobierno y pretenden una liberalización del régimen político; con todos los riesgos que ello implica en un país de alta complejidad étnica, religiosa y geográfica.

En un intento por evitar abstracciones ante un tema complejo, es necesario hacer un repaso alrededor de las bases sobre las cuales ha ido consolidándose el actual esquema del poder político ruso, a fin de comprender por qué este representa la mejor opción posible para el país más extenso del mundo.

 

La consolidación de la gobernabilidad en la transición post-soviética

Desde que Putin accedió al cargo de presidente en el año 2000, Rusia entró a una etapa superadora en lo que respecta a la transición post-soviética, orientada a dejar atrás el caos económico, político y social que significó la etapa post-desintegración de la URSS, entre 1991 y 1999. El dedazo de Boris Yeltsin, nombrándolo como primer ministro en 1999, posibilitó el acceso del exespía de la KGB a los máximos círculos de poder; esto lo transformó en una figura inesperada dentro del devaluado ámbito político ruso y, por ende, en el sucesor perfecto del yeltsinismo, agobiado por múltiples escándalos políticos y financieros, y necesitado de protección una vez afuera del ejecutivo. El gobierno saliente de Yeltsin, al igual que el establishment económico que lo sustentaba y la oposición, veían en Vladimir a una figura caracterizada por la lealtad y el bajo perfil; como a una simple palanca de transición que no duraría mucho. Sin embargo, al poco tiempo de estar en el poder, las cosas comenzaron a ser diferentes.

Pocas personas consideraban, tanto en Rusia como en Occidente, que un apparatchik(1) sin experiencia en tareas gubernamentales podía tener una trayectoria política importante; más aun teniendo en cuenta que fue elegido como el sucesor de un régimen en descomposición, como el que impuso Yeltsin acompañado dela oligarquía. Los diferentes argumentos que se han desarrollado apuntan a los siguientes factores:(2)

–                     Su ascenso en la aprobación social fue directamente proporcional a la creciente sensación de inseguridad que fue experimentando la sociedad rusa a lo largo de la primera década luego del fin dela URSS. Lasdemandas de orden y de un liderazgo robusto, en un corto tiempo, encontraron en Putin a un dirigente que podía responder con firmeza a las inquietudes sociales, políticas y económicas de ese entonces. Esto se vio durante la segunda guerra de Chechenia en 1999, cuando todavía era el primer ministro de Boris Yeltsin

–                     La mayoría de la población lo veía como una continuidad de Yeltsin, pero a la vez como una alternativa. El gobierno de Putin abría las puertas para otro tipo de liderazgo: más anclado en la autoridad estatal que en la oligarquía que dominó el ambiente político durante la década de los noventa. Este rasgo muestra un elemento distintivo de la sociedad rusa: no están acostumbrados a plantearse una alternancia en el poder; la oposición era y aun es vista como crítica de las decisiones gubernamentales, así como también despreciativa del poder.

–                     A diferencia de lo que sucede en las sociedades políticamente más desarrolladas, la falta de experiencia política y la indefinición ideológica de un candidato son elementos favorables, ya que les brindaba a varios grupos de poder la posibilidad de captarlo para sus intereses, y lograba correspondencia con amplios sectores de la población al presentarse como un candidato «independiente».

Se trataba del hombre justo en el momento y el lugar justos. Una figura política que se encontraba en las antípodas de su antecesor, sin bases propias en las cuales asentar el enorme poder que recaía sobre sus hombros. En relación con ese déficit, fue diseñando e implementando «desde arriba» (esto es: desde el Estado hacia la sociedad) una nueva estructura de gobierno que, en pocos años, desplazó de la toma de decisiones a los principales magnates y demás sobrevivientes dela era Yeltsin, y aseguró el control de la compleja situación económica, política y social rusa por parte de los grupos que lo rodean actualmente, conformados por tres principales corrientes:(3)

–                     Siloviki: es el grupo mayoritario y al que pertenece Putin. Siloviki es la expresión utilizada para designar a quienes provienen de los ámbitos de los servicios de seguridad. Son los más influyentes y los más vinculados a la recuperación del relato nacionalista ruso. Perdido en los años siguientes a la desintegración dela Unión Soviética.

–                     Tecnócrata: es el grupo que se encuentra en segundo orden y al que pertenece el presidente saliente, Dimitri Medvedev. Este sector del esquema de poder putinista ha ido expandiéndose al calor del crecimiento económico experimentado por empresas estatales de energía, gestionadas por sus representantes, como Gazprom, la cual controla el 15% de las reservas mundiales de gas.

