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18 noviembre, 2011

Cuando la violencia se sienta a nuestra mesa

De un tiempo a esta parte, la violencia se ha expandido en la sociedad moderna como una conducta repetida, ejercida por varones y mujeres de distintas edades y clases sociales. ¿Es una utopía una sociedad sin violencia?

Por: Vanesa Altamirano

La violencia no es un fenómeno nuevo. Incluso podríamos pensar que, desde que existe la humanidad, existe también la violencia. Este tipo de conductas, que provocan daños en el otro, se ejercen desde hace años, y todavía cuesta creer que, con el avance que ha tenido la civilización a lo largo del tiempo, aún hoy debamos hablar de ella. ¿Por qué no se ha podido erradicar la violencia de las sociedades modernas? ¿Será este un fenómeno ya naturalizado en varones y mujeres? ¿Qué se esconde tras una agresión física o verbal?

La violencia ha invadido todos los ámbitos de nuestra vida, incluso hasta el más íntimo, como la familia. No hace mucho que se la está visualizando como un fenómeno de peso en la agenda social. Por lo general, en reiteradas oportunidades escuchamos hablar sobre el poder que ejerce el varón sobre la mujer, particularmente cuando hay una relación de pareja entre ellos. A pesar de los avances que ha obtenido la mujer a lo largo de la historia, y del terreno ganado en la sociedad, la figura del patriarcado sigue presente, y las mujeres aún hoy son agredidas por sus maridos, novios o amantes. Ellas han ocupado un lugar de vulnerabilidad durante muchos años y, por más que creamos que esto ya no es posible, en el siglo XXI muchas siguen vulnerables ante la figura de poder que representan sus parejas. A diario construyen una relación asimétrica, en las que la dominación y la fuerza se hacen presentes. Lo que puede resultar aun peor es que algunas todavía no han logrado desnaturalizar esta relación: han aprendido desde chicas que su deber es cocinar, planchar, ser un ama de casa ejemplar, y les cuesta correrse de ese lugar, por más violenta que pueda tornarse su cotidianidad.

Aunque es la forma más conocida, las mujeres no son las únicas maltratadas; la violencia se da en diferentes situaciones dentro de la vida familiar. La mayoría de las veces, la agresión, principalmente cuando es física, quizás por cuestiones biológicas, es ejercida por los varones; pero también las mujeres suelen dañar a sus parejas o a sus hijos.

Pilar Novillo y Maximiliano Zenarola, ambos psicoanalistas, miembros del Equipo de Violencia que desde el año 2003 funciona en el Hospital Álvarez, afirman que, aunque no sean numerosos, hay casos en que la mujer acude en busca de ayuda, por sentir que no puede controlar su ira y frenar sus actos de violencia. En cierto sentido, estos son los casos más estimulantes para analizar, justamente porque hacen trastocar el punto de vista original. Cuando se habla de violencia, uno hace rápidamente una identificación genérica: el varón es el que pega; pero no siempre es así, según cuentan los profesionales.

El Álvarez fue elegido como un hospital de referencia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en lo que respecta a la temática de violencia familiar; allí se trabaja, mediante la terapia individual, con pacientes que acuden por iniciativa propia en busca de una solución a su problema. También muchos llegan por derivación de un juzgado, luego de haberse realizado una denuncia, o de otros sectores del hospital.

Lo curioso de esto es que las personas asisten a un equipo de violencia familiar, pero la mayoría de las veces, afirma el licenciado Zenarola, «los tratamientos terminan siendo de cualquier cosa, menos de violencia. Nuestro trabajo tiende a circunscribir de la manera más rigurosa posible cuál es el padecimiento del paciente. Algunas veces el padecimiento tiene que ver con lo que una descripción clínica, objetiva, asocia al equipo de violencia. Pero la mayoría de las veces esta problemática por la que el paciente llega termina derivando en cualquier otra cosa». Por eso mismo, él cree que la violencia es como una especie de señuelo; las personas acuden allí, en principio, motivadas por un acto de agresión, ya sea que lo hayan ejercido o padecido, pero en definitiva, detrás de ello, se esconde algo, y muchas veces, concluye el psicoanalista, se logra el alta del paciente cuando este llega a percibir que la violencia era una fachada de alguna otra cosa.

Identificar a las personas involucradas en un comportamiento agresivo como víctimas o victimarios, agredidos o agresores, conlleva una carga significativa muy grande y, para la licenciada Novillo, incluso puede llevar al paciente a la repetición de esa situación. Por eso es preferible que la persona se deshaga de esos significantes que vienen del discurso del otro, pueda nombrarse a sí misma de una manera diferente y encarar la vida desde otro lado.

Mediante estas terapias, se trata de ir desde lo universal a lo particular, de dilucidar qué otros factores acompañan el fenómeno de la violencia, para así llegar a la raíz del problema, y evitar que la angustia que esto ocasiona vuelva a generarse.

Durante mucho tiempo, la violencia fue un tema tabú: ya sea por vergüenza o por negación, eran pocas las personas que se animaban a denunciar agresiones físicas o psicológicas, y mucho menos a recurrir a una terapia en busca de ayuda. Actualmente la mayoría de los hospitales tienen un equipo sobre violencia, y también son muchísimas las asociaciones sin fines de lucro formadas por profesionales de la salud a cargo del tema, lo que ha facilitado que la mayoría no tenga que llegar al extremo de ser brutalmente golpeadas para intentar dejar de naturalizar esas conductas violentas y decidir un cambio de perspectiva en su vida.

Una sociedad y, en particular, una familia sin violencia, por el momento parece una utopía, pero afortunadamente hoy existen herramientas para empezar a lograrla.