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17 diciembre, 2021

El homo sapiens sapiens atrapado en el automatismo de una transferencia precaria

Por María Nieves Gorosito

El homo sapiens sapiens atrapado en el automatismo de una transferencia precaria

La historia de la evolución de nuestra especie se encuentra íntimamente ligada a los procesos geohistóricos, biohistóricos y psicohistóricos. El proceso evolutivo exige un esfuerzo para superar límites que detienen la evolución. De esta manera, el desarrollo de la inteligencia humana condujo a la supervivencia de la especie. Sin embargo, el hombre seducido por un medio artificial que él mismo ha construido y que lo hace sentirse Dios se encuentra con que una línea muy delgada separa a ese supuesto progreso de la involución y deshumanización.

El hombre consume de manera inconsciente la naturaleza para alimentar un sistema artificial que lo desconecta de su fisiología y emocionalidad. Esto lo conduce a convertirse en un verdadero autómata programado para la funcionalidad y sostenimiento de un sistema que anula al propio yo y al otro como semejante.

Este desarrollo organizacional (sistema en el que el hombre se encuentra inmerso) se fue edificando por una interpretación absolutista y jerarquizada de la realidad que impidió la verdadera evolución del hombre hacia su libertad y la construcción de una verdadera ética. De este modo, especialistas en estudios sociales y científicos comprometidos con la humanidad esperan que la especie dé un tercer salto en la evolución biológica: el paso del Homo sapiens sapiens al Homo sapientissimus. A este último, le adjudican la capacidad de despertar del automatismo para abrirse a un nivel de conciencia superior y colectivo.

Paulo Freire fue criticado por los extremos ideológicos por su aguda y compleja mirada del modelo capitalista y sus cuestionamientos a los dogmas de la izquierda ortodoxa. El pedagogo alentaba a superar los equívocos del pasado y resaltaba la necesidad de aprender a escuchar al otro sin minimizarlo o ridiculizarlo. Es necesario tomar distancia del pensamiento binario que en su pobreza no admite la complejidad. La lectura de la historia en buenos y malos es simplista, los conceptos de civilización y barbarie no son ingenuos, porque el lenguaje no lo es.

 

 

«El pueblo es pueblo cuando empuja y no cuando sigue» (P.Freire). El autor de Pedagogía del oprimido impulsaba a formar individuos libres y éticos que se apasionen con la dignidad de las personas y rechacen todo discurso fatalista y desesperanzador.

Desmenuzando la cómoda división entre civilización y barbarie, se pone en evidencia que la civilización bien pudo estar al servicio de la barbarie o, al menos, que el ideal de progreso que acompañaba al concepto de civilización de unos empujaba a la barbarie a otros. Aparentemente, falla la ley cuando el poderoso ejerce su poder sobre el desvalido y cuando los desvalidos suman sus fuerzas y luchan contra su opresor o descarga su desubjetivización en actos criminales sobre la sociedad. Empero no es un padre fuerte el que nos falta, sino una ética del semejante.

«Un contrato nuevo, un nuevo modo de recomponer la sociedad, no puede producirse solo sobre la base de la confianza en la Ley, sino a partir de la resignificación que cada sujeto tiene de su relación al otro, de la recomposición del campo del semejante. (…). Esto permite comprender por qué la ley debe ser profundamente severa con quienes, debiendo ejercer la función de maestros, guías o protectores morales o físicos de los niños, hacen usufructo de ella al servicio de su propio placer. Pero no deja, por otra parte, de marcar que las relaciones de asimetría implican una responsabilidad y una obligación para los poderosos, y que su no asunción es del orden de la inmoralidad aun cuando se escude en el Derecho Internacional o Civil de un país» (Silvia Bleichmar).

Si bien, por un lado, la idea de ley es noble para homogeneizar y hacer lazo social, por otro, puede esconder una forma de eludir la propia decisión respecto a qué conducta es válida hacia el semejante en una sociedad con marcados intereses sectoriales.

Silvia Bleichmar explica que la homologación entre ley y padre no solo es ideológicamente infeliz, sino teóricamente insostenible.

«Es acá donde autoridad y ley deben ser claramente diferenciadas, diferencia que no se ejerce con claridad suficiente y que toma ribetes inmorales cuando se enuncia, en las condiciones que nos toca vivir, que es la ausencia de padre la responsable de los niveles de corrupción e inmoralidad que nos atraviesa, que es la ausencia de padre lo que está en la base misma de la delincuencia juvenil e infantil, que es la falta de padre lo que produce los niveles de desintegración de la sociedad argentina» (Silvia Bleichmar).

