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29 febrero, 2012

Hugo Mujica: «Elijo la danza de la vida y no la marcha de la historia»

 

Por: Graciela Ullán

 

El poeta-filósofo Hugo Mujica repasa su vida y reconoce que el haber callado durante siete años en el silencio de la vida monástica de la Orden Trapense liberó su poesía.

 

Nació en 1942 en Avellaneda (Buenos Aires). Estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología, disciplinas que sirvieron a Hugo Mujica para iluminar sus palabras. Entre sus ensayos están Kénosis, La palabra inicial, Flecha en la niebla, Poéticas del vacío. Solemne y mesurado y Bajo toda la lluvia del mundo son libros de relatos. De su obra poética podemos mencionar: Brasa blanca, Sonata de violoncello y lilas, Camino del nombre, Paraíso vacío, Sed adentro.

A los setenta agradece poder estar en la vida creativamente, rodeado de música, libros, pinturas y objetos que eligió en su peregrinar. «El filósofo es un hombre que experimenta, ve, oye, sospecha, espera y sueña constantemente cosas extraordinarias», dice Nietzsche. Así se lo percibe a Mujica.

 

¿Qué recuerda de su niñez y adolescencia?

Por un lado, no recuerdo casi nada de mi infancia, pero por el otro, la intuyo como un lugar fecundo, al analizarlo me gusta lo que brota de ahí. Quizás la marca más grande es que mi padre quedó ciego; eso implicó otra relación con la vida. No fue nada trágico, o sí; lo curioso es que nos dio un rol por encima de lo que hubiésemos sido sin esa tragedia, empezando por mi padre, que era un hombre común y tuvo que enfrentar algo así. A los 13 entré a trabajar a una fábrica; aunque suena mal, me sentía un héroe por aportar en casa.

 

¿Cuándo empezó a pintar?

En la primaria gané premios porque dibujaba bien, después estudié en Avellaneda e hice Bellas Artes en el Beato Angélico, en Buenos Aires. Dibujar y pintar fue desplegándose conmigo, me acompañó siempre, y empecé a sentir la necesidad acuciante de expandirme.

 

¿Disfrutaba de la lectura?

A los 15 había leído El Ser y la nada, que me imagino que no entendí, pero era lindo estar ahí. Hoy sigo teniendo la misma sensación con Heidegger, he escrito libros sobre él y no sé si entiendo lo que dijo, me pone en un lugar donde pienso por encima de lo que pensaría por mí mismo. Más allá de entender, pasa otra cosa en el encuentro con el pensar de otros. Los grandes son aquellos que fecundan, no que solamente dicen lo que dicen.

 

Con ese bagaje, leyendo mucho, pintando, ¿emprende vuelo a Nueva York?

Me fui solo, sin plata, sin empleo. Era muy loco todo, eso es ser joven, aterricé en Miami para seguir a Nueva York por bus, ni siquiera hablaba inglés. Tuve que enfrentar la vida y fue maravilloso.

 

En esos años había una movida cultural.

Fue la década más rica en esperanzas, utopías, creatividad, en política también. Estaba la guerra en Vietnam, mataron a los Kennedy y Luther King.

 

Había una pujanza industrial que provocaba reacciones ideológicas.

La pujanza industrial fue la que ganó, en los 70 empieza la cultura de la plata.

 

¿En Nueva York se relaciona con la pintura?

Sigo con la pintura, estudio en School of Visual Arts, a la vez trabajo en todo lo que puedo, atravieso por las etapas típicas del inmigrante. Vivía en lo que ahora es el Greenwich Village, me vinculé con el hippismo, con el movimiento de psicodelia, con las drogas, con la creatividad, con lo que estaba en el aire; tampoco era tan original en ese momento y en ese lugar. Después entré en crisis, se acabó lo de pintar.

 

¿Cuál fue su próximo paso?

Al fines de los 60, los 60 se terminaban en el sentido simbólico, uno iba a parar a un pulmotor por drogas o volvía al sistema, al cual no pertenecía. Y apareció lo oriental. Me enganché con el yoga a través de Allen Ginsberg, que me introdujo al gurú Satchidananda, con quien viví un tiempo en una granja junto con otros discípulos. Acompañé al gurú que fue a dar una conferencia a un monasterio dela OrdenTrapense, y me enganché con eso, que para mí era nuevo, no venía de esa religión. Ahí estuve siete años, repartidos entre Boston, Azul (Argentina) y Francia.

 

¿Cómo cierra esta etapa?

Se va dando, en algún momento uno se da cuenta, sentí que tenía que expresar lo que había experimentado, quería comunicarlo de alguna forma.

 

Leí que cuando sale del monasterio escribe una autobiografía y luego la rompe.

Primero voy a Europa, cuando vuelvo vivo diez meses en un campo cerca de 9 de Julio, en Buenos Aires. Allí escribo una biografía mía, una basura como literatura… pero era mi necesidad de contarme a mí mismo después de hacer ese parate tan grande con la vida habitual, de alguna forma necesité apropiarme de todo eso y la única manera que tenía era contándolo.

 

¿Ya escribía poemas?

Empecé en el monasterio, aunque no tenía publicado nada ni tampoco me sentía un escritor. La poesía fue algo que apareció.

 

¿Cuándo se inclina más por la escritura?

Cuando terminé el seminario en 1983 y empecé la vida normal sentí que tenía que guardar lo que hacía, aquello con lo cual uno se va identificando.

