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29 octubre, 2013

CHARLA ABIERTA Y LIBRE CON EZEQUIEL ACHILLI «Escribir es bucear en la propia locura»

Por Raquel Tesone

Fotografía: Mariano Barrientos

 

Primera parte

Ezequiel Achilli, psicoanalista, escritor y actor, acaba de publicar recientemente su novela El príncipe heredero. El Gran Otro tiene el privilegio de ofrecer a sus lectores la entrevista exclusiva que nos concedió antes de la presentación de su libro.

Poco a poco, la entrevista se fue transformando espontáneamente en una charla que fluyó gracias al ambiente envolvente que genera la calidez y el profundo contacto emocional que caracteriza su escucha. Este intercambio enriquecedor nos habla de un escritor que fascina por su convocatoria a relanzar y a dialogar con los diferentes saberes de los que se nutre el psicoanálisis, como el arte, la filosofía, la ciencia, entre otros. Achilli nunca fundamenta su pensar en certezas y, por eso, invita a formular interrogantes con un pensamiento espiralado que va en la busca de problematizar las temáticas que se abordan. Esta invocación constante al cuestionamiento se conjuga con las palabras plenas de sentido que nos entrega en esta charla en la que reúne y da a conocer las múltiples dimensiones de su conocimiento, así como también de su ser.

 

El Schreber de Achilli escribe: «… la abogacía es sólo eso, filosofía, la salvación en cambio es otra cosa. Sólo es bueno aquel malo que no se permite serlo, no Mefistófeles. He perdido también el miedo a la muerte ya que le he solicitado, cuatro audiencias y a ninguna ha acudido».

 

 

 

La presentación de su novela El príncipe heredero se realizará en el Auditorio de APdeBA, en la calle Maure 1850, el día 7 de noviembre a las 20:30 h. Estamos todos invitados a participar de este evento.

 

 

 

Recientemente salió a la venta tu novela El príncipe heredero, y en pocos días será la presentación. ¿Por qué ese título y por qué, en la tapa, está la foto de Freud?

 

El príncipe heredero es una ficción, pero consta de una parte real y concreta, y mi mirada sobre eso real. La parte de realidad es la existencia de un tal Daniel Paul Schreber que, en 1911, fallece ya habiendo salido de un hospital psiquiátrico. Era un abogado muy prestigioso que se dedicaba a la política y, con el correr del tiempo, fue sintiendo ciertas presiones políticas, hasta que lo nombran Presidente de la Sala en la Corte de Apelación de Dresde. En ese momento, él empieza a tener alucinaciones y delirios paranoides. Él publica un libro, Memorias de un neurópata, y Freud lo lee en 1911 y escribe, a mi criterio, el primer trabajo más importante sobre la psicosis, fundamentalmente, el tema de la paranoia, aunque antes había escrito algo. Cuando tomo contacto con el libro de Schreber, me encuentro sorpresivamente con que varios de los capítulos de sus memorias están censurados por decisión de la familia. Entonces, esta curiosidad psicoanalítica, porque como psicoanalista la censura dice, me llevó a escribir esos capítulos censurados con mis propias hipótesis analíticas y, enseguida, se sumo el escritor que le dio a esos capítulos ficción. Se cruzó el psicoanalista con el escritor, la ficción con la realidad. Las hipótesis son psicoanalíticas, pero escritas para que las comprenda todo el mundo. Es una novela para todos a los que les interese la mente, el alma, el ser, las cuestiones filosóficas y de religión, casi fundamentalmente, te diría. No deja de tener una profunda investigación científica, pero es una novela. Ni Freud ni Lacan tomaron el tema de que Schreber tenía una hija adoptiva que lo cuidó en sus últimos años. Por otro lado, descubrí que el hermano de Schreber se suicidó cuando le ofrecieron el mismo cargo que a Daniel Paul Schreber, supuestamente, lo condujo al delirio. Esto es un dato muy significativo, y con estos datos armé hipótesis y las desarrollé como si fuera Schreber escribiendo sobre esto. Una vez que escribo todos estos capítulos de ficción, se los «vuelvo a mandar» a Freud. Él ya leyó el original, pero se «lo hago leer» en el año 38 (allí se centra la novela), cuando escribe su último trabajo, un año antes de morir. Y Freud, junto a su discípula y amiga, Marie Bonaparte, que lo acompañó durante toda su carrera. Ellos discuten sobre la locura, el pensamiento y todas las cuestiones que tengan que ver con el ser. Y lo ubico en esa época porque quería que sea el Freud de toda la experiencia freudiana, el que tenía su teoría armada y que ya pasó por el desarrollo del psicoanálisis y por la búsqueda de lo inconsciente. Preferí el Freud del exilio, la historia sucede en Londres, con el Freud que tuvo que escapar de Viena para irse a Paris y de Paris a Londres (por eso lo elegí para la tapa), justamente, con la ayuda de Marie Bonaparte (ella era un buen partenaire para esto). Si bien es un drama, tiene partes divertidas, como la relación entre Freud y su mucama. Es una novela de época…

