SECCIÓN: Arte
Por Candela Vizcaíno (corresponsal España)
Son libros para deleitarse y para conocer el mundo siguiendo los parámetros del arte. Su producción va en aumento. Nos referimos a las ediciones de bibliofilia y a los libros de artista.
Profecías apocalípticas aparte, el formato libro está transformándose a pasos tan agigantados que la industria editorial no sabe qué hacer para reinventarse. Si hace apenas dos años los mercaderes tenían puestas todas sus esperanzas en las ventas en formato y calidad bolsillo, al día de hoy, no esconden su frustración por los malos resultados y peores perspectivas. Y no puede ser de otro modo, ya que el lector sin muchos posibles económicos recurre, incluso de manera legal, a las descargas electrónicas (fáciles, rápidas y baratas) y eso sin contar los latrocinios de cualquier cuño que se agrupan bajo el concepto “bajarse de Internet”. Sin entrar en consideraciones de este tipo, el libro, pese a quien pese, en apenas diez o veinte años, se habrá transformado para convertirse en algo totalmente distinto a lo que es hoy en día. Y me atrevo a vaticinar: los textos, las palabras, los poemas, las frases que se pongan por escrito en papel (o en materiales similares) se acercarán más a las obras de arte que al modelo libresco conocido. Y esto es tan fácil como que cada vez son más los que, por un lado, recurren a los píxeles de la pantalla para documentarse, y por el otro, aumentan los artistas que experimentan con el formato libro.
Bien es verdad que estas creaciones no son ni de hoy ni de anteayer y llevan décadas deleitando a un público entregado en esto de lidiar con la obra literaria aunada con la pictórica –gráfica más bien-. Y nada más tengo que recordar la labor de un editor tan emblemático y conocido como Vollard, el mismo promotor de La obra maestra desconocida de Balzac interpretada por Picasso. Pero también es cierto que, una vez se inicie la senda de la desaparición del libro tradicional, serán más los bibliófilos (los que aman sobre todas las cosas los libros bellos y buenos), los coleccionistas (de arte se entiende, aunque también se admiten fetichistas de lo raro) y los artistas (bajo cualquier formato) que se decanten por este tipo de obras. Los primeros se moverán por un afán acaparador de cosas bellas, raras y buenas (y qué duda cabe que un libro lo es). Los segundos sentirán la necesidad de ir experimentando con la mezcla de géneros tradicionales.
Por tanto, esta línea de libro será la única que perviva y consiga, a medio plazo, abrirse un hueco en las estanterías de los lectores transformados en lectores-coleccionistas. Y me va a perdonar el sufrido lector si encuentra arrogancia en estas palabras, pero me dedico a hilar solo lo que ya es una tendencia. La de la edición del libro no apunto más de lo que se dice a diario en periódicos y revistas. La de la creación me remito a la cantidad y calidad tanto de editores de obras de bibliofilia (y eso solo en Europa) como al creciente número de artistas que se mueven, de alguna manera u otra, en esto que se ha convenido en llamar, precisamente, libro de artista, según la traducción inglesa de artists books.
Sin ánimo de poner aquí un tratado enciclopédico, hay que distinguir entre estos últimos, libros de artistas o artists books y las ediciones artísticas o para bibliófilos, aunque, a veces, son muy tenues las líneas que separan la una de la otra. En el primer caso, siempre hay un artista en solitario que, utilizando las herramientas que considere más convenientes, crea una obra única, la mayoría de las veces, que el espectador-lector, y también el artista, reconoce perteneciente al formato libro. Esta obra puede seguir los parámetros de la escultura, del dibujo, de la caligrafía, de la obra gráfica, del collage o mil y una combinaciones posibles que se estimen oportunas. Dependiendo de la técnica utilizada (desplegables, materiales ajenos al libro como arena o yeso, etc. etc.), darán un aspecto más cercano a la pintura, a la escultura o a la mera creación literaria. Suelen ser únicas o en tiradas que no superan los tres ejemplares (en la mayoría de los casos con diferencias visibles y palpables) y son favoritas de creadores que se han iniciado en cualquier de los géneros clásicos y que quieren ir más allá de las etiquetas tradicionales. A esta categoría respondería, por ejemplo, la obra Legami (Lazos) del artista italiano Marino Rossetti de la imagen.
