AL DIVAN CON JULIA CALVO
Por Raquel Tesone
Fotos Mariano Barrientos
Julia Calvo – actriz, cantante y directora teatral – otorga esta entrevista a “El Gran Otro” al día siguiente del re-estreno de “Homero Manzi”, irradiando felicidad y una gran serenidad de espíritu. Mantiene el contacto visual con el entrevistador durante toda la entrevista y, con la sensibilidad de los grandes y en la medida que se conecta con a través del lenguaje de la mirada, Julia poco a poco siente la confianza suficiente para abrir su alma.
Hola Julia ¿Cuál es tu consulta?
No quiero cagarte la entrevista, pero en este momento yo no consultaría; aunque te puedo decir que debería. Sé por qué consulté la primera vez, sé por qué modifiqué el tipo de terapia y consulté por segunda vez, y sé por qué concluí un ciclo. No es que lo dejé, aunque el doctor me haya dicho que ya está…, eso es raro… Uno después se sienta y se dice “no, no puede ser que esto esté, menos siendo una artista”. Tengo la sensación de que el universo emocional está mezclado con los otros universos con los que trabaja todo el tiempo; las palabras que resuenan, los estados especiales de cuando una compone. No sé si leíste ese libro de arte y locura, Lewis creo que se llama el autor, donde se dice que hay que estar muy sano para poder caminar sobre ese filo que los separa. Por eso me dije que cuando pensé que terminó ese ciclo, en realidad terminó con lo que veníamos trabajando. Por eso me doy cuenta que tengo que volver a trabajar estos otros temas. Entonces ¿por qué iría? No, perdón, porqué no iría.
Valga el fallido.
¡Valga el fallido! (Risas) Mi mejor amigo me dice también que es notable lo que estás diciendo. Yo le digo que no voy porque yo sé muy bien que es lo que tengo que tratar, y se me queda mirando… (risas) y no sabe que decir.
Suena paradójico. Sin embargo, sería interesante abordar las dos cuestiones: porqué consultarías y porqué no consultarías.
Con esa paradoja estoy viviendo y no me es dolorosa. La última etapa de mi terapia fue psicoanalítica, y fue un trabajo de diez años de análisis. Eso me lleva a poder saber que tengo que ir y sé muy bien porqué, pero en este momento no lo puedo trabajar, o no quiero o lo estoy viendo de otra manera…
¿O lo estás analizando sola con los recursos que ya obtuviste en los diez años de análisis? Escuchándote se nota que hay mucho incorporado.
¡Mucho! Y fue muy fructífero seguir ese camino. Estaba muy pérdida emocionalmente, pero no porque haya sido un problema existencial mi carrera. Nunca me pregunté qué quería ser, siempre fui esto y se fueron dando las oportunidades y alineando los planetas para poder ejercer esto que soy.
¿Y qué es esto que sos?
(Silencio) Esto que soy… Soy hija de una pareja talentosísima, con una niñez preciosa, muy viajada. Hay gente que le dice talento, otros le dicen don, yo desde que tengo uso de razón bailo en la cocina de mi casa, canto y actúo para un público que nunca dejé de ver. Hace poquito hice una nota en la revista Divague donde está Pashkus de director. Me pidió que le escribiera una columna y fue realmente reveladora cuando la escribí. Mientras la escribía iba descubriendo el título, y terminó siendo Está en mí. Porque está en mí ser esto, y haciendo un repaso muy somero en esa sola columna, me di cuenta de que hace poquito, cinco o seis años, yo me redescubrí trabajando de la misma manera que yo trabajaba en la cocina.
Siempre fuiste esta que sos.
Por ahí antes me lo cuestionaba más; esto se hará así, se hará asá. Al empezar esta maravillosa terapia, y nadie me cree que lo trataba de usted, con un tipo joven, la empecé cuando estaba por estrenar “Otelo” en el Cervantes. Había algo ahí que no funcionaba, había algo de mí que no salía para con el personaje, para con la dirección, con el contexto, con Otelo. Tampoco con el tema de los celos, eso de jugarse en dejar todo por alguien y esa imagen tan frágil que representaba la leyenda de lo que debería ser Desdémona. Fui a consultar, ya que era la primera vez que estaba haciendo un personaje absolutamente lejano a mí. Y eso me generó controversia, me generó crisis.
