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29 agosto, 2011

Bendita incertidumbre

Por: Belén Galiotti.

El pánico de no saber que va a pasar mañana.

Minutos que pasan demasiado rápido. Un estado constante de ansiedad que acelera el pulso y reduce la calma. La insatisfacción de querer controlarlo todo y el temor desmedido en un hoy sin certezas.

 

[showtime]

 

No tenemos varitas mágicas. No contamos con un control remoto para digitar cada uno de los acontecimientos de nuestras vidas. No compramos en cuotas las respuestas, ni facturamos a un Dios los aciertos de nuestro futuro. Vivimos en la duda constante, esa que a veces nos paraliza y nos hace sentir la soledad de ser los únicos capaces de tomar decisiones por nosotros mismos. En nuestro universo del libre albedrío somos protagonistas carentes de un guión asignado, redactores diarios de una realidad sobre la que tenemos injerencia, pero no certezas: A + B no es C, en una plataforma repleta de posibilidades desde que nacemos hasta que nos despedimos del mundo.

La necesidad de saberlo todo es parte del misterio de una especie que carece de instructivos. En ella emergen el control, el juicio, el caos y la duda, acerca de un destino que es eternamente incierto, tal vez por la finitud que nos caracteriza o por la ignorancia acerca de un infinito que nos trasciende.

En el desasosiego de un hoy confuso, aparecen los ataques de pánico. Cada vez son más las personas que los sufren a diario y los profesionales que reciben en sus consultorios a pacientes que los padecen. Ellos están capacitados para hablar al respecto, para recetar la calma, para analizar los síntomas. Estos generan una extraña sensación muy difícil de explicar: aflicción en el pecho, angustia, palpitaciones, dificultad para respirar, entre otros numerosas características variables en cada caso pero muy similares entre sí. En este artículo tan sólo me cuestiono qué es lo que puede causarnos ese temor que aparece en millones de personas que sufren lo mismo en el mundo entero.

En la búsqueda encuentro un denominador común, un catalizador que se repite en el discurso de muchos de los que los padecen: el temor a la incertidumbre, la imposibilidad de resolver el mañana, la frustración de un hoy que no responde como se esperaba.

Por mucho que lo intentemos, no hay nada que realmente nos asegure una estabilidad en los acontecimientos de nuestra vida cotidiana. Tenemos que lidiar a diario con las mutantes variables del ámbito laboral, amoroso, social, familiar, político y hasta del económico. Lo más riesgoso, en esos complejos universos compuestos por demasiadas coordenadas, es que los resultados no dependen sólo de nosotros. Somos dueños de nuestras vidas pero no lo somos de nuestros destinos. Tal vez eso es lo que nos genera más inseguridad, más tensión, más ansiedad, más desconfianza.

Aparece en este contexto la exigencia causada por la necesidad de que todo funcione bajo los altos cánones impuestos por una sociedad demandante, que proclama que debemos ser los mejores alumnos, los más sofisticados maestros, los padres más dedicados, los hijos más perfectos, los profesionales más exitosos y los cuerpos más esbeltos. Aparece la angustia generada por la presión de lo perfecto, que compite con la repentina aparición de lo imperfecto. Podemos tomar decisiones, pero es imposible que tengamos la certeza de que serán las correctas. El todo es demasiado amplio como para contemplar la infinidad de posibilidades que nada tienen que ver con lo que teníamos planeado y surge el caos. Parece un obstáculo, pero resulta ser el mejor aliado de las crisis que tanto nos hacen crecer. Porque sin crisis, los cambios no existirían y sin cambios, nuestras vidas carecerían de sentido.

Espero que algún día dejemos de temerle a un mañana del que no somos dueños, que la necesidad de elegir nuestro destino sea menos exigente y la angustia de no poder digitarlo, menos dolorosa, que nuestros cuerpos dejen de emitir alertas aterradoras y nuestras mentes se aquieten en busca de la calma. Deseo que comprendamos la importancia del eje, de la introspección, de la búsqueda, del registro de cada uno de nuestros síntomas y de la exploración de sus causas, que no nos apuremos tanto ni nos preguntemos tan poco. Que seamos conscientes de la necesidad de «entrega» más allá de nuestras ansias de manipular al presente, para que el futuro pueda sorprendernos con imprevistos. Entrega para que seamos y dejemos ser, porque no somos ni tan inteligentes ni tan sabios como para saberlo todo, porque nuestra ignorancia es la incertidumbre más desafiante.