 

 

¿Por qué no lo dejaste solo a Freud pensando todo esto? ¿Por qué con Marie Bonaparte?

 

Por dos razones. Por un lado, a Freud, estando solo, lo imagino muy rumiante, de dar vuelta sobre lo mismo, aunque en la realidad no lo fuese. Dicen que escribía rápido y en un día escribía tratados enteros, pero quizás en su pensamiento, ese es el Freud que yo imagino. Por otro lado, porque Marie Bonaparte, para mí, no ha tenido el reconocimiento en la historia del psicoanálisis que yo creo que debería tener. Sin duda alguna, a mi criterio, el psicoanálisis existe gracias a su ayuda, no por ella, pero gracias a ella. Cuando Freud empezó a trabajar, ella lo ayuda de todas las formas posibles, la económica fue una de ella. Era una princesa, casada con el príncipe heredero de la corona de Grecia y Dinamarca, además era familiar directo de Napoleón. Ella escribió mucho estando al lado de Freud, sobre todo respecto de la femineidad, la sexualidad femenina, además de textos sobre E. A. Poe… Y como discípula, no sólo rescataba los textos que Freud quería tirar, lo ayudó en la creación de la I. P. A. y estuvo cuando Freud discute y se pelea con todos sus discípulos, de los cuales uno es el príncipe heredero, de allí su nombre, completando la pregunta anterior.

 

¿Y quién es? ¿Lo dejas en suspenso?

 

Se descubre al final. Es sumamente sorprendente el final, para los que lo leyeron, así me lo transmitieron.

 

¿Y para vos? ¿O lo sabías de entrada?

 

Para mí, también. No pensé ese final, devino en la medida que escribí la novela. Ese final me sorprendió, y la verdad que me gusta mucho. Fue uno de los textos que menos revisé el final, porque me gustó así como salió.

 

¿Y te pasa esto a menudo que te dejés sorprender por lo que escribís?

 

Para mí, escribir es una forma de pensamiento, siempre me descubro pensando cuando escribo, pienso escribiendo. Escribiendo descubro lo que pienso. Escribo para mí, para descubrirme en un pensamiento. La mayoría de los conceptos que me interesaron los fui descubriendo en la medida que lo fui escribiendo.

 

¿Siempre fue así en tu historia de vida? Empezaste desde muy chico a escribir…

 

Sí, empecé desde muy chico; pero después cuando fui a la Facultad de Medicina, además, antes fui a un colegio técnico, soy técnico químico. A partir de allí mi escritura se acható: paciente tal que ingresa por… Y sentía que debía hacer algo. Cuando empecé mi formación como psicoanalista, me di cuenta que mis compañeras, la mayoría psicólogas, tenían otra forma de escribir, una forma que me resultaba muchísimo más interesante. Entonces, cuando era candidato a miembro de la I. P. A., en la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, armamos un taller de escritura en el claustro de candidatos, que ya existía antes, pero que lo rearmamos porque había desaparecido por un tiempo. Lo coordinó la fundadora de la revista Devenir, la doctora Cecilia Millonsnick de Sinay, quien fue para mí, y es, mi gran maestra, y por quien empecé a escribir. Así, empezó El príncipe heredero. Teníamos que reescribir un cuento, me había tocado “Blancanieves y los siete enanitos” y no me salía. Se me ocurrían cosas trilladas, como que los siete enanitos podían ser los días de la semana, los siete pecados capitales. Hasta que dije: «si no puedo, no puedo». Me quedé escuchando el no puedo y vinieron a mi mente los capítulos censurados de este libro de Schreber, y en ese momento, estaba dando un seminario de psicosis con Schreber. Escribí ese capítulo y lo llevé al taller como parte de mi escritura. Y en ese accidente nace la novela. En la revista Devenir se publicó el primer capítulo que escribí, el número tres, y me fue animando la gente que lo fue leyendo.