 

¿Su poesía surge de sus vivencias o se motiva en cosas exteriores?

Nace de mi gran experiencia durante siete años bajo el voto del silencio; después de tres años de silencio empiezo a escribir. Creo que el silencio es volverse escucha y no hacer silencio uno, de ahí uno empieza a captar que las cosas lo buscan, que todo está buscando decirse. El silencio nos busca para contar su silencio. Un poco, definiría al escritor como aquel que de alguna forma expresa lo que la vida le dice que está aprendiendo viviéndolo, en ese sentido es personal pero es de la vida, no del viviente.

 

¿Corrige muchas veces sus poemas?

Muchísimas, tanto corrijo el contenido como la forma o la diagramación en la página.

 

El año pasado se publicó la quinta edición de Poesía completa, ¿le sorprende?

Sí, ya cuando salió una segunda y una tercera me cuestioné a mí mismo, ojo que soy de alguna forma responsable de algo. También el año pasado salieron mis poesías, Y siempre después el viento.

 

Su poesía se traduce, ¿cree que la sonoridad de las palabras tiene equivalencia en otro idioma?

Lo que más trabajé fue la traducción al inglés norteamericano; la hizo una mujer que conocía, cuando terminó vino dos meses a Buenos Aires a trabajar conmigo. El único idioma que hablo es el inglés, para mí hablar un idioma es haber vivido diez años, aprendido cada palabra con emoción, no es que uno escanea un diccionario y lo manda. Fue muy impresionante porque había palabras que estaban perfectamente traducidas pero no pasaba nada, ahí las cambiábamos, mientras que otras funcionaban muy bien. Las traducciones al italiano me gustan más. Tengo libros en búlgaro o esloveno, con los que no me enojo porque no entiendo.

 

Evidentemente la poesía es un idioma universal.

Se puede llegar, sobre todo cuando uno toca ese lugar más humano, cuando toca más bien la danza de la vida y no la marcha de la historia. Una vez hablaba con una mujer que había leído mi poesía y me dijo: «Usted escribe cuando todavía estamos desnudos, la mayoría escribe cuando ya nos vestimos, entonces el que le gusta el azul se busca un escritor de azul, pero usted nos agarra en un momento en que todavía todos somos lo mismo». Me pareció que esa observación encajaba mucho con mi poesía porque hablo de las cosas muy desnudas, la desnudez es una palabra clave.

 

¿Cómo transcurren sus días creativos en una ciudad alienante como Buenos Aires?

Vivo adentro de mi casa, con música y libros, tengo pocas obligaciones, cuando salgo es a la noche para ir al cine, al teatro, a escuchar música. Escribo y viajo mucho, pronto voy a Praga a un congreso, luego a un festival de poesía en Puerto Rico, hace poco estuve en Frankfurt, en actividades literarias.

 

¿Le gusta la estética del cine?

Soy fanático del cine, sigo mucho lo nuevo, no lo comercial, sino lo creativo. Si la música es mi primera influencia en la escritura, el cine es la segunda, luego la plástica.

 

¿Qué música escucha?

Suelo decir que la única prueba de la existencia de Dios es La Pasión según San Mateo de Bach y si Dios no existe es porque la presencia de La Pasión según San Mateo de Bach es Dios. También escucho jazz y tango. No concibo la vida sin música. Pero para escribir, esas botellas, que son de Morandi (señala en su biblioteca una iconografía). Es una lámina que tengo hace 37 años, decía que quería vivir como esa pintura, ahora la veo a cada momento porque quiero escribir como eso. Quiero decir que aprendo a escribir desde otro lugar diferente al de la escritura. Me parece un prejuicio esos que dicen qué escritor les influye, a mí me influye la creatividad.

 

¿Cuáles son sus lecturas?

Mayormente leo ensayos filosóficos, me resultan ricos porque aunque sean malos uno discute en la cabeza y por lo tanto piensa, en cambio si uno lee una mala novela no pasa más que enojarse con el autor. Intento ponerme al día con clásicos, acabo de terminar Guerra y paz (Tolstoi), me doy cuenta que casi valió la pena haber vivido para leer esa obra descomunal. No me atrae la última novedad, el año pasado leí las obras de Dostoievski de un tirón, me impresionaba porque quería llegar a casa no para leer Los hermanos Karamazov sino para estar con Aliosha (el personaje). Realmente son mundos habitables.

 

¿Le interesa la política?

Mi última gran pasión, digamos, fue con el menemismo, participé bastante públicamente, pero era la infamia de tener que vivir con Menem adentro de uno. Desde hace un tiempo voy seleccionando y encontré que la política, a pesar de ser el lugar más explícito hasta tal punto que lo asumen en nombre de realidad, es uno de los lugares en donde menos pasan esas dos o tres cosas que son la vida, la danza de la vida y no la marcha de la historia donde menos pasa es en la política. La política es la historia del poder y el poder es una pasión que en el hombre es destructiva, porque es más poder que el que el hombre puede tener de sí.

 

¿Siente su actividad como individualista?

No caigo en esas trampas, sería lo individual versus qué, ¿lo comunitario? En todo caso lo individual versus lo masivo. Cada uno tiene que tener claro qué es lo propio, el mundo está hecho de muchos mundos. Modestamente, o por ahí soy arrogante, creo que mi creatividad es lo que tengo para dar.

 

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