Sacco y Vanzetti de Mauricio Kartun Dirección: Mariano Dossena
Dra. Raquel Tesone
Nada más ejemplar que el juicio y la sentencia a la pena capital de Nicolás Sacco y Bartolomeo Vanzetti para reflexionar sobre los efectos de la sociedad disciplinaria descripta por Michel Foucault.
Mauricio Kartun nos muestra que la acusación por robo y asesinato a mano armada no fue probada ni por testigos ni por un juicio, que, por cierto, estuvo absolutamente viciado. A partir de documentos y el expediente judicial ha logrado darle al guión de esta obra de teatro el peso que tuvo y sigue teniendo en nuestros tiempos, con una reconstrucción que nos impacta aún más que si hubiese contenido elementos ficcionales, ya que su enfoque desde lo periodístico y documental supera la misma ficción.
Sacco y Vanzetti fueron encarcelados en 1920 y condenados a la silla eléctrica, aunque su ejecución postergada con idas y vueltas del sistema judicial durante siete años. La tortura psicológica a que fueron sometidos bajo la amenaza de muerte impresiona y conmueve desde lo humano y es la expresión de cómo la muerte lenta está al servicio de los que están en el poder, y prueba de ello es que tuvieron que transcurrir cincuenta años para que un gobernador en Massachusetts realice un reconocimiento público de la inocencia de estos dos inmigrantes italianos que habían llegado al país creyendo en el sueño americano, pese a ser anarquistas.
Provoca dolor, tristeza y rabia escuchar los alegatos en las actuaciones de Walter Quiroz (Sacco) y Fabián Vena (Vanzetti), que dejan en evidencia cómo fueron sentenciados por sus ideas anarquistas. Se intentó matar sus ideas, algo por completo imposible, para ejercer el control social a través del sistema judicial. Este mecanismo de represión ya estaba puesto en acción unos pocos años antes con la expulsión del país de miles de obreros y el encarcelamiento de huelguistas y dirigentes del movimiento sindical norteamericano. El temor frente al comunismo acechaba al punto de llegar a utilizar a estos dos inmigrantes italianos para que, como en un panóptico, la sociedad se sienta mirada, vigilada y bajo la amenaza de un castigo inapelable.
Resuenan las secuelas de nuestra historia argentina de largos y dolorosos años de dictadura en que se hizo desaparecer al que se atrevía a pensar diferente y se ejercía una vigilancia para controlar que no se «subvierta» el orden impuesto por los militares.
En ese sentido, uno de los mayores aciertos de la dirección es golpear fuertemente a los espectadores al ubicarnos en el lugar del jurado cada vez que realizan sus alegatos el fiscal, el abogado defensor, el juez, Sacco y Vanzetti. El resultado es salir de la sala con una toma de conciencia que nos permite implicarnos como sujetos sociales, atados a un poder reticular en una red que nos atrapa y de la que formamos parte. Es posible poner en tela de juicio toda práctica y ejercicio del poder que apunte al control de las mentalidades si nos lo proponemos. Esto requiere examinar y no permitir dejar que el panoptismo nos examine para disciplinarnos. Estas propuestas teatrales son una manera de no permitir que se nos indique qué es lo que debemos pensar, hacer o ser; qué es lo correcto o lo incorrecto; qué es lo normal o no lo es. Se nos interpela para no dejar que el poder se instale y gobierne nuestras mentes y nuestros cuerpos, por lo que se nos restituye nuestro lugar de poder, se nos arranca del lugar de espectadores pasivos. Es necesario, para que no se repitan estos siniestros actos, repudiar las desapariciones y la pena de muerte, y así, la muerte de Sacco y Vanzetti resultan dignas y tienen un sentido, porque ellos no traicionaron sus ideas al no pedir ser perdonados por estas, solo ahí habrá que seguir gritando al unísono «Nunca Más».