 

 Por: Belén Galiotti.

El pánico de no saber que va a pasar mañana.

Minutos que pasan demasiado rápido. Un estado constante de ansiedad que acelera el pulso y reduce la calma. La insatisfacción de querer controlarlo todo y el temor desmedido en un hoy sin certezas.

[showtime]

No tenemos varitas mágicas. No contamos con un control remoto para digitar cada uno de los acontecimientos de nuestras vidas. No compramos en cuotas las respuestas, ni facturamos a un Dios los aciertos de nuestro futuro. Vivimos en la duda constante, esa que a veces nos paraliza y nos hace sentir la soledad de ser los únicos capaces de tomar decisiones por nosotros mismos. En nuestro universo del libre albedrío somos protagonistas carentes de un guión asignado, redactores diarios de una realidad sobre la que tenemos injerencia, pero no certezas: A + B no es C, en una plataforma repleta de posibilidades desde que nacemos hasta que nos despedimos del mundo.
La necesidad de saberlo todo es parte del misterio de una especie que carece de instructivos. En ella emergen el control, el juicio, el caos y la duda, acerca de un destino que es eternamente incierto, tal vez por la finitud que nos caracteriza o por la ignorancia acerca de un infinito que nos trasciende.
En el desasosiego de un hoy confuso, aparecen los ataques de pánico. Cada vez son más las personas que los sufren a diario y los profesionales que reciben en sus consultorios a pacientes que los padecen. Ellos están capacitados para hablar al respecto, para recetar la calma, para analizar los síntomas. Estos generan una extraña sensación muy difícil de explicar: aflicción en el pecho, angustia, palpitaciones, dificultad para respirar, entre otros numerosas características variables en cada caso pero muy similares entre sí. En este artículo tan sólo me cuestiono qué es lo que puede causarnos ese temor que aparece en millones de personas que sufren lo mismo en el mundo entero.
En la búsqueda encuentro un denominador común, un catalizador que se repite en el discurso de muchos de los que los padecen: el temor a la incertidumbre, la imposibilidad de resolver el mañana, la frustración de un hoy que no responde como se esperaba.
Por mucho que lo intentemos, no hay nada que realmente nos asegure una estabilidad en los acontecimientos de nuestra vida cotidiana. Tenemos que lidiar a diario con las mutantes variables del ámbito laboral, amoroso, social, familiar, político y hasta del económico. Lo más riesgoso, en esos complejos universos compuestos por demasiadas coordenadas, es que los resultados no dependen sólo de nosotros. Somos dueños de nuestras vidas pero no lo somos de nuestros destinos. Tal vez eso es lo que nos genera más inseguridad, más tensión, más ansiedad, más desconfianza.
Aparece en este contexto la exigencia causada por la necesidad de que todo funcione bajo los altos cánones impuestos por una sociedad demandante, que proclama que debemos ser los mejores alumnos, los más sofisticados maestros, los padres más dedicados, los hijos más perfectos, los profesionales más exitosos y los cuerpos más esbeltos. Aparece la angustia generada por la presión de lo perfecto, que compite con la repentina aparición de lo imperfecto. Podemos tomar decisiones, pero es imposible que tengamos la certeza de que serán las correctas. El todo es demasiado amplio como para contemplar la infinidad de posibilidades que nada tienen que ver con lo que teníamos planeado y surge el caos. Parece un obstáculo, pero resulta ser el mejor aliado de las crisis que tanto nos hacen crecer. Porque sin crisis, los cambios no existirían y sin cambios, nuestras vidas carecerían de sentido.
Espero que algún día dejemos de temerle a un mañana del que no somos dueños, que la necesidad de elegir nuestro destino sea menos exigente y la angustia de no poder digitarlo, menos dolorosa, que nuestros cuerpos dejen de emitir alertas aterradoras y nuestras mentes se aquieten en busca de la calma. Deseo que comprendamos la importancia del eje, de la introspección, de la búsqueda, del registro de cada uno de nuestros síntomas y de la exploración de sus causas, que no nos apuremos tanto ni nos preguntemos tan poco. Que seamos conscientes de la necesidad de «entrega» más allá de nuestras ansias de manipular al presente, para que el futuro pueda sorprendernos con imprevistos. Entrega para que seamos y dejemos ser, porque no somos ni tan inteligentes ni tan sabios como para saberlo todo, porque nuestra ignorancia es la incertidumbre más desafiante.