¿Conociste ese borde entre arte y locura?
Es que yo me preguntaba como puede ser que esta persona sea tan abnegada y tan resignada. ¿Qué pasa con su vida? ¿Y su vida? Yo he sido realmente muy independiente gracias a mis viejos. Y empecé terapia para trabajar esto.
Es muy interesante tu motivo de consulta…
Es que empecé a trabajar estas analogías. Las encontramos también en éstas discrepancias totales con la presentación del personaje, lo que se unió con una crítica de un crítico que no voy a nombrar, porque no corresponde, pero que nos puso excelente, pero igual escribió: “lástima Julia Calvo, que presenta una Desdémona que pareciera una chica de barrio, plana, chata; cuando una Desdémona que debiera ser” – no lo dijo así, pero lo abrevio – “alta y rubia, frágil y glamorosa”.
¿Por qué?
Por eso, ahí yo dije: ¡¿what’s?! Claro, si Desdémona hubiera ido a terapia, Otelo no la hubiera matado nunca. Le hubiera podido responder un par de cosas.
Claro, entonces fuiste a terapia para llevar a tu Desdémona y que no la maten.
Es que finalmente descubrí que hay que tener unos ovarios enormes, primero para enamorarse de una persona casi lagunosa, no por lo negro, sino por lo enorme, por lo guerrero, por lo gutural que era Otelo. Más allá de lo intelectual, era una bestia que decidió irse a una isla lejísimos de la casa de sus padres a la aventura. Yo me dije: esa soy yo. La que puede hacer eso, yo me embarco…
¿Con Otelo?
No, con Otelo ya no me embarco más (risas) Tuve un Otelo en mi vida.
¿Sola?
No, sola no. Aunque me esté por mudar sola. Pero con un Otelo no, es insufrible vivir con alguien que está como celoso de la nada. En el caso de Otelo, de un solo pañuelo y dos o tres comentarios a su alrededor, armó su argumento. Pero en una relación más o menos normal, que te celen de tu familia, de mis amigos, justo a mí; de mis alumnos, de mi trabajo, de porqué hoy estás más linda… ¡Ah, no!
Entonces hiciste bien en llevar a Desdémona al análisis.
Si, y fue genial, porque a partir de eso pude decirle a éste critico que si Desdémona no hubiera tenido las bolas que tenía, si hubiera estado preocupada por ser una rubia frágil, no habría ido con Otelo a ningún lado y se habría casado con Paris, o quedado muy tranquila con su papá. Eso era lo que supuestamente correspondía en esos años. Y a partir de todo esto, aparecieron otros temas, y de ahí los diez años de análisis. Ahora que lo pienso no fueron diez años; terminé mi terapia en el 2007 y los últimos años hacíamos clínicas, así les decíamos con el doctor. No era semanal, sino un encuentro por mes.
Había y hay muchísimas cosas encaminadas, muchos temas que tienen que ver con la esencia de uno. Por decirte, yo trabajo en el teatro hace muchísimos años, pero cuando empezó este espaldarazo de la tele fue una cosa novedosa para mí, aunque empezó tarde inclusive para lo normal de los actores. Y a partir de eso viví diez años maravillosos, lo que coincidió con el espaciamiento de las sesiones y con el cierre. Yo sé que soy una adicta al trabajo, pero por suerte sé ahora cómo parar, cuando descansar, cosa que antes no me permitía. Me apasiono porque me da mucho placer. Es más, una sola vez yo hice un espectáculo donde sufría mucho. No me gustaba ni lo que hacía, ni el espectáculo, me quedaba sin voz ¡Imaginate el horror! Ese día renuncié cuando terminé el contrato, no cuenten conmigo para la siguiente temporada. Ahí dije si yo sufro, en ésta actividad donde mi profesión es mi vocación, me voy a una oficina a fichar y sé que voy a sufrir. A mis alumnos les digo: prohibido sufrir. En esta actividad ya hay muchos motivos por los cuales sufrir: que no venga gente al teatro, que no funcionen las cosas, el trabajo del ensayo, llegar a un resultado para mostrar; hay muchos momentos críticos. No suframos desde lo vocacional, a menos que alguno tenga un cuestionamiento existencial con la carrera. Trabajo con gente joven y con ellos, de alguna manera y sin hacerme la profesora, se genera esa relación, porque cuando doy clase aprendo un montón y me refrescan el alma. Y me preguntan sino me aburro de trabajar con chicos que están aprendiendo, y no, porque justamente como están aprendiendo, aprendo. Al trabajar con Jorge (Suárez), que es mi mejor amigo y tiene un carrerón, me siento como si estuviera en una pileta de agua tibia. Él es casi mi hermano, tenemos casi más años de amistad que de vida, soy la madrina de sus hijos e hicimos el Conservatorio juntos y su mujer es mi mejor amiga. Con los chicos, poder desacralizar esta cuestión de sufrir y contenerlos, me hace mucho bien.
