Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Menu +

Arriba

Top

CON-TACTO, Una topografía del sentido

Por Ana Frandzman

CON-TACTO, Una topografía del sentido

El jueves 5 de septiembre se inauguró en el Museo de Arte Moderno la muestra Contacto, del joven artista visual Andrés Aizicovich, quién, desde el punto de vista de esta última exposición, se podría decir que es, también un inventor de la modernidad.

 

«Una vez oí desde la habitación vecina, exclamar a un niño que se angustiaba
en la oscuridad: “Tía háblame tengo miedo”. “Pero, de qué te sirve si no puedes verme?;
y respondió el niño “Hay más luz cuando alguien habla
»
Sigmund  Freud

 

Contacto se constituye en una especie de aparejos, que a primera vista pueden resultar de lo más inusuales; sin embargo, a medida que el espectador sintoniza con el clima de la sala, donde gravita la sensación de espacio sacralizado, resuenan en un eco las referencias a rituales ancestrales. Y cuando me refiero a eco, no es en sentido únicamente metafórico: esta muestra radicaliza en sus instalaciones la idea de música como lenguaje universal, el sonido y la vibración desde una perspectiva comunicacional.

 

 

La pieza principal, ubicada en el centro de la sala, que a prima facie parece un órgano- instrumento de la liturgia por excelencia en el occidente cristiano-; resulta estar inspirada en el Cristal Baschet de los años 50. Los hermanos Bernard y Francois Baschet, fabricantes de instrumentos y artistas franceses, se especializaron en crear esculturas que al ser tocadas emitan sonidos. Esta invención, produjo un movimiento de ruptura con la primacía del oído como el sentido por excelencia en la aprehensión de lo musical. A través de la vibración la música toca el cuerpo, en un con-tacto, que traza una vía distinta a lo auditivo, abriendo nuevos canales de comunicación.

Esta es justamente una de las aristas fundamentales en la obra de Aizicovich, en su estructura la pieza parece tener ojos, orejas y lengua. Como un instrumento musical que involucra diferentes planos de lo corporal, que habla, escucha y emite un mensaje en forma de sonido.

La propuesta es de lo más interesante, pensar el contacto como el lugar donde se produce una juntura que une lo interior y lo exterior, funcionando como una bisagra, separándolo, en un doble movimiento. En palabras del propio artista las esculturas son pensadas «como sucursales del propio aparato sensible», el contacto como esa superficie que es todo el cuerpo y a la vez no, ya  que funciona englobando un conjunto.

Las piezas, al necesitar ser manipuladas por el espectador, lo transforman en un integrante activo y necesario para la experiencia, siendo éste quien al tocarlas inicia la conversación, en el marco de una liturgia. El agua, de larga data en los ritos de iniciación, como los bautismos, es un componente esencial de la obra; para establecer relación con las esculturas es necesario mojarse las manos, las gotas caen sobre los cuencos, «hay una serie de objetos que sirven para gestionar el agua en este ritual», nos cuenta Laura Hakel, la curadora de la muestra.

Las vibraciones que emite la pieza, son bidireccionales, como la comunicación, por un lado,  se observan directamente en cuencos de metal dónde el agua adquiere diversas formas y por el otro, generan en el cuerpo una movilización y una sinestesia, haciendo de la experiencia con el sonido algo diferente.

 

 

Sin embargo, desde mi perspectiva, lo más cautivador de la obra yace al nivel del suelo, debajo de las instalaciones, en cuencos de cerámica con asas en forma de oído, donde caen las gotas del resto de la interlocución que se estableció entre el instrumento y quién visita la muestra. Ese resto es fundamental, es el testigo que permite, que ésos dos, puedan jugar.

Como el resultado de la división del cuerpo por el sonido vibracional, el agua en el cuenco, es un desecho, como el objeto a, que queda separado de la pieza, pero que a su vez permite su constitución como aparejo. También da cuenta de que el sujeto en la manipulación de la pieza, trazó cierto recorrido, una trayectoria que se puede pensar como una topografía de los sentidos, una ruta que podría ser de la pulsión, que en ese montaje que recorre como una fuerza constante, bordea ciertas zonas en las que el contacto se anclará como palabra.

