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6 diciembre, 2013

HOY EN EL DIVÁN: Tercer Cuerpo, la historia de un intento absurdo, de Claudio Tolcachir

Por Raquel Tesone

 

¿Es un intento absurdo tratar de vivir y no de sobrevivir en un sistema que deja fuera del circuito productivo a una parte de la sociedad y casi al resto haciendo equilibrio para mantenerse dentro?

A través de una historia situada en una oficina sombría y gris, Tolcachir encuentra, como en todas sus obras, un buen pretexto para trabajar desde una situación específica una temática social más amplia. Con personajes que llevan una vida hueca y que pasan desapercibidos, logra poner en cuestión un estado de alienación social.

Ingresamos en una oficina que parece pertenecer a otro mundo, llena de muebles desvencijados, con una máquina de escribir vieja, sin siquiera una computadora, donde conviven tres almas desesperanzadas que tratan de buscar un deseo que los sostenga. Pero en este lugar los deseos no solo no pueden entrar, sino que se deben ocultar, por lo cual, los protagonistas no logran comprometerse con nada y viven como fantasmas en un tiempo aparentemente suspendido. ¿Efecto de los años noventa donde se privatizaba todo, hasta las vidas? Estos personajes, que no se adaptan a un tiempo de puro consumo, se consumen ellos mismos. Desde su completa soledad, el tiempo los consume hasta hacerlos desaparecer en la invisibilidad de una oficina que quedó en el olvido. Ya no se mandan correos, sino mails, pero a los del Tercer Cuerpo se olvidaron de darles al menos una computadora. En esa oficina, los objetos no se encuentran, los cajones se abren con dificultad y el tubo fluorescente titila amenazante, se prende y se apaga, como se podrían ir apagando sus vidas.

El «tercer cuerpo» parece hacer alusión a estos tres cuerpos que trabajan o hacen como que trabajan, pero, en realidad, están ahí solo con sus cuerpos deambulando: el cuerpo de Sandra, fuera de esta oficina, que pide embarazarse en la consulta médica; el cuerpo de Héctor, sexuado y

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resistiendo al envejecimiento; el cuerpo de Moni, que no tiene lugar y queda hasta fuera de su propia casa, y lo deja durmiendo en el incómodo sillón de la oficina.

Estos seres nos hablan de la soledad de sentirse condenados a convivir durante muchas horas de sus vidas en el encierro de una oficina oscura. Inmersos en la aparente comunicación, en verdad, no se conocen porque están totalmente aislados y hundidos en sus miserias y sus mentiras. Cada uno tiene una máscara que oculta sus pesares. Moni se muestra en exceso intrusiva, porque necesita invadir la vida de los otros porque no puede vivir su propia vida; Héctor está ligado a su madre, pero, al mismo tiempo, la muerte de esta supondría una liberación, y va en busca de quién es, mientras que Sandra hace como si llevara una vida «normal» de pareja y, en verdad, está tan sola como los demás.

En paralelo, se muestra la historia de una pareja, Sofi y Manuel, que se preguntan qué es el amor, si es algo para siempre o es efímero, en tanto asisten impotentes a presenciar la letanía de su derrumbe.

Estas historias de personas desamparadas y vulnerables se entrecruzarán, y cuando creemos que solo está la nada del vacío mismo, se cae a pedazos la máscara de cada uno de los personajes y se revela la verdad.

Tolcachir logra con humor ácido que la tristeza, la melancolía y hasta la angustia de estos seres generen y provoquen risa, ya que en sus personajes encontramos gestos, guiños y algo de la humanidad de todos nosotros.

Los diálogos alternados consiguen un ritmo en los tiempos adecuados sin superposiciones, lo que es otra de las grandes estrategias de la original dirección de Tolcachir y de su habilidad para llevar a buen puerto montajes muy arriesgados que requieren de un equipo de actores consolidados como grupo coordinado en sus intercambios. La puesta en escena montada con espacios virtuales solo recortados por los actores y su magnífica actuación, como se da en el caso de la consulta de Sandra a una ginecóloga, el encuentro de Héctor en un bar, el hogar donde discute Sofía y Manuel, permite a los espectadores ser partícipes activos que se involucran con la problemática desarrollada.

Estos personajes outsiders que no se resignan a este no lugar promueven ternura al librar una batalla privada para salir de la chatura de sus vidas. Este microcosmos es una interesante alegoría de Tolcachir para hacer un profundo cuestionamiento a una sociedad, (o sea, ¡a todos nosotros!) que, sin tomar conciencia, dejamos que se nos aliene y que se formatee nuestra subjetividad.