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21 febrero, 2013

Entrevista a Rubén Hernández Miranda, director y protagonista de Juan, hoy en cartel. Una historia de voces y, sobre todo, silencios, cautivante y con la dosis exacta de intriga. Para recomendar.

Por: Barbara Roesler

Asistir al teatro siempre es una experiencia única. Si bien uno estima con qué puede encontrarse —o al menos lo presiente—, la interacción entre la obra, los actores y el espectador genera un halo mágico con la capacidad de cambiar no solo los sentimientos y las opiniones del que está en la butaca, sino también las propias aristas de la historia que es contada. Y ese es el caso de Juan, en cartel en el teatro Sha hasta el 14 de marzo. El grupo de actores del Luisa Vehil, con la coordinación de Rubén Hernández Miranda, logró con éxito mantener la dosis de intriga y drama necesaria para que uno no pierda de vista ni un detalle, cambie de opinión a lo largo de la obra y termine volviendo a su casa con el libro en la cabeza, pensando en qué, quiénes, cómo y por qué.
Hernández Miranda es actor y docente, y en sus manos están la adaptación, la puesta en escena y la dirección general de Juan, obra de Miguel Tabarovsky. También personifica a Alberto, el protagonista de la pieza, ese hombre que, en el reencuentro con los suyos, tras décadas de ausencia, se da cuenta de que ya no pertenece y de que su lugar fue ocupado por un tal Juan. Charlamos con el realizador.

¿De qué habla Juan?

La obra cuenta la historia del regreso de un hijo, después de 35 años, a la casa de sus padres, en un pueblito perdido entre las montañas, donde en ese tiempo sucedieron muchas cosas. Es un hijo que se fue durante la época del proceso militar: escapó y logró salvarse. Pero quedaron muchos secretos guardados y muchas cosas que él quiere recuperar para poder continuar con su vida. Entonces decide regresar. Pero cuando vuelve es un perfecto desconocido para su familia. Y aquí comienzan las peripecias de este personaje dentro de esa casa, con esas personas y con otras que no son de la familia pero que también están involucradas, como el médico del pueblo. Otro personaje importante es el «tonto» del pueblo, que está instalado allí. Y por supuesto un tal Juan, que también vive con ellos y los ha ayudado a salir de todo eso desde hace 20 años. Y bueno, algunos están convencidos de que Juan los ha ayudado, pero él a Juan no lo puede ver.

¿Cuál es el rol de los silencios en la obra, todas esas cosas que están ahí y no se escuchan o no se saben?

La obra está enmarcada en un realismo mágico. La idea es trabajar el misterio y el suspenso, y eso es de lo que trata la obra, un poco como temática. Va llevando al personaje a reconocer la verdad. Este personaje está atrapado y necesita saber para salir. A Juan evidentemente algunos lo ven, otros no. Él no lo ve ni lo escucha, hasta que finalmente logra verlo. Y cuando lo ve se da cuenta realmente de lo que le está pasando. Lo bueno que tiene esta obra es que cada espectador puede darle la respuesta que quiera a esta situación. La propuesta del autor es muy interesante, si bien muy difícil: nos llevó mucho tiempo a nosotros entender y comprender, porque tuvimos que armar mucho las biografías de cada uno, qué pasaba, y tomar decisiones y acciones sobre lo que sucedía para nosotros creernos todo ese trabajo. La propuesta del autor es que el espectador crea la historia que quiera creer. A partir de su observación, lo que se lleva, eso es. Hay tantas observaciones como espectadores hay en la sala. Por eso lo que no se dice es tan importante.

Es muy positivo que quede en el público esa posibilidad de discusión, de charlar sobre esa obra que se vio…

Claro, justamente, porque eso es lo que te lleva a participar activamente, a estar metido en la trama: no te querés perder nada… La obra transmite una opinión de lo que nosotros percibimos que está pasando, pero el espectador le da tantas interpretaciones como le parece.

¿Cómo ayudó usted, como docente, en la construcción psicológica de los personajes del resto de los actores?

La obra es una adaptación. Yo la adapté y la llevé a un realismo mágico porque me pareció interesante. Tenía ganas de trabajar el realismo mágico y vivir la experiencia. Primero tuve muy claro qué era para mí la historia, qué estábamos contando. A partir de que yo definí, como director, como puestista, qué es lo que quería contar, se lo transmití a los actores, y ellos empezaron a construir sus personajes, por supuesto con mi intervención: iba guiándolos en el camino que a mí me interesaba que lográramos contarle al público. Entonces, cada uno fue aportando, desde su hecho creativo pero inducidos por mí, por supuesto, para encontrar el personaje, componerlo, buscarlo. Y así es como cada uno fue trabajando su personaje a partir de las circunstancias que nos estaba dando la obra y de las que estábamos creando nosotros. Hicimos mucha lectura de mesa, discutimos muchísimo, nos tuvimos que poner mucho de acuerdo en qué es lo que queríamos contar y qué es lo que estaba pasando dentro de la obra. Porque la obra podría haberse disparado para cualquier otro lugar. Yo tomé partido por una historia y trabajamos en base a ella. Lo maravilloso es que el público nos diga «para mí es esto y esto», y yo no le pueda decir que no, porque es lo que observó, lo que le pareció. Yo tomé partido por una historia y cómo contarla, y ayudé a los actores a que encontraran los personajes en base a esas circunstancias, a las peripecias que iban apareciendo.
Y después hay otros ingredientes que forman parte del realismo mágico, como la escenografía, entre pintada y realista. Esa mezcla también me pareció interesante para generar cosas en el espectador, para meterlo dentro del cuento.

El actor que personifica al doctor Gottes es Miguel Tabarovsky, el autor de la obra. ¿Cómo tomó todos los cambios que usted intentó introducir?

Cuando yo acepté dirigir la obra, le dije: «A mí me gustaría dirigirla, pero si me das la posibilidad de que yo la pueda adaptar». Le conté lo que quería hacer, y a él le encantó. Es más, no tuvo ningún problema en cambiar textos. Incluso, cuando terminé la puesta, reescribimos el texto: en base a lo que ya estaba agregamos escenas, hubo algunas que se trabajaron y otras que se improvisaron y quedaron así, para enriquecer más la acción. Algunas surgieron también del hecho creativo de los mismos actores.

¿Qué le diría al público para que se acerque a ver Juan?

Que es un espectáculo diferente, distinto, donde el género que estamos tocando es el misterio, el suspenso… Es una obra que los va a atrapar desde el inicio y hasta el final, y en la que cada vez van a querer saber más, y van a estar activos, participando, pensando. Creo que es un espectáculo que vale la pena ver, porque es un género difícil, que no se hace prácticamente, y creo que la propuesta es muy interesante. Tiene que ver con todos esos secretos que existen en todas las familias.

[showtime]

Juan se exhibe en el teatro Sha, Sarmiento 2255, Buenos Aires, todos los jueves a las 21, hasta el 14 de marzo de 2013.