Hay dos vertientes en esto: la Julia que sabe renunciar al sufrimiento y la que lleva a Desdémona a su análisis para dejar de sufrir, y esa es la Julia que puede hacer de esto un cuestionamiento personal.
Pero está escrito que la mata, y está bueno hacer esto absolutamente consciente.
En la actuación si, pero no en la vida. Por eso llevar a tu Desdémona fue para que no te maten, y de hecho te separaste de tu Otelo.
¡Exactamente! Además, a mi no me salía esa Desdémona, y me pregunté por qué me tiene que salir.
Y quizás por haberte hecho ésta pregunta te salió tan bien. ¿Y el otro motivo de consulta con el psicólogo anterior?
Era más por una necesidad de contención, de sostén. Necesitaba apoyo y por eso la cerramos muy bien a esa terapia. Me di cuenta que necesitaba un trabajo crudo y concreto conmigo, un insight.
Se nota que lo hiciste. Y quizás por eso no es que no podés, sino que no necesitás consultar. Con tus diez años de análisis, ¿no crees que disponés de las herramientas para pensar sola como lo estás haciendo ahora?
Si, eso lo aprendí enormemente con muchos años de entrenamiento, pero no soy ninguna superada. Vengo de una familia donde nadie hizo terapia y me decían para qué. Y mi mamá me hacía reír mucho y me decía “¿hablas de mí, hablas de mí?”
(Risas) Las mamás creen que uno paga un análisis durante años para hablar de ellas.
(Risas) Claro, hablo de mí, y por eso apareces vos, le decía; y se mataba de risa.
Es que no es ella quién aparece, como tampoco es Desdémona, sino tu Desdémona.
Si, eso es así. Es muy esclarecedor lo trabajado en esos últimos años. Descubrí también que soy una persona grande con resabios de adolescente. Y después se dio que trabajé con adolescentes y pude verlo ahí. Justo ocurrió el fallecimiento de mis viejos – en el 2005 mi padre y en el 2008 mi madre – y también hubo una hermana que falleció en el medio, a los ocho meses de fallecer mi padre. No ser más hija, eso fue muy fuerte. Y fueron diez años maravillosos con todo esto y con mucho aprendizaje. Y lo que le agradeceré siempre al doctor que me atendiera es que en un momento, cuando dejé de ser hija, me pasó algo que jamás me había pasado en la vida que es una hipocondría crónica. Y claro, cuando una se siente mal ¿qué hace? “Hola ma, me duele tal cosa”, y mi mamá me decía “tomate un vasito de agua”; mi mamá era muy Om. Ese miedo a morirme lo sentí porque mi hermana murió de un segundo al otro. Y el día que logré decir que tengo miedo a morirme, me dice el doctor: ¿a morirse ya o a morirse? No, a morirme ya. ¿Pero usted se siente mal? Si, yo a veces siento que me siento mal, me duele esto, me duele aquello. ¿Y porqué no consulta al médico?, me contesta.
(Risas) Esa es la única manera de sacarte el fantasma.
Como me pasó con el chequeo con mi homeópata que me dice “Julia, usted está con la presión medio alta”. Rarísimo, que significa esto, empecé yo. Hay que consultar con un cardiólogo, pensé al ser fumadora. Todo daba más o menos bien, salvo algunos picos, pero no era hipertensión. “No la voy a medicar, Julia. A ver ¿Usted está trabajando?”… Si, y además me acabo de comprar un PH y lo estoy remodelando. “Y bueno, Julia, es esto”.
