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11 noviembre, 2011

Camelot

Pedime un mito, y en unos 15 siglos te lo termino.

Por: Roberto A.

 

Apagué el televisor después de ver la serie de cable Camelot y volvió la pregunta de siempre: ¿por qué nos siguen fascinando los antiguos mitos y leyendas?

¿Qué tiene que ver con nosotros una leyenda folklórica galesa del siglo vi? Por la cantidad de trovas, romances, novelas, cómics, filmes y obras de teatro (¡hasta musicals!), parece que alguna relevancia debe conservar…

Para los que no conocen la historia de Arturo, una síntesis: el Imperio Romano cayó hace tiempo, Inglaterra en caos, multitud de reyezuelos en guerra. El despiadado rey Uther Pendragon acaba de morir. Merlin trae a Arturo, un desconocido joven que fue educado sin conocer su origen como hijo del rey. El muchacho extrae una antigua espada de una piedra inaccesible, usando la inteligencia en vez de la fuerza: con eso convence a sus compatriotas de que será un rey especial. Convoca a multitudes con un ideal revolucionario: será un rey justo que se atendrá a la ley y gobernará para el pueblo. Propone crear un sistema donde los nobles que protegerán al reino, los caballeros, deliberarán con el Rey en una gran mesa que no posee cabeceras (si eso no es anticipar la idea de un Parlamento, no se qué es). Además, como metáfora de la grandeza del desaparecido Imperio Romano, propone construir un palacio a partir de las ruinas de un castillo románico.

Tendrá muchos enemigos: el más encarnizado será su hermanastra y hechicera Morgana. Ella, al ser repudiada por su padre, lo asesinó.  Pretende el trono: a ella le ha sido negado «ese lugar» de amor paterno. ¡Si no tuvo su amor, tendrá su puesto! El poder será ese lugar negado que luego se torna la única razón de su vida.

Hasta aquí el relato se corresponde con las historias que se vienen narrando desde el siglo vi. En un giro respecto del romance «original», la persona que pone en peligro su proyecto no es su propia esposa sino la de otro: está irresistiblemente atraído (léase caliente) por Guinevere, la esposa de uno de sus principales caballeros. ¿Se planteará aquí la historia bíblica del Rey David y Betsabé, la mujer de Uriah? «Sintonice el próximo episodio…».

Paremos aquí: ¿hay más de una versión de la historia de Arturo? El mito comienza, como dije, alrededor del 600, con leyendas celtas que hablan de un héroe bretón de raíces románicas, que rechazó las invasiones sajonas y de los pictos (antiguos escoceses). Para el 1100, en escritos galeses aparece la Mesa Redonda, Merlin, los caballeros, el amor por Guinevere y las luchas por el poder contra su hermanastra. Por el 1200, en Francia (para ese entonces, territorio inglés) se escribe, en la forma literaria de romance, sobre un Arturo engañado por su esposa con un caballero, originalmente destinado a encontrar el Santo Grial (que por este pecado, perderá ese privilegio). Aquí se describe la caída de Camelot, donde Arturo, mortalmente herido por su sobrino Mordred (otras versiones afirman que era su propio hijo, nacido del incesto), fue llevado a la isla de Avalon por Morgana y nunca se lo volvió a ver.

Para el 1400, el ideal caballeresco cae en desuso; hacia el siglo xvi es objeto de burlas (solo recordar que el Quijote es un viejo loco que lee «novelas de caballería») y recién se retoma en la época victoriana. Desde comienzos del siglo xx y hasta hoy, hay una explosión de versiones artísticas que desarrollan uno u otro aspecto de esta historia. Hasta la Casa Blanca de J. F. Kennedy fue llamada Camelot —seguramente por la mística del líder y no por sus aventuras de polleras—.

En aquella versión medieval tardía, Arturo es el cornudo y el que no puede dejar la bragueta cerrada (o, mejor dicho, las pantimedias subidas) es Sir Lancelot, el que pasa por ser «el caballero más puro de la Cristiandad»… Con esa reputación, ¡el Rey Arturo le pide que traiga a su prometida desde el castillo de ella hasta Camelot! Y por supuesto, adivinen: ¿qué pasa en el viaje?