Por el otro lado, las ediciones especiales diseñadas para bibliófilos suelen salir de talleres artesanos pertenecientes, en la gran mayoría de los casos, a editores independientes con un alto concepto no solo de lo literario sino también de lo plástico. Suelen aparecer en tiradas cortísimas que rara vez superaran los ciento cincuenta ejemplares, numeradas y firmadas por todos los que han intervenido en su ejecución (editor, poeta o escritor y artista plástico). El mimo lleva a elegir formatos especiales como, por poner solo una muestra, las ediciones impresas en trozos de tela o papel artesano de alto gramaje y guardadas en cajas de madera de El Gato Gris, la misma que ha realizado los Doce poemas manuscritos de Luis Alberto de Cuenca cuyas imágenes adjunto.
La creatividad, puesto que de eso estamos hablando, no tiene límites y hay quienes se decantan por hacer desplegables o por experimentar con las posibilidades de los tacos de madera mezclados con la tipografía (normalmente realizada con planchas de tipos manuales como la que inventó Gutenberg). En este caso, por poner también un solo ejemplo cercano, se inscribe el editor alemán, afincado en España, Emilio Sdun, cuyas obras se encuentran en colecciones particulares de todo el planeta y en alguna institución de renombre como el Victoria & Albert Museum de Londres. De los talleres de este impresor-creador ha salido, para ilustrar con un solo caso, la edición de Usted me enloquece de Fernando Arrabal en 4 idiomas (español, francés, alemán e inglés).
Aunque las líneas puedan parecer claras, a veces, se confunden. Este es el caso de la magnífica creadora Valeria Brancaforte donde, haciendo uso del concepto libro de artista, no tiene reparos en recurrir y colaborar con talleres o editoriales para bibliófilos a la hora de levantar su obra. En estos casos, el artista debe tener pericia y experiencia con el formato obra gráfica, es decir con la impresión seriada de imágenes y a partir de ahí el límite no existe. A este caso corresponde las impresionantes e irónicas imágenes de Duccio el pintor electrodoméstico (obra ganadora en la Feria Internacional del Libro de Bolonia) realizadas con planchas de linóleo en colaboración con el taller italiano Il Buon Tempo. También el libro Ratones, utilizando un texto de León Tolstói, ha sido posible a la colaboración no de uno sino de dos talleres: el milanés Centro Civico di Arti Incisorie y el catalán Taller Esquina. La obra está disponible en dos ediciones distintas, una en inglés y otra en castellano, cada una compuesta por tan solo 16 ejemplares.
Estos libros, tanto en un caso como en otro, superan la belleza que puedan desprenderse a través de la pantalla. Están pensados para un deleite superior que va más allá de lo meramente intelectual y se adentran en lo sensual. El tacto se produce al pasar los dedos por papeles artesanos que nada tienen que ver con el convencional, por la huella de las letras dejadas por la impresión, por el colorido brillante que se pierde a la hora de fotografiar, por el olor de la tinta que dura años y por ese placer sofisticado que aúna la belleza de las artes plásticas con la elevación que otorgan las palabras. Estas obras tienen solo un inconveniente y es su precio. Prensa Cicuta, una veterana en estas lides, tiene libros a partir de los 100 euros (120 dólares) e, incluso, una revista, Sísifo por 30 euros el ejemplar. El Gato Gris se mueve en los mismos parámetros, pero en España, por poner el país que mejor conozco, hay editoriales, como Turner, que sacan a la calle libros que superan ampliamente los 5000 euros (6000 dólares aproximadamente). Otro día, con permiso de la directora y el consejo editorial, prometo una corta historia de la bibliofilia.
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