–                     Liberal: es el grupo minoritario del régimen. No se trata de liberales al estilo occidental pues, por razones de coyuntura, poseen una visión más intervencionista de la economía, pero a la vez son más market-friendly que cualquier otro nodo de poder gubernamental.

A partir de la administración Putin, puede decirse que la estructura del poder político ruso comenzó a ser dominada por la consolidación de dichos sectores. Un nuevo grupo de dominio sobre el poder conformado por una nomenklatura empresarial fusionada con sectores burocráticos instalados en las empresas estatales o mixtas. Dentro de este nuevo escenario, los siloviki ocupan un lugar importante y creciente, incluso desempeñando cargos que se salen de sus funciones tradicionales.

El perfil ideológico de Putin, si bien al principio parecía neutro e insípido, ha ido mostrando rasgos marcadamente particulares a lo largo de su ejercicio en el poder. Su posición nacionalista es clara. Ello se percibe nítidamente en el intento de recolocar a Rusia entre las potencias hegemónicas ni bien las circunstancias comenzaron a permitirlo. Se pueden dar varios ejemplos: desde el giro de la política económica, más orientada al Estado como hacedor y decisor de las medidas más importantes en el rubro, hasta, en el plano geopolítico, a través del refortalecimiento en las relaciones con los países dela ex URSS(especialmente con Belarus y las naciones de Asia central), China, Brasil e India, en defensa de intereses comunes económicos y de seguridad. Los indicios del resurgimiento ruso como potencia regional y global son claros: no hay que omitir la escalada bélica ante Georgia en 2008 por la cuestión de Abjasia y Osetia del Sur.

Otro punto para resaltar es la recuperación de un relato que destaca los logros del pasado zarista y soviético a través de la reapropiación de insignias y símbolos característicos de ambos períodos, como la introducción del escudo imperial en la bandera y de la melodía de Alexandrov en el himno, por ejemplo. El rechazo a la idea de revolución constituye otra de las bases de su pensamiento restaurador. Públicamente, Putin se ha opuesto enfáticamente a todo el proceso de privatizaciones y de descalabro social derivado del fin dela URSS. En relación con la época de los noventa, explicitó que con su gobierno ese ciclo está cerrado.(4)

 

La recuperación económica y social

El escenario económico en el cual se desplegó la política económica de los gobiernos de Putin y Medvedev ha sido favorable desde el inicio. Los altos precios de commodities como el petróleo y el gas, disparados por el rápido crecimiento experimentado por gigantes económicos como China y la India, además de la alta dependencia del gas importado en Europa, han sido un pilar fundamental de la prosperidad macroeconómica. Al calor del aumento de los precios de dichos recursos y de la producción de petróleo, entre 2000 y 2008 el PBI creció alrededor del 7% en promedio;(5) esto produjo un derrame de ingresos, de manera desigual pero constante, sobre la sociedad, lo que derivó en un marcado crecimiento del PBI per cápita. Hay que destacar que el crecimiento y la mejora en su distribución sobre el conjunto de la sociedad también son resultado de la caída de la población producida entre 1999 y 2009; índice que desde 2010 apenas comenzó a mostrar un leve repunte.(6)

En esta coyuntura, los gobiernos de Putin y Medvedev han implementado una política económica orientada a no depender totalmente de los commodities y a apostar por la sustentabilidad del crecimiento económico a partir de un reforzamiento de la industria en diferentes rubros, incluyendo la generación de nuevas tecnologías. El Estado ruso comenzó a tomar un papel preponderante en la actividad económica, a diferencia de los años de Yeltsin; en el aspecto fiscal, en la participación dentro de empresas, como generador de estímulos a nuevas industrias y empleos, así como también se transformó en garante de una necesaria redistribución del ingreso hacia los sectores que perdieron con la desintegración y las privatizaciones en los noventa. Todo lo cual produjo una drástica baja en los índices de pobreza, indigencia y desempleo.

 

Entre la liberalización del régimen político bajo parámetros occidentales y la tradición política eslavófila

El fortalecimiento político, social y económico de Rusia bajo los mandatos de Putin (2000-2008) y Medvedev (2008-2012) es inobjetable. No hay otra explicación a la mejora generalizada en las condiciones de vida de la mayor parte de la población que la política económica neokeynesiana, neodesarrollista y, a la vez, pragmática, diseñada desde el Kremlin. Las mismas medidas, sumadas a la coyuntura económica internacional, han posibilitado la expansión y la consolidación de una gran clase media, la cual goza de considerables beneficios económicos. Sin embargo, de ahí surge la principal corriente de voces críticas que, hace unos meses, ha oficializado sus cuestionamientos al gobierno, más ligados a aspectos políticos que socioeconómicos.