Es el stress de la mudanza.
Si. Yo vivía sola desde que me separé, volví a ese departamento que era la casa de mis viejos y como refugio para buscar algo, y estoy hace dos años viviendo ahí. Con todo este tema del dólar, una batahola, y yo con cuatro meses de temporada, y mis hermanos me dijeron que me quede tranquila ahí hasta que encuentre… Bueno, encontré a fines del año pasado.
Hay que dejar la casa de los viejos ¿no?
En eso estoy ahora. Terminé de remodelarlo y me mudo el 20. Y gracias a una amiga, que en una charla de bueyes perdidos me vio preocupada por algo, finalmente empecé a embalar, elegir las cosas que tengo que llevarme. Mis hermanos me dijeron que me lleve las cosas que tenga ganas de mis viejos. ¿Y que cosas tenés ganas de tener? Me agarraban unos embotamientos, hasta que charlando esta amiga me dice ¿pero vos te quedaste con algo para decirles a tus viejos? Yo a mis viejos los curtí hasta el último momento, y sé lo último que me dijo mi papá y lo último que me dijo mi mamá. Entonces me dice mi amiga que me mude tranquila y me lleve lo que quiera, y que lo que no quiera no me lo lleve, porque ahora es otro el trabajo, no es una despedida. Bueno, esto continúa conmigo, esto no, y yo entenderé porqué no.
Hizo una muy buena interpretación tu amiga, por eso no vas al psicólogo. ¡Con amigas así nos quedamos sin trabajo los analistas!
(Risas) Calláte que un par de veces, lo vi a mi doctor bostezando chiquito, es como tener a alguien en el público cabeceando. Una cosa que me dijo mi terapeuta me sirve mucho para mi vida, y por ahí te sirve para cuando tengas que desglosar esta entrevista. A las no sé cuantas sesiones, no te puedo decir si fueron algunos meses, llegué y dije “hoy casi no vengo, porque sentí que no tenía nada para decir”.
Esas son las mejores sesiones.
Tal cual, y me dice, que bien, entonces significa que ya no hay más temas anodinos (risas). ¡Me mató! Inmediatamente, fui al diccionario para ver lo que quería decir anodino, y me dije ¡qué genial! Y en el día a día vivimos de lo anodino.
Fijate Julia, empezaste con que no consultarías, y con que por eso ibas a cagar la entrevista, y sin embargo mirá toda la vuelta que te pegaste y podemos decir que estamos en una entrevista psicoanalítica.
Si, es así…
Hiciste un recorrido tan profundo de tu vida que yo no te escuché decir nada anodino. Y mostrás un trabajo muy importante con vos misma, y esa magia que tenés en el escenario se desprende de todo este trabajo y de estar en ese borde del que hablas entre la locura y el arte. Lo pisaste, te metes y salís…
Por eso hay que estar lo más sano posible, y lo más informado. Ver películas, leer mucho, ver teatro, espiar a la gente, seguir sumando. Yo les digo eso a los chicos. El entrenamiento nuestro es estar justamente en ese filito, porque si por cagazo damos un paso atrás y nos perdemos lo mejor, y si por algún motivo damos un paso más para adelante, caemos en la locura, y nos matamos. El gran entrenamiento es esto.
Saber caminar por la cornisa.
Y la cornisa tiene ese vértigo.
Lo que contaste de Desdémona es un ejemplo interesante de cómo manejarse en esa cornisa. Si no te hubieras puesto a trabajar con vos, quizás hubieras hecho cualquier otra Desdémona, menos la que interpretaste. Esa Desdémona que solo Julia Calvo puede encarnar.
Y eso es lo lindo. Me hubiera quedado con una imagen… Porque hay tantas Desdémonas como artistas; y también plásticos, músicos, todos aquellos que quieren componer a Desdémona. En este caso, con Manzi, es la primera vez que hago un personaje que existió en la realidad. Le pedí a la directora que me dejara trabajar con las impresiones de ese personaje. Y la gente que la conoció a Nelly Omar me dice que soy igual, que me muevo igual. Yo no hice una caracterización.
