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6 agosto, 2015

El delicado impacto de la austeridad

El delicado impacto de la austeridad

Por Patricia Rizzo

A partir de pinturas que evocaban paisajes caóticos, con coloridos óleos en los que la geometría y las formas orgánicas aparecían en equilibrada armonía, la obra de Sofía Bohtlingk (Buenos Aires, 1977) comenzó hace ya tiempo a verse insistentemente. Desde el desafío basado en la paradoja de extender el límite de lo visual, sus obras comenzaron a tomar protagonismo y últimamente han potenciado su identidad, la que hace a sus atractivas piezas, reconocibles. Con una formación ecléctica que incluye Diseño Gráfico en la Escuela ORT, pintura con Jorge Demirjián, dibujo con Tomás Fracchia, el taller de Sergio Bazán, el Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella y la Beca Kuitca, sus investigaciones hacia la expansión de los límites de la pintura la han llevado a una extensa experimentación de distintas formas y elementos. Su obra actual ostenta un delicado despojo, con cada vez menos materiales; una economía que, discursivamente, remite a una deliberada elección. «Prefiero pocos, casi invisibles, un replegado introspectivo. Me pregunto sobre el progreso… La promesa del progreso no funcionó. Creo que estos son claros tiempos de austeridad», comenta.

Austero. Su recorrido no lo es tanto: Galería Ruth Benzacar, Galería Appetite, Galería Del Infinito, su intervención en el Bello Jueves del Museo Nacional de Bellas Artes, espacios públicos y privados. Hablo con Sofía sobre su recorrido y crecimiento en un momento en el que su obra se muestra en el espacio de OSDE, en el marco de la exhibición Pintura Post Post con curaduría de Cristina Schiavi, y también en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. El MAMBA organizó Empujar un ismo, un relato sobre la abstracción que atraviesa un relato más amplio, un pasaje dentro de un proceso, una instancia que coincide con la intencionalidad de sus producciones. Por ejemplo, la relación con el cuerpo. «Muchas veces trabajo con la dimensión de mi cuerpo, mis proporciones, la extensión de mis brazos aparece; marco el ancho de la pincelada en algunos cuadros, mi territorio, mis límites, mi espacio. La columna de vidrio es exactamente el doble de mi tamaño y de mi altura, y por eso se llama Dos personas». No se desliga de su cuerpo, sino todo lo contrario, es también un medio, algo desde sí, materia plástica desde un lugar predominante.

Desde que la mancha funcionaba sobre la tela como herramienta expansiva y la línea, suelta y gestual, como un componente para comprimir, se interesa en el trazo y en lo corpóreo que de ello resulta. Ahora Sofía se concentra en las líneas rugosas del cemento, en las pinturas que contiene y encierra en bloques, y en el efecto visual de los pliegues resultantes. Todos los elementos funcionan como mecanismos de tensión efectiva. «Algunos colegas, sobre todo escultores, me decían: “Lo que podés hacer para que no sea tan pesado es rellenar el interior de algún material liviano, como telgopor, por ejemplo”. De alguna manera, están diciendo que lo que importa es la superficie, lo que se ve. Pero a mí me importa lo que es, que no haya artificio. Lo que no se ve pero está. No pienso solamente en términos de imagen: que el cubo de cemento sea un cubo de cemento, que sea de verdad».

Como en las escenografías de Luchino Visconti –en las que había sábanas y pasamanería guardadas en el mobiliario, aunque nunca llegaran a verse–, es interesante verificar el disparador de algunas cosas: que una artista en cuyos inicios se observa un evidente regodeo por la pincelada haya llegado a una instancia casi minimalista, de líneas puras, habla de la obra y del discurso. «La materia cargada de una densidad específica es importante en las piezas, la textura que queda. También una imagen liviana con elementos pesados. Cuando pinto sobre tela, con cemento, las pongo como si fueran tablas, disponiéndolas como una mesa. Preparo el cemento y lo desparramo por la tela, comienza a endurecer y en esa instancia, si bien pinto, estoy modelando. Es tan seco, es como lo opuesto al óleo. Siento que es como el negativo de una pincelada, así me enamoré de ese material».  En los objetos de cemento con pinturas encerradas, se encuentran a un tiempo los lenguajes. Pinturas que salen del objeto, u objetos que son, sobre todo, pinturas. «Lo pensé como la transformación de una tela, como una forma de conservar de manera eficaz esa pintura y el dibujo de sus pliegues dentro de un encofrado, y dejarlo así. Estaban juntos los dos lenguajes, pintura y escultura, pero pasó que la pintura abollada y encerrada no se convirtió en objeto, mantuvo su autonomía. Y eso me gustó. Pero el último ya directamente es cemento puro, no tiene una tela encerrada, porque con el cemento mismo puedo dibujar rugosidades, e igual, los pliegues aparecieron».

De esa manera llega al bloque puro, nada más –ni menos– que pintando, y a los vidrios, por la simplicidad visual. Estas obras son delicadas en su aspecto, pero también se ven densas, como las de cemento. Las placas cuentan con un perfil cuyo pulido respeta los cortes brutales. En estos buscó que el ancho de las placas de algunas piezas fuera igual que el ancho de la pincelada que siempre hace. «Más que materiales, buscar en el mundo cosas que se parezcan a la pintura, para entenderla».