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11 mayo, 2013

En la segunda parte de esta nota, le daremos una mirada más profunda a esta obra pictórica, llamada «Virgen de Belén», realizada en fecha cercana al siglo XVIII, perteneciente a la Escuela Cuzqueña, y que hoy se encuentra en el Museo de Arte Hispanoamericano «Isaac Fernández Blanco».

 

Por: Arq. Cristina Montalbano

 

Propuse hacer un breve análisis de la obra, para conocer un poco más a esta inconfundible «Virgen de Belén»… A eso vamos.

A primera vista, podemos observar cómo la relación fondo-figura es determinada por las figuras que se presentan en primer plano que, tomando protagonismo, terminan recortándose del fondo. En cuanto al espacio resultante, podemos decir que es bidimensional, ya que la perspectiva que pone en evidencia la profundidad del espacio está ausente. Solo se toma como recurso espacial la utilización de un pedestal con una ligera articulación, para dar sensación de volumen.

Veamos el color. La paleta utilizada se basa en colores rojos, ocres, y azul en su tendencia al verde. El color es real donde la figura así lo indica (Virgen y Niño son representados como seres humanos), mientras que en las figuras imaginarias, los ángeles, aparecen colores irreales, como los que aparecen en sus alas. Existe un predominio de tonos cálidos, primarios y terciarios (rojos y ocres), armonizando doblemente con sus complementarios (azul verdoso). Solo se alcanza la saturación del color en puntos poco importantes de la obra, como son las cortinas que enmarcan a las figuras.

En cuanto a la textura, la pintura se ha deslizado en forma homogénea sobre el lienzo, apenas distinguiéndose las pinceladas.

La luz es dorada y homogénea, destacando en el rostro del niño, en el ángel situado a la derecha y en el halo de la virgen, a modo de rayos. Se generan fuertes contrastes entre las sombras del fondo y las figuras Iluminadas. Pero las sombras generadas por la superposición de elementos es tenue y ambigua, como si la luz fuese proyectada desde diversos ángulos (por ejemplo, en los pliegues de las telas y las sartas de perlas).

Dada la falta de claroscuros, la imagen resulta carente de volúmenes acentuados, haciendo que estos se fundan entre sí. La separación entre volúmenes superpuestos trata de lograrse a través del contraste de color.

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Propio del barroco, el tratamiento de las proporciones respeta el canon real de la figura humana, donde el cuerpo se divide en ocho fragmentos iguales al tamaño de la cabeza. En los niños, la proporción es distinta: como están en continuo crecimiento, se dificulta concretar un canon; pero se puede establecer que, dentro de los dos primeros años de vida, guardan una proporción de cinco partes iguales a la cabeza.

Se puede proponer una jerarquía de tamaño entre las figuras de la Virgen, el Niño Jesús y los ángeles.

En esta obra, el marco de encierro es real, coincidiendo con el límite que da la caída de los cortinados. Las figuras quedan contenidas dentro de esos límites, aunque verticalmente la figura de la Virgen intenta transgredir el encierro, desde su pedestal que continúa hacia abajo hasta su corona que casi rasga el borde superior del marco.

El esquema compositivo está estructurado triangularmente, con un eje vertical que pasa por el centro de la figura principal, creando una simetría equilibrada por los dos ángeles dispuestos en los laterales, a la altura del Niño Jesús. Las tensiones están generadas por las miradas que proyectan los querubes hacia el niño, y hacia la Virgen, por la irradiación de luz proveniente de su cabeza. Es una composición equilibrada y totalmente estática; más allá del movimiento sugerido por los querubines en vuelo, la acción no logra el efecto dinámico.

Su iconología: esta obra representa la imagen de una advocación de la Virgen María, seguramente perteneciente a un retablo; esto es lo que nos sugieren el pedestal sobre el que se presenta la Virgen, y también su manto, característico de las imágenes de vestir. A pesar de tratarse de una Virgen de Belén, donde generalmente se expresan la humanidad y el amor filial en sus gestos, aquí ella permanece totalmente hierática, de forma frontal, con la mirada distante, sosteniendo al niño inexpresivamente.

La imagen americana se caracteriza por el extremo decorativismo que ensalza las figuras, enriqueciéndolas con joyas, encajes, telas brocateadas con dorados, exuberancia de flores y, a veces, de fauna autóctona también.

Según investigaciones de la profesora Maya Stanfield-Mazzi, las imágenes de estas vírgenes se deben a la tradición europea de representar esculturas específicas encerradas en sus altares, y había una colección de vírgenes que habría llegado al Perú en 1653, en formato de libro, con el nombre de Atlas Marianus, de W. Gumppenberg.

La forma triangular de la figura está en correspondencia con la veneración que los indígenas le profesaban a la montaña, pero en realidad se debe al manto que vestía la escultura del retablo. Este, con la connotación propia de ser el manto protector, era donado por los fieles, quienes lo bordaban sobre telas ricas y lujosas, otorgándole mayor identidad a la Virgen. Y es muy probable que los donantes quisieran una reproducción pictórica de la Virgen vistiendo el manto que ellos habían donado.

Tanto las sartas de perlas sostenidas por broches coronados por trifolios, como las joyas y las florcitas que adornaban el cabello de la virgen, podían tener el mismo origen que los donativos de las vestiduras.

El catolicismo barroco hizo uso de artilugios teatrales para llegar a los fieles con una religiosidad de mayor efecto, y de esta forma enmarcaban a las figuras de los retablos con cortinas, por lo general de color rojo, como vemos en esta obra, para cubrir y descubrir la imagen milagrosa, y presentarla ante sus devotos, y que en esta exposición actuara a favor de ellos.

La presencia de los querubines sosteniendo el cortinado solo enfatiza la revelación de la Virgen. Los rayos que salen detrás de la cabeza de la virgen están asociados al Sol (Inti). Y, debido a la creencia andina de que los astros y los dioses resplandecían con luz propia, a las imágenes evangelizadoras se les proporcionó brillo, sugiriendo resplandor.

Seguramente, esta es una de las imágenes que fueron realizadas para difundir el culto cristiano en tierras americanas, el culto a la Virgen María y a la diversidad de sus advocaciones, mientras que, para los devotos, proporcionaba una teofanía de la divinidad, delante de la cual podían rezar y pedir su protección.

Otro claro ejemplo que expone la manera en que se forjó nuestra cultura, mezcla de Europa y de la raíz americana.