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7 octubre, 2021

CLAVES PARA VER A TERRENCE MALICK

Por Maximiliano Curcio

CLAVES PARA VER A TERRENCE MALICK

 

LA CONTEMPLACIÓN DE LO SOBRENATURAL

Terrence Malick nace en Illinois, en 1943, y estudia Filosofía en Harvard y Oxford, para acabar convirtiéndose en profesor en Cambridge. Posteriormente, se gradúa en el American Film Institute y trabaja de guionista para debutar en la dirección con la notable «Badlands» (1973) y ganarse, así, el respeto unánime de la crítica. Gesta que reafirmaría, un lustro después, con Días de Gloria” (1978). Este generador de dramas poéticos y existencialistas nos ofrece una narración proclive a la meditación sobre nuestra condición humana.

En su arte abundan elementos naturales y de la vida salvaje, puesto que Malick es un curioso observador que se maravilla con el mundo ancestral. La arquitectura visual de sus últimos films (D.F. Emmanuel Luzbeki) nos regala bellísimas escenas que enmarcan paisajes en atardeceres y secuencias suntuosas que muestran al hombre moverse libre en su hábitat autóctono. Su cautivante imaginería surrealista valida la temprana fotografía de Néstor Almendros y nos convence a llevar una mirada hacia el más allá de lo que a simple vista se ve, conservando una poderosa capacidad de fascinación ante las bellezas naturales del mundo, el espacio exterior y lo desconocido.

 

 

La riqueza de su cine proviene de su formación filosófica, su pasión por la pintura y ciertas referencias cinéfilas. Amante de las teorías positivistas de Ludwig Wittgenstein, existencialistas de Martin Heidegger y trascendentalistas de Henry Thoureau, estudia también los textos bíblicos durante su juventud. En la iluminación de sus películas destaca su artesana labor, inspirándose en las pinturas de Gustave Courbet. Tempranamente, adquiere la onumentalidad paisajística de Edward Hopper, y se ve fascinado por el simbolismo poético del maestro ruso del cine mudo Aleksander Dovzhenko, siendo también un gran admirador del documental soviético de la vieja camada liderada por Dziga Vertov.
En Malick, el entorno natural cobra fuerza protagónica tal como en los films westerns de Anthony Mann, de los cuales su obra resulta deudora. Los leitmotiv argumentales son el concepto edénico de la vida (El Árbol de la Vida, 2011), la lucha entre hombre y naturaleza (Un Nuevo Mundo, 2005), una especial sensibilidad por el cosmos que nos envuelve (Voyage of Time, 2016) y una fijación por el contacto humano como representación más sincera de amor (To the Wonder, 2015).

 

 

Sus personajes reflexionan sobre la condición de su existencia y sobre la relación de Dios y la naturaleza, a propósito de lo cual Malick tiene preferencia por los diálogos breves y minimalistas dominados por una voz en off omnisciente; su narrativa, por consiguiente, tiene un carácter impresionista. Resulta sencillo comprobar que una cámara en movimiento y de energía imparable —ya sea en mano o en steadycam—, busca experimentar efectos imperceptibles que enriquezcan la paleta cromática. Cabe observar que este director utiliza planos poco habituales y contrapicados celestiales; también, unas bandas sonoras (junto a Hans Zimmer) repletas de música clásica y religiosa, que confluyen en un tratamiento naturalista, ratificando la citada postura estética.
Para componer su entorno sonoro —de Lanton Mills a Ennio Morricone—, el cineasta recurre a los ruidos de ambiente; y es, justamente, este cariz despojado con el cual favorece el ritmo del relato de un modo minimalista. De forma inteligente, inmiscuye al espectador en la historia mediante pequeñas pinceladas que describen escenas y personajes que tienden hacia la linealidad clásica. De forma abundante, utiliza las elipsis y digresiones. Un carácter episódico y un constante juego simbólico de transmisión de sensaciones, formalmente empleadas, dan rasgos a su cine. Malick es un artista en perenne búsqueda de la verdad y la subjetividad psicológica de sus personajes; podemos claramente percibirlo a través del uso que realiza de su gran aliada lente cinematográfica. Su puesta de escena destaca por la plasticidad de las composiciones, también por el empleo de panorámicas que magnifican la majestuosidad de la naturaleza y un tratamiento lumínico no intervenido, pretendiendo evitar cualquier tipo de artificio. Tal mentado so de la luz y los ambientes en donde transcurren sus historias nos hablan, sin duda alguna, que Malick encuentra la prístina pureza en la belleza sobrenatural de la vida que nos rodea.

 

 

El carácter fugaz y esquivo de su persona, así como la dilatación entre proyectos (rodó sus primeros cuatro films en igual cantidad de décadas), han contribuido a forjar la leyenda del más críptico de los grandes autores contemporáneos. Sin embargo, un reciente y prolífico encadenamiento de obras, de forma sucesiva, lo encontró rodando a razón de casi un film por año durante el pasado decenio. Una Vida Oculta (2019) es, hasta la fecha, su última aventura cinematográfica.

 

 

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