Me parece importante que los analistas escribamos y nos animemos a hacerlo porque ahí nos descubrimos en nuevas búsquedas. No es menos psicoanalítico escribir un capítulo censurado y no es menos científico, tiene que ver con un estilo, con mi forma.

Por otro lado, no puedo escribir algo de psicoanálisis si no está relacionado con alguna rama del arte. Lo hago a través de la pintura, lo hace mucha gente. No me refiero al psicoanálisis aplicado, porque no estoy muy de acuerdo y no me gusta porque no puedo interpretar una obra. Mirar la pintura de E. Munch, por ejemplo, El grito, y decir esto lo hizo por su desesperación personal, no, me parece hasta una falta de ética.

 

Es más interesante pensar qué nos enseña y transmite la pintura de Munch.

 

Exactamente. Su pintura puede hablar de un grito silencioso, de una mirada que no es mirada, porque es una mirada vacía porque no tiene ojos, puede hablar de la desesperación de lo que tiene que ver con el hombre y no con el pintor, porque hasta el cielo vibra. Y si bien tendrá que ver con algo personal, él no me pidió que lo interprete. Cualquier interpretación fuera del consultorio es una falta absoluta de ética. Y El príncipe… es el otro tipo de psicoanálisis que me interesa, el que le da importancia al agujero, a lo censurado. La autocensura es, sin duda, el motivo de la locura, hay siempre una denuncia en la locura, y se necesita que alguien sepa escuchar esa denuncia. Daniel Paul Schreber escribió sus memorias para ser dado de alta del hospital psiquiátrico y fue dado de alta por haberlo escrito, era su alegato. Él quería que, cien años después de su muerte, estemos hablando de él, que se hable de lo que él denunciaba, y yo sentí una profunda necesidad de decir lo que yo pensaba que él denunciaba con su silencio. Por eso, es un personaje de la historia al que yo quiero. Freud recomendaba leerlo, y yo ahora les trasmito esto de Freud para que no se lo pierdan.

 

¿Qué se siente de escribir encarnando al loco Schreber?

 

Por momentos, lloré y mucho. Escribir es bucear en la propia locura. Alguien me preguntaba cómo hice para que en un capitulo de mi libro haga llorar al lector, y la respuesta no la puedo dar. Lo único que puedo decir es que yo lloraba mientras escribía ese capítulo. Si eso se transmite es interesante. Hasta le busqué una forma de caminar al personaje, y mientras escribía lo de Schreber caminaba como él, usaba un bastón y su galera de la que hablaba, la tengo acá…, él era un señor muy elegante.

 

Usaste tus dotes actorales.

 

Sí, de hecho, es una novela muy teatral. Él fue atendido por Paul Emile Flechsig, quien fue uno de los anatomistas del cerebro más importante. Schreber dice que no es a él a quién ataca cuando escribe, sino a su alma. Y lo hace de una forma tan teatral que mi búsqueda fue por ese lado. Es muy interesante porque cuando uno lo lee a Schreber odia a Flechsig, y él funcionó como analista porque dejó que se ponga en juego la transferencia. Entonces, cuando se lee a Schreber, nos hace sentir lo que siente y eso es un hecho teatral.

 

¿Se dejó odiar por Schreber?

 

De alguna manera, yo creo que sí. Con los otros médicos no se desarrolló nada. Él estuvo solo seis meses internado en la clínica de Flechsig, y armó todo un delirio, después le llevó desarrollar su paranoia otros ocho años de internación en un sanatorio con Guido Weber. En su delirio, él creía que Dios quería apoderarse de su cuerpo para transformarlo en mujer y generar la nueva raza aria. Esto me pareció significativo, no por Schreber, sino por lo que se hizo después en la historia y sabemos que este libro ha llegado a gente del Partido Nacional Socialista. Por eso, elegí al Freud que tuvo que escapar del nazismo. Freud termina conversando con alguien que piensa diferente, y eso me surgió sin darme cuenta. Allí entra Freud a ser sentido y vivido por mí. También hay una parte que se encuentra con Dalí.

 

Te diste todos los gustos y le hiciste homenaje a todo lo que te gusta (risas).

 

¡Todos los gustos! De hecho, Dalí en esa época le presentó un trabajo sobre la paranoia descriptiva, y le explica a Freud cómo se llega a ese estado cuando se pinta. Dalí, con esa modalidad tan disociada de objetos, en sus pinturas y las formas oníricas, que dan origen al surrealismo. Aparecen varios personajes que tienen que ver con la historia del psicoanálisis: Anna Freud, algo de la esposa de Freud y el príncipe heredero, que no voy a revelar quién es.

