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12 noviembre, 2013

Erica Bohm Relatos del Universo

Por Adriana Lauria

En la textura del espacio y en la naturaleza de la materia, al igual que en una gran obra de
arte, siempre figura, en letras pequeñas, la firma del artista. Por encima del hombre, de los
demonios, de los Guardianes y constructores de Túneles, hay una inteligencia que precede
al universo. El círculo se había cerrado. Ella encontró lo que había estado buscando.
Carl Sagan, Contacto, 1985

Casi al final de sus estudios de pintura en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, Erica Bohm se entusiasmó con la fotografía, siguiendo a un primo que tenía un laboratorio de revelado en blanco y negro. Lo que la atrajo, más que el uso de la cámara, fue lo experimental que podía conseguirse manipulando la película, la luz, los químicos y los medios de copiado.
En seguida procuró conectarse con las manifestaciones del arte contemporáneo.
En este camino se encontró con Gabriel Valansi, y en sus clínicas, perfiló su carrera profesional, apostando a encontrar un lenguaje propio. Con él definió Pantone, serie que tenía entre manos, a la que pudo darle un desarrollo satisfactorio. Erica le reconoce la capacidad para sacar a sus discípulos de las «órbitas» que transitan, para mostrarles otras perspectivas y ayudarles a encontrar soluciones personales para cada proyecto.
Pantone, conjunto elaborado entre 2004 y 2008, surgió de un error de revelado.
Esas imágenes desviadas de la ortodoxia técnica la obsesionaron, y decidió replicar esos efectos deliberadamente. El resultado fue un nutrido número de piezas que exploraron los límites de lo visible. Los paisajes —tema central de la serie— apenas ofrecían unos pocos rasgos esenciales luego de una prolongada exposición. Así tratados, se podían asimilar a recuerdos que conservaban solo aquello que se había fijado profundamente en la sensibilidad. Aparte de estas evanescencias que desafiaban la percepción del espectador, las obras —que en ocasiones se exhibieron componiendo instalaciones— se agrupaban de acuerdo a una tonalidad dominante: amarillos, tierras, verdosos, azules, violetas.

Los diferentes tiempos de imposición durante el copiado le permitieron jugar con la dimensión cromática, cuyas gradaciones remedaban el sistema de color que dio título al ciclo. No obstante, los métodos empleados limitaron la cantidad de tonos obtenidos, circunstancia que no hizo mella en el interés que concitaron estas fotografías.
De entre ellas, la artista señala algunas de 2008, como la que perfila la arquitectura futurista que Niemeyer imaginó para el Museo de Arte Contemporáneo de Niteroi, la que afantasma el propileo y la rampa del Monumento a la Bandera de Rosario, o la que evoca un cósmico paisaje rocoso, luego ampliado a formato mural (A Strange Land, 2009) para exposiciones que jalonaron su etapa espacial.
Estos temas inspiraron la serie Galáctica. Peculiares construcciones integraron su primer capítulo: la torre de un antiguo cine de Rosario, el Planetario de Buenos Aires o la estructura geodésica de un edificio que alberga una bailanta en Avellaneda fueron rodeados de una profunda oscuridad que acentúa su carácter retro-futurista y crea entornos aptos para imaginar un relato de ciencia ficción.
El capítulo IV nació durante la residencia de dos meses que la artista realizó en 2009 en el Creative Research Lab del Jack S. Blanton Museum de la Universidad de Austin, Texas. Su plan de trabajo incluyó viajes a Houston, donde visitó las inmensas instalaciones de la NASA, que aún hoy tiene a cargo las comunicaciones de las misiones en curso. Allí, en esa suerte de Disneylandia de la exploración aeroespacial, fotografió naves, trajes de astronautas, equipos, salas de comando, simuladores y toda la parafernalia histórica de los distintos programas, incluso el Apolo que llevó al hombre a pisar la Luna en 1969. Tras ambientar y
procesar digitalmente algunas de estas imágenes, creó un conjunto que fotografió con cámara Polaroid y exhibió en Austin. El resto del material colectado sufrió un largo proceso de elaboración.

 

La historia de la astronáutica, su desarrollo científico-tecnológico y la épica de los descubrimientos impactaron profundamente en la artista. Releyó narraciones de ciencia ficción —su padre poseía una gran biblioteca del género— y tomó clases de astronomía en el Planetario. Investigó en la web y frecuentó páginas de entidades que, como el Jet  Propulsion Laboratory, ofrecen cientos de registros realizados desde los comienzos de la era espacial. De la amalgama de tiempos y fuentes se alimentó este cuarto capítulo de Galáctica que nos propone «asomarnos» a los misterios del universo. Con la misma técnica que  empleó para la presentación de Pantone, por la cual incorporaba por termosellado la copia fotográfica al soporte de acrílico transparente, simula ventanas de esquinas redondeadas. En ellas se refleja el espectador cuando se acerca a cada pieza; de esta manera, se hace partícipe del viaje en el tiempo y en el espacio propuesto por la artista, que al sumergir en la negrura naves, astronautas, estaciones espaciales y demás instalaciones, remeda la inmensidad silenciosa del espacio, volviendo a estos signos de la osadía humana, cuerpos que, como los planetas, solo son visibles por reflejo de la luz estelar.
Estas obras, exhibidas en la Galería Baro de San Pablo, Brasil, a fines de 2010, también integraron la muestra que Erica presentó en mayo de 2013 en The Mission, de Chicago, ocasión en la que sumó Planet Stories —capturas de fotografías retomadas con un nuevo tipo de cámara de copiado instantáneo de formato widescreen— y My Own Private Collection, un gran políptico integrado por 25 piezas donde la artista superpone y edita stills de la miniserie realizada en 1979 sobre el libro Crónicas marcianas. El mismo título del
mural indica la relación afectiva que guarda con estos cuentos —afirma que son sus favoritos— e inaugura una línea de trabajos en la que se propone elaborar novelas del género confrontándolas con sus versiones cinematográficas. Los paisajes, las naves y las construcciones pasan a ser, por primera vez, escenarios para los personajes que, sean humanos o marcianos, ponen en marcha la historia. Las transparencias con que
están tratadas las imágenes aumentan su sugerencia y el clima fantasmal, casi metafísico, que destilan las narraciones de Bradbury.
Últimamente, se ocupa de lo que considera su período escultórico, un proyecto iniciado en 2011 denominado El cristal perfecto. Como en otros casos, el azar la llevó a encontrar entre sus antiguos materiales de la escuela de Bellas Artes un frasco de sulfato de cobre que se cristalizó. Armó un laboratorio químico —auténtico criadero de cristales— donde, luego de pacientes indagaciones y pruebas, ha logrado magníficas piezas de intensos y luminosos azules, exhibidas en la última edición de arteBA. Si bien ha experimentado con otras sustancias —sulfato de hierro, manganeso y bricromato de potasio—, no ha obtenido hasta ahora los mismos resultados que con el sulfato de cobre, aunque se propone seguir buscando diversidad para este acelerado desarrollo de sus propios cuerpos celestes.
En la multiplicidad de creaciones relacionadas con temas y métodos científicos —aparte de las mencionadas, tanto en Cityscapes, Satellite, The red book como en Evidencias— la artista siempre manifiesta la necesidad de construir metáforas creando un compendio dialéctico entre relato imaginario, especulación anticipatoria y realidad comprobable. Y como la Doctora Eleanor Arrowey, protagonista de la novela Contacto, seguirá trabajando para encontrar lo que desde hace años está buscando.