Por: Belén GaliottiPor: Belén Galiotti.

El pánico de no saber que va a pasar mañana.

Minutos que pasan demasiado rápido. Un estado constante de ansiedad que acelera el pulso y reduce la calma. La insatisfacción de querer controlarlo todo y el temor desmedido en un hoy sin certezas.

[showtime]

No tenemos varitas mágicas. No contamos con un control remoto para digitar cada uno de los acontecimientos de nuestras vidas. No compramos en cuotas las respuestas, ni facturamos a un Dios los aciertos de nuestro futuro. Vivimos en la duda constante, esa que a veces nos paraliza y nos hace sentir la soledad de ser los únicos capaces de tomar decisiones por nosotros mismos. En nuestro universo del libre albedrío somos protagonistas carentes de un guión asignado, redactores diarios de una realidad sobre la que tenemos injerencia, pero no certezas: A + B no es C, en una plataforma repleta de posibilidades desde que nacemos hasta que nos despedimos del mundo.
La necesidad de saberlo todo es parte del misterio de una especie que carece de instructivos. En ella emergen el control, el juicio, el caos y la duda, acerca de un destino que es eternamente incierto, tal vez por la finitud que nos caracteriza o por la ignorancia acerca de un infinito que nos trasciende.
En el desasosiego de un hoy confuso, aparecen los ataques de pánico. Cada vez son más las personas que los sufren a diario y los profesionales que reciben en sus consultorios a pacientes que los padecen. Ellos están capacitados para hablar al respecto, para recetar la calma, para analizar los síntomas. Estos generan una extraña sensación muy difícil de explicar: aflicción en el pecho, angustia, palpitaciones, dificultad para respirar, entre otros numerosas características variables en cada caso pero muy similares entre sí. En este artículo tan sólo me cuestiono qué es lo que puede causarnos ese temor que aparece en millones de personas que sufren lo mismo en el mundo entero.
En la búsqueda encuentro un denominador común, un catalizador que se repite en el discurso de muchos de los que los padecen: el temor a la incertidumbre, la imposibilidad de resolver el mañana, la frustración de un hoy que no responde como se esperaba.
Por mucho que lo intentemos, no hay nada que realmente nos asegure una estabilidad en los acontecimientos de nuestra vida cotidiana. Tenemos que lidiar a diario con las mutantes variables del ámbito laboral, amoroso, social, familiar, político y hasta del económico. Lo más riesgoso, en esos complejos universos compuestos por demasiadas coordenadas, es que los resultados no dependen sólo de nosotros. Somos dueños de nuestras vidas pero no lo somos de nuestros destinos. Tal vez eso es lo que nos genera más inseguridad, más tensión, más ansiedad, más desconfianza.
Aparece en este contexto la exigencia causada por la necesidad de que todo funcione bajo los altos cánones impuestos por una sociedad demandante, que proclama que debemos ser los mejores alumnos, los más sofisticados maestros, los padres más dedicados, los hijos más perfectos, los profesionales más exitosos y los cuerpos más esbeltos. Aparece la angustia generada por la presión de lo perfecto, que compite con la repentina aparición de lo imperfecto. Podemos tomar decisiones, pero es imposible que tengamos la certeza de que serán las correctas. El todo es demasiado amplio como para contemplar la infinidad de posibilidades que nada tienen que ver con lo que teníamos planeado y surge el caos. Parece un obstáculo, pero resulta ser el mejor aliado de las crisis que tanto nos hacen crecer. Porque sin crisis, los cambios no existirían y sin cambios, nuestras vidas carecerían de sentido.
Espero que algún día dejemos de temerle a un mañana del que no somos dueños, que la necesidad de elegir nuestro destino sea menos exigente y la angustia de no poder digitarlo, menos dolorosa, que nuestros cuerpos dejen de emitir alertas aterradoras y nuestras mentes se aquieten en busca de la calma. Deseo que comprendamos la importancia del eje, de la introspección, de la búsqueda, del registro de cada uno de nuestros síntomas y de la exploración de sus causas, que no nos apuremos tanto ni nos preguntemos tan poco. Que seamos conscientes de la necesidad de «entrega» más allá de nuestras ansias de manipular al presente, para que el futuro pueda sorprendernos con imprevistos. Entrega para que seamos y dejemos ser, porque no somos ni tan inteligentes ni tan sabios como para saberlo todo, porque nuestra ignorancia es la incertidumbre más desafiante.

Por: Belén Galiotti