El psiquismo humano forma parte de una suerte de preformado provisto de sistemas representacionales existentes desde el nacimiento o incluso anteriores a él, y la transferencia es un fenómeno universal que Sigmund Freud descubrió en el proceso analítico. El padre del psicoanálisis comprendió que el terapeuta se transformaba en una reedición de los personajes internos del paciente recobrando su pasado en el presente. Al interpretar la transferencia, el analista podía corregir el círculo vicioso en el que se encontraba y que le provocaba una existencia precaria e infeliz. En la vida cotidiana y social sucede algo similar: alguien se convierte en líder de una sociedad porque toma el lugar de un personaje amado e infalible capaz de salvarla. Por esta razón, es importante reconocer que todo dios o tirano es también una construcción interna.

Mientras más inconscientes seamos acerca de nuestra construcción como sujetos, más viviremos inmersos en una realidad poco clara y de espejismos. El homo sapiens sapiens, aunque ha crecido en el campo racional y lógico, se desconoce en el campo emocional, muchas veces por la culpa inconsciente, estirada, maligna e hipócrita.

En un desarrollo normal, el niño se vuelve autónomo y capaz de hacerse cargo de sí mismo con responsabilidad producto de una vinculación más estrecha con el afecto que con los instintos. Esto también debería ocurrir socialmente, pero uno de los problemas más graves que se opone siempre a la liberación es la conciencia ingenua de los que conforman este sistema aplastante.

 

 

Freire explica los orígenes de una conciencia ingenua: «Las relaciones padre-hijo, en los hogares, reflejan, de modo general, las condiciones objetivo-culturales de la totalidad de la que participan. Y si estas son condiciones autoritarias, rígidas, dominadoras, penetran los hogares y aumentan el clima de la opresión (…). Necesitan saber y asumir que el futuro de sus hijos no es suyo. Es preferible, para mí, reforzar el derecho que tiene a decidir, aún corriendo el riesgo de no acertar. La posición de la madre o del padre es la de quien, humildemente, acepta el papel de asesor o asesora del hijo o de la hija. Asesor que jamás intenta imponer su voluntad o se enoja porque su punto de vista no fue aceptado».

El psicoanálisis invita al sujeto a relativizar la potencia de esa autoridad que se erige en el interior del propio sujeto. Freire, con su pedagogía liberadora, estimula a la humanidad hacia una conciencia crítica que admita revisar la historia. Los integrantes de la sociedad podrán contribuir a la construcción de la pedagogía liberadora solo en la medida en que descubran que alojan al opresor en su interior.

«Casi siempre en un primer momento de ese descubrimiento, los oprimidos, en lugar de buscar su liberación en la lucha y a través de ella, tienden a ser opresores o subopresores. La estructura de su pensamiento se encuentra condicionada por la contradicción vivida en la situación concreta, existencial, en que se forman. Su ideal es, en realidad, ser hombres, pero ser hombres, para ellos, en la contradicción que siempre estuvieron y cuya superación no tienen clara, equivale a ser opresores. Estos son sus testimonios de humanidad» (P. Freire).

Debemos repensar ese testimonio y trabajar el síntoma inevitable, por lo necesario que es el Otro (con mayúscula) en los comienzos de la vida del ser humano para la supervivencia y la incersión en el mundo simbólico. Así como también debemos comprender la dialéctica en la que estamos inmersos: a la historia la construimos nosotros y esta a su vez nos construye. Por lo que, por más difícil que esta realidad sea, podemos transformarla. La realidad no es así, está así y eso es muy diferente. Debemos recuperar el espíritu de lucha y la esperanza para terminar con los discursos repetidos y estructurados por lo puramente ideológico y reaccionario que condujeron a una sordera y ceguera paralizante. Una sociedad inmersa en la queja y el descreimiento.

Sin el otro, no hay sociedad posible, no hay vida posible. Debemos detener la conducta descalificadora y resentida heredada generación tras generación. Necesitamos escuchar y recuperar un trato más humano para convertir lo puramente reaccionario en progresista. Y para eso debemos primero conocernos a nosotros mismos. Solo así seremos inmunes a las promesas vacías y discursos elocuentes, pero sumamente vacíos de quienes pretenden representarnos y ocupar cargos fundamentales para el crecimiento de nuestro querido y tan manoseado Hogar.

 

Bibliografía:

  • Freud, S. (1913). Sobre la iniciación del tratamiento. Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis. En Tomo XIII. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Freud, S. (1912). Sobre la dinámica de la trasferencia. En Tomo XII. Buenos Aires: Editorial Amorrortu.
  • Freud, S. (1920-1922). Psicología de las masas y análisis del yo. En Tomo XVIII. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Freire, P. (1970). Pedagogía del Oprimido. Buenos Aires: Siglo Veintiuno.