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10 septiembre, 2021

Claves para ver a Aleksandr Sokurov

Por Maximiliano Curcio

Claves para ver a Aleksandr Sokurov

La ambición visual

Premiado dos veces en el Festival de Cannes y otras cuatro en el Festival de Venecia, Aleksandr Sokurov, prestigioso director y guionista ruso, ha labrado una trayectoria digna de ser considerada como el más puro ejemplar del cine de autor. Sucesor natural del coterráneo Andréi Tarkovski, sus marcas estéticas y rasgos estilísticos lo convierten en un cineasta a tener en cuenta.

 

La formación pictórica que recibió y el cine clásico que consumió de joven (Robert Bresson, Kenji Mizoguchi, Roberto Rossellini) constituyeron las principales bases de su estilo cinematográfico. Su gusto por las artes plásticas lo sitúa en la línea de autores como los italianos Franco Zeffirelli, Michelangelo Antonioni y Luchino Visconti.

Indagado por las dificultades que el séptimo arte encuentra, en sostener su discurso como expresión artística válida de un mandato moral, a más de un siglo de su nacimiento, Aleksandr Sokurov considera al cine un artefacto de conciencia y primordial sentido ideológico, que puede estimular y sacudir al espectador.

Por ende, busca transmitir sensaciones estéticas y visuales alejadas de las convenciones de las industrias más hegemónicas. Explora las relaciones humanas con complejidad, emoción y poesía. También, fragmenta la cotidianeidad de sus personajes al prescindir de la linealidad narrativa. Suntuoso, nos maravilla con el uso del plano secuencia. Apuesta por un equilibrio de registros interpretativos, amalgamando la técnica profesional y la improvisación amateur. La rara belleza de sus films posee la virtud de otorgar potencia al mínimo detalle visual. Formalmente, se adapta a la necesidad de cada historia.

 

 

A lo largo de su ecléctica trayectoria, emplea teleobjetivos, así como fotografía en blanco/negro y sepia. Su cine da la bienvenida a nuevos lenguajes y nuevas formas: explora las características de cada soporte (del 16 mm al 35 mm, del amateur al digital). También, incorpora al espectador en la acción con una puesta en escena envolvente o grotesca, trabajando, con esmero, el sentido de la música extradiegética y los sonidos naturalistas. Sokurov rompe las barreras entre la realidad y la ficción para conseguir resultados impactantes, como lo demuestra su último ejercicio cinematográfico hasta la fecha: la asombrosa Francofonia (2016), inserta en los magníficos rincones del Museo de Louvre.

 

 

Este brillante creador soviético prescinde de la elipsis temporal y prefiere los tiempos muertos, como puede verificarse en la destacada saga Madre e Hijo (1996) y Padre e Hijo (2003). Heredero estético de Andrei Tarkovski, evita cualquier tipo de mirada explícita y, utilizando el fuera de campo, nos devuelve a la subjetividad interpretativa patentada por André Bazin. La preocupación histórica que persigue su cine es evidente. En Moloch (1999) y Taurus (2001) llevó a la gran pantalla el crepúsculo de grandes y nefastos líderes políticos del siglo XX, como Joseph Stalin y Adolf Hitler, respectivamente.

 

 

Comprendiendo la importancia de un cine observacional, el uso poético del steadycam se eleva a la enésima potencia a través de los suntuosos pasillos del museo Hermitage de San Petersburgo. De ser necesario, dilata el plano de manera vehemente, como observamos en la ensoñadora El Arca Rusa (2002). En sus ficciones, apuesta por una improvisación sutil, y esa intuición es la que lo ha guiado a concebir obras maestras como Fausto (2011), premiada con el León de Oro en el Festival de Venecia. Su filmografía lo ha situado a la vanguardia del panorama independiente y como una voz autorizada del cine de autor europeo contemporáneo.

 

Aleksander Sokurov