 

¿En qué se diferencian las dos historias, la del romance y la que acabo de ver?

En la serie de TV, el dilema entre atender a sus propósitos o a sus urgencias amorosas es padecido por Arturo. En el romance medieval, el conflicto lo tiene un caballero cristiano que debe su lealtad a su Rey, por lo que su trasgresión es doblemente grave.

Así, a la obra televisiva —que refleja a la original galesa— la llamaremos novela de caballería y a la escrita en Francia, romance medieval. La serie de TV coincide con las primeras versiones del mito artúrico, en el sentido de que el rey es un personaje valiente y apasionado. El romance, en cambio, muestra a un rey equilibrado en lo público, pero pasivo en lo privado, que solo atina a palidecer cuando se entera de la infidelidad de su esposa.

 

¿En qué se parecen las dos versiones?

Como en una novela de detectives, Cherchez la femme! (Busquen a la mujer). En las dos historias, Guinevere traiciona a sus hombres. Digo traición (y no simplemente engaño), porque sus acciones tendrán terribles consecuencias políticas. En las dos, la actitud dubitativa de esta mujer causa finalmente la caída del proyecto político de Arturo y pospone la idea de una monarquía constitucional por unos 600 años, hasta la Carta Magna de 1215; retrasa también la unificación inglesa por 400 años, hasta la batalla de Hastings entre bretones y normandos en 1066.

¡Momentito! ¿De qué estoy hablando …de las consecuencias histórico-políticas de los amores de una mujer de ficción que aparece en una leyenda folklórica? ¿Cuánto tiene de ficción y cuánto de fáctica esta historia? ¿Alguna vez lo sabremos con certeza?

Mencionemos aquí las cualidades que definen al relato televisivo como una auténtica novela de caballería: la exaltación del altruismo, la valentía, el honor de la palabra empeñada, en lucha con las fuerzas del mal que se sustentan en la ambición desmedida y en la muerte.

En ambas versiones podemos advertir dos características argumentales que llamaré la forma y el fondo: la primera, actual; el segundo, obsoleto. La forma resalta, el fondo subyace.

La forma argumental sigue siendo tan actual como en la Edad Media: «la búsqueda del amor por parte de uno, a veces está reñida con los proyectos personales del otro». ¿Nunca, a nuestro buen Rey Arturo (en cualquiera de los dos relatos), se le ocurrió que quizás su amada no quería ser la Reina de Inglaterra…?

El fondo de esta leyenda es el oscurantista concepto medieval ¡«el origen de todos nuestros males fue el pecado de Eva»! Esto es, inducir al inocente y puro varón a desviarse de la rectitud de sus intenciones —a pecar— y así causar la caída de ambos…

Sobre este fondo resalta el contrapunto de dos poderosas figuras femeninas que definen este drama: la morocha Morgan Le Fay Pendragon, la hechicera hermanastra del Rey (que representa el amor desencontrado que apela a todos los golpes bajos con tal de ser reconocido), pasa su vida cometiendo las vilezas más atroces en su obsesión de ocupar el trono. Envenena a su padre, expulsa a la viuda (madre biológica de Arturo); se alía con los enemigos de su padre, coquetea con fuerzas diabólicas, comete incesto, y todo lo que conseguirá es afianzar más la posición de su hermanastro.

La rubia, desdichada y dulce Guinevere (que representa el dilema entre el deber y el amor), por el contrario, simplemente se acuesta con dos hombres, con un no deseado desenlace (¿no deseado?): el Rey, al final, fracasará en su proyecto de unificar el país y dividirá a los caballeros de la Mesa Redonda que terminarán tomando partido, con lo que Arturo perderá a su mujer, su trono y la vida.

¿Acaso no es eso lo que repiten incansablemente los mitos? Los proyectos más sublimes fracasan por las debilidades humanas de sus líderes.

¿Cuentos de hadas? ¡No lo creo!