 

Lo dejás de incógnita para que lo averigüen los lectores (risas). ¿Por qué lo ibas a llamar «Mea Culpa»?

 

Lo llamé así al principio, porque tenía los capítulos censurados de Schreber, y cuando aparece Freud y Marie, la cosa cambió sola y ahí surge el príncipe heredero. Primero, escribí lo de Schreber y, después, lo interpreté, ahí se impuso el príncipe. «Mea culpa» era porque gran parte de la locura de Schreber pasa por lo que él creía que era culpable. Una culpa particular, él lo teoriza. Digo él y, en realidad, soy yo (risas). Digo, lo hago teorizar y la llama culpa paradojal, que no tiene que ver con un conflicto, sino como una paradoja. Lo pensé desde el arte, el arte al servicio de pensar lo humano, es la primera expresión del hombre, es lo que hace a la cultura y a las personas. Los artistas se internaron en las complejidades del hombre muchísimo antes que los analistas. Edipo lo tomamos de Sófocles, Narciso viene del teatro, todas las obras de Shakespeare inspiraron a muchos psicoanalistas, así como los textos de Lorca; es una forma de investigación psicoanalítica del hombre. Las primeras obras de teatro se transforman en mito y el mito es lo que estructura un pensamiento. Mucho de los grandes pensadores son interpretadores de mitos, porque el mito refleja una realidad atemporal. Edipo es Edipo y por siempre. Quizás, la estructura del hombre cambie, el hombre cambie, nuestras sociedades se vuelvan muchísimo más complejas; pero todos vamos a pasar el Complejo de Edipo. Incluso, hijos que nazcan sin padres o hijos de parejas homoparentales, la función paterna y materna excede el concepto de padres. Por eso, en Schreber el padre se añora y lo busca en Dios. Y no habla de sus hermanas ni de su madre…

 

¿No habla o lo censuró la madre y las hermanas?

 

¡Qué buena lectura estás haciendo! Justamente, en lo censurado la puse a la madre. Ahí inventé un hecho: él se encierra en un ropero y la madre empieza a golpear fuerte y le dice: «¿donde podrá esconderse un gigante en tierra de pigmeos?». Porque él tenía la visión y él se llamaba a sí mismo el visionario, el que viene a traer lo nuevo. Ese capítulo deriva en otro que se llama «Como labios que se besan solos», y es un análisis que hace Freud con Marie respecto de la cuestión del narcisismo. Lejos de generar antipatía, este loco genera una profunda admiración y cariño. No existe un documento histórico como el de Schreber.

 

¿Y qué relación podés hacer entre la escritura en Schreber respecto al lenguaje y al significante?

 

Schreber es más lacaniano que Lacan. Primero, porque él enseña lo que es un significante mucho antes que Lacan y que Saussure cuando dice que lo importante de los pájaros que le hablan no es lo que dicen, sino cómo suena, y eso es el significante. Ejemplo: Cartago con Santiago, las voces le hablaban de esa forma y ese delirio no es al azar. Hay una razón por la cual son pájaros o es una mujer (recordemos que no hablaba de las mujeres). En la investigación, encontré que el abuelo era ornitólogo, lo que hoy serían los etólogos, y le hablaba de pájaros. El padre era médico y fue quien inventó la gimnasia ortopédica, tenía métodos sádicos y se atendió en una de las clínicas donde estuvo Daniel Paul y fue diagnosticado como alguien con una fuerte tendencia criminal. Esto también se refleja en lo que las voces le dicen. Sin duda, ejercitaba con sus hijos, los dibujos de sus libros son niños, contaba cómo tenían que dormir para no tocarse sus genitales. Además, y siguiendo con la cuestión del significante y el significado, el padre de Daniel Paul Schreber se llamaba Daniel Moritz Gottlieb Schreber, y «Gottlieb» significa amor de Dios, y un antepasado del Dr. Flechsig se llama Daniel Fürchtegott Flechsig. Su segundo nombre significa temor de Dios. Ese cruce de palabras permitió el armado del delirio.

 

¿Flechsig pudo ser depositario de ese odio que no se permitió con el padre?

 

Sí, y eso lo cuento en forma de novela. No hay que ser psicoanalista para entender esto. Por eso, esta novela tiene una investigación realizada sobre una base real, porque yo no inventé a los personajes; pero interpreté de manera ficcionada a Schreber y continué con su deseo de decir lo que le censuraron.

