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5 marzo, 2012

 

Por: Gimena Rubolino

Un atentado a la autoestima masculina.

 

Es una realidad escondida en la vida de muchas parejas. A veces por vergüenza, otras por impotencia, los hombres afectados eligen callar y no piden ayuda. Qué hay detrás de esta problemática.

 

Todos sabemos que un gran porcentaje de mujeres es víctima de abusos por parte de su esposo, pero raramente oímos hablar de hombres que están siendo maltratados por sus mujeres o sus novias. El Centro de Prevención y Asistencia de la Violencia Familiar y Social (Ceprevi) combate la violencia familiar y, entre las consultas recibidas, reconoce que son muchos los hombres que declaran ser víctimas de agresión por parte de su pareja.

«En la convivencia se puede llegar a niveles muy altos de agresión que pueden terminar hasta en la muerte, por eso consideramos que no contar una realidad es taparla, y los que más sufren son los hijos de la pareja», afirma Liliana González, abogada, titular del Ceprevi.

Según la especialista, en este lugar, que atiende telefónicamente urgencias de violencia familiar y social, acoso sexual, violaciones y abusos deshonestos, «no es una cuestión de género, sino de tratar de proteger a la familia».

Contrariamente a la actitud masculina, «la mujer no pide tantas disculpas como el hombre, ya que con su personalidad domina la situación y es muy firme en sus convicciones, y es el hombre el que se ve doblegado», explica la representante de la asociación, donde se llevan a cabo entrevistas personales, tratamientos psicológicos y grupos de reflexión.

Desde la mirada psicoanalítica, una especialista en esta área, la licenciada Silvina Hernández, explica que «la relación violenta es una modalidad de goce sadomasoquista en donde cada uno tiene un rol, que puede variar según la circunstancia, porque hay quien ejerce en una pareja violencia física en respuesta a un maltrato de tipo verbal, aunque sea muy sutil».

«Se construye en el cruce fantasmático de cada uno. Las parejas funcionan, es decir siguen juntas, porque algo de la posición fantasmática inconsciente de uno se enlaza con la del otro, y esto no necesariamente es para la felicidad de la pareja, puede serlo para el sufrimiento de ambos», agrega.

Hernández detalla que lo que retroalimenta esta relación es «la posición de goce de cada una de las partes y los recursos para pedir ayuda, y no solamente recursos socioeconómicos, sino también recursos psíquicos».

«Hay sujetos que, ante una situación de violencia, se alejan inmediatamente, y otros que la niegan como si no sucediese, o que la ven pero la reniegan, provocando a su vez más violencia y generando modos muy perversos de relación», añade la licenciada Hernández.

Dentro de este enlace fantasmático, la psicoanalista explica que siempre hay alguien que provoca y otro que responde porque, de lo contrario, no sería posible la construcción de esta relación.

«Se trata de una escena que se arma entre ambas partes, donde cada uno hace su papel y como en todo fantasma, el sujeto es el actor, director y guionista de la escena. En este caso, en una escena armada por una pareja».

 

¿Por qué eligen callar?

Considerando que, en el sexo masculino, la fuerza es condición de virilidad y masculinidad, los hombres que son atacados físicamente por sus mujeres no son conscientes de tener un problema. A menudo, ellos ven a sus esposas (o novias) como las responsables. Esta es una de las razones por las que los hombres no se quejan de los abusos.

En los casos más graves de violencia, suelen sentirse avergonzados e incapaces de encontrar ayuda en una sociedad que no entenderá su queja como algo creíble, dado que la fuerza física es una característica que forma parte del universo masculino, y no del femenino.

Así es como sentimientos de inferioridad, impotencia, angustia, y hasta resentimiento con la propia persona, invaden a las víctimas de este tipo de abusos.

«Estas relaciones ponen en juego aspectos inconscientes, sintomáticos, modos de goce patológicos, la forma de cada uno de relacionarse con el mundo y con las personas», explica Hernández.

«Además, en parejas violentas, hay historias de violencia familiar de alguno de los dos, que se repiten como modo habitual de relación. La estructura o constelación psíquica de cada uno también se pone en juego», detalla la psicoanalista.

Es importante destacar las consecuencias psíquicas de esta relación de maltrato y cómo afecta la autoestima de estos hombres: «Cualquier persona maltratada es objeto en esa situación, aunque se preste patológicamente a ella. Por lo tanto, habrá pérdida de subjetividad, de poder actuar libremente y acorde con su deseo. Su valor fálico va a caer, se convierte en un desecho del otro, y esto afectará todos los aspectos de su vida que estén relacionados con esa situación».

«Igualmente, en psicoanálisis es muy difícil prever consecuencias. Se sabe lo que sucede luego de los hechos, el ser humano es muy complejo, las relaciones tienen múltiples derivas que no son fácilmente determinables de antemano», sostiene.

De ahí se desprende la importancia de realizar un tratamiento personalizado, que pueda ser sostenible a lo largo del tiempo, para que el paciente logre crear los recursos que lo ayuden a correrse de esta posición: «ser agredido».

 

Salir del infierno es posible

Cuando llega ese momento en el que la persona siente que no puede continuar con esa situación, aparece la angustia, que es la mejor herramienta que tiene el neurótico para pedir ayuda.

«Si se es objeto de una situación riesgosa en sentido subjetivo y de la realidad, el ser humano se puede angustiar, ya sea ante un peligro de la realidad (un robo en la calle) o ante un peligro subjetivo (estar bajo el dominio emocional de una pareja violenta). La angustia hace que uno pida ayuda, como pueda, según los recursos que tenga», explica Hernández.

«Pero hay personas que, en vez de padecer angustia, gozan de esa situación violenta, y se someten a ella, con los riesgos que esto conlleva, y esos son casos más difíciles de tratar».

El acompañamiento familiar también es importante para ayudar a la víctima a salir adelante: «Mostrarle al familiar que se presta a ese maltrato, y que a veces hasta lo provoca, que esto siempre es de a dos y a veces, de afuera, se ven claramente estos vínculos agresivos. Ofrecer ayuda para escuchar lo que sucede y si el interesado quiere verdadera ayuda, buscar los recursos según las posibilidades de cada familia».

En relación con lo planteado, surge el siguiente interrogante: ¿Cualquiera puede ser víctima de maltrato?

Es cierto que las personas que crecieron en casas violentas son un grupo potencial para ser agresivos con sus parejas. También sabemos que el alcohol esta muy relacionado con los casos de violencia doméstica. Pero nadie está exento de este tipo de situaciones, y todos pueden presenciarlas.

La licenciada Hernández afirma que «la violencia existe en la realidad, y cualquiera puede padecerla. Aunque hay quienes están más expuestos por su situación vital (un niño, por ejemplo), o porque se prestan subjetivamente a ello. El tema es qué hace cada uno con esa situación que puede suceder».

Lo más importante es pedir ayuda —a familiares, amigos, instituciones, profesionales— y hacerse cargo de que el que está recibiendo la agresión también tiene un problema y necesita cambiar internamente para poder tener un vínculo sano con «un otro».

El hombre decidido a salir adelante «deberá primero desbrozar un intento de correrse de ese lugar y buscar ayuda con palabras, que es el medio simbólico de resolver conflictos, y no con actos violentos o de sometimiento», concluye la licenciada Hernández.

 

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