 

 

Por: Roberto A.

Pedime un mito, y en unos 15 siglos te lo termino.

Por: Roberto A.

Apagué el televisor después de ver la serie de cable Camelot y volvió la pregunta de siempre: ¿por qué nos siguen fascinando los antiguos mitos y leyendas?

¿Qué tiene que ver con nosotros una leyenda folklórica galesa del siglo vi? Por la cantidad de trovas, romances, novelas, cómics, filmes y obras de teatro (¡hasta musicals!), parece que alguna relevancia debe conservar…

[showtime] Para los que no conocen la historia de Arturo, una síntesis: el Imperio Romano cayó hace tiempo, Inglaterra en caos, multitud de reyezuelos en guerra. El despiadado rey Uther Pendragon acaba de morir. Merlin trae a Arturo, un desconocido joven que fue educado sin conocer su origen como hijo del rey. El muchacho extrae una antigua espada de una piedra inaccesible, usando la inteligencia en vez de la fuerza: con eso convence a sus compatriotas de que será un rey especial. Convoca a multitudes con un ideal revolucionario: será un rey justo que se atendrá a la ley y gobernará para el pueblo. Propone crear un sistema donde los nobles que protegerán al reino, los caballeros, deliberarán con el Rey en una gran mesa que no posee cabeceras (si eso no es anticipar la idea de un Parlamento, no se qué es). Además, como metáfora de la grandeza del desaparecido Imperio Romano, propone construir un palacio a partir de las ruinas de un castillo románico.

Tendrá muchos enemigos: el más encarnizado será su hermanastra y hechicera Morgana. Ella, al ser repudiada por su padre, lo asesinó.  Pretende el trono: a ella le ha sido negado «ese lugar» de amor paterno. ¡Si no tuvo su amor, tendrá su puesto! El poder será ese lugar negado que luego se torna la única razón de su vida.

Hasta aquí el relato se corresponde con las historias que se vienen narrando desde el siglo vi. En un giro respecto del romance «original», la persona que pone en peligro su proyecto no es su propia esposa sino la de otro: está irresistiblemente atraído (léase caliente) por Guinevere, la esposa de uno de sus principales caballeros. ¿Se planteará aquí la historia bíblica del Rey David y Betsabé, la mujer de Uriah? «Sintonice el próximo episodio…».

Paremos aquí: ¿hay más de una versión de la historia de Arturo? El mito comienza, como dije, alrededor del 600, con leyendas celtas que hablan de un héroe bretón de raíces románicas, que rechazó las invasiones sajonas y de los pictos (antiguos escoceses). Para el 1100, en escritos galeses aparece la Mesa Redonda, Merlin, los caballeros, el amor por Guinevere y las luchas por el poder contra su hermanastra. Por el 1200, en Francia (para ese entonces, territorio inglés) se escribe, en la forma literaria de romance, sobre un Arturo engañado por su esposa con un caballero, originalmente destinado a encontrar el Santo Grial (que por este pecado, perderá ese privilegio). Aquí se describe la caída de Camelot, donde Arturo, mortalmente herido por su sobrino Mordred (otras versiones afirman que era su propio hijo, nacido del incesto), fue llevado a la isla de Avalon por Morgana y nunca se lo volvió a ver.

Para el 1400, el ideal caballeresco cae en desuso; hacia el siglo xvi es objeto de burlas (solo recordar que el Quijote es un viejo loco que lee «novelas de caballería») y recién se retoma en la época victoriana. Desde comienzos del siglo xx y hasta hoy, hay una explosión de versiones artísticas que desarrollan uno u otro aspecto de esta historia. Hasta la Casa Blanca de J. F. Kennedy fue llamada Camelot —seguramente por la mística del líder y no por sus aventuras de polleras—.

En aquella versión medieval tardía, Arturo es el cornudo y el que no puede dejar la bragueta cerrada (o, mejor dicho, las pantimedias subidas) es Sir Lancelot, el que pasa por ser «el caballero más puro de la Cristiandad»… Con esa reputación, ¡el Rey Arturo le pide que traiga a su prometida desde el castillo de ella hasta Camelot! Y por supuesto, adivinen: ¿qué pasa en el viaje?