 

¿Deseaste seguir analizando lo que nos dejó para pensar, algo más que lo ya pensado por Freud y otros?

 

De hecho, en una carta a Marie Bonaparte, Freud reconoce que le pareció muy pesado y que no leyó más de cuatro capítulos. Lo cuento porque lo dijo el mismo Freud (risas). Sí, creo que es un libro que angustia y duele, y este libro se lo dio su príncipe heredero.

 

¿Pensás que esos métodos de manipulación del padre no lo hizo sentir feminizado, violado, castrado, y de ahí el delirio de convertirse en mujer?

 

Sí, pero no solo por eso, me faltaban datos. El abuelo tenía un vínculo de ese tipo, era alguien sádico, escribió muchos libros. Llegue al 1600, al tatarabuelo que escribió Obcenis libris, donde explicaba cómo se debía educar y reeducar a un chico, y el único que tenía acceso a lo sexual era el médico y por orden divina. Según él, solo podía tenerse una relación con una mujer para engendrar a un hijo. Por otro lado, lo que noté, desde el principio de su historia, es una cuestión sumamente incestuosa entre hermanos y esto se ve en varias generaciones. Esto coincide con algo que Freud desarrolla muy tarde en su carrera, en la época que ubico mi novela y es el complejo fraterno que a mi criterio tiene tanta importancia como el de Edipo.

Todos eran médicos en la familia y de una moralidad extrema. Había un economista que decía que la culpa del mercado era de los judíos. Yo no creo que Daniel Paul Schreber haya sido un nazi, lo que digo es que para su delirio utiliza los elementos que le preceden en su historia, y aún no existía el nazismo. El tatarabuelo decía que, de no estar los judíos en doscientos años, la raza mejoraría. Y el delirio de Daniel Paul denuncia eso.

 

Ya estaba el germen de la ideología nazi en esta familia, y tal vez, Schreber eligió hacer una paranoia y no ser un Hitler.

 

Yo creo, porque tenía el delirio de grandeza y de alguna forma uniendo a tu pregunta sobre la escritura, no existiendo el psicoanálisis aún, lo único que lo salvó, porque las voces lo atormentaban y le gritaban hasta desesperarlo, fue justamente haber escrito. Porque, de alguna manera, él se arma al escribir su historia, tuvo la lucidez de haber escrito esto, y denunciar esto. Esto forma parte de la locura, no cualquiera es un psicótico, hay que tener tres generaciones antes, se trabajó mucho esto. La escritura lo salvo.

 

El arte salva al ser humano.

 

Hay algo que se puede discutir, tiene que ver más con la discusión psicoanalítica, es si esto que está escrito es arte. Lacan te diría que no, porque dijo que en el escrito de Schreber no hay metáfora. Para Lacan, Schreber hace una explicación de lo que le sucede, pero no hay sublimación.

 

Si una obra de arte es aquella manifestación que se expone a la mirada del otro, mientras lo no metaforizado sea metaforizable por el otro, sería suficiente para pensar que estas memorias den lugar a tanta investigación y produzcan tu literatura. Es lo que plantea ART. En esa obra de teatro, un cuadro blanco con rayas blancas es arte solo por estimular la imaginación del que lo mira, como una escultura de un pene es arte si hay alguien que lo puede representar como falo. Me refiero a la investidura del objeto. ¿Podríamos decir que esto es algo de lo que vos hiciste en tu novela con las memorias de Schreber?

 

Supongo que sí. No lo sé. Lo artístico es lo que hace al teatro, con el famoso «como si» de Stanislavski, y lo que hace Grotowski con el teatro pobre. Sería un juguemos a que soy fulano de tal, pero la escenografía te muestra que no es así, con un telón medio abierto atrás, una escalera, solamente era la actuación, ni siquiera era el actor porque hasta estaba vestido como el actor no como el personaje.

 

Y cuando escribís como Schreber «actuás» como él.

 

Es un juego de muchos personajes que tiene que ver con mi propio recorrido, primero médico, después de psicoanalista, está el actor y el escritor. Por un lado, tiene muchas cuestiones médicas la novela, cuestiones de la historia de la medicina, la medicina anatomista, la de Flechsig: a los locos se los encadenaba, estaban presos en celdas. Schreber llegaba a eso si gritaba mucho y no dejaba dormir a los demás. Flechsig cuenta y lo mismo Weber, que era un tipo tan intelectual que cuando estaba bien formaba parte de la cena junto con gente de la cultura. Schreber era un tipo muy importante, pero, cuando le dan el cargo, se brota. Por eso digo que la escritura fue terapéutica, porque le permitió ser padre, tomar la posición del padre que está fallada.