La crítica señala que, a partir de la era Putin, se inició un proceso de centralización del poder por parte del Ejecutivo, en el que se autoadjudicó competencias que no le corresponden, sino que son propias de poderes regionales o de la Duma. Podemos poner como ejemplo el caso de la creación de las siete Okrugs (regiones) que cubren todo el territorio del país y cuyas autoridades son elegidas por el presidente para luego ser sometidas a la aprobación de los respectivos órganos legislativos de cada región. Políticas concentradoras del poder político como la mencionada, bajo los ojos de Occidente y de una cantidad importante de ciudadanos y organizaciones dentro de la sociedad civil, influenciadas por un paradigma político liberal, pueden ser algo cercano a un escándalo. Sin embargo, en medidas como la mencionada, siempre hay que tener en cuenta el factor doble estándar: sí, se trata de un gobierno que concentra y centraliza una gran porción de las competencias políticas, pero ello, en un país de alta complejidad étnica, religiosa y geopolítica como Rusia, es algo prácticamente imprescindible para lograr gobernabilidad y estabilidad a largo plazo.

Al respecto, Vladislav Surkov, uno de los principales teóricos del Kremlin, define al régimen instalado a partir del primer gobierno de Putin como una «democracia soberana»: un hibrido en el que se combinan valores democráticos occidentales con el respeto a las tradiciones propias de la idiosincrasia eslavófila.(7) Se trata de un relato potente: se enfatiza en la particularidad de la tradición política rusa como un impedimento para adoptar un modelo político totalmente occidentalizado. No obstante, el esquema de poder propuesto por Putin, por ejemplo, no omite a la sociedad, sino que la supedita a la acción estatal, resaltando en ella una función cooperativa de acuerdo con lo que establecen las normas establecidas.

El corazón del corpus teórico y práctico putinista es la llamada «vertical de poder»: una subordinación de todos los órganos del Poder Ejecutivo a las órdenes del presidente. Esta idea es orientada también a mantener el control de los acontecimientos. Se mantiene a raya cualquier tipo de desestabilización proveniente del Parlamento o de la sociedad civil. El actual presidente Dimitri Medvedev defiende este sistema de gobierno con argumentos convincentes: «Un Estado así solo puede ser controlado con la ayuda de un poder presidencial fuerte. Si Rusia se convierte en una república parlamentaria, desaparecerá. Estas tierras se unieron a lo largo de siglos, y es imposible administrarlas de otra forma».(8)

De todas maneras, y más allá de que por detrás de las demandas de democratización en Rusia o cualquier otro país alejado de la órbita occidental siempre haya grupos de poder internos y externos que buscan debilitar o desestabilizar regímenes que no están en sintonía con los dudosos parámetros de «libertad y democracia» establecidos por EE. UU. yla Unión Europea, los reclamos de la minoría (amplificada por los medios de comunicación occidentales) que salió a las calles de Moscú y otras ciudades fueron escuchados desde el Kremlin. Putin, como todo líder pragmático, lo sabe bien. En su discurso de victoria, se refirió a «corregir políticas erróneas». No por convicción quizás. Sí por el lado de asegurar la continuidad a largo plazo del partido Rusia Unida en la presidencia.

No se trata de Libia ni de Egipto ni de Siria. El caso ruso es distinto y, además, el modelo económico instaurado a lo largo de estos últimos doce años goza de buena salud. Por lo tanto, hay un buen margen de maniobra para que, durante los próximos seis años de gobierno que tiene Putin por delante, se construyan nuevos espacios y canales de comunicación que acerquen al gobierno, en la medida de lo posible, con esa minoría insatisfecha de las metrópolis. Sin ONG de dudoso financiamiento ni oligarcas disfrazados de «representantes de la nueva política» en el medio. En síntesis: avanzar gradualmente en materia de libertades políticas pendientes, dejando sin base social a grupos que representan intereses espurios y lesivos para la nación euroasiática.

 


 

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Notas

(1)               Apparatchik es un término coloquial ruso que designaba a un funcionario profesional, de tiempo completo, del Partido Comunista o la administración soviética (por ejemplo, un agente del «aparato» gubernamental o del Partido que tenía un puesto de responsabilidad burocrática o política). El término no designaba a los altos cargos del Estado o el Partido.

(2)                SABORIDO, Jorge, Rusia: veinte años sin comunismo: de Gorbachov a Putin, Buenos Aires, Biblos, primera edición.

(3)               BREMMER & CHARAP, «The Siloviki in Putin’sRussia: who they are and what they want».

(4)               SABORIDO, Jorge, op. cit.

(5)               Ibídem.

(6)               Ibídem.

(7)               TREISMAN Daniel, «The Return:Russia’s Journey from Gorbachev to Medvedev».