¿En qué se diferencian las dos historias, la del romance y la que acabo de ver?

En la serie de TV, el dilema entre atender a sus propósitos o a sus urgencias amorosas es padecido por Arturo. En el romance medieval, el conflicto lo tiene un caballero cristiano que debe su lealtad a su Rey, por lo que su trasgresión es doblemente grave.

Así, a la obra televisiva —que refleja a la original galesa— la llamaremos novela de caballería y a la escrita en Francia, romance medieval. La serie de TV coincide con las primeras versiones del mito artúrico, en el sentido de que el rey es un personaje valiente y apasionado. El romance, en cambio, muestra a un rey equilibrado en lo público, pero pasivo en lo privado, que solo atina a palidecer cuando se entera de la infidelidad de su esposa.

¿En qué se parecen las dos versiones?

Como en una novela de detectives, Cherchez la femme! (Busquen a la mujer). En las dos historias, Guinevere traiciona a sus hombres. Digo traición (y no simplemente engaño), porque sus acciones tendrán terribles consecuencias políticas. En las dos, la actitud dubitativa de esta mujer causa finalmente la caída del proyecto político de Arturo y pospone la idea de una monarquía constitucional por unos 600 años, hasta la Carta Magna de 1215; retrasa también la unificación inglesa por 400 años, hasta la batalla de Hastings entre bretones y normandos en 1066.

¡Momentito! ¿De qué estoy hablando …de las consecuencias histórico-políticas de los amores de una mujer de ficción que aparece en una leyenda folklórica? ¿Cuánto tiene de ficción y cuánto de fáctica esta historia? ¿Alguna vez lo sabremos con certeza?

Mencionemos aquí las cualidades que definen al relato televisivo como una auténtica novela de caballería: la exaltación del altruismo, la valentía, el honor de la palabra empeñada, en lucha con las fuerzas del mal que se sustentan en la ambición desmedida y en la muerte.

En ambas versiones podemos advertir dos características argumentales que llamaré la forma y el fondo: la primera, actual; el segundo, obsoleto. La forma resalta, el fondo subyace.

La forma argumental sigue siendo tan actual como en la Edad Media: «la búsqueda del amor por parte de uno, a veces está reñida con los proyectos personales del otro». ¿Nunca, a nuestro buen Rey Arturo (en cualquiera de los dos relatos), se le ocurrió que quizás su amada no quería ser la Reina de Inglaterra…?

El fondo de esta leyenda es el oscurantista concepto medieval ¡«el origen de todos nuestros males fue el pecado de Eva»! Esto es, inducir al inocente y puro varón a desviarse de la rectitud de sus intenciones —a pecar— y así causar la caída de ambos…

Sobre este fondo resalta el contrapunto de dos poderosas figuras femeninas que definen este drama: la morocha Morgan Le Fay Pendragon, la hechicera hermanastra del Rey (que representa el amor desencontrado que apela a todos los golpes bajos con tal de ser reconocido), pasa su vida cometiendo las vilezas más atroces en su obsesión de ocupar el trono. Envenena a su padre, expulsa a la viuda (madre biológica de Arturo); se alía con los enemigos de su padre, coquetea con fuerzas diabólicas, comete incesto, y todo lo que conseguirá es afianzar más la posición de su hermanastro.

La rubia, desdichada y dulce Guinevere (que representa el dilema entre el deber y el amor), por el contrario, simplemente se acuesta con dos hombres, con un no deseado desenlace (¿no deseado?): el Rey, al final, fracasará en su proyecto de unificar el país y dividirá a los caballeros de la Mesa Redonda que terminarán tomando partido, con lo que Arturo perderá a su mujer, su trono y la vida.

¿Acaso no es eso lo que repiten incansablemente los mitos? Los proyectos más sublimes fracasan por las debilidades humanas de sus líderes.

¿Cuentos de hadas? ¡No lo creo!

