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30 enero, 2020

Un viaje por las oscuridades: Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez

Por Débora Center

Un viaje por las oscuridades:  Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez

La flamante novela de Enríquez es una obra monumental. El libro se impone por sus más de 600 páginas, que incluyen una mixtura perfecta de recursos literarios, mediante los que se desarrolla una historia atrapante, en la que conviven el terror, el mundo íntimo familiar y nuestro pasado reciente.

 

Mariana Enríquez nació en Buenos Aires, en 1973 y es una de las escritoras más renombradas de la literatura argentina contemporánea. Es principalmente conocida como cuentista, por los relatos de Los peligros de fumar en la cama y de Las cosas que perdimos en el fuego. También realizó una biografía de Silvina Ocampo, que confirma algo que podemos ver en su propia poética: Mariana Enríquez lee, comprende y logra plasmar en la escritura la conjunción exacta que, en la ficción, se puede lograr entre lo fantástico y lo siniestro. El estilo de Enríquez logra algo difícil: recuperar un subgénero trillado, como es el terror, para hacerlo cautivador, novedoso. Cada una sus historias introduce al lector en un tren fantasma, en un recorrido que empieza como juego, que sabemos que es puro simulacro pero que al salir -o al terminar la lectura- nos obsesiona, nos cautiva y, paradójicamente, nos espanta.

Nuestra parte de noche ganó el 37° Premio Herralde de Novela en noviembre de 2019 y llegó un mes después a las librerías, publicada por Anagrama. Es una obra que inquieta por varias razones: por el galardón recibido, por el título, que parece incluir al lector con el uso del pronombre en algo compartido y por ser un texto extenso de una autora que, hasta el momento, acostumbró demostrar su domino de la morfología del relato breve, del cuento. Esa inquietud y curiosidad que se presentan antes de la lectura, a medida que se avanza por la novela, se convierte en un deseo irrefrenable de seguir conociendo el mundo presentado y el devenir de los personajes. Mariana Enríquez, en un reportaje que le realizan en el ciclo Autores x autores de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, menciona que experimenta una obsesión al pensar los personajes de novela y destaca, ante una pregunta que le realizan, que al volcarlos en la escritura no se produce un alumbramiento de los personajes sino un desalojo desde su mente. Esta misma sensación es la que se transmite a quien lee Nuestra  parte de noche: la historia de Juan y Gaspar no se vive como un don otorgado sino como una mácula, una especie de herida de transmisión literaria, dolorosa pero a la vez sumamente placentera.

Nuestra parte de noche está dividida en seis partes que cuentan la historia de Juan Peterson, un hombre que causa fascinación, fuerte pero a la vez debilitado, afectado por una cardiopatía y de su  hijo Gaspar, un niño no menos intrigante que su padre. Cada uno de los capítulos tiene una referencia temporal, junto a su título, con precisión de años. Si bien la cronología no es lineal, los capítulos presentan anticipaciones o referencias anafóricas a sucesos mencionados, por lo que la novela es estructural y argumentalmente cohesiva. Lo destacable es que esa cohesión se logra por acciones de los personajes o menciones de lugares que en su primera aparición parecen cotidianos, irrelevantes pero luego, en la trama cruzada por lo macabro, adquieren una potencia poética espeluznante. La novela transcurre principalmente en la Argentina y no parece azaroso que en la cronología de los capítulos se saltee los años oscuros, de noche de nuestro pasado reciente: la última dictadura cívico-militar. Sin embargo, Enríquez no le escapa a esas sombras: la historia de Gaspar y de Juan se toca con episodios de desapariciones y de contactos de miembros de los Bradford, la familia materna del niño, con militares del Proceso. La novela es de terror porque toma los elementos canónicos del subgénero pero también porque incluye temores sociales, miedos colectivos. En la historia hay desapariciones de personas, torturas, familias mutiladas, expresiones artísticas reprimidas. Asimismo, la novela incorpora otros factores de producción de esa sensación de indefensión colectiva. De hecho, en el capítulo que transcurre en los ’90 la sangre y la muerte, elementos clásicos del subgénero, se incluyen y se tematizan como foco de temor al contacto de VIH y asociados a las experiencias de promiscuidad sexual de algunos personajes.

 

 

La potencia de la novela se evidencia tanto en la unión entre títulos de los capítulos y epígrafes como en el uso del cambio de narrador – y por ende de punto de vista y grado de conocimiento- que Enríquez logra alternar con soltura en la narración, sin desatar los hilos que unen la historia. <<Las garras del dios vivo>>, el primer capítulo,  juega con el título de la novela y se magnifica con las citas de Bioy Casares y de Yeats: una introducción de lleno al mundo de la oscuridad y el abismo que implica develar  o intentar quitar el velo a la mortalidad. Las primeras líneas ofrecen una bocanada de luminosidad: <<Tanta luz esa mañana y el cielo limpio, con apenas alguna mancha blanca en el azul cálido, más parecida a un rastro de humo que a una nube>>. Sin embargo, este vapor engañoso es el que mantiene la tensión de toda la novela: cuando creemos que estamos en un mundo cotidiano, apacible, sin mayores secretos, golpea lo terrible, lo siniestro, que llega hasta los bordes de lo macabro. Juan Peterson es un hombre gigante, rubio, de apariencia fuerte, que nadie puede dejar de mirar. Viaja con su hijo Gaspar, en principio un niño pequeño, hacia Puerto Reyes, en Misiones, las tierras de la millonaria y enigmática familia materna, los Bradford. Se sabe, por curiosidad de una mujer que en un paraje de ruta se inquieta por la ausencia de la figura materna, que Rosario Bradford está muerta. Luego, sabemos que el verdadero viaje de Juan es en realidad la búsqueda de la conexión con Rosario y también el incansable intento de salvar a Gaspar de las garras de la familia. Es esta la primera referencia a las  muertes y a la conexión entre el mundo de los vivos y los muertos que recorre la novela. Juan ha sido elegido por la familia Bradford como médium de la Orden, una secta que busca el contacto con la Oscuridad, un espacio y un poder en el que las mayores torturas y vejámenes humanos son experimentados. Brindar el cuerpo a la Orden deja marcas y Juan se va debilitando cada vez más. Sabe que el sucesor buscado será Gaspar e intentará salvarlo. Sin embargo, esa tentativa de salvación llevará a Gaspar a recibir heridas que lo dejan al borde de la muerte, encierros, traslados inesperados y una adolescencia cruzada por la desaparición de familiares. Mientras crece, detesta y ama cada vez más a su padre, quien lo lleva a ver aspectos espeluznantes de la Oscuridad, como cajas con párpados humanos o presencias de muertos que gritan o tocan a los vivos. Cuando Gaspar y Juan van a arrojar las cenizas de Rosario al río, se logra uno de esos puntos que recorren toda la novela, de ligazón perfecta entre lo aborrecible y lo profundamente entrañable. Juan le dice a su hijo que de ahí en más nada lo lastimará y el momento se plasma así: <<… y le dijo tenés algo mío, te dejé algo mío, ojalá no sea maldito, no sé si puedo dejarte algo que no esté sucio, que no sea oscuro, nuestra parte de noche>>.

Con esta novela Mariana Enríquez logra iluminar nuestra propia parte de noche, las oscuridades –propias, ajenas, reales y ficcionales- que, a veces, nos resistimos a indagar.