Interpretaste la psicología del personaje.
Yo me imagine una mujer en los años 30, donde no existía el lugar que después tuvo la mujer hasta los años 50’ con Evita. Hasta ahí la mujer tenía que salir adelante como podía. Era una mujer cancionista y solista, cuando estaba escrito que las canciones eran para el varón. Ella era como Libertad Lamarque, como la Bozán y tantas otras que se abrieron camino solas. Nelly Omar trabajó en varias radios y la conocía todo el país. Es como si yo estuviera trabajando hoy en canal 13, 11, América, todo a la vez. Una mujer que se casó, una mujer que se enamoró y se enamoraron de ella absolutamente. Una mujer que se divorció por Manzi, en esa época, y la persona amada decidió quedarse con su mujer, aún amándola y escribiendo los poemas que escribía para Nelly. Una mujer que cuando se enteró que no dejaba a su mujer, lo dejó. Una mujer que cuando supo que él estaba enfermo no se separó de él, de día estaba con su familia y de noche tenía arreglos con los camilleros para que la dejen estar con él. Y cuando se le muere el amor de su vida, él tenía 44 y ella 38. No se recluyó, como pasó con la Falcón que se fue a un convento. Siguió, hizo sus cien años en el Luna Park, se puso el poncho y ya no tenía ese glam. Pero todo eso me da material. Betty (Gambartes) se reunió con ella un par de veces y ella le dijo: “él estaba más enamorado de mí que yo de él”. Mirá que mecanismo maravilloso. Un amigo me decía que lo lindo es que muestro su parte fuerte y su parte vulnerable. Eso es muy hermoso porque ella también fue así.
No todas las actrices pueden trabajar con esos matices del personaje.
Ahí es donde me acuerdo de Chaplin haciendo de Hitler en el Gran Dictador. Es la gran clase. En un reportaje de radio la periodista me hacía preguntas puntuales de Nelly, yo discurrí sobre todo lo que creía que le pasaba a Nelly. Y me dice que tenía una sorpresa, y me pasa un reportaje que le habían hecho a Nelly hacía seis meses en esa misma radio. Y creo que dije todo lo que dijo ella. Significa que asimilé de la mejor manera todo ese universo de ella. Yo creía que era así y ahora lo estaba escuchando de su boca. Uno compone así con impresiones, porque si uno va al límite de lo que debe ser – hablando del Hitler de Chaplin – no estaría contando nada más que lo que pasó. Este es Hitler y listo el pollo. Entonces ¿cómo trasladamos esa visión? Como con Jorge, lo miran y aunque no esté la imagen de Manzi en la gente, para la gente Jorge es Manzi. O la composición de Néstor de Troilo; que aunque es flaquito te lo imaginas gordo. En el caso de Nelly, que estaba aún viva en el estreno, tuve que trabajar con esas impresiones. Ella no vino a verme, pero sabía perfectamente quién lo hacía. Y a los ciento un años dijo que no quería ir a verla, porque no quería mirar para atrás.
Eso también lo transmitís: es una mujer que mira para adelante, como vos.
Vos sabés que con esto de la tele, tenía un registro visual de todo lo que grabamos, y estoy llena de videos que ya no veo, pero me encantaba verlos para ver donde tengo que relajar, más acá o allá ¿Pero sabés por qué no los veo? Porque me daba cuenta que estaba perdiendo mucho tiempo mirando lo que ya había hecho. Eso lo vivo recién ahora, y hace no más de un año que descubrí esto. Porque marcaba todo solo porque había un chico que me grababa. Y ni siquiera grabo una escena y la chequeo, salvo que venga el director y me diga que pasó algo justo cuando hice tal cosa. La verdad es que ya lo hice y es tan efímero como eso. La maravilla del teatro es lo efímero, que es un debut y despedida. Es un recrear cada vez como por primera vez ese personaje. Con el reestreno estoy feliz, sonó la primera nota y salió. Eso habla de una memoria corporal y sensorial. Me mandan en twiter la captura de una escena y yo digo que es gracioso, pero ya no lo necesito volver a ver.
Y esto Julia, parece tener que ver con ir dejando la casa de tus padres y con tu análisis: ya no necesitas lo que tenés incorporado.