Por: Roberto A.

Pedime un mito, y en unos 15 siglos te lo termino.

Por: Roberto A.

Apagué el televisor después de ver la serie de cable Camelot y volvió la pregunta de siempre: ¿por qué nos siguen fascinando los antiguos mitos y leyendas?

¿Qué tiene que ver con nosotros una leyenda folklórica galesa del siglo vi? Por la cantidad de trovas, romances, novelas, cómics, filmes y obras de teatro (¡hasta musicals!), parece que alguna relevancia debe conservar…

[showtime] Para los que no conocen la historia de Arturo, una síntesis: el Imperio Romano cayó hace tiempo, Inglaterra en caos, multitud de reyezuelos en guerra. El despiadado rey Uther Pendragon acaba de morir. Merlin trae a Arturo, un desconocido joven que fue educado sin conocer su origen como hijo del rey. El muchacho extrae una antigua espada de una piedra inaccesible, usando la inteligencia en vez de la fuerza: con eso convence a sus compatriotas de que será un rey especial. Convoca a multitudes con un ideal revolucionario: será un rey justo que se atendrá a la ley y gobernará para el pueblo. Propone crear un sistema donde los nobles que protegerán al reino, los caballeros, deliberarán con el Rey en una gran mesa que no posee cabeceras (si eso no es anticipar la idea de un Parlamento, no se qué es). Además, como metáfora de la grandeza del desaparecido Imperio Romano, propone construir un palacio a partir de las ruinas de un castillo románico.

Tendrá muchos enemigos: el más encarnizado será su hermanastra y hechicera Morgana. Ella, al ser repudiada por su padre, lo asesinó.  Pretende el trono: a ella le ha sido negado «ese lugar» de amor paterno. ¡Si no tuvo su amor, tendrá su puesto! El poder será ese lugar negado que luego se torna la única razón de su vida.

Hasta aquí el relato se corresponde con las historias que se vienen narrando desde el siglo vi. En un giro respecto del romance «original», la persona que pone en peligro su proyecto no es su propia esposa sino la de otro: está irresistiblemente atraído (léase caliente) por Guinevere, la esposa de uno de sus principales caballeros. ¿Se planteará aquí la historia bíblica del Rey David y Betsabé, la mujer de Uriah? «Sintonice el próximo episodio…».

Paremos aquí: ¿hay más de una versión de la historia de Arturo? El mito comienza, como dije, alrededor del 600, con leyendas celtas que hablan de un héroe bretón de raíces románicas, que rechazó las invasiones sajonas y de los pictos (antiguos escoceses). Para el 1100, en escritos galeses aparece la Mesa Redonda, Merlin, los caballeros, el amor por Guinevere y las luchas por el poder contra su hermanastra. Por el 1200, en Francia (para ese entonces, territorio inglés) se escribe, en la forma literaria de romance, sobre un Arturo engañado por su esposa con un caballero, originalmente destinado a encontrar el Santo Grial (que por este pecado, perderá ese privilegio). Aquí se describe la caída de Camelot, donde Arturo, mortalmente herido por su sobrino Mordred (otras versiones afirman que era su propio hijo, nacido del incesto), fue llevado a la isla de Avalon por Morgana y nunca se lo volvió a ver.

Para el 1400, el ideal caballeresco cae en desuso; hacia el siglo xvi es objeto de burlas (solo recordar que el Quijote es un viejo loco que lee «novelas de caballería») y recién se retoma en la época victoriana. Desde comienzos del siglo xx y hasta hoy, hay una explosión de versiones artísticas que desarrollan uno u otro aspecto de esta historia. Hasta la Casa Blanca de J. F. Kennedy fue llamada Camelot —seguramente por la mística del líder y no por sus aventuras de polleras—.

En aquella versión medieval tardía, Arturo es el cornudo y el que no puede dejar la bragueta cerrada (o, mejor dicho, las pantimedias subidas) es Sir Lancelot, el que pasa por ser «el caballero más puro de la Cristiandad»… Con esa reputación, ¡el Rey Arturo le pide que traiga a su prometida desde el castillo de ella hasta Camelot! Y por supuesto, adivinen: ¿qué pasa en el viaje?