El psicoanálisis plantea pensar la palabra como una cadencia que se imprime siempre en una musicalidad. Miguel Lares lo dice mucho mejor en su libro Psicoanalisis, Infancia y Pubertad «lo que uno quiere decir no sólo lo dice sino que también lo canta, y quién escucha, no escucha decir, sino que inexorablemente escucha cantar. Y en ese sentido, podría decirse que todos cantamos y escuchamos cantar. Un abrazo, una caricia, un gesto amoroso–aún en silencio- también cantan» (p.15)

Siguiendo a Lares en este punto considero, que el contacto es aquella plataforma del cuerpo que  más al ras está de la palabra, va directo a la letra. En el contacto se produce una especie de traducción inmediata, pero no es cualquier traducción, es aquella que se guía por las coordenadas de un cuerpo estructurado por el lenguaje y que por esa misma razón, en esa singularidad no puede aparejarse  completamente con ningún otro cuerpo que toque o escuche. Me atrevo a referirme a las delicadas pero potentes instalaciones de Aizicovich como aparejos, ya que encuentro cierta consonancia entre estas y lo que Lacan denominó como aparejo a la altura del Seminario 11 cuando plantea: «La integración de la sexualidad a la dialéctica del deseo requiere que en entre en juego  algo del cuerpo que podríamos designar con el término de aparejo, entendido como aquello con que los cuerpos puedan aparejarse en lo que toca a la sexualidad, que ha de distinguirse de aquello con lo que los cuerpos puedan aparearse».(p.183)

Aizicovich se refiere a esta radicalidad de la diferencia, al igual que lo hace el psicoanálisis, «pensar el tacto y la particular manera en que el tacto se comunica con el oído en esa especie de diálogo sordo o ese malentendido,  que se produce entre los distintos sentidos».

Un cuerpo se puede llamar cuerpo, desde que fue tocado por la palabra, y esa palabra, no es sin un ritmo, una armonía, un efecto que produce una huella, la música se hace cuerpo y el cuerpo se estructura en una musicalidad. La muestra de Aizicovich tiene dispersas unas muy bien logradas imágenes talladas en cobre que buscan dar cuenta de esto, como un cabeza con un globo de diálogo que en su interior tiene su propia huella dactilar, llevando la referencia al extremo.

El ritmo es matemática, va 1,2,3, 1,2,3,… y es lo que queda como esa huella del encuentro del cuerpo con la palabra, la armonía es la consonancia, o no, de los elementos de ese conjunto .El contacto se constituye como un corte que junta y enlaza, que respira, que permite la serie. El primer contacto establece un intervalo que da lugar a la  diferencia configurada en el par  presencia/ausencia.

Es bajo estas coordenadas es que se abre también el campo de la visión, el cual permite la construcción  de la imagen, y el de la escucha, que habilita la posibilidad de  resonancia.
Esa huella del primer contacto de la palabra con el cuerpo, es la que configura la apropiación de los sentidos y su geografía.

Que el modo elegido por Aizicovich sea la vibración de un elemento tan simple y necesario como el agua, pone en relevancia la tensión como aquella fuerza que hace lazo, que busca la comunicación, eso que Lacan llamó a la altura del Seminario 11, el drang de la pulsión, el empuje,como modo de hacer lazo, de hacer común, como un.
En esta muestra, el artista piensa al museo como una suerte de caja de resonancia,  una de las piezas está conectada a una campana que se encuentra fuera de la sala amplificando el sonido que emite  el instrumento y, de este modo, lleva al estado más radical el intento y la búsqueda por comunicar. En palabras de Laura Hakel,  «Convierte la sala del museo en una gran antena: una base emisora y receptora que atraviesa el ruido blanco y la indiferencia que limita la relación diaria con otros para movilizar nuevas expresiones y encuentros». Es en este punto que Aizicovich toma la ciencia ficción, el misticismo, y la liturgia, e inspirado en la sonda Voyager o enternecido por la idea de enviar una botella al mar con un mensaje, piensa su obra como modo de salirse de uno mismo, re-sensibilizar la percepción y entrar en contacto con el cosmos, una inteligencia extraterrestre, o nuestros ancestros, abriendo nuevos canales, más armónicos, de construir comunidad. El artista clama «hoy en día crear o inventar es comunicarse con los ancestros e ir un paso más adelante».
El arte es, en sí mismo, un acto comunicacional.«Comunicación, está común ahí dentro» (p.31) , planteó Miller en «Apología de la Sorpresa», y es, a mi entender, en esta línea que  Aizicovich propone «pensar el arte como una conversación en sí, como una comunicación y la palabra como un acto escultórico donde se tallan las relaciones y se construye el mundo».

La muestra se encuentra expuesta en el, MAMBA, y pueden visitarla hasta el 12 de enero de 2020,no se pierdan esta experiencia que está realmente en la médula del arte moderno. 

 

 

– Sigmund Freud, Conferencias de introducción al Psicoanálisis Obras Completas , Buenos Aires, Amorrortu, Ts. XV y XVI, 1981
– Lacan, J (1964) El seminario de Jacques Lacan; libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires, Paidós.
– Nahmod, Lares (2018) Psicoanálisis, infancia y pubertad, Cap. I,Buenos Aires, Editorial Lumen.
– Miller, J (1996) “Entonces Shh”, Buenos Aires, Minilibros Eolia Barcelona.
https://www.museomoderno.org/es/exposiciones/andres-aizicovich-contacto

Imágenes fueron extraídas de:
https://instagram.com/modernoba