«Oleaje intempestivo o lo intempestivo del oleaje»
Por Texto Curatorial -Jesú Antuña
Es posible perderse en la imagen como en un sueño, ingresar en el espacio onírico en donde las figuras, como el tiempo, abandonan sus contornos habituales para diluirse, absorberse unas sobre otras y desvanecerse completamente. No se está en este caso ante la imagen como algo que nos enfrenta – y que exige o no una respuesta –, sino dentro de ella, por lo que es nuestra propia individuación la que se diluye. En un breve texto, titulado La Parábola de las tres miradas, Didi-Huberman construye un relato alrededor de la mirada en relación con la Afrodita Anadiómena, la imagen pintada por Apeles en el siglo IV a. C y desaparecida algunos siglos después, durante el Imperio Romano, habiendo sufrido el paso del tiempo y siendo devorada por los gusanos que señalaban de esta manera la pertenencia orgánica de la pintura. En la imagen la diosa sale del mar, nos recuerda en esta aparición su mito de origen, el nacimiento que se produjo en el momento en que Cronos (dios del tiempo) corta los genitales de Urano y los arroja al mar. Del acto violento, de los restos de sangre y esperma de Urano, nacerá Afrodita, la diosa de la belleza. Frente a la violencia fundante de Cronos, Anadiómena, nos dice Didi-Huberman “significa a la vez lo que emerge, lo que nace, y también lo que vuelve a sumergirse, lo que desaparece nuevamente sin cesar. Palabra de flujo, palabra de reflujo”. Lo que el mar trae y aquello que se lleva propone nuevas concepciones de la temporalidad, se hace en el oleaje como si fuese tiempo y memoria.
Quizá podamos pensar Oleaje intempestivo, la muestra de Ariel Moro en Marifé Marco como una herencia de la mirada en relación con el mundo en esta de latencia, un espacio de suspensión en movimiento. Una temporalidad ligada a la memoria que se sitúa más allá de la concepción cronológica lineal para traer consigo – como en cada oleaje, que se repite pero que es siempre distinto – repercusiones y reverberaciones de otro tiempo. Las formas por momentos espiraladas de Moro, que prontamente se deshacen, sugieren desplazamientos que no permiten distinguir entre comienzo y final, revelando un estado de latencia de aquello que aparece y desaparece nuevamente, sin cesar. Los contornos se deshacen, la figuración queda desplazada frente a la potencialidad de la materia, las posibilidades del color recuerdan un estado germinal en el que todo está por suceder, o en el que quizá, ya todo ha sucedido.