¿En qué se diferencian las dos historias, la del romance y la que acabo de ver?

En la serie de TV, el dilema entre atender a sus propósitos o a sus urgencias amorosas es padecido por Arturo. En el romance medieval, el conflicto lo tiene un caballero cristiano que debe su lealtad a su Rey, por lo que su trasgresión es doblemente grave.

Así, a la obra televisiva —que refleja a la original galesa— la llamaremos novela de caballería y a la escrita en Francia, romance medieval. La serie de TV coincide con las primeras versiones del mito artúrico, en el sentido de que el rey es un personaje valiente y apasionado. El romance, en cambio, muestra a un rey equilibrado en lo público, pero pasivo en lo privado, que solo atina a palidecer cuando se entera de la infidelidad de su esposa.

¿En qué se parecen las dos versiones?

Como en una novela de detectives, Cherchez la femme! (Busquen a la mujer). En las dos historias, Guinevere traiciona a sus hombres. Digo traición (y no simplemente engaño), porque sus acciones tendrán terribles consecuencias políticas. En las dos, la actitud dubitativa de esta mujer causa finalmente la caída del proyecto político de Arturo y pospone la idea de una monarquía constitucional por unos 600 años, hasta la Carta Magna de 1215; retrasa también la unificación inglesa por 400 años, hasta la batalla de Hastings entre bretones y normandos en 1066.

¡Momentito! ¿De qué estoy hablando …de las consecuencias histórico-políticas de los amores de una mujer de ficción que aparece en una leyenda folklórica? ¿Cuánto tiene de ficción y cuánto de fáctica esta historia? ¿Alguna vez lo sabremos con certeza?

Mencionemos aquí las cualidades que definen al relato televisivo como una auténtica novela de caballería: la exaltación del altruismo, la valentía, el honor de la palabra empeñada, en lucha con las fuerzas del mal que se sustentan en la ambición desmedida y en la muerte.

En ambas versiones podemos advertir dos características argumentales que llamaré la forma y el fondo: la primera, actual; el segundo, obsoleto. La forma resalta, el fondo subyace.

La forma argumental sigue siendo tan actual como en la Edad Media: «la búsqueda del amor por parte de uno, a veces está reñida con los proyectos personales del otro». ¿Nunca, a nuestro buen Rey Arturo (en cualquiera de los dos relatos), se le ocurrió que quizás su amada no quería ser la Reina de Inglaterra…?

El fondo de esta leyenda es el oscurantista concepto medieval ¡«el origen de todos nuestros males fue el pecado de Eva»! Esto es, inducir al inocente y puro varón a desviarse de la rectitud de sus intenciones —a pecar— y así causar la caída de ambos…

Sobre este fondo resalta el contrapunto de dos poderosas figuras femeninas que definen este drama: la morocha Morgan Le Fay Pendragon, la hechicera hermanastra del Rey (que representa el amor desencontrado que apela a todos los golpes bajos con tal de ser reconocido), pasa su vida cometiendo las vilezas más atroces en su obsesión de ocupar el trono. Envenena a su padre, expulsa a la viuda (madre biológica de Arturo); se alía con los enemigos de su padre, coquetea con fuerzas diabólicas, comete incesto, y todo lo que conseguirá es afianzar más la posición de su hermanastro.

La rubia, desdichada y dulce Guinevere (que representa el dilema entre el deber y el amor), por el contrario, simplemente se acuesta con dos hombres, con un no deseado desenlace (¿no deseado?): el Rey, al final, fracasará en su proyecto de unificar el país y dividirá a los caballeros de la Mesa Redonda que terminarán tomando partido, con lo que Arturo perderá a su mujer, su trono y la vida.

¿Acaso no es eso lo que repiten incansablemente los mitos? Los proyectos más sublimes fracasan por las debilidades humanas de sus líderes.

¿Cuentos de hadas? ¡No lo creo!

Por: Roberto A.