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3 febrero, 2020

El Héroe que no fue

Por Omar Lopez Mato

El Héroe que no fue

Justo German Bermúdez, el glorioso olvidado de San Lorenzo.

 

El combate de San Lorenzo es un hito fundacional de nuestra historia, no por jerarquía estratégica, sino porque fue la única batalla peleada por San Martin en territorio nacional y por el valiente accionar del Sargento Cabral para salvar a su jefe, inmortalizado por las palabras que no pronunció tal cual pasaron a la historia.

Sin embargo, olvidamos la muerte de Justo German Bermúdez, el segundo al mando durante el combate. Un hombre destinado a ocupar un sitial de honor junto a Necochea, Olazábal, Olavarría y Suarez, truncado por su muerte precoz.

El combate de San Lorenzo es parte del relato fundacional de la historia argentina, más por su valor simbólico que por sus logros estratégicos. Este episodio tiene todos los ingredientes para crear un relato patriótico que genera orgullo nacional gracias al coraje, el desprendimiento de sus actores y la gallardía de sus participes. La imagen de San Martín conduciendo la carga a la cabeza de sus soldados, poniendo en riesgo su vida que es salvada por la determinación de sus subordinados, quienes rescatan a su jefe de una muerte segura, es inspiradora. La marcha que nos enseñaron en nuestra infancia introyecta el valor de los actores como una muestra del arrojo propio de los guerreros de la independencia.

La mitología argentina pone en boca del entonces soldado Juan Bautista Cabral (el nombramiento del Sargento es póstumo) el célebre «Muero contento, hemos batido al enemigo», no fueron precisamente las palabras que pronunció antes de morir y que el relato oficial edulcora para convertirlo en mito. ¿Cómo pueden nuestros jóvenes estudiantes escuchar a un ídolo que han aprendido a venerar, decir antes de morir en el refectorio del convento «Muero contento por que cagamos a esas mierdas», las últimas palabras de este mulato correntino que probablemente las haya pronunciado en guaraní?

Este episodio eclipsó la muerte de uno de los oficiales mas distinguidos del Regimiento, un hombre escogido por el mismo San Martín para sucederlo en el mando y destinado a brillar como otros héroes de la Independencia.

Me refiero a Justo Germán Bermúdez, un guerrero que contaba entonces con 38 años y lucía una impecable hoja de servicios, que se inicia en los tiempos de las invasiones inglesas.

Nacido en Montevideo, acompañó a Liniers en la Reconquista y al año siguiente peleó contra los británicos que habían desembarcado en el Buceo.

En 1811 después del Grito de Asencio, formó parte del escuadrón «Voluntarios de Infantería del Cordón y Aguada».

Como capitán actuó junto a Artigas en Las Piedras y el primer sitio de Montevideo. Rondeau le encomendó observar de cerca las maniobras de los portugueses que amenazaban la Banda Oriental. En la oportunidad fue hecho prisionero pero logró escapar.

Levantado el sitio, viajó a Mercedes a acompañar a su esposa, Dominga Rosas, en avanzado estado de gravidez. Amenazado por los gados, Bermúdez decide escapar con su esposa a Buenos Aires, en lo que sería un penoso viaje.

En esta ciudad pidió la incorporación al regimiento de Granaderos a Caballo. San Martín le concede el grado de teniente y juntos parten a combatir el azote de la escuadra española sobre las poblaciones costeras del Paraná. En el convento de San Lorenzo, San Martín lo pone al mando del escuadrón que estaría a cargo de atacar al flanco del enemigo durante la maniobra de pinzas propuesta por el comandante.

Al recibir las órdenes, Bermúdez pidió instrucciones de como proceder después de la sorpresa inicial. «En el centro de la fuerza enemiga daré a usted las órdenes», respondió San Martín.

Cuando San Martín es herido y queda fuera de combate, Bermúdez se convierte en el jefe de las fuerzas patriotas, recibiendo órdenes de cómo proceder en el fragor de la lucha. Mientras persigue a las tropas españolas que huyen, un disparo de cañón destroza la pierna de Bermúdez. Malherido es transportado hasta el convento donde el Dr. Francisco Cosme Argerich se ve obligado a amputarle la pierna.

Sin embargo Bermúdez decide quitar los vendajes de la herida y morir desangrado. Él, que no temía poner el pecho a las balas u se batía con valor ante el enemigo, no podía tolerar una vida de invalidez. Fue enterrado en el huerto del histórico convento.

¿Qué glorioso futuro le esperaba a este soldado que San Martín había elegido para sucederlo? Nunca lo podremos saber, aunque jamás deberemos olvidar al bravo Justo Germán Bermúdez, quien dio la vida por la patria naciente.