 

¿La escritura lo cura?

 

No sé bien qué es eso, ni siquiera en medicina. Si hay fiebre, damos un antitérmico; pero eso no se curó, alivió un síntoma. Supongamos que sea una gripe, no hay medicación para la gripe, hay vacunas. Si es un tumor tampoco. La medicina es paliativa. Los cirujanos dicen que la cirugía es curativa porque saca al tumor; pero no me responde cuál es la causa del tumor, por lo tanto, no lo cura. Tengo diez años de analista, y una de las pocas cosas de lo que estoy seguro y es que cada uno de nosotros hacemos lo que podemos, todos, y creo que esto es lo que él pudo, y no es poco, hasta adoptó a una hija. Y a su libro lo llama Memorias de un neurópata (legado de un enfermo de los nervios) porque su aspecto megalómano lo pone en enseñarle a la sociedad y a la ciencia sobre Dios porque él lo conoció. Él dice: cuando me investiguen, van a saber sobre esto, y estoy de acuerdo con Weber, dice, que algunas cosas son alucinaciones. Esto puede ser una alucinación, esto no. Yo estoy absolutamente de acuerdo con él, no creo que un enfermo que tenga una alucinación, menos hoy cien años después, antes no existía el antipsicótico, pero ―a pesar de ser médico― no entendí nunca los efectos de esa medicación. Porque no debemos olvidar que es su denuncia lo que importa. Él tiene razón de que no hay porque encerrarlos, a esto lo llama «almicidio», o sea, asesinato del alma. Tiene una lucidez fascinante para describirlo de esa manera.

 

Es lo que hizo su padre, en su cuerpo y en su alma.

 

En el libro dice: «están matando mi alma», y esto se lo hago decir muchas veces, la denuncia sobre el asesinato del alma. Sería algo así como ¿qué derecho tienen ustedes a recluirme?

 

Pienso que Schreber, en tu libro, nos va a llevar a replanteos a los psicoanalistas y no psicoanalistas sobre muchas cuestiones.

 

Sobre las diferencias, principalmente. Los psicoanalistas hablamos de psicosis y neurosis para hablar más rápido, para saber más o menos de lo que estamos hablando; pero ningún psicótico es un psicótico, y ningún neurótico es solamente un neurótico o un obsesivo, tiene que haber un poco de todo, de fobia, de histeria.

 

Coincido absolutamente.

 

Le hago decir al personaje, porque lo pienso, hasta qué punto es lógico que ustedes me quieran curar de quién soy. Porque si soy un paranoico es quién soy, qué derecho tienen a que deje de ser yo.

 

Freud dice que nuestro trabajo es de arqueólogos, y hasta de escultores con nuestros pacientes, la esencia no la cambiamos, persiste. Flechsig lo invitaba a participar en sus cenas a Schreber porque sabía que más allá del diagnóstico había un ser humano con un intelecto y lo respetaba como tal.

 

La primera parte de sus memorias es una carta abierta al doctor Flechsig y expresa claramente que no tiene intención de atentar contra su honor ni contra nadie, y que no se propone otro fin que no sea el de ampliar el conocimiento en el campo religioso. Y empieza a hablar de las almas examinadas. Cuenta cómo Flechsig se convierte en algo demoníaco, no en el demonio porque Schreber cree que el demonio no tiene la suficiente fuerza, no es una entidad importante, la maldad pasa por el hombre. Por eso, lo hago dialogar con las religiones. En esa carta firma «Schreber, Presidente del Senado».

 

¿Por qué pensás que eligió ser abogado? ¿De qué se quiere defender?

 

Se lo hice explicar (lee su libro): «pensaba que la abogacía prepara al hombre para salvarse a sí mismo, por eso, pues, he llevado la empresa de esta acción judicial para ser dado de alta. También yo soy abogado, ahora entiendo que la abogacía es sólo eso, filosofía, la salvación en cambio es otra cosa, sólo es bueno aquel malo que no se permite serlo, no Mefistófeles. He perdido también el miedo a la muerte ya que le he solicitado, cuatro audiencias y a ninguna ha acudido. ¿Le resulta confuso? Entiendo. Cuando digo o escribo lisa y llanamente algo confuso es efectivamente confuso para mí, créanme. Pero tiene sentido ese enredado discurso, ya que como todo absurdo se habla lisa y llanamente del sinsentido de un desarrollo que da fe de algo enrollado en algún lugar».

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