Si. Y veo lo que me llevo a mi casa, y esto lo voy a poner en mi casa, y allá. Es más, tengo que hacer mucho en casa, pero quiero hacerlo desde adentro, viviéndola.
Parece que hacés todo así…
No creas que soy tan fácil. Cuando me abatato, me paralizo. Me preguntaron cuándo te paralizás, ¿qué hacés? Ahí me pongo adicta a los crucigramas difíciles, un tema con las palabras. Y me decían que si me paralizo y lo trabajo por ahí, en algún momento aparecerá una palabra en el crucigrama, esa palabra que decís, ¡uy!
¿Y con qué palabra te gustaría cerrar la entrevista?
¿Con qué palabra? Uf…. (Risas). Yo diría universo, pero es una palabra tan enorme que sería vanidoso.
¿Y no sos vos acaso un gran universo? Podes asumir esto sin vanidad.
(Risas) Mi gran palabra que la digo todos los días y que me da mucho placer, digo muchas veces gracias, y me gusta decirlo. Gracias.
Gracias.
(Nos miramos en silencio durante unos minutos y, simultáneamente, se llenan nuestros ojos de lágrimas)
Gracias por emocionar tanto arriba como fuera del escenario. Muchas gracias.
Del otro lado del diván
Julia parecía algo reticente a ponerse a jugar con la propuesta de la entrevista, y lo expresa su fantasía de “cagarme” la entrevista. Me pregunto si el fantasma de no querer “cagar” podría tener su fundamento en su contrario, en tanto que asocia su demanda a la expresión de lo pulsional y de emociones que podrían ser vividas como caca. Por otro lado, Julia “sabe” que su fantasma se puede transformar en un borde que linde con el arte y así fue que ésta entrevista se sostuvo en esa cornisa, donde no faltaron fallidos ni paradojas que nos abran a lo inconsciente. Por ejemplo, el fallido de “porqué iría” a consultar hoy, habla de su saber acerca de lo inconsciente. Eso no significa que, como ella afirma luego, “debería” consultar a un analista. Más bien Julia parece no saber aún como apropiarse de lo que ya sabe. A medida que se fue desarrollando nuestro intercambio, fue ampliando, pese a ella, su saber. Julia es quién ya aprendió a caminar en el borde entre el arte y la locura, y es quién puede aceptar sus matices, los mismos que transmite en sus personajes, y desde ahí los compone y los complejiza enriqueciéndolos con su diálogo interior. Julia es la fuerte, la sensible, la emocional, la racional, y la que puede llegar a sentirse vulnerable, y desde ahí trabajar para fortalecerse. Se debate con ella misma, dialoga y se enreda en los nudos de sus propias paradojas. Se moviliza y se cuestiona con sus personajes y los crea desde esta posibilidad de involucrarse en sus conflictos (y hasta logra curarlos jugando al protagonista con ella misma). Julia tiene un universo propio y lo puede compartir al vincularse con otro, generando un universo emocional. Por eso, universo, es una palabra que la representa. Esta capacidad se trasunta en sus palabras y se vehiculiza en su mirada, la que sostuvo todo el tiempo de manera frontal. Y es por eso que Julia es una actriz que puede decir tanto desde su silencio como desde las palabras y desde la tonalidad de su voz al cantar, transmitiendo un abanico de diversos sentimientos.
Con la mudanza de la casa de los padres, se le impone un nuevo movimiento de reconfiguración psíquica. Dejar ese “refugio”, para vivir sola. Y esto implica adueñarse de lo que se lleva de la casa de sus padres, es decir, saber eligir lo que desea heredar de sus padres, enlazándolo con lo adquirido a partir de su búsqueda y de su trabajo personal. Julia está lista para ese movimiento. ¿Será que necesita solamente que otro se lo confirme, o es que teme autorizarse sola porque eso representa en su fantasía una suerte de morirse ya? Pareciera que el síntoma hipocondríaco, ese miedo a morirse, responde al temor de aceptar la muerte de ser hija. Esto involucra su deseo de no necesitar más llamar a su madre para calmar sus angustias, y poder finalmente, autorizarse a sí